home

search

Capítulo 54: Las Secuelas Del Pasado, Sarah Contra Domia

  Hace treinta y seis a?os, Marciler celebraba con un fervor que parecía vibrar en el aire mismo. Los cielos se pintaban de colores con fuegos artificiales mientras las campanas resonaban con un júbilo que se expandía por las ciudades y pueblos. La razón de tal celebración era el nacimiento de la primogénita del emperador Delteriza Kawano y la emperatriz Silphia Michiko.

  La ni?a fue nombrada Domia, en honor a una antepasada legendaria cuyo nombre evocaba poder y grandeza. Desde su primer llanto, los sirvientes cuchicheaban sobre su belleza inusual: cabello tan negro como la noche sin estrellas y ojos que parecían reflejar un fuego interno, un destello que, aunque hermoso, causaba cierta inquietud.

  Delteriza sostenía a la peque?a en brazos, sus manos fuertes temblando apenas ante la fragilidad de aquella criatura. —Es perfecta —murmuró, con voz grave pero cálida.

  —Lo es —respondió Silphia con dulzura mientras observaba a su hija con ojos llenos de esperanza. —Será grande, lo sé. Será nuestra mayor alegría.

  Pero mientras aquellos días transcurrían en risas y abrazos, nadie podía imaginar el torbellino oscuro que crecía en el alma de aquella ni?a.

  A los cinco a?os, Domia ya mostraba un carácter que helaba la sangre de quienes la rodeaban. Caminaba por los jardines del palacio con la cabeza alta, su mirada altiva desafiando a todos, incluso a aquellos que la doblaban en tama?o y edad.

  —?Tú! —gritó un día a un ni?o noble que jugaba con un cachorro—. ?Por qué te atreves a ensuciar mis jardines con tu presencia? No eres nadie. No vales nada.

  El ni?o, paralizado por el miedo, dejó caer al cachorro que se escapó asustado. Domia rio con un sonido que parecía chirriar contra el viento.

  Era como si en su mente, la crueldad se hubiera convertido en un juego. Disfrutaba humillando a los demás, viendo sus lágrimas como trofeos que acumulaba con un deleite que ningún ni?o de su edad debería haber conocido.

  Pasaron los a?os y aquella ni?a se transformó en una joven de dieciocho a?os cuya presencia generaba más temor que respeto. Fue en esa edad que su hermana, Noor Kawano, nació. Las celebraciones se repitieron, aunque con menor esplendor. La atención de la corte se dividió entonces entre la temida Domia y la recién llegada Noor, cuya dulzura contrastaba de manera hiriente con la amargura de su hermana mayor.

  El tiempo avanzó y, con él, las leyes de Marciler exigían que Delteriza y Silphia eligieran quién sería la heredera al trono. La tradición dictaba que, si no había un varón, debía elegirse entre las hijas nacidas.

  Aquella tarde, el salón del trono era un lugar solemne, envuelto en un silencio denso mientras Domia se presentaba frente a su padre.

  —He tomado mi decisión —anunció Delteriza desde el trono, su voz resonando como un trueno apagado—. Noor será la próxima emperatriz de Marciler.

  Domia sintió que su corazón se rompía en pedazos y al mismo tiempo, se encendía con una furia voraz. —?Por qué? —gritó, su voz rasgando el aire—. ?Por qué eliges a Noor? ?Yo soy la mayor, yo tengo derecho al trono!

  —No tienes derecho a nada más que a lo que te ganes —respondió Delteriza con frialdad, sus ojos clavados en los de su hija con la dureza del hierro—. Tu crueldad y arrogancia te hacen indigna de gobernar.

  Las palabras de su padre atravesaron a Domia como lanzas envenenadas. Su rostro se torció en una mueca de desprecio y rabia. Sin pronunciar una palabra más, dio media vuelta y salió del palacio con pasos que parecían golpear la tierra con una ira incontenible.

  Caminó sin rumbo, su mente ardiendo con pensamientos oscuros hasta que llegó al borde del Reino. Las sombras del atardecer se estiraban sobre el suelo como criaturas vivientes cuando se encontró con un hombre de aspecto extra?o.

  —?Qué haces aquí, ni?a? —preguntó el desconocido, su voz era suave, casi hipnótica.

  —No soy una ni?a —escupió Domia con fiereza—. Y no es asunto tuyo lo que haga.

  El hombre rio, una risa profunda y carente de alegría. —Oh, pero sí lo es. Porque veo en ti algo que otros no ven. Un deseo de poder tan ardiente que podría consumir el mundo entero.

  Domia se detuvo, su mirada fulminante. —?Quién eres tú?

  —Un errante —respondió, inclinándose con una cortesía burlona—. Pero también alguien que puede darte aquello que deseas. Poder. Gloria. Venganza. Solo debes pedírmelo.

  Los ojos de Domia se entrecerraron, escudri?ándolo con desconfianza. Pero su ira y su ambición eran más fuertes que cualquier precaución. —Dame ese poder. Quiero que todas las naciones se arrodillen ante mí. Quiero que mi padre se arrepienta de haberme rechazado.

  El errante sonrió y, de entre sus ropajes, extrajo un libro brillante que parecía vibrar con una energía propia. —Entonces, que así sea.

  Sus manos se movieron con gracia mientras escribía en las páginas resplandecientes. Cada trazo parecía susurrar promesas que se fundían con la bruma de la noche.

  —Desde este momento, Domia, tu destino quedará entrelazado con el poder que tanto anhelas. No habrá límites para lo que puedas lograr.

  Y así, con aquel pacto sellado en palabras que relucían como estrellas, la senda de Domia quedó marcada para siempre.

  El poder corrió por las venas de Domia como un río de fuego. Aquella fuerza recién adquirida no era simplemente algo que poseía; era parte de ella, latiendo con una intensidad que rozaba la locura.

  Sus primeros pasos con aquel nuevo poder no fueron inciertos ni temerosos. Había pasado semanas ocultándose, perfeccionando sus habilidades hasta que cada conjuro, cada movimiento, se volviera una extensión natural de su voluntad.

  Una noche sombría, sin luna, Domia decidió que había llegado el momento de cobrarse su venganza.

  En las profundidades de un bosque maldito, donde el silencio parecía susurrar secretos oscuros, Domia se arrodilló ante la tierra húmeda y empezó a recitar palabras antiguas. Su voz era un canto bajo y perturbador, resonando como un eco entre los árboles moribundos.

  El suelo se agitó y retorció bajo sus pies, como si la misma tierra sufriera al responder a su llamado. De entre las raíces y las sombras, una criatura comenzó a formarse. Su piel era negra como la brea, sus ojos dos rubíes encendidos con un odio inextinguible.

  —Te nombro Karhaz —declaró Domia, sus labios curvándose en una sonrisa afilada—. Y cumplirás mi voluntad.

  El monstruo se inclinó ante ella, un gru?ido gutural brotando de su garganta. Aquella bestia era una manifestación de su ira, su deseo de destruir todo lo que se interpusiera en su camino.

  —Ve a Marciler —ordenó Domia, sus palabras impregnadas de un poder que vibraba en el aire—. Mata al emperador y a la emperatriz. No dejes ni un aliento en sus cuerpos.

  Karhaz soltó un rugido que hizo estremecer la tierra y se desvaneció entre la oscuridad. Domia permaneció inmóvil, sus ojos siguiendo el rastro de destrucción que la criatura dejaba a su paso.

  Horas más tarde, Marciler ardía.

  Domia llegó al palacio cuando la masacre había concluido. El hedor a sangre y ceniza impregnaba el aire. Los cuerpos de sus padres yacían en el suelo del salón principal, sus rostros congelados en una mezcla de terror y agonía. Un espectáculo que otros habrían considerado una tragedia inconmensurable, pero para Domia, aquello era nada más que el cumplimiento de un deseo.

  —?No! —gritó, dejando que un llanto desgarrador rompiera el silencio. Pero su voz no cargaba dolor genuino, solo el eco vacío de una actuación perfecta.

  Sirvientes y consejeros acudieron al escuchar su grito. Todos vieron a la joven arrodillada junto a los cadáveres, su cuerpo temblando, su rostro manchado de lágrimas falsas.

  —Ha sido un monstruo... —dijo Domia, su voz apenas un susurro entre jadeos entrecortados—. Una bestia infernal... Pero yo... Yo la he destruido.

  Levantó la espada que había clavado en el cuerpo de Karhaz, que yacía muerto ante sus pies. Las criaturas como aquella no vivían mucho tras ser conjuradas, pero el espectáculo debía ser completo.

  —?La emperatriz está muerta! ?El emperador también! —clamó un noble con voz quebrada.

  —Domia... tú los vengaste... —murmuró otro, arrodillándose ante ella.

  Aquel día, la tragedia fingida de Domia se convirtió en su primer triunfo. Con el tiempo, manipuló al consejo real con la maestría de un titiritero. Les convenció de que, como la única superviviente de la familia imperial con la fuerza suficiente para defender Marciler, ella debía ser la nueva emperatriz.

  Pero Noor, su hermana menor, era un obstáculo. Domia la observaba desde lejos, considerando si sería mejor eliminarla también. Sin embargo, había algo en Noor que le hizo reconsiderar. Cuando usó su habilidad de análisis para estudiarla, vio en su hermana un potencial único.

  —No me sirves muerta, Noor —susurró Domia una noche mientras observaba a la ni?a dormir, su rostro sereno como la brisa en una ma?ana de verano—. Pero viva... podrías ser mi mayor aliada.

  Así, Domia adoptó una fachada de protección hacia su hermana. La cuidaba, la educaba, incluso le ofrecía palabras de consuelo que jamás llegaban a tocar su corazón.

  Los a?os transcurrieron con rapidez. A la edad de veinte a?os, Domia había consolidado su poder en Marciler. Pero su ambición la llevaba siempre más allá.

  La caída de Malwaper fue rápida y brutal. Sus tropas no encontraron piedad en ella; no se ofrecieron treguas ni negociaciones. La ciudad fue destruida en una sola noche, sus habitantes masacrados sin misericordia.

  —?Por qué, Domia? —preguntó Noor, aún joven pero consciente de la atrocidad.

  —Porque el poder se toma o se pierde —respondió Domia, sus ojos ardiendo con una convicción tan fría como el acero—. Y yo jamás perderé.

  Los a?os siguieron su curso, y a la edad de veinticuatro a?os, Domia había escuchado rumores sobre un objeto que despertó su interés: el corazón de un vampiro. Decían que sus propiedades eran inigualables, capaces de otorgar poderes que ninguna otra criatura podría alcanzar.

  Sin dudarlo, Domia se adentró en las Tierras Oscuras, donde la muerte era un compa?ero constante y la esperanza un mito olvidado. Pero para ella, aquello no era más que un desafío.

  —Si ese corazón existe, será mío —juró, mientras avanzaba por los páramos desolados con la seguridad de quien no teme a nada ni a nadie.

  El deseo de poder seguía creciendo, como un incendio que devora todo a su paso. Y Domia estaba dispuesta a arrasar con cualquier cosa que se interpusiera en su camino.

  Lip, el rey vampiro, era un soberano poderoso, amable con su especie y sabio en sus decisiones. No buscaba conflictos con las demás razas; solo deseaba proteger aquello que más amaba en este mundo: sus hijos. Muskar, su hijo fuerte y orgulloso, y Sarah, su hija de espíritu indómito y sue?os luminosos. Un rey que solo quería verlos crecer y florecer, pero el destino cruel tenía otros planes.

  Era tranquilidad en las Tierras Oscuras. El sol, pálido y tímido, se había asomado en la ma?ana, algo raro en aquel territorio donde la penumbra solía reinar. Lip se encontraba en la habitación de Sarah, una estancia cálida y serena decorada con cortinas oscuras bordadas con hilos plateados. Estaba sentado junto a su peque?a hija, narrándole una historia humana que había aprendido hacía mucho tiempo.

  —La historia trata de un joven que, pese a todos los obstáculos, consiguió estar con su amada —relató Lip, su voz como un río suave—. Cruzó mares embravecidos, enfrentó monstruos y burló la misma muerte para al fin sostener su mano.

  Sarah lo miraba con sus ojos grandes y brillantes, llenos de fascinación.

  —Padre, yo quiero tener algo así —confesó ella con un susurro sincero—. Quiero que alguien haga todo eso por mí algún día.

  If you encounter this tale on Amazon, note that it's taken without the author's consent. Report it.

  Lip sonrió con ternura. Una sonrisa que desarmaba su semblante severo.

  —Algún día, hija mía, conocerás a esa persona. Alguien que te amará y protegerá con toda su alma. Ya sea vampiro o humano, porque así fue tu madre... —La voz de Lip se quebró levemente al recordarla—. Ella era humana. Hermosa y fuerte. Pero se fue de este mundo porque allá en el cielo la necesitaban más.

  La madre de Sarah y Muskar había fallecido al dar a luz a Sarah. Sus últimas palabras aún retumbaban en la memoria de Lip como campanas rotas: "Amado Lip, cuida de nuestros hijos. Ellos son lo más importante para mí." Y Lip, con lágrimas amargas, había prometido cuidar de ellos con todo su ser.

  —Papá... —murmuró Sarah, acariciando la mano de su padre—. ?Algún día la volveremos a ver?

  —Quizá —dijo él con un hilo de voz—. Pero mientras tanto, ella siempre vivirá en nosotros. En tus ojos... y en tu risa.

  La paz reinaba en las Tierras Oscuras. Sarah y Muskar jugaban en los jardines de la fortaleza, sus risas cristalinas resonaban en el aire como campanas de plata. Lip observaba desde lejos, sintiéndose un hombre afortunado a pesar de todo.

  Pero la tranquilidad se quebró como un cristal al ser golpeado por un martillo. Una presencia terrible se hizo sentir en el aire. La atmósfera se volvió densa, asfixiante, como si la misma esencia de la oscuridad se hubiera concentrado en un solo punto.

  La figura de Domia emergió de entre las sombras. Alta, majestuosa, con una capa negra que parecía devorar la luz. Su silueta irradiaba un aura oscura, una niebla carmesí que danzaba a su alrededor como si la realidad misma la rechazara. Sus ojos eran pozos profundos de malicia y determinación, dos lunas sangrientas en medio de un rostro tan bello como letal.

  Lip se alzó con una postura desafiante. Su capa ondeaba tras él, sus colmillos relucían bajo la luz de la luna roja que pendía como un ojo enojado en el firmamento.

  —Vete de mi territorio, Emperatriz Domia —rugió Lip, su voz brotando de sus entra?as como un trueno.

  Domia sonrió con la frialdad de un verdugo a punto de ejecutar su sentencia.

  —No puedo irme sin antes hacer algo —su voz se deslizó como un cuchillo de hielo por la piel de Lip—. He venido por tu peque?a hija.

  El aire se detuvo. Lip sintió que la sangre se le helaba, su mente un caos de pensamientos mientras sus ojos se encendían con furia.

  —?No permitiré que toques a Sarah! —exclamó con una furia tan pura que parecía incendiar el aire.

  Domia llevó una mano a sus labios y soltó una risa como el eco de un millar de almas condenadas.

  —Oh, Lip, no es lo que piensas. No quiero llevarme a tu hija... —su sonrisa se ensanchó con un deleite cruel—. Quiero su corazón.

  Lip rugió con la desesperación de un lobo herido. De sus manos surgieron garras afiladas como cuchillas, su energía vibrante y oscura irradiaba poder.

  —?Jamás permitiré que la lastimes! —su grito fue como una tormenta desatada, su voz quebró el silencio con brutalidad.

  Sarah, ignorando la amenaza que se cernía sobre ellos, corrió hacia su padre.

  —?Papá! —su voz era un ruego—. ?Qué está pasando?

  Lip se volvió hacia ella con pánico en sus ojos.

  —?Sarah, corre! ?Vete de aquí!

  Pero era tarde. Domia la había visto. La emperatriz inclinó la cabeza, sus labios curvándose en una sonrisa perturbadora.

  —Así que esta es la ni?a vampiro más prodigiosa de este lugar... —susurró con voz afilada, cada palabra impregnada de veneno.

  Lip no esperó más. Se lanzó contra Domia con un rugido que estremeció el aire. Sus garras cortaron la brisa con tal ferocidad que parecía desgarrar la misma realidad. Domia se movía con una elegancia burlona, esquivando cada golpe con la gracia de una sombra danzante.

  —Demasiado lento, Lip —murmuró ella con una voz que era un aliento helado.

  Lip conjuró una lámina de energía sanguínea y la lanzó con un gesto violento. Domia alzó una mano con indiferencia, y con un simple chasquido, la hoja se disipó como polvo al viento.

  —Patético —susurró ella con una sonrisa letal.

  Antes de que Lip pudiera reaccionar, Domia apareció detrás de él, su mano brillando con una luz rojiza, envolviéndolo en un dolor indescriptible.

  —?Sientes eso, Lip? —ronroneó Domia al oído del rey vampiro—. Es la impotencia... la desesperación.

  —Admiro tu valentía, rey vampiro. Pero eso no será suficiente.

  El golpe cayó como un martillo celestial. La energía oscura atravesó a Lip, lanzándolo contra el suelo con la fuerza de una estrella colapsando. La tierra tembló bajo el impacto, grietas de energía carmesí se extendieron como venas malditas. Domia se acercó a Lip con una tranquilidad escalofriante, su sonrisa intacta.

  —Eres fuerte, Lip. Pero no lo suficiente para detenerme. —Su voz era un eco siniestro, goteando veneno y burla.

  Lip la miró con odio, pero en su mirada había algo más... desesperación. Una angustia lacerante que perforaba su alma mientras su cuerpo se retorcía de dolor. Sentía cómo la realidad se desmoronaba bajo sus pies, como si el mundo mismo conspirara para aplastarlo.

  Lip, de rodillas, jadeaba mientras la sangre manchaba el suelo oscuro bajo él. Sus fuerzas se desvanecían, pero su mirada seguía ardiendo con la furia de un rey que no se doblegaría fácilmente. Sus manos temblaban, manchadas de su propia sangre, mientras apretaba los pu?os con la desesperación de un animal acorralado.

  Frente a él, Domia lo observaba con una sonrisa gélida, su silueta envuelta en un resplandor rojo oscuro que parecía devorar la luz.

  —Seré benevolente contigo, Lip —dijo con un tono casi divertido, pero con la crueldad danzando en su voz—. Ya que me diste una buena pelea, puedo ver que tu corazón es mucho más valioso que el de la ni?a. Así que hagamos un trato...

  Lip alzó la vista con dificultad, apretando los dientes. Su aliento era un jadeo roto, el pecho subiendo y bajando con esfuerzo.

  —?De qué hablas? —respondió, aunque su voz parecía más un gru?ido que una pregunta.

  Domia inclinó la cabeza levemente, como si estuviera disfrutando el momento. Sus ojos relucían con un placer perverso.

  —Entrégame tu corazón... y tu hija vivirá.

  Sarah sintió un escalofrío desgarrador al escuchar esas palabras. Observaba la escena con el corazón encogido, sus pu?os apretados hasta que sus u?as se clavaron en su piel. Era como si su sangre misma se congelara, atrapada en un miedo indescriptible.

  —?No! —gritó Sarah, su voz quebrándose como cristal. Su peque?o cuerpo temblaba, pero aun así se arrojó hacia adelante, dispuesta a interponerse entre su padre y aquella monstruosidad.

  —Sarah, no... —murmuró Lip, su voz rota por la desesperación. Sus ojos, normalmente fríos y calculadores, estaban ahora ba?ados en una tristeza infinita.

  Lip bajó la cabeza. Sus pu?os temblaban de impotencia. Sabía que el poder de Domia superaba por mucho al suyo. No tenía otra alternativa.

  Con una voz apenas audible, pero cargada de resignación, susurró:

  —Acepto.

  Domia sonrió, satisfecha. La oscuridad se arremolinaba a su alrededor como un manto de sombras vivas.

  —Eres inteligente, Lip. Así que este será nuestro trato...

  Pero Lip levantó la mano, interrumpiéndola.

  —Espera... deja que haga algo por última vez.

  La emperatriz entrecerró los ojos, divertida, como si aquel acto de desafío fuera un entretenimiento más.

  —Haz lo que quieras, pero que sea rápido. —Su tono era impaciente, un susurro afilado como cuchillas.

  Lip reunió sus últimas fuerzas y se levantó con torpeza. Su cuerpo dolía, su energía se desvanecía, pero en ese momento, nada importaba más que ella.

  Sarah.

  Se acercó a su peque?a hija, quien lo miraba con ojos llenos de terror e incredulidad.

  —Papá... ?Qué estás haciendo? ?No te rindas! ?Tú eres fuerte! —La voz de Sarah era un llanto desesperado, su llanto un río de angustia.

  Lip sonrió con una tristeza infinita. Acarició la mejilla de su hija con ternura, su pulgar limpió una lágrima que ya rodaba por su rostro infantil.

  —Perdóname, hija... este será mi último abrazo para ti. Cuídate, Sarah.

  La ni?a sintió cómo su mundo se derrumbaba al sentir los brazos de su padre rodeándola con fuerza. Era un abrazo que quemaba, que se clavaba en su piel como un recuerdo eterno. Pero también fue en ese instante que Lip cerró los ojos y canalizó su último hechizo.

  Selló los recuerdos de Sarah.

  El dolor recorrió su cuerpo como un torrente de espinas. Y luego, todo se volvió oscuridad.

  Lip se tambaleó y cayó inconsciente en el suelo. Sus subordinados, que habían permanecido ocultos hasta ese momento, corrieron hacia él con expresiones de horror.

  —?Mi se?or! ?Qué ha hecho?

  Lip, con su última pizca de energía, levantó la mirada hacia ellos. Su voz era apenas un susurro.

  —Lleven a Sarah a su dormitorio... y escúchenme bien.

  Los vampiros lo miraron con desesperación.

  —?Qué va a hacer, mi se?or?

  Lip cerró los ojos por un momento, luego los abrió con una resolución helada.

  —Esto es lo único que puedo hacer para proteger a Sarah y a Muskar. Quiero que los cuiden. Que los protejan. Adiós...

  Los subordinados abrieron los ojos con terror.

  —?No, mi se?or, por favor!

  Pero ya era tarde.

  Lip se acercó a Domia, quien sonreía con una satisfacción siniestra. Ella alzó una mano y, con un movimiento delicado, atravesó su pecho con una garra de energía negra. El grito de Lip se ahogó en su garganta cuando sintió cómo su corazón era arrancado de su cuerpo.

  Los subordinados rugieron con desesperación.

  —?Mi se?or, noooooooooo!

  Domia sostuvo el corazón palpitante en su mano, observándolo con fascinación.

  —Vaya... eras un gran vampiro, Lip.

  Su sonrisa se ensanchó y sus ojos brillaron con un placer perverso.

  —Tendrás que servirme... hasta que me canse de ti.

  —Resurrección por Contrato.

  Un aura oscura cubrió el cadáver de Lip. Su cuerpo, antes inerte, comenzó a temblar. Sus ojos se abrieron lentamente, pero ya no brillaban con la misma vida de antes. Ahora eran pozos vacíos de sumisión absoluta.

  Se levantó con rigidez y, con una voz monótona, dijo:

  —Mi se?ora, es un placer servirle.

  Domia se cruzó de brazos y asintió con satisfacción.

  —Tu deber es custodiar este lugar y mantenerlo bajo mi control.

  Lip inclinó la cabeza.

  —Eso haré, mi se?ora.

  La malicia de Domia era tan grande que ni siquiera permitió que Lip descansara en paz. Su crueldad no tenía límites. No solo derrotó al rey vampiro, sino que lo esclavizó en un destino peor que la muerte. Pero eso no fue suficiente para ella. Tras su victoria en las tierras oscuras, la devastación continuó. Domia, con su poder desbordante y su sed insaciable de destrucción, arrasó con dos reinos más: el reino de Teotia y el reino de Siel.

  Las llamas de su conquista se alzaban como pilares de desolación, consumiendo todo a su paso. Hombres, mujeres y ni?os fueron masacrados sin piedad. La sangre manchaba las calles, la desesperación se impregnaba en el aire como un veneno invisible. No había escapatoria. No había salvación. Domia era la sombra que devoraba todo rastro de esperanza.

  El reino de Marciler, su dominio absoluto, se convirtió en una tierra de maldad. Con un solo mandato, una muralla de obsidiana emergió de las entra?as de la tierra, dividiendo a los habitantes. Solo los nobles más poderosos, aquellos que se arrodillaban ante ella con servilismo, tenían derecho a vivir dentro de la fortaleza. Los demás... los demás quedaron a merced del caos y la miseria.

  Pero el peor acto de crueldad de Domia fue reservado para su propia sangre.

  Noor, su hermana menor, solo tenía catorce a?os cuando Domia decidió deshacerse de ella. La peque?a Noor, con su cabello pálido como la luna y sus ojos cargados de determinación, había comenzado a despertar su habilidad. Y Domia, siempre temerosa de cualquier amenaza, la encerró en una prisión en lo más profundo de su castillo. Un sello selló su destino, impidiéndole utilizar sus poderes. A?os de encierro, de soledad, de desesperanza, fueron impuestos sobre la joven, todo por el simple placer de Domia de ver a su hermana pudrirse en la oscuridad.

  Noor se arrodilló en el frío suelo de su celda, sus cadenas tintineando con cada movimiento. Sus labios estaban resecos, sus mejillas marcadas por la falta de sol. Pero en sus ojos ardía una llama que no se apagaba.

  —Algún día... —susurró, su voz apenas un aliento—. Algún día saldré de aquí, Domia. Y te haré pagar por todo.

  Su pu?o se cerró con fuerza, los nudillos palideciendo por la presión.

  En lo alto de su trono, Domia esbozó una sonrisa ladina, como si hubiese escuchado las palabras de su hermana incluso a través de las barreras de piedra y magia.

  —Me pregunto cuánto tiempo más podrás resistir, Noor —susurró para sí misma, con una burla sádica en su voz—. Tal vez debería visitarte pronto... sólo para recordarte quién es la reina.

  El destino estaba sellado. Noor estaba atrapada. Lip era un títere. Y Marciler... Marciler se había convertido en un reino de sombras donde la única ley era la voluntad de Domia.

  En la actualidad

  El campo de batalla ardía con los restos de la destrucción. Sarah y Domia se encontraban frente a frente, el aire vibrando con la tensión de su enfrentamiento inminente. La mirada de Sarah ardía con una furia inquebrantable, su cuerpo temblando de rabia contenida.

  —?Sabes, Sarah? —Domia rio con burla, cruzándose de brazos—. Deberías estar agradecida. Al final, fui benevolente al dejarte vivir.

  Sarah apretó los dientes, su respiración agitada por la furia que se acumulaba en su pecho.

  —Estoy viva porque mi padre decidió dar su corazón a alguien como tú… —sus ojos se llenaron de un brillo asesino—. Y eso… ?nunca te lo perdonaré!

  Sin más palabras, Sarah se impulsó hacia adelante con una velocidad vertiginosa. Su espada cortó el aire con un silbido agudo, dirigiéndose directo al cuello de Domia. Pero Domia solo sonrió y desvió el ataque con un simple movimiento de su mano, generando una onda de energía que forzó a Sarah a retroceder.

  —?Eso es todo? —se burló Domia, girando en su eje con gracia, liberando una cadena oscura que azotó el suelo y levantó una nube de escombros.

  Sarah apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que la cadena se enredara en su brazo. Un tirón brutal la arrastró por el suelo, pero antes de que Domia pudiera estrellarla contra las rocas, Sarah giró su espada con destreza, cortando la cadena y liberándose en el último segundo.

  —?No te confíes tanto! —rugió Sarah, girando en el aire antes de aterrizar y lanzarse nuevamente contra su enemiga.

  Domia chasqueó la lengua y dio un paso al costado, esquivando el tajo de Sarah con facilidad. Pero esta vez, Sarah había anticipado su movimiento. Con un giro inesperado, cambió la trayectoria de su espada en el último momento, logrando cortar una de las mangas del vestido de Domia.

  Por primera vez en toda la pelea, la sonrisa de Domia se desvaneció.

  —Interesante… —murmuró, llevando su mano a la tela rasgada. Luego, levantó la vista con una sonrisa siniestra—. Juguemos en serio entonces.

  Con un chasquido de sus dedos, múltiples lanzas de energía oscura surgieron del suelo, disparándose hacia Sarah como una tormenta de muerte.

  Sarah apenas tuvo tiempo de esquivar, girando entre las sombras y el fuego. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras evitaba cada ataque con una precisión milimétrica. Pero Domia no le dio tregua. Con un movimiento fluido, extendió su mano y lanzó una nueva cadena oscura que voló directo al cuello de Sarah.

  Sarah vio la cadena acercándose, sintió el peligro inminente… y en el último instante, giró su espada con una velocidad cegadora, desintegrando la cadena en una explosión de chispas.

  Las dos se quedaron quietas por un momento, observándose mutuamente. La tensión en el aire era sofocante.

  —Vaya, vaya… Esto se pone interesante —susurró Domia con una sonrisa torcida.

  —?Cállate! —rugió Sarah, su voz atravesando el aire con un filo cortante—. Te arrancaré la lengua antes de permitir que vuelvas a usarla para burlarte de mí.

  Domia levantó una ceja, fascinada por la furia que emanaba de su adversaria. Sus dedos jugueteaban con la energía oscura que se arremolinaba a su alrededor, como serpientes ansiosas por atacar.

  —Tanta pasión… —murmuró Domia con deleite—. ?Es eso lo que te dejó tu padre? ?Un deseo inútil de venganza? ?O acaso es tu manera patética de aferrarte a un recuerdo que ya no existe?

  Sarah gru?ó, sus manos apretando la empu?adura de su espada hasta que los nudillos se tornaron blancos.

  —No hables de él… Tú no tienes derecho.

  —Oh, claro que lo tengo. Después de todo, él me pertenecía como una marioneta. Su voluntad, su fuerza, su corazón… Todo eso era mío. —Domia rio con crueldad, sus palabras resonando como un martillo sobre el orgullo de Sarah.

  El odio de Sarah estalló en su pecho como un incendio. Se lanzó hacia adelante con una velocidad que rompía el aire a su paso. Cada golpe de su espada era un rugido de desesperación, una súplica salvaje por justicia.

  —?Por mi padre! ?Por todos los que has destruido! —gritó mientras su espada cortaba el aire con furia renovada.

  Domia respondió con una sonrisa perversa, su cuerpo moviéndose con gracia irreal mientras esquivaba los ataques. Pero incluso ella comenzaba a notar la intensidad de la ofensiva de Sarah.

  —?Así que es eso? —murmuró, su voz entremezclada con una risa oscura—. ?Vas a desafiarme con el poder del amor? Qué patético.

  Sarah no se detuvo. Sus músculos ardían, sus pulmones gritaban por aire, pero su determinación era como acero ardiente. Los destellos de las espadas chocando iluminaban la escena como relámpagos en una tormenta perpetua.

  La batalla estaba lejos de terminar.

Recommended Popular Novels