Biel sintió cómo la energía dentro de su cuerpo hervía como un volcán a punto de estallar. Su mirada se fijó con determinación en la figura monstruosa que flotaba frente a él: Belcebú, la Calamidad de la Desesperación. Con un rugido que desgarró el aire, Biel se impulsó hacia adelante, atravesando el campo de batalla como una ráfaga de oscuridad encendida.
—?Vamos, Belcebú! —gritó con furia.
El cuerpo de Belcebú, aunque herido por ataques anteriores, comenzaba a recomponerse lentamente. Las laceraciones y quemaduras se cerraban como si el tiempo mismo le obedeciera, y una siniestra sonrisa se dibujó en su rostro demoníaco.
—Pensé que serías un gran peligro —dijo con voz grave, como un eco surgido del abismo—. Pero solo accediste a más poder. Pensé que esa patada de hace unos momentos sería un golpe crítico, pero no fue nada… apenas una caricia.
Biel se detuvo a unos metros de él, jadeando, su pecho subiendo y bajando con esfuerzo. Sus ojos, te?idos de azul por su forma perfecta de Rey Demonio, chispeaban con furia contenida.
—La verdad… yo también pensé que ese golpe te haría gran da?o —confesó, cerrando el pu?o con frustración—. Pero fue en vano. Ahora comprendo qué tan fuerte eres. Aunque haya accedido a esta forma... no creo que pueda ganarte.
Llevó su mano a su cabello, pasándola por sus mechones desordenados. Su rostro se endureció con una determinación ardiente.
—Pero, aunque no pueda ganarte… no me rendiré.
Belcebú soltó una carcajada que retumbó como un trueno en el cielo.
—Impresionante, humano. Reconocer la superioridad de tu enemigo, y aun así alzarte contra él… eso es admirable. Pero inútil. Ahora mismo no estás en condiciones para derrotarme. Tal vez, dentro de unos miles de a?os, tengas una oportunidad.
—Es mucho tiempo… —respondió Biel con una sonrisa amarga—. Tal vez para entonces ya no esté vivo.
—Es verdad —asintió Belcebú con una expresión de lástima fingida—. Entonces tendré que matarte aquí y ahora.
Biel se puso en postura de combate, sus pies firmes sobre la tierra quebrada, su aura temblando con violencia.
—Aunque no tenga la oportunidad de acabar contigo, yo lo intentaré. Hasta el último aliento.
Belcebú extendió una mano y de su espalda emergió una hoja envuelta en oscuridad líquida: la espada de Domia, ahora corrompida con el aura de la Calamidad de la Desesperación. Era como si el metal llorara sombras, goteando muerte con cada segundo que pasaba.
Biel, sin titubear, alzo su espada de Fuego Helado. El fuego frio que la recubría crepitaba como una estrella furiosa, y el aura de la forma perfecta del Rey Demonio la envolvía como un dragón despierto.
Ambos se lanzaron al encuentro.
El impacto fue brutal. Las espadas chocaron con una fuerza que desgarró el cielo. Un destello cegador emergió del centro del golpe y la onda expansiva arrasó todo a su alrededor. La tierra se partió como cristal bajo una tormenta, la atmósfera se hizo pesada, como si el aire se hubiera transformado en plomo líquido. Rayos oscuros descendieron del firmamento, surcando el cielo como serpientes eléctricas.
La vegetación del lugar desapareció en un instante, calcinada o corrompida por la energía liberada. Era como si la vida misma huyera de la batalla.
Keshia, desde la distancia, había logrado poner a salvo a los demás creando una barrera de rayos, brillante y vibrante como un relámpago congelado en el tiempo. A pesar de la protección, los estruendos eran tan fuertes que hacían temblar el suelo como si un gigante invisible pisara la tierra con cada choque de espadas.
Acalia, Easton, Xantle y Sarah yacían inconscientes, mientras Calupsu, Ylfur y sus hermanos se esforzaban al máximo para mantener la barrera que Keshia había erigido.
—?No podemos permitir que esa cosa se acerque más! —gritó Ylfur, con el sudor empapándole la frente.
—?Concéntrense! —espetó Calupsu con los dientes apretados—. Keshia está gastando mucha energía manteniéndolos vivos… no podemos fallar ahora.
Dentro del campo de batalla, Biel y Belcebú seguían chocando como dos constelaciones colisionando. Cada movimiento era una sinfonía de caos y poder. Biel gritó con fuerza, liberando un corte de fuego que atravesó el cielo.
—?Colmillo de Llamas Heladas!
Belcebú giró sobre sí mismo, bloqueando el ataque con facilidad y contraatacó con una ráfaga de oscuridad que parecía devorar la luz misma.
—?Juicio de la Desesperación!
Ambas técnicas chocaron, generando una implosión de energía que rasgó el aire. El cielo, antes azulado, ahora estaba te?ido de tonos púrpura y negro, como si el mundo mismo hubiera entrado en duelo.
Biel jadeaba, sus brazos comenzaban a temblar, pero sus ojos… seguían tan firmes como el acero.
—?Eso es todo, Biel? —provocó Belcebú con burla—. ?Ya se acabó tu energía?
—No… —respondió Biel, con una sonrisa temblorosa—. Aún me queda algo...
Con un rugido que estremeció la tierra, Biel reunió todo su poder, la espada se envolvió en llamas blancas mezcladas con un núcleo de oscuridad. Era una contradicción viva: fuego y sombra bailando juntos.
—?último rugido del Rey Demonio! —exclamó Biel, lanzando una estocada con toda su alma.
El ataque impactó de lleno. La figura de Belcebú fue arrojada hacia atrás, atravesando varias colinas de piedra ennegrecida. El silencio reinó por un momento. El aire era denso, inmóvil.
Pero luego… la risa volvió.
—?Jajajaja! —Belcebú emergió de los escombros, sin un solo rasgu?o nuevo—. ?Qué hermoso espectáculo! ?Qué determinación más dulce! ?Y qué inútil!
Biel cayó de rodillas, jadeando. Su espada comenzaba a perder su brillo, su cuerpo temblaba, sus músculos clamaban por descanso.
Pero sus ojos… seguían brillando con la llama de quien no se rinde.
—No... he... terminado...
Belcebú lo miró con una mezcla de respeto y lástima.
—Te has ganado el derecho a morir como un guerrero, Biel. Y eso… no se lo concedo a cualquiera.
La batalla aún no terminaba.
Y aunque la esperanza pendía de un hilo… ese hilo todavía no se rompía.
Mientras el cielo se desgarraba por los choques de energía entre Biel y Belcebú, en las puertas devastadas de Lunarys, una brisa helada recorría los cuerpos aún aturdidos de Yumi, Charlotte, Gaudel, Vaer y Berty. La tierra vibraba como si un dios enloquecido caminara sobre ella. Poco a poco, los guerreros comenzaron a incorporarse, sacudiéndose los escombros, aún confundidos.
Yumi fue la primera en abrir los ojos completamente y, al alzar la mirada, su cuerpo se quedó congelado.
—?Qué… qué es eso…? —murmuró, clavando los ojos en la batalla que acontecía a la distancia.
Charlotte, tambaleándose, se acercó a ella, sujetándose de su hombro.
—?Qué pasa, Yumi? ?Por qué estás tan pálida?
Los labios de Yumi temblaban.
—Nunca pensé… que Domia tendría tanto poder… pero eso… eso ya no es ella. Eso es otra cosa.
Gaudel frunció el ce?o y activó su ojo mágico. Un resplandor azulado cubrió su pupila derecha. Analizó el campo donde la tormenta mágica rugía como una bestia desatada. Su cuerpo se tensó al instante.
—Una de esas auras… es la de Biel, sin duda. Pero la otra…
—?La otra qué? —preguntó Vaer, acercándose.
—Es desconocida… y peor aún —Gaudel tragó saliva—. Es diez veces más grande que la de Biel. Y eso que él está usando su forma perfecta de Rey Demonio…
Charlotte palideció.
—?Qué? No puede ser… ?Diez veces más?
—Díganme qué es lo que sucede —exigió Berty con el ce?o fruncido—. ?Por qué tienen esas caras?
Gaudel bajó la mirada, como si le costara pronunciar cada palabra.
—Esa cosa… no es humana. Domia cayó. Y de ella… nació algo mucho peor. Esa entidad... eso es una Calamidad viviente.
Charlotte dio un paso atrás, negando con la cabeza.
—??Qué?! ?Imposible! ?Déjame ver!
Gaudel asintió y, con un leve gesto, proyectó parte de lo que su ojo veía directo en la mente de Charlotte. Lo siguiente que ella sintió fue una punzada eléctrica que le recorrió la columna vertebral. El aura oscura y asfixiante que envolvía a Belcebú le atravesó el alma.
—?Mi hermanito está peleando con esa cosa! —gritó Charlotte, su voz quebrada—. ?Imposible!
Estaba desesperada. Dio media vuelta e intentó correr en dirección al campo de batalla, pero Yumi la sujetó con fuerza.
—?No! ?Charlotte, detente! ?No puedes!
—?Suéltame! ?Si no hacemos algo, mi hermanito podría morir en cualquier momento!
Yumi apretó los dientes, lágrimas escurriendo por sus mejillas.
—?No entiendes! ?Esa cosa… no es algo que podamos enfrentar! ?Ni tú ni yo! ?Nadie de nosotros puede!
Charlotte cayó de rodillas, sus manos temblaban.
—No puede ser…
Gaudel bajó la cabeza, su voz apenas un susurro.
—Es imposible que podamos hacer algo contra eso… Su poder es abismal… No pensé que esta absurda guerra despertaría algo así… Maldición…
Vaer miró al cielo, su expresión seria y dolida.
—?Cómo es que Biel… sigue peleando contra eso?
Gaudel apretó los pu?os. Su mente volvió a aquellos días en el gremio, cuando conoció a un joven que apenas entendía el uso de su poder, pero que irradiaba un fuego indomable.
—Nunca pensé que Biel llegaría a ser tan fuerte —dijo, con una sonrisa amarga—. Cuando lo conocí, apenas y podía compararse conmigo… ya me superaba, pero no tanto… Ahora… ahora está a a?os luz de mí.
Yumi lo miró con sorpresa.
—?Tú… lo reconoces?
—Sí. —Gaudel levantó la vista, con una mezcla de orgullo y tristeza—. Ahora él es cien veces más fuerte que yo. Y esa cosa con la que está peleando… es diez veces más fuerte que Biel.
Charlotte apretó los dientes, las lágrimas corriendo por sus mejillas. —Entonces… ?somos solo hormigas ante esos titanes?
Gaudel asintió lentamente.
—Somos hormigas… Sí. Pero Biel está ahí, luchando con todo. Incluso sabiendo que no puede ganar… sigue de pie.
Un viento cargado de polvo y ceniza sopló entre ellos. La ciudad temblaba a la distancia con cada choque de energías. Las luces del amanecer no lograban atravesar la cúpula oscura que envolvía el campo de batalla.
Berty cerró los ojos un instante.
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—No me gusta sentirme inútil… pero Gaudel tiene razón. Lo único que podemos hacer… es confiar en él.
Vaer apretó los dientes, con los ojos llenos de impotencia.
—Biel… sé que puedes hacerlo. Aguanta.
Charlotte se puso de pie lentamente. Su rostro estaba empapado en lágrimas, pero su mirada había cambiado. Ahora brillaba con algo más que miedo: esperanza.
—No voy a rendirme. Biel nunca lo haría. Así que no pienso quedarme aquí de rodillas.
Yumi la observó con sorpresa.
—?Qué piensas hacer?
—Prepararme —respondió Charlotte—. Porque cuando esa cosa caiga… cuando Biel lo logre… vamos a necesitar estar listos para lo que venga después.
Gaudel sonrió apenas.
—Entonces… entrenemos. Aunque no podamos hacer nada ahora… el ma?ana aún es nuestro.
Y así, a las puertas de Lunarys, entre temblores y sombras, los corazones de los que quedaban comenzaban a arder de nuevo, como brasas que se niegan a extinguirse.
Porque si Biel no se rendía… ellos tampoco lo harían.
En lo alto del Umbral de los Dioses, un espacio suspendido en la infinitud entre planos, donde el tiempo fluye como un río inabarcable y las estrellas susurran los secretos del universo, los dioses se encontraban reunidos. La atmósfera, usualmente serena y majestuosa, temblaba con un silencio contenido. Las miradas de los inmortales se dirigían hacia el gran Espejo Cósmico que flotaba en el centro del recinto. Allí, reflejada con una nitidez aterradora, se desplegaba la batalla entre Biel y Belcebú.
El primero en romper el silencio fue Nyxaris, la diosa de las sombras. Su voz surgió como un susurro entre las sombras danzantes que la rodeaban.
—?Cómo es posible…? —sus palabras resonaban como un eco oculto—. Una Calamidad ha despertado… y peor aún, se ha manifestado en la Tierra.
Orivax, el dios de la sabiduría, de ojos infinitos y barba compuesta de hilos de conocimiento, asintió lentamente.
—La Calamidad de la Desesperación… —dijo con gravedad—. Nace del vacío más profundo… donde aquel ente se encuentra. Es muy posible que las Calamidades no sean fenómenos naturales... sino creaciones. Creaciones suyas. Puede que alguno de sus antiguos sirvientes haya plantado la semilla en Domia hace a?os, esperando este preciso momento.
El Espejo brilló con una pulsación sombría cuando Belcebú lanzó un corte que sacudió el plano terrestre.
Solaryon, dios de la luz, apretó los pu?os. Su corona de sol parpadeó con intensidad.
—A este ritmo… Biel morirá. Lo que enfrenta no es como los enemigos del pasado. Esta criatura... ?esto está más allá de cualquier maldad que haya conocido! ?Ni siquiera con poder de Rey Demonio podría lidiar con esta aberración!
Thalgron, el dios de la guerra, rugió con molestia. Su armadura resonó como un trueno que despierta a las monta?as dormidas.
—?La guerra me emociona! ?Me enardece! Pero esto... —apretó los dientes—. Esto no me gusta para nada. Si las Calamidades son casi iguales a nosotros en poder... un humano, por más Rey Demonio que sea, no podrá vencerlo.
Elaris, diosa de la vida, miraba con tristeza la escena, sus cabellos flotando como raíces de un árbol eterno.
—Si esto continúa… la vida misma comenzará a desvanecerse en la Tierra. Cada segundo que esa criatura respira, miles de almas tiemblan. La desesperación se extiende como una plaga.
Arselturin, el dios de la muerte, se mantenía en silencio, hasta que abrió sus ojos de obsidiana.
—Veyrith —murmuró—. Tú… como dios del Vacío. ?Qué sabes de este ser? ?Por qué creó estas Calamidades? ?Cuál es su propósito?
Veyrith, envuelto en un manto de negrura absoluta que devoraba la luz, alzó la mirada con solemnidad.
—él… no está dentro de mis dominios. Fue sellado más allá del Vacío… en un lugar que ni siquiera yo puedo alcanzar. Allí, el tiempo y la existencia colapsan. Las Calamidades... son ecos de su voluntad, fragmentos de su esencia. No son entidades individuales. Son... extensiones.
Un silencio mortal se apoderó del Umbral. Incluso el tiempo pareció contener la respiración.
Chronasis, el dios del tiempo, se alzó. Su cuerpo era una figura etérea en constante transformación, como un reloj cósmico.
—Ya se los advertí —dijo con voz reverberante—. Esta línea de tiempo es imposible de ver. Está fragmentada, oculta. No puedo observar el futuro… no puedo predecir el destino de Biel… ni el del mundo.
Solaryon caminó en círculos, inquieto.
—?Y los Rifilser? —espetó—. ?Por qué no han intervenido? Como aquella vez… cuando Monsfil ayudó a Biel tras su primera muerte. ?Dónde están ahora?
Nyxaris negó con la cabeza, cruzando sus brazos.
—Ellos están por encima de nosotros, Solaryon. Se mueven por motivos que ni siquiera nosotros podemos comprender. Tengo entendido que fue solo uno quien intervino la última vez. Los otros dos no lo hicieron. Tal vez… el que intervino fue castigado.
Elaris frunció el ce?o, sus ojos llenos de compasión.
—Entonces, si ellos no actuarán… tendremos que hacerlo nosotros. Y si somos castigados por interferir… entonces aceptaremos el castigo. Todo sea por la voluntad de Aetherion… el Creador. Si Biel es su carta maestra, ?debemos protegerlo!
Orivax alzó una mano de repente.
—?Esperen…! ?Miren eso! ?Qué es…? Esa energía…
Todos los ojos se giraron hacia el Espejo. La escena cambió. Biel, de rodillas, sangrando, con el cuerpo casi exhausto… estaba levantando su mano derecha al cielo. Un nuevo núcleo de poder emergía de su pecho. Una energía tan antigua como el universo mismo... y tan peligrosa como el final de los tiempos.
—?Eso… no puede ser! —exclamó Solaryon, retrocediendo un paso.
Nyxaris se cubrió los labios con horror.
—?Qué estás haciendo, Biel…? Esa energía… ?esa es…!
Veyrith entrecerró los ojos, su voz casi un murmullo.
—Esa… es la Energía Primordial del Vacío… ?Cómo… cómo es que un mortal…?
Chronasis se estremeció.
—?Eso no estaba en ningún registro temporal…! ?Esa energía no debería existir en esta línea!
Thalgron dejó caer su espada astral al suelo del Umbral.
—?Ese loco… va a intentar abrir un conducto al Núcleo del Vacío! ?Está arriesgando su existencia… su alma… su todo!
Elaris lloraba en silencio, con las manos juntas en plegaria.
—Biel… ?qué vas a hacer…?
Una explosión sacudió el Espejo. Biel gritó con todas sus fuerzas. Su cuerpo comenzó a desintegrarse, como si la propia realidad estuviera resistiéndose a lo que él intentaba hacer. Pero aun así… continuó.
—?No me importa si muero! —gritó Biel desde el campo de batalla—. ?Si este poder puede hacerle da?o a esa cosa… entonces lo usaré!
Belcebú retrocedió por primera vez. Sus ojos se abrieron, no por miedo… sino por reconocimiento.
—Esa energía… —murmuró—. ??Dónde la obtuviste…?! ?No es posible…!
El Umbral entero temblaba. Los dioses se miraban unos a otros.
Solaryon habló con urgencia.
—?Tenemos que sellarlo! ?Si Biel sigue así, podría romper el tejido mismo del mundo!
Orivax negó con la cabeza.
—No. Si intervenimos ahora… lo detendremos. Pero también impediremos que ocurra lo que el destino ha tejido en este punto exacto. Tal vez… solo tal vez… Biel pueda sobrevivir.
Elaris se adelantó un paso, su voz fue un eco de esperanza y temor.
—Aetherion… si estás ahí… protege a tu elegido…
El Umbral quedó en silencio absoluto. Todos los ojos, inmortales y eternos, se mantuvieron fijos en la imagen de un humano… un simple humano… que desafiaba a una Calamidad con el poder del Vacío en sus manos.
Y esa fue la primera vez que los dioses… sintieron miedo por el destino del mundo.
Minutos antes de que el cielo se rasgara con el surgimiento de la energía primordial, Biel yacía de rodillas sobre el campo arrasado. El suelo bajo él era una amalgama de tierra rota, sangre y cenizas. Su respiración era errática, cada exhalación un grito silencioso de su cuerpo al borde del colapso. El poder de su forma perfecta de Rey Demonio lo estaba dejando… lentamente, como arena que se escapa entre los dedos.
Su visión comenzaba a nublarse, y en ese instante, en medio del caos, una voz reverberó en su mente. No era humana. No era demoníaca. Era algo más antiguo… algo insondable.
—Chico… te prestaré mi poder.
La voz era grave, profunda, y al mismo tiempo... inquebrantablemente serena.
—úsalo con cuidado. Primero expúlsala. Al mismo tiempo, conéctate con ese poder y canalízalo. Dirige todo hacía tu espada. Sé que esa espada… es Aine. Ella podrá soportarlo.
Biel abrió los ojos de par en par, el sudor mezclado con sangre corría por su rostro.
—?Cómo… cómo es que me conoces? —pensó con dificultad—. ?Cómo sabes sobre Aine…?
No hubo respuesta inmediata. Solo un silencio que pesaba más que mil monta?as.
Pero Biel entendió. Aquel ser no era un aliado, ni un enemigo. Era una entidad que simplemente… observaba. Y por alguna razón, lo había elegido.
Entonces, con un rugido que parecía venir desde sus entra?as, Biel se irguió. Cada fibra de su cuerpo gritaba. Su piel comenzaba a agrietarse, su carne chispeaba como metal al rojo vivo expuesto al hielo.
—?No me importa si muero! —gritó Biel al vacío y al universo mismo—. ?Si este poder puede hacerle da?o a esa cosa… entonces lo usaré!
Desde las profundidades de su ser, una nueva energía emergió. No era fuego, ni hielo, ni oscuridad. Era… Vacío. El concepto mismo de la ausencia absoluta, concentrado en una forma tan densa que se sentía como el fin de todas las cosas.
Belcebú, por primera vez, dio un paso atrás. Sus pupilas se contrajeron.
—Esa energía… —susurró—. ??Dónde la obtuviste…?! ?No es posible!
Una explosión sacudió el campo. El cielo se rasgó. Las nubes fueron absorbidas como si el firmamento colapsara sobre sí mismo. Biel gritaba. Su cuerpo comenzaba a desintegrarse a nivel molecular. Pedazos de su piel flotaban como polvo de estrellas, y sin embargo… su espada, Aine, seguía absorbiendo aquella energía primordial.
—?Eres un necio! —bramó Belcebú—. ?Esa energía no es para un mortal! ?Ni siquiera para un demonio! ?Solo Void Lurker podía usarla sin perder la existencia!
Pero Biel no escuchaba. Su voz interna gritaba más fuerte que cualquier advertencia.
—?Cállate! ?No necesito ser un dios ni un demonio para proteger a los míos!
La resonancia comenzó a estabilizarse. La energía dejó de fluir sin control y comenzó a girar alrededor de Aine. La espada cambió. Su forma ardiente y glacial fue reemplazada por un núcleo neón resplandeciente, como si una galaxia hubiera sido sellada en su hoja.
Belcebú retrocedió un paso más.
—?Imposible! ?Un humano no puede… no puede contener ese poder…!
Biel respiró hondo. Su pecho aún sangraba, sus piernas temblaban… pero sus ojos brillaban con una convicción que desafiaba la lógica.
—Antes de que mi cuerpo se desintegre… —dijo entre jadeos— usaré este poder para derrotarte.
Sin previo aviso, Biel se lanzó hacia Belcebú con una velocidad que rompió la barrera del sonido. El golpe llegó antes que la imagen. Belcebú, sorprendido, trató de bloquear… pero al chocar espadas, la suya se quebró. El crujido fue como una sinfonía de cristales malditos rompiéndose.
—??Qué…?! ?IMP-OSIBLE! —gritó Belcebú, con los ojos desorbitados—. ??QUIéN ERES, MALDITO HUMANO?!
Desesperado, Belcebú rugió con todo su poder. Su cuerpo comenzó a cambiar, más oscuro, más monstruoso, canalizando toda la energía que le quedaba. La tierra entera tembló. No solo el campo de batalla. Todo el planeta. Monta?as colapsaron, mares se alzaron, los cielos se agrietaron con relámpagos negros.
Biel observó aquello y supo… si no hacía algo ahora, toda la Tierra sería arrasada.
—No me dejas opción… —susurró.
Entonces, extendió su mano libre hacia el espacio vacío… y lo cortó. Una fisura negra surgió en el aire. La “Dimensión Cero”, un plano creado por él mismo. Un mundo donde todo está bajo su control. Donde la realidad no tiene voz, y solo su voluntad existe.
Con un parpadeo, Biel y Belcebú desaparecieron dentro de esa grieta.
Keshia, Calupsu, Ylfur y los demás observaron con horror.
—??Qué… qué fue eso?! —exclamó Keshia—. ?Biel! ?Desapareció…!
A lo lejos, en las puertas de Lunarys, Charlotte y Yumi observaron cómo ambas auras —la de Biel y la de Belcebú— se desvanecían como si nunca hubieran existido. El silencio se hizo más abrumador que cualquier estruendo.
Charlotte cayó de rodillas.
—No… no puede ser…
Yumi también se dejó caer, lágrimas recorriendo su rostro.
—Ambos… se han ido…
—?No! —gritó Charlotte—. ?No me digan que murió! ?él no puede… no puede haberse ido así…!
Gaudel apretó los dientes, sintiendo un vacío inexplicable en el aire.
—No hay rastro… no queda nada. Ni una chispa de aura… ni una partícula mágica.
Berty, Vaer y los demás bajaron la cabeza en se?al de respeto.
—Biel… lo diste todo —susurró Vaer.
Y así, por primera vez desde que comenzó la guerra… el mundo se quedó en silencio. Como si estuviera de luto. Como si la misma existencia contuviera la respiración… esperando saber si el precio pagado había sido suficiente.
Y el nombre de Biel… comenzó a resonar en los corazones de todos.
No como un héroe.
Sino como un mito viviente que enfrentó a una Calamidad… y desapareció en el intento.
En el Umbral de los Dioses, donde las galaxias se formaban como pensamientos y el tiempo fluía como una sinfonía eterna, un silencio absoluto dominaba el espacio sagrado. Los dioses, acostumbrados a lo impensable, a lo inexplicable y lo eterno, ahora se encontraban estupefactos. El Espejo Cósmico, que mostraba el flujo de todos los mundos, había quedado ciego.
Solaryon, dios de la luz, fue el primero en hablar. Su voz, siempre firme como el alba, ahora temblaba con una luz tenue.
—Desaparecieron… —susurró—. Biel… Belcebú… ambas energías… ?ambas se extinguieron sin dejar rastro!
Nyxaris, envuelta en su niebla de sombras danzantes, miró fijamente el Espejo, como si se negara a aceptar la realidad.
—Esto no tiene sentido. Ni siquiera la muerte puede ocultarse del Espejo. ?Cómo es posible que ni siquiera sus almas dejen huella…?
Orivax, cuya sabiduría abarcaba eras enteras, frunció el ce?o con una seriedad desconocida.
—No fueron destruidos… —dijo, con voz lenta y profunda—. Fueron… trascendidos. Biel no murió. Creó una Dimensión Cero, una existencia aislada del plano real. Es un espacio entre la existencia y la inexistencia… un no-lugar donde las leyes de la realidad son moldeadas por su voluntad.
Thalgron, con el rostro endurecido, golpeó con fuerza el suelo celestial, haciendo retumbar las columnas del Umbral.
—?Maldita sea, Biel! ?Eso fue una locura! ?UNA MALDITA LOCURA! ??Sabes lo que implica sellarse con una Calamidad en un plano que solo tú puedes controlar?! ?Es un suicidio disfrazado de sacrificio!
Elaris cayó de rodillas. Lágrimas de luz manaban de sus ojos esmeralda, cada una cayendo al vacío como estrellas moribundas.
—Lo hizo… por todos. Por la vida… por los suyos. Por nosotros también. Nadie ha hecho algo así en millones de a?os.
Arselturin, dios de la muerte, se mantuvo en silencio. Pero en su expresión había algo… respeto. Profundo y absoluto.
—Ni siquiera yo… puedo saber si está muerto o vivo. Su alma ya no me pertenece.
Veyrith, el dios del vacío, dio un paso hacia el borde del Umbral. El abismo que lo rodeaba se agitó como un mar embravecido.
—Lo logró… canalizó una porción de la energía primordial… y sobrevivió lo suficiente para encerrar a una Calamidad. Si aún vive, está solo, aislado, en una realidad sin tiempo… enfrentándose eternamente a Belcebú.
Chronasis cerró los ojos. Las manecillas de su corona dejaron de moverse por un instante.
—He visto todos los futuros… pero nunca vi este. Ese acto… rompió la línea. Es como si hubiese creado un nuevo eje temporal, uno que ni siquiera yo puedo predecir. Biel se ha convertido en un punto de inflexión para la existencia misma.
Solaryon apretó los dientes, su luz ahora oscilaba como una vela en tormenta.
—?Y ahora qué? ?Nos quedaremos aquí como simples espectadores? ?Ese humano cambió el curso de la historia con un acto de puro sacrificio!
Nyxaris asintió lentamente.
—Lo que hizo… fue divino. Tal vez más que cualquiera de nosotros.
Orivax bajó la cabeza, pensativo.
—Aetherion… debe haberlo previsto. Tal vez Biel era más que una carta maestra. Tal vez era… la última chispa de creación frente al olvido.
Thalgron se cruzó de brazos, su mirada ardiendo.
—No puedo creer que un simple humano… haya hecho lo que muchos de nosotros jamás se atrevieron.
Elaris se incorporó, sus lágrimas aun brillando.
—No fue un simple humano, Thalgron. Fue Biel. Y esa diferencia… lo cambió todo.
Veyrith levantó una mano y una peque?a grieta apareció en el aire. Una vibración imperceptible recorrió el Umbral.
—Hay un eco… una resonancia en el Vacío. Una se?al… minúscula. Como una chispa que se niega a apagarse. Tal vez… solo tal vez… aún queda una esperanza.
Arselturin ladeó la cabeza.
—?Esperas que regrese?
Veyrith cerró la grieta con un gesto sutil.
—No. Pero tal vez, un día… el Vacío lo devuelva.
El Umbral volvió a sumirse en silencio. Pero ya no era un silencio de incertidumbre. Era uno de luto… y de respeto.
Chronasis alzó su bastón.
—Declaro este punto como un nuevo pilar del tiempo. A partir de hoy… esta fecha será conocida como “El Eclipse del Héroe”. Un evento que marcó el fin de una era… y el inicio de otra.
Todos los dioses asintieron solemnemente.
Y allí, en la eternidad del Umbral, el nombre de Biel fue inscrito con fuego celestial en el Gran Mural del Destino. No como un dios. No como un demonio. Sino como algo más raro, más poderoso y más puro.
Como un humano… que se atrevió a enfrentar lo imposible.
Y aunque no se sabía si alguna vez volvería… todos, incluso los dioses, sabían que su historia… jamás sería olvidada.