El campo de batalla era una sinfonía de caos. El cielo, desgarrado como un lienzo de papel rasgado por garras invisibles, continuaba rugiendo mientras nubes negras giraban en espirales ominosas sobre Lunarys. La tierra temblaba, llorando por la masacre inminente, y los escombros danzaban en el aire como si la gravedad misma hubiera decidido abandonarlos.
Domia estaba de pie en el centro de la devastación, su figura envuelta en un aura carmesí que palpitaba con una furia viva. Su rostro, antes sereno y calculador, se deformaba con desesperación y odio. Había perdido a los Novas, sus leales pilares de destrucción, y sus enemigos no solo habían resistido, sino que se multiplicaban. El poder de Biel había crecido. Ya no era solo un humano con una chispa divina, era un torbellino de oscuridad y determinación.
—?Esto no puede estar ocurriendo! —gru?ó Domia, con la voz quebrada entre la ira y el pánico. Sus ojos ardían con un rojo antinatural, como brasas encendidas por el mismo infierno.
Biel, en contraste, estaba en calma. Su figura irradiaba una presencia aplastante. La forma semi perfecta del Rey Demonio lo envolvía con sombras serpenteantes, como si una entidad ancestral respirara a través de él. Su cabello flotaba con un viento que solo él sentía, y sus ojos, de un carmesí profundo, miraban directamente a la emperatriz caída con una serenidad escalofriante.
—Tenemos que terminar con esto de una vez por todas —dijo Biel, su voz resonando como el eco de un trueno contenido. Cada palabra suya caía como un martillazo sobre la tensión del ambiente.
A su lado, los refuerzos habían llegado como un torbellino de esperanza. Ylfur, el caballero oscuro, pisaba el campo con la gravedad de un coloso antiguo. Sus hermanos, Nübel y Fuhrich, se alineaban junto a él con rostros tan serios como la muerte. Palser y Calupsu, demonios de alto rango, se colocaban en formación. Raizel, Acalia y Ryder habían regresado al combate, mientras Easton y Xantle protegían con fiereza a Sarah, cuyo cuerpo inconsciente yacía en una cámara de protección mágica.
Domia los escaneó a todos con ojos que chispeaban locura. El mundo a su alrededor comenzaba a perder sentido. ?Había hecho un pacto con las tinieblas para obtener el poder definitivo y aun así estaba perdiendo terreno!
—?Ustedes morirán! —gritó, su voz rompiendo el aire como vidrio hecho trizas—. ?Yo no caeré en este lugar! ?Yo gobernaré por la eternidad! ?No me importa nada! ?Si pierdo mi alma, si dejo de ser yo misma... ?lo cambiaré todo por poder!
La atmosfera se quebró. El cielo chilló. Un espasmo de energía oscura surgió desde el corazón de Domia, elevándola unos metros del suelo. Su cuerpo comenzó a ser envuelto por una segunda capa de aura: una que ya no era magia común. Era la encarnación de una divinidad profana.
Biel frunció el ce?o. Pudo sentirlo.
—Retrocedan. —Su voz fue baja, pero resonante. Todos obedecieron al instante, como si su voluntad se hubiera vuelto ley universal.
La atmósfera se tornó cortante. Literalmente.
Nübel, la hermana de Ylfur, fue la primera en advertirlo.
—Esa aura... tiene filo. —Su voz tembló levemente. El aire en torno a Domia ya no solo era magia: era una cuchilla omnipresente.
Palser, siempre escéptico, lanzó una esfera oscura como prueba. Esta se acercó a Domia y, al rozar su aura, fue seccionada limpiamente antes de explotar en un estallido disperso.
Un escalofrío recorrió a todos los presentes.
—Es real... —murmuró Calupsu con incredulidad.
Domia abrió los ojos. Ya no eran humanos. Eran dos estrellas negras ardiendo desde un abismo infinito. Su respiración era tranquila, pero la energía a su alrededor era puro frenesí.
Y entonces, sin previo aviso, miles de espinas de sangre brotaron del aire como si el mismísimo plano de la realidad se hubiera convertido en un nido de horrores. Se extendieron en todas direcciones, como una plaga carmesí movida por una voluntad sedienta de muerte.
—?Cúbranse! —gritó Biel, creando un escudo titánico de sombras cristalizadas. Una cúpula que rodeaba a todos.
Las espinas impactaron contra el escudo con un sonido similar al de un millar de espadas golpeando metal incandescente. El escudo vibraba, crujía, se agrietaba. Y algo más...
Raizel jadeó. —?Nos están drenando la energía!
Las espinas, al impactar, absorbían la fuerza vital de los presentes. La energía se elevaba en forma de hilos etéreos hacia una esfera carmesí que flotaba cerca de Domia. ésta latía como un corazón demencial, acumulando cada gota de vida robada.
Domia sonreía. Sus labios, manchados de sangre, se curvaban con una arrogancia divina.
—No pueden escapar de mí... —susurró, su voz resonando en la mente de todos como un eco que surgía desde el interior del alma.
Biel, con el rostro tenso, observaba el escudo romperse poco a poco. Una gota de sudor resbaló por su mejilla.
—No resistirá mucho más... —admitió, apretando los dientes. —Necesitamos una solución ya.
Ylfur, siempre imponente, dio un paso adelante.
—Si esa esfera está acumulando poder, entonces... tenemos que destruirla antes de que se complete.
Fuhrich asintió, desplegando sus alas etéreas.
—Yo puedo llegar hasta ella. Cubridme.
—No vayas solo —replicó Nübel. —Voy contigo.
La decisión fue rápida. Biel reforzó el escudo un segundo más, lanzó una oleada de sombras ofensivas para cubrir el movimiento de los hermanos, y el campo de batalla se convirtió nuevamente en un torbellino de caos.
Pero algo era seguro:
Domia ya no era la emperatriz.
Se había convertido en una calamidad.
Y ese día, en el umbral del fin, el mundo conocería el juicio carmesí.
La Domia de antes había desaparecido. No quedaba rastro de aquella mujer que se autoproclamaba emperatriz de un mundo sumido en el caos. Lo que se erguía ahora en su lugar era algo distinto, algo profano. Una aura de oscuridad pura la envolvió como un manto viviente, y su cuerpo comenzó a cambiar. La carne de humana dio paso a una forma de energía pura; su armadura se desintegró para dar lugar a un ropaje etéreo que palpitaba con esencia maldita. Su cabello, antes negro como la noche, se tornó blanco como la ceniza del último incendio del mundo.
El silencio se hizo pesado. Todo se detuvo. Como si el tiempo mismo contuviera el aliento.
Y entonces, aquella figura habló:
—Así que este fue el cuerpo que me otorgaste... Nada mal para ser de una humana cruel y caótica.
Su voz no era la de Domia. Era más profunda, más antigua, y retumbaba en las mentes como un susurro rasgando la razón. Biel dio un paso hacia adelante, con el ce?o fruncido y la garganta seca.
—?Quién eres...? ?Tú no eres Domia!
La criatura giró lentamente su cabeza hacia él. Sus ojos, ahora dos abismos de desesperanza, lo atravesaron con una mirada que parecía diseccionar su alma.
—Por supuesto que no lo soy. Mi nombre es Belcebú, la Calamidad de la Desesperación.
Un escalofrío recorrió la espalda de Biel. Aquellas palabras... no solo significaban que Domia había perdido, sino que algo mucho peor la había suplantado. Un ente nacido del sufrimiento puro, un dios oscuro alimentado por la ruina emocional.
—?Calamidad de la desesperación...? —murmuró Biel, tragando saliva con dificultad.
Belcebú sonrió con una boca que no conocía empatía.
—Los humanos son lentos para comprender. Esta mujer, hace a?os, hizo un pacto con alguien importante para el Mizui. Le otorgó poder... pero no le contó todo. No le dijo que ese poder venía de mí. Le di parte de mi esencia, y con el tiempo, me abrí paso en su cuerpo. Como soy la calamidad de la desesperación... solo necesitaba que ella cayera en ese estado. Y lo ha hecho.
Extendió los brazos, como celebrando su liberación.
—Ahora Domia ya no existe. Solo quedo yo.
Biel dio un paso atrás. No sabía qué decir. Su mente, acostumbrada a escenarios extremos, no encontraba un punto de partida ante aquella verdad.
Palser apretó los pu?os.
—?No lo permitiré!
Sin pensar, se lanzó al frente como una flecha de furia. Biel extendió el brazo para detenerlo, pero fue demasiado tarde.
—?Palser, no!
El demonio de alto rango se abalanzó sobre Belcebú, su energía condensándose en una esfera que brillaba con intenciones letales. Pero no llegó a dar el golpe. Belcebú apenas alzó una mano.
—Ustedes nunca estarán a mi nivel.
Con un simple gesto, como si moviera una pluma en el aire, una hoja invisible cortó el cuerpo de Palser en dos.
Un instante. Un solo instante bastó para dividir su existencia. El cuerpo de Palser se detuvo en el aire, flotando un segundo ante de que ambas mitades cayeran con un sonido hueco y cruel. La sangre brotó como manantial profanado, y la tierra bebió su esencia con un silencio respetuoso.
Calupsu cayó de rodillas.
—N-no... ?Palser!
Sus ojos se llenaron de lágrimas, y su grito fue más desgarrador que mil espadas. Los demás observaban en silencio, congelados. Nadie se movía. Nadie podía creerlo. Palser, un demonio de alto rango, uno de los pilares de la resistencia... había sido cortado como un simple tallo de hierba.
Acalia se llevó una mano a la boca, horrorizada. Ryder bajó la mirada, con los pu?os temblando. Nübel apretó los dientes hasta casi romperlos, y Ylfur no dijo una palabra, pero sus ojos se nublaron de ira contenida.
Belcebú contempló la escena con regocijo. Se relamía en el dolor ajeno como un dios pagano celebrando su tributo.
—?Esto es solo el principio! —bramó con una risa rota—. Haré que este mundo entero entre en desesperación. ?Y cuando eso ocurra, ninguno de ustedes será necesario! Ni dioses. Ni reyes. Ni demonios. Solo el caos eterno.
Biel cerró los pu?os con fuerza. Las sombras a su alrededor vibraron, agitadas por su rabia. Pero incluso él sabía que ahora mismo... estaba en desventaja.
—Tenemos que pensar... —murmuró Raizel con voz tensa—. Biel, este enemigo no es como los demás. Esto no es magia... es algo más.
Biel no respondió. Pero sus ojos, brillando con intensidad demoníaca, no se apartaban de Belcebú. Podría ser una calamidad... pero si había una chispa de esperanza, no permitiría que el sacrificio de Palser fuera en vano.
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Porque ese día... había dejado de ser una batalla.
Era el inicio de una guerra contra lo inevitable.
El cuerpo de Palser yacía inerte sobre la tierra ennegrecida, cortado en dos por la voluntad indiferente de una calamidad. Su sangre se había fundido con la tierra, como tinta derramada sobre un pergamino maldito. La vida se había evaporado como una llama expuesta a un vendaval. Sus ojos, abiertos, vacíos, reflejaban la eternidad del silencio.
Acalia que contaba con la habilidad de resurrección lo podía revivir, pero una voz la interrumpió.
—No pierdas tu tiempo.
Era Belcebú. Su sonrisa era la de un verdugo que disfruta del eco del hacha.
—Si tratas de revivirlo, será en vano. Su alma fue devorada por mi calamidad.
Biel giró lentamente hacia él, con el rostro endurecido por la duda.
—?Qué estás diciendo...? ??Devoraste su alma?!
Belcebú asintió, su tono cargado de una calma escalofriante.
—Sí. Fue un regalo encantador. Su alma fue consumida por mi esencia. Ya no hay regreso para él. Ya no podrá volver. Está perdido para siempre.
El mundo se detuvo para Calupsu. De rodillas, con el rostro desencajado por el dolor. Las lágrimas surgieron sin permiso, recorriendo sus mejillas como ríos de pena ancestral. Sus recuerdos lo golpearon como relámpagos: la primera vez que vio a Palser en el Inframundo, ambos ni?os en un mundo de sombras. Palser había sido luz entre tinieblas. A pesar del entorno, había reído. Había so?ado. Había luchado a su lado, hasta convertirse en un demonio de alto rango. Y ahora, ese mismo amigo había desaparecido. Para siempre.
—Palser... —susurró con voz rota. —No puede ser...
El dolor se convirtió en furia. Una furia primitiva, desgarradora. Calupsu rugió y envolvió su lanza con energía oscura, formando espirales que brillaban con la intensidad de una estrella moribunda. La lanzó con toda la fuerza de su corazón destrozado.
—?Muere!
La lanza surcó el aire como una exhalación de venganza. Pero Belcebú, sin moverse siquiera, desvió el proyectil con un simple gesto. La lanza giró en el aire y regresó como una serpiente traicionera, dirigiéndose directo al pecho de Calupsu.
—?Calupsu, cuidado! —gritó Biel.
Biel se lanzó como un rayo negro, empujándolo justo a tiempo. Pero no contó con la misma suerte. La lanza lo atravesó a él en el brazo derecho, justo donde sostenía a Aine, su espada inseparable.
Un grito desgarrador escapó de su garganta mientras el metal maldito rompía carne, hueso y magia.
—?Bieeeel! —gritaron varios al unísono.
El brazo cayó inerte, separado del cuerpo. La sangre brotó como una fuente roja, empapando la arena. Aine golpeó el suelo con un eco que pareció un llanto de acero.
Biel cayó de rodillas, su respiración era entrecortada, temblorosa. El dolor era absoluto, una llamarada que lo consumía desde el alma.
Belcebú soltó una carcajada demente.
—?Patético! ?Salvar a alguien que apenas conoces a cambio de perder tu brazo! La nobleza es la forma más dulce de la estupidez.
Acalia se arrodilló junto a Biel y comenzó a canalizar su magia de curación. Pero nada pasó. El flujo de energía simplemente se disipaba, como agua filtrándose entre los dedos.
—?No... no funciona!
Belcebú se relamió los labios con sadismo.
—Es porque fue mi magia la que lo hirió. Es una maldición, una marca de mi calamidad. No puedes curarlo. Al menos, no mientras esa maldición exista. Y tú estás agotada. Tus reservas de magia se desvanecen como el eco de una oración perdida.
Acalia bajó la cabeza. Era verdad. Apenas podía mantenerse en pie.
Ylfur se acercó, su voz cargada de impotencia.
—No puede ser... No tenemos a nadie capaz de romper una maldición tan poderosa.
Ryder, de pronto, abrió los ojos con sorpresa.
—Sí hay alguien. Pero está muy lejos de aquí... en la entrada de la ciudad. Charlotte. La hermana de Biel.
Ylfur negó con pesar.
—No llegará a tiempo. Para cuando venga, ya estaremos muertos.
Entonces, una voz temblorosa y conocida se alzó.
—?Yo puedo hacerlo!
Todos giraron. Sarah se había levantado con dificultad, su cuerpo aún frágil. Xantle se acercó de inmediato.
—?No te esfuerces! Estás muy débil.
Sarah lo miró con determinación.
—Si es por ayudar a Biel, entregaría mi vida con gusto.
Se tambaleó, pero se mantuvo de pie.
—Soy una vampira. Nuestra raza se especializa en maldiciones... y también en quitarlas.
Easton la observó con seriedad.
—?Estás segura de poder hacerlo?
Sarah asintió, respirando con dificultad.
—Sí.
Belcebú observaba la escena, aburrido.
—?No permitiré que lo hagan!
Se preparaba para lanzar un ataque, pero una lanza lo interrumpió.
—?Cállate, monstruo!
Era Calupsu. Se había repuesto y lanzó otra lanza envuelta en ira. Luego se giró a los demás.
—?Ganaré tiempo! Esto es culpa mía... y voy a compensarlo. ?Curen a mi se?or!
Nübel y Fuhrich asintieron.
—?Nosotros también daremos todo!
Nübel usó su látigo para sujetar el brazo de Belcebú, atándolo con energía espectral. Fuhrich canalizó una supernova de energía oscura que lanzó directamente al cuerpo de la calamidad. Calupsu concentró todo su poder en una nueva lanza, haciéndola diez veces más grande, y la arrojó con un rugido de guerra.
Mientras tanto, Ryder extendió sus manos hacia la tierra.
—Raíces, respondan a mi llamado...
Desde el suelo, brotaron raíces gruesas como serpientes sagradas. Raizel tocó cada una con sus dedos, canalizando energía divina en ellas.
—Transmítanle mi poder. Que los cielos la bendigan.
Las raíces alcanzaron a Sarah, envolviéndola con una luz sagrada. Su cuerpo tembló, y sus ojos se iluminaron con un rojo puro.
—?Ahora puedo hacerlo!
La energía crepitaba entre sus manos mientras se inclinaba hacia Biel.
Los ataques de Nübel, Fuhrich y Calupsu impactaron con una explosión que sacudió el mundo. El humo se alzó como un velo de ceniza.
Todos contuvieron el aliento.
El humo se disipó... y Belcebú estaba de pie. Intacto. Tranquilo.
Ni un solo rasgu?o.
Belcebú alzó la vista al cielo con una expresión de decepción.
—?Esto es todo lo que pueden hacer...? —suspiró.
Y entonces, el miedo volvió a apoderarse del campo de batalla.
El humo se disipó lentamente como si la misma realidad quisiera ocultar lo que se revelaba ante los ojos de los presentes. Belcebú seguía en pie. Ni un rasgu?o. Ni una grieta en su aura. Estaba absolutamente intacto. Era como si los ataques de Calupsu, Nübel y Fuhrich no hubiesen sido más que una leve brisa contra una monta?a eterna.
Y entonces, la calamidad se movió.
Un pulso oscuro emergió de su cuerpo, una onda de energía que explotó en un rugido invisible. Era su aura. Belcebú la expandió de golpe y todo a su alrededor estalló como si una estrella se hubiese comprimido y luego liberado.
Calupsu, Nübel y Fuhrich fueron lanzados por los aires como hojas atrapadas en un vendaval apocalíptico. Sus cuerpos rebotaron contra el suelo, arrastrándose por decenas de metros, dejando surcos de destrucción.
Al otro lado, Sarah había logrado quitar la maldición de Biel justo en ese instante. Su energía había brillado con la intensidad de una luna sangrienta, pero no tuvo tiempo de respirar aliviada. La explosión los alcanzó también.
—?Sarah! —gritó Xantle mientras intentaba alcanzarla.
Demasiado tarde. Sarah, Acalia, Biel, Ryder, Raizel y los demás fueron arrastrados por la onda expansiva. Volaron por los aires y cayeron entre escombros, envueltos en una mezcla de polvo, fuego y dolor. El campo de batalla se vació de resistencia. El silencio fue sustituido por el crujir de piedras, el gemido del viento y las respiraciones entrecortadas.
Biel, sin su brazo, con el cuerpo hecho trizas, yacía entre ruinas. Acalia se arrastró como pudo hasta él, con el corazón golpeando su pecho como un tambor de guerra, desesperada por ayudarlo. Extendía las manos para curarlo cuando una sombra apareció a su lado.
Belcebú se teletransportó sin advertencia. Con un movimiento brutal, propinó una patada a Acalia que la hizo estrellarse contra un montón de rocas. El golpe resonó con un crujido seco. Ella cayó, inconsciente, como una flor marchita aplastada por una tormenta.
El campo estaba silencioso. Algunos, como Easton, Xantle y Sarah, estaban completamente inconscientes. Otros, como Ryder, Raizel, Ylfur y los demonios restantes, estaban conscientes, pero inmóviles, atrapados entre heridas y la impotencia. El poder de Belcebú los había aplastado como si fueran insectos.
El silencio fue roto por la risa.
Belcebú reía. Una carcajada amplia, profunda, inhumana.
—?Miren esto! —gritó, abriendo los brazos mientras giraba sobre su eje. —?Todos han caído! ?Una obra de arte hecha ruina!
Su mirada se clavó en el cuerpo derrotado de Biel.
—Según los recuerdos de Domia, el único que representaba un peligro real aquí... eres tú.
Se acercó a él. El polvo se disipaba entre sus pasos. Biel apenas podía moverse. Su aliento era débil, su sangre empapaba la tierra como tinta cayendo de un pincel roto.
Belcebú levantó una pierna y descargó una patada en el costado de Biel. Luego otra. Y otra.
—?Qué tan patético eres, héroe! ?Mírate! ?Tirado en el suelo como un perro moribundo! ?éste es el gran salvador del mundo?!
Cada golpe era como el repicar de campanas en un funeral prohibido. Biel escupía sangre, su cuerpo convulsionaba con cada impacto.
Raizel, inmóvil, observaba la escena con lágrimas resbalando por su rostro.
—?Detente! —suplicó con la voz quebrada. —?Por favor, no le hagas más da?o!
Pero Belcebú no escuchaba. O, peor aún, escuchaba y disfrutaba.
—?No hay nada más dulce que ver un corazón valiente romperse! ?No hay más música que sus huesos rompiéndose! ?No hay mayor gozo que verlos rogar por alguien que ya está acabado!
La escena era insoportable. Cada segundo se alargaba como un cuchillo clavado en el alma de todos los presentes. Ryder apretaba los dientes, queriendo levantarse, pero sus piernas no respondían. Ylfur había roto sus cadenas, pero el peso de la magia de Belcebú era como una monta?a sobre su espalda. Raizel temblaba, deseando lanzar su luz, pero sabiendo que no tenía fuerzas.
Biel, aun sin brazo, aun con la sangre fluyendo como río negro, alzó la mirada. Sus ojos, entrecerrados por el dolor, brillaron apenas.
—T-tu error...
Belcebú se detuvo un instante, divertido.
—?Mmh? ?Qué dices, mu?eco roto?
Biel escupió sangre.
—Tu error fue... no matarme de una vez...
Belcebú sonrió con crueldad.
—?Ah, valiente hasta el final! Lástima que el valor sin fuerza... es solo teatro.
Y levantó el pu?o para asestar un golpe final.
El corazón de todos se detuvo.
La escena había llegado al borde del abismo.
Pero las brasas de la esperanza... a veces arden en el momento más oscuro.
Belcebú tenía el pu?o alzado, cargado con una energía oscura y pulsante, listo para dar el golpe final que acabaría con Biel. Su sonrisa era la de un dios cruel a punto de extinguir la última chispa de esperanza. Pero justo cuando el golpe estaba por caer, un rayo surcó el cielo.
?BOOM!
Un estruendo iluminó el campo de batalla. Un rayo azul impactó directamente sobre Belcebú, obligándolo a retroceder un par de metros. Una nube de humo lo envolvió, y cuando esta se disipó, todos vieron de quién provenía aquel milagro.
Keshia, con su cabello ondeando por la energía liberada, se mantenía de pie. Sus ojos relampagueaban con determinación. Su respiración era pesada, pero firme.
—?No permitiré que acabes con la vida de mi querido Biel! ?él es mi prometido!
Belcebú la miró con sorpresa, y luego soltó una carcajada sarcástica.
—Vaya, vaya... ?Tenemos una pareja en este lugar! Qué lindo... aunque ese amor se acabará hoy.
Pero Keshia no retrocedió. Canalizó su energía rápidamente. Su cuerpo fue cubierto por una armadura hecha de rayos puros, chispeante como una tormenta contenida. Una espada de electricidad se formó en su mano, crepitando con furia celestial.
—No me importa morir, si eso significa proteger a Biel.
Y entonces se lanzó como un rayo viviente.
Se convirtió en un destello. Su velocidad era tal que apenas podía verse. Aparecía y desaparecía entre estallidos de luz azul. Golpe tras golpe, la espada de Keshia se estrellaba contra el cuerpo de Belcebú, que retrocedía incapaz de seguir sus movimientos.
—?Imposible! —gritó la calamidad, recibiendo otro impacto directo en el rostro.
Los que aún estaban conscientes apenas podían seguirla con la vista.
Raizel, con los ojos abiertos de par en par, murmuró:
—?Q-qué está pasando...? ?Es como si se hubiera convertido en la misma tormenta!
Ryder apretó los dientes.
—Es el poder del amor... canalizado como pura voluntad. Una energía que no tiene lógica, pero que rompe todos los límites.
Belcebú recibió una decena de impactos antes de lograr bloquear uno con su brazo. Su rostro estaba magullado, su orgullo también.
—?Así que este es el poder del amor humano cuando se enciende por una emoción pura! —gru?ó mientras era lanzado contra el suelo por otro tajo de electricidad.
Pero entonces, comenzó a notar algo. Los golpes eran más lentos. Las explosiones menos intensas. Keshia también lo sabía. Su energía estaba llegando al límite. Sus piernas temblaban, su respiración se tornaba más agitada.
Belcebú se levantó lentamente, una sombra de respeto mezclada con sadismo en su rostro.
—Eres impresionante, humana. Nunca antes un mortal me había golpeado así. Eres la primera. Por eso mereces un premio...
Alzó su mano derecha y comenzó a canalizar su magia.
—...acabaré contigo con mis propias manos.
Keshia no podía moverse. Sus piernas no respondían. Su espada de rayos se disipaba en chispas. Estaba exhausta. Lo sabía.
Ylfur gritó desde la distancia:
—?MUEVETE, NI?A, ?O TE MATARá!
Pero era tarde.
Belcebú lanzó su hechizo hacia ella.
Un estallido.
Una onda de energía oscura fue detenida de repente por un contraataque invisible. Belcebú fue lanzado hacia atrás, como si una fuerza invisible lo hubiera embestido con violencia.
Keshia, confundida, miró hacia un costado.
Allí estaba él.
Biel.
De pie. Vivo. Con el rostro cubierto de sangre, pero de pie.
Y lo más impactante: su brazo derecho había sido restaurado. Una energía oscura, combinada con brillos azulados, lo envolvía.
—Gracias... por protegerme, Keshia. —dijo con voz suave, pero firme.
La abrazó con una ternura que cortó el aire como una plegaria hecha realidad.
—No es nada, tonto... —respondía ella, mientras las lágrimas surcaban sus mejillas. —?Eres tú quien siempre nos protege a todos!
—Ahora me encargo yo de Belcebú. Descansa, ?si?
Keshia asintió con una sonrisa débil.
—Eso haré.
Biel dio un paso adelante. Sus ojos estaban encendidos, su energía vibraba con la intensidad de un dios.
—?Calamidad de la desesperación!
Belcebú se levantó tambaleante.
—?Maldito...! ?Estabas a punto de morir! ??Cómo estás en pie?!
—?Acaso no viste en los recuerdos de Domia... que tengo el poder de un Rey Demonio?
Belcebú abrió los ojos con incredulidad.
—?Rey Demonio? No puede ser. ?Eres humano!
Entonces, Biel desplegó sus alas demoníacas.
Un silencio sepulcral se extendió por el campo de batalla. Sus alas tenían un tono azulado que reflejaba tanto oscuridad como divinidad. Un equilibrio imposible.
—Tú serás el primero en presenciar esta forma.
El suelo comenzó a temblar. La atmósfera se oscureció. Biel comenzó a canalizar su magia.
—?HAAAAAAAAAAA!
Un grito desgarrador surcó los cielos. Una energía oscura envolvió todo su cuerpo, pero esta vez tenía matices azulados. Era como un océano de sombras iluminado por la luz de una estrella moribunda.
Su cabello negro se mezcló con azul, como tinta y relámpago. Su ropa se transformó, sus alas crecieron con un dise?o majestuoso, su espada Aine, ahora restaurada, brillaba con un fuego helado.
?Era la forma perfecta del Rey Demonio!
Y sin dar tiempo a reacción, Biel se desvaneció en el aire y reapareció frente a Belcebú. Con un solo tajo, lo envió volando varios metros, estrellándolo contra una monta?a de rocas.
El estruendo sacudió los cimientos del mundo.
Biel giró hacia sus aliados, que lo observaban con mezcla de asombro y esperanza.
—Ahora... me encargaré de él.
Y sin más, se lanzó hacia donde estaba Belcebú, dejando tras de sí una estela de poder puro.
La batalla final... había comenzado.