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Capítulo 57: Adiós, amor imposible.

  No sé por qué, ni qué estaba pasando, pero abrí los ojos de repente. Estaba en la misma sala y sentí que algo estaba mal.

  El aire olía a muerte.

  El fuego de la fogata ahora solo era una brasa moribunda que al parecer nos habíamos olvidado de apagar. Los murmullos habían desaparecido; en su lugar, solo reinaba un silencio total.

  No, no era un silencio total. Había algo más que estaba detrás de todo esto. Era un sonido húmedo. Como carne siendo desgarrada.

  Olía a muerte.

  Mi corazón se aceleró.

  Muerte.

  Me puse de pie y mi vista recorrió la sala. Los cuerpos estaban ahí. Todos los que conocía, tirados en el suelo en poses antinaturales, con los ojos abiertos, vacíos.

  Un paso.

  Otro paso.

  Mis pies descalzos tocaron algo cálido y pegajoso. Miré hacia abajo.

  Sangre.

  ?Por qué estaba descalzo?

  Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. ?Era una presencia?

  Y entonces lo vi.

  El minotauro. El Rey Demonio.

  Estaba ahí, de pie en el centro de la salida, su piel oscura cubierta de sangre. Sus fosas nasales se ensanchaban con cada respiración, y esta vez portaba una enorme hacha que aún goteaba con la sangre de mis seres queridos.

  Su vista estaba... Estaba literalmente vacía, no había ojos allí, solo cuencas vacías que parecían desprender partículas negras.

  ?Por qué estaba vivo de nuevo? ?Yo lo maté!

  "Lo hiciste, ?no? Te reíste de mi cadáver, ?no?"

  Su voz era casi un gru?ido animal, pero lo peor era que sonaba… burlón.

  Mi garganta se secó.

  "Vos… estás muerto…" Murmuré, pero ni siquiera yo me creí mis propias palabras al verlo ahí.

  "?Muerto?"

  Soltó una carcajada profunda, bestial. Dio un paso hacia mí, y sentí cómo la cueva entera temblaba con su peso.

  "Si yo estoy muerto, ?entonces por qué están todos ellos así?"

  No podía responder. No podía moverme.

  "Fuiste tú quien me mató, Luciano. ?Y para qué?"

  Su sonrisa dejó ver unos colmillos enormes.

  "Para terminar peor que antes".

  Se apartó apenas un poco, y entonces la vi.

  Anya.

  Tirada en el suelo, con el vientre abierto como una flor marchita. Su piel, de un blanco fantasmal, reflejaba la poca luz de la cueva. Todo el lugar parecía estar como en blanco y negro, menos la sangre roja.

  "?Por qué…?" Susurró.

  Sus ojos, apagados y sin vida, se clavaron en los míos.

  "?Por qué no me salvaste, Luciano?"

  Mis piernas se aflojaron.

  "Yo… yo…"

  "?Responde!"

  "?Yo...! ?Yo sí lo intenté!"

  "?No! ?Nos prometiste que nos protegerías y no lo hiciste!"

  El Rey Demonio soltó una carcajada horrible.

  "?Ves? No puedes salvar a nadie. Ni antes. Ni ahora. Ni nunca".

  Un zumbido se instaló en mi cabeza.

  Mi pecho se sentía pesado, como si estuviera hundiéndome en un pantano de desesperación. De hecho, sí me estaba hundiendo... En pelos casta?os que habían tomado lo que antes era roca.

  No.

  No.

  NO.

  Abrí la boca para gritar, pero una voz aún más fuerte se me adelantó.

  "Debería matarte, así vas y le pides a esa puta a la que llamas diosa que te ayude".

  El hacha descendió sobre mí.

  Apareció el chillido del metal cortando la carne.

  Muerte.

  "?NOOO!"

  Me desperté de golpe con el cuerpo empapado en sudor.

  El pecho se me agitaba. El corazón me latía descontrolado.

  Mi vista tardó un segundo en enfocarse, pero en cuanto pude, giré la cabeza con desesperación al pensar en Anya.

  Mi mano temblorosa se estiró hasta ella. Aunque la bajé en el momento que vi que su pecho subía y bajaba. Todavía estaba respirando, durmiendo junto a los demás.

  ?Cuánto dormí? ?Por qué tuve una pesadilla tan horrible y tan real?

  Todas esas preguntas se interrumpieron al sentir unos golpecitos insistentes en mi brazo.

  "?Luciano...?"

  "Ah, Mirella... No me siento bien".

  Sin escuchar su respuesta, me levanté y comencé a caminar hacia la única salida. Pude ver que en la sala principal solo estábamos los de mi grupo, Tariq, Yume y Kiran. Los demás estaban repartidos por las habitaciones que hice.

  "Luciano, ?por qué te sientes mal?"

  Salí de la sala tambaleándome, sintiendo que el aire era un poco más frío, tal vez porque las esferas de luz de Mirella calentaban un poco el lugar, aparte de la anterior fogata encendida. Pero eso no bastaba para enfriar mi mente. No podía sacarme la sensación de encima. La pesadilla… No, esa cosa había sido demasiado real, como cuando Forn me habló en un sue?o.

  El Rey Demonio, Anya, la sangre…

  Caminé un par de metros y me senté sobre una roca, apretándome las sienes con los dedos. El dolor punzante en mi cabeza no ayudaba.

  Detrás de mí, escuché el leve sonido de sus alas batiendo.

  "Luciano..." Su voz sonó más preocupada que antes.

  Ahora solo había una bola de luz, y la seguía solo a ella.

  "Fue un error..."

  Las palabras salieron de mi boca antes de que siquiera pudiera pensarlas.

  Mirella se acercó más, flotando frente a mí con el ce?o fruncido.

  "?Qué fue un error?"

  "Matarlo..."

  Dije esas palabras y sentí que algo en mi interior se resquebrajaba.

  Mirella ladeó la cabeza, confundida.

  "?De qué estás hablando? ?Era el Rey Demonio! ?Era peligroso! ?Era...!"

  "?Pero ahora estamos peor!"

  Mi propia voz me sorprendió. ?Eso era lo que sentía?

  Mirella parpadeó varias veces. Su expresión pasó de la confusión a la preocupación real.

  "Luciano, eso no tiene sentido. ?Ahora estamos a salvo! ?Ese tipo ya no está para hacernos da?o!"

  "?A salvo de qué, Mirella? ?De morir en sus manos? ??Y qué pasa si hay algo peor ahora?! ??Qué pasa si... si lo que viene es todavía más aterrador?!"

  Mis pensamientos estaban revueltos. Mi respiración se volvió errática.

  Mirella extendió sus peque?as manos, tratando de tocarme, pero se detuvo a mitad de camino. No sabía qué hacer.

  "?No digas eso, Luciano! Tú eres fuerte. ?Has vencido todo lo que se te ha puesto en frente!"

  "?Qué tal si lo arruiné todo? ?Y si al matarlo, cavé mi propia tumba? ?Y si esa cosa todavía está ahí, esperando? Mirella… Yo lo sentí. ?Lo sentí en la pesadilla!"

  "?Luciano, basta!"

  Mirella me miró con frustración, sus peque?os pu?os apretados.

  "?No puedo ayudarte si sigues hablando así! ?Y-Yo...! ?Yo no sé qué hacer si te pones así!"

  Sus ojos verdes temblaban. Eso me dolió.

  Me dejé caer de espaldas contra la pared rocosa, mirando a la nada. Mi pecho subía y bajaba pesadamente.

  "Mirella... solo decime que todo está bien. Solo decime que fue la decisión correcta. Decime que no condené a nadie más con esto..."

  Y entonces, me abrazó.

  "?Tú siempre tienes razón! ?Siempre! ??Siempre!! ?Tú nunca te equivocas!"

  Noté sus lágrimas cayendo sobre mi hombro, mojando mi ropa.

  "Mirella..."

  "?Tú siempre vas a hacer todo bien!"

  Le devolví el abrazo, apretando con fuerza sus alas.

  "Perdón, Mirella. No debí decirte algo así".

  "Solo dime qué hacer y yo lo haré. ?No importa qué sea!"

  "Perdón".

  "No quiero verte así..."

  Ella comenzó a refregar su cara contra el costado de mi cuello, secando sus lágrimas.

  "Tú siempre me das seguridad, Luciano. Siempre sabes qué hacer. Y ahora... ahora estás así, diciendo cosas raras".

  "Perdón. Es que tuve una pesadilla y por un momento pensé que era real".

  La pesadilla todavía me quemaba en la cabeza. Pero ahora no era solo eso. Ahora también me pesaba la culpa de haberla hecho sentir impotente.

  "Entonces dime cómo te ayudo", susurró en mi oído, todavía con ese tono triste.

  La abracé todavía más fuerte.

  "Con que estés a mi lado es suficiente".

  La sostuve con fuerza contra mi pecho, sintiendo su diminuto cuerpo temblar en mis manos. Su respiración agitada me hacía cosquillas en el cuello. Sus alas batían débilmente, chocando contra mis manos.

  "Prometeme algo, Mirella..."

  Ella se apartó un poco, alzando la vista con sus ojos verdes brillantes por haber llorado.

  "?Qué cosa?"

  "Que nunca te vas a separar de mi lado".

  Ella parpadeó, como si la petición la hubiera tomado por sorpresa. Luego, sin dudarlo, asintió con tanta fuerza que su cabello lacio se sacudió.

  "?Nunca!" Exclamó, con una intensidad que no dejaba lugar a dudas.

  "Nunca me separaré de ti, Luciano".

  Mis manos se aflojaron un poco al oír eso. No importaba qué pasara después; al menos ella estaría ahí. Aun así, faltaba algo más.

  "Y eso significa que no vas a hacer locuras que pongan en riesgo tu vida".

  "?Pero si yo...!"

  Puse un dedo contra sus labios, haciéndola callar por un momento.

  "No importa si es mentira, solo quiero escucharlo. Prometeme que nunca nos vamos a separar, no importa qué".

  No sé por qué, pero Mirella dejó caer su frente contra mi mentón.

  "Sí... Voy a estar siempre contigo, porque tú lo dijiste, siempre vas a ser joven".

  ?Acaso tenía miedo de que yo muriese por vejez?

  "Joven para siempre... ?Y vos también vas a serlo?"

  "Sí".

  Tomé aire y me puse de pie a pesar de que Mirella seguía envuelta en mi cuello, y estaba sintiendo el cansancio pesándome en los hombros. No podía seguir así. No podía dejarme caer en ese abismo de dudas.

  "Vamos. Tenemos que avanzar".

  Mirella despegó de mí, se secó el rostro con las dos manos y asintió.

  "Sí. ?Vamos a la salida?"

  "Bueno, ahora está tapada... Quiero ver una cosa".

  "Ahí creo que están los gnomos".

  ?Por qué estarían ahí los gnomos? ?No estarán pensando en romper todo?

  "?En serio? ?Y sabés por qué?"

  "Ni idea, solo los vi empezar a caminar y ya".

  "Vayamos rápido, entonces".

  La cueva seguía igual de oscura que siempre, con apenas la esfera de luz de Mirella guiando el camino. Las paredes rocosas estaban húmedas y el aire ahora tenía un olor rancio a tierra y humedad. Caminé en silencio, con el sonido de mis ojotas chocando contra el suelo rocoso, que ya no tenía agua, mientras el peso de mis pensamientos seguía ahí, acechándome.

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  Si ahí estaba Forn, era hora de hablar con él y confirmar si estaba maldito.

  Finalmente, después de caminar por la cueva, llegamos hasta la salida que había bloqueado por el tsunami. La pared de piedra seguía allí; por suerte no la habían tocado todavía.

  Los peque?os gnomos fueron apareciendo de a poco, siendo iluminados por la luz de la magia de Mirella.

  Los peque?os cuerpos de los gnomos se movían inquietos en la oscuridad, sus ojillos brillando como los de ratas atrapadas.

  Creo que es la segunda vez que les digo así, pero es que se los ve tan peque?os, tan extra?os y tan nerviosos que me da una sensación rara al verlos.

  Es posible que ya tengan hambre. Forn dijo que comían hojas, pero si eran herbívoros, creo que también deberían comer frutas. Me olvidé de preguntarles.

  "Hola a todos".

  Forn, con su característico sombrero verde, estaba sentado mirando hacia el muro, con las manos entrelazadas sobre su panza. No me miró de inmediato, porque parecía estar analizando el lugar.

  "Hola, Luciano. ?Qué pasó que no dormiste casi nada?"

  "Porque tuve un mal sue?o. Pero eso no importa ahora", dije, acercándome y tocando la punta de uno de los sombreros rojos de los gnomos.

  "?Gnomo rojo vencedor! ?Gnomo rojo haber derrotado Rey Demonio!"

  Los gnomos ahora subían y bajaban sus pu?os, cambiando sus semblantes. Se ve que ya se habían enterado.

  "Quiero hablar sobre una cosa que pasó luego de la batalla".

  "Querido gnomo rojo, debo felicitarte por eso. Nos salvaste a todos, de verdad. Estamos agradecidos por todo lo que haces".

  ?Por qué de repente me llamaba así?

  "Gracias, Forn.

  Lo que quería decirte es que creo que el Rey Demonio me maldijo antes de morir".

  Justo cuando terminé de hablar, los gnomos de sombrero rojo empezaron a alborotarse, gritando y corriendo en círculos. Algunos hasta revolearon su sombrero.

  "?Tranquilos, mis ni?os! ?Tranquilos!"

  Forn levantó las manos en un intento de calmar a su gente. Pero el pánico ya se había extendido entre ellos. Sus peque?os cuerpos temblaban; algunos incluso se arrojaron al suelo como si estuvieran en medio de un terremoto invisible.

  Mirella bajó al suelo, intentando ayudar de algún modo.

  "?Oigan, gnomos, solo esperen a que Forn lo confirme!"

  Los gnomos se detuvieron, pero seguían en sus posiciones absurdas.

  Forn me miró fijamente, con su rostro arrugado apenas visible a través de su barba, mostrando una seriedad que no había visto muchas veces en él.

  “Maldición del Rey Demonio… no es cualquier cosa, mi amigo Luciano. Eso… eso es algo que debe ser malo”.

  "Entonces necesito que me ayudes".

  "?él te tocó?"

  "Creo que sí... Fue justo antes de morir.

  ?Conociste al hombre sin una mano? él y su hijo también fueron maldecidos".

  "Esto es peor de lo que esperaba..."

  "?Y ahora qué hay que hacer?" Preguntó Mirella.

  "Yo quería que Forn me leyera el cuerpo. El problema que tengo es que se me está cayendo el pelo... No solo el de la cabeza, sino que también el de todo el cuerpo".

  Forn me miró en silencio por varios segundos. No necesitaba decirlo en voz alta para que supiera que lo que había escuchado lo preocupaba. Su peque?a mano de dedos arrugados se levantó lentamente y me hizo un gesto para que me acercara.

  "Si eso es lo que quieres, entonces déjame ver tus manos, Luciano".

  "?Y qué significa 'leyera'?"

  "Es algo que hace Forn. Después te explico".

  Su aleteo aumentó en velocidad por un momento.

  "Está bien, Forn. Estoy listo".

  Extendí mis manos hacia él. Sus dedos, ásperos y curtidos, se posaron sobre y por debajo de mi mano izquierda. Sentí un leve hormigueo cuando empezó a recorrerla con sus manos peque?as, presionando aquí y allá, como si estuviera leyendo un pergamino invisible impreso en mi piel. Es raro, porque las otras veces solo posaba las manos y nada más.

  "A todo esto, nunca supe cómo es que podés hacer algo así".

  "Solo espera un momento. No puedo hablar de eso ahora".

  Los gnomos de sombrero rojo se habían quedado en completo silencio; ahora todos estaban parados y observando con ojos expectantes. Incluso Mirella, que normalmente no se quedaba quieta, había volado un poco más atrás para no interrumpir.

  Forn cerró los ojos y tomó una respiración profunda. Sus dedos se deslizaron hasta mi mu?eca y luego cambiaron a mi mano derecha, como si estuviera siguiendo un rastro que solo él podía ver. Su semblante se fue endureciendo más y más a medida que avanzaba.

  Finalmente, soltó mis manos y bajó la cabeza.

  "Luciano… hay algo dentro de ti, y no hablo de los pactos, ni de tu gran cantidad de magia. No es normal. No es parte de tu magia ni de tu esencia como humano. Es... como algo malvado que se esconde entre tu interior".

  Mis labios se apretaron en una fina línea. Aunque ya lo sospechaba, escucharlo de alguien más hacía que se sintiera más real.

  "?Podés saber qué es exactamente?

  Mejor dicho... ?Es una maldición?"

  Forn levantó los hombros.

  "No lo sé con exactitud, Luciano. Es como… una cosa oscura metida dentro de ti. No lo entiendo bien, pero no es algo natural. Es una cosa ajena a tu ser".

  No me gustaba nada la manera en que lo decía. No supe qué decirle.

  "Debería probar leyendo a las otras personas que dices que fueron maldecidas. Cuando despierten, hablaré con ellos".

  "Entonces solo me queda esperar".

  "Lo siento por ti, amigo Luciano. No te mereces esto".

  "Espera, ?y la pulsera?" Preguntó Mirella de repente, acercándose con rapidez a mi mu?eca derecha.

  "Luciano lleva esa pulsera de oro encantada contra maldiciones. ?No debería haberlo protegido?"

  "Eso pensé yo", dije, bajando mi brazo para mostrarle la pulsera a Forn, aunque creo que ya se había percatado de que la llevaba puesta.

  "Pero no hizo nada. Ni siquiera sentí que reaccionó o algo así cuando el Rey Demonio murió frente a mí".

  Forn estiró su mano y tocó la pulsera con cautela, como si esperara que le respondiera de alguna manera. Después de un par de segundos, frunció el ce?o más fuerte y deslizó los dedos sobre el metal dorado.

  "Me parece que es como lo que pasó con el anillo. Lo que te había contado".

  Sin previo aviso, Forn me quitó la pulsera, manteniéndola entre sus dos manos.

  "Lamento decirlo, pero… esta pulsera ya no tiene ningún encantamiento mío. Desapareció".

  "?Qué?"

  Forn asintió lentamente.

  "El oro sigue siendo oro, pero su magia… se ha desvanecido. Como si se la hubieran tragado".

  "?Eh? Si ese tipo ni siquiera llegó a tocarme la pulsera. Solo me rozó el brazo".

  él me la devolvió.

  "La verdad es que no tengo idea de qué fue lo que ocurrió en esa batalla. Solo te puedo dar las malas noticias. Lo siento".

  "No, no pasa nada, Forn".

  Mirella, que hasta ahora había estado en silencio procesando la situación, voló hasta quedar justo delante de Forn, sobre el suelo. Su peque?o rostro, normalmente dulce y alegre, estaba fruncido en un gesto de molestia contenida.

  "?A ver, a ver! Espera un momento, gnomo", dijo, moviendo las manos de un lado a otro.

  "Tú fuiste el que encantó esa pulsera, ?no? ?Tú nos aseguraste que iba a proteger a Luciano de cualquier maldición!"

  Forn se removió incómodo en su sitio.

  "Yo la encanté, es cierto, pero les dije que podría no llegar a funcionar".

  "??Y qué pasó entonces que no funcionó?!" Exclamó ella, llevándose las manos a la cintura y batiendo las alas con fuerza a pesar de estar anclada al suelo.

  "?Por qué ahora Luciano está así? ?Por qué la pulsera no sirvió para una maldición cuando justamente para eso la hiciste?"

  "Mirella, ya no discutamos más, por favor. Forn hizo lo mejor que pudo para ayudarnos".

  Ella pareció ignorarme a pesar de que yo me estaba poniendo a su lado para que me mirara.

  Los gnomos de sombrero rojo observaron la discusión en un silencio tenso. Hasta los que antes estaban más inquietos parecían contener la respiración. Yo creo que, llegados a este punto, ya estaban un poco perdidos.

  Forn, por su parte, suspiró y se pasó una mano por la barba blanca y voluptuosa.

  "No tengo una respuesta clara, hada Mirella y humano Luciano. Nunca había visto algo como esto, más allá de lo que sucedió con ese anillo. No es que la maldición haya sido demasiado fuerte para la pulsera, sino que parece que… la anuló. A veces es difícil comprender del todo la magia. Por ejemplo, tú".

  Se?aló a Mirella.

  "Tú has estado creciendo y tampoco hay un motivo claro para ello".

  Luego me miró a mí. Me daba un poco de miedo lo que podría llegar a decir.

  "Y tú, entre tantas cosas, eres el único humano de este lugar que puede usar magia. A veces la magia es extra?a y no podemos saber del todo cómo funciona".

  Mirella apretó los pu?os, golpeando el suelo con uno de sus pies descalzos.

  "?Eso suena como una excusa tonta! ??Cómo vamos a confiar en que tus encantamientos sirven si el primero que necesitábamos falló así?! ?Y ahora él está perdiendo el pelo! ?Eres un gran...! ?Un gran...!"

  Mirella tenía un poco de razón en enojarse; confiábamos, aunque haya sido solo un poco, en esa pulsera y terminó siendo completamente inútil. Pero claramente Forn tampoco estaba contento con lo que había pasado.

  "Mirella, necesito que te tranquilices. No vamos a solucionar nada si gritamos".

  Ella por fin me miró, todavía con los pu?os apretados.

  "?Acaso no te molesta que haya fallado?"

  "No se trata de si me molesta o no. Solo quiero que no haya más problemas de los que ya tenemos".

  Por un momento, pareció que iba a seguir discutiendo, pero al final solo chasqueó la lengua y le dio la espalda a Forn.

  Por mi parte, me acerqué a la selladura de la cueva.

  "Forn, ?vos estabas por hacer algo acá?"

  "Estaba pensando en si romper eso sería bueno o malo".

  "?Y por qué querrías hacer eso?"

  "Porque mis ni?os tienen hambre".

  Puse la espalda contra la piedra.

  "Yo voy a ayudarte con eso. Pero... ?No comen frutas?"

  "No, solo hojas".

  "Está bien, voy a intentar traer algo".

  Puse las palmas sobre la pared detrás de mí y cerré los ojos, enfocándome en la superficie.

  Sentí la textura de la roca, cada grieta y cada imperfección de la superficie. Haber ido mejorando mi habilidad para moldear la materia me permitía sentir todo con un nivel de detalle que de otra manera sería imposible. A medida que expandía mi percepción, comencé a notar la tierra más allá de la cueva… y algo más.

  Había agua. Mucha. Podía detectarlo por el barro de la superficie y que no podía avanzar más allá, porque yo no tenía la posibilidad de moldear el agua.

  El suelo debía de estar inundado en toda esta zona. Eso solo podía significar que el tsunami seguía dejando sus huellas en la zona.

  Al menos, no había se?ales de lava.

  Eso era un alivio, pero al mismo tiempo, dejaba una pregunta en el aire. ?Qué había pasado con la erupción? Si bien no podía percibir el agua con la misma precisión con la que moldeaba la materia sólida, su presencia era inconfundible. Pero lo que me preocupaba era que no sentía se?ales de vegetación.

  Apreté más los ojos. Esto iba a ser complicado.

  "?Pasa algo?" Preguntó Forn al notar que no hacía nada todavía.

  "Afuera sigue habiendo agua", dije sin abrir los ojos.

  "No puedo sentir rastros de lava, lo que significa que la lava del volcán no llegó hasta acá. Pero... no hay plantas cerca".

  "?Qué quieres decir con que no hay plantas?" Preguntó Mirella, su tono aún molesto por la conversación anterior.

  "Que no siento raíces adheridas al suelo, no hay hojas cerca... Bueno, en realidad sí debe haber, pero el agua no me deja extraerlas".

  "?El agua fuerte las habrá arrancado?" La voz era de Forn.

  "Es posible", respondí.

  De pronto, pude encontrar un tronco que estaba lo suficientemente cerca del suelo como para avanzar por él. Creo que estaba sobre la cueva, en la parte que iba en subida. Claro, el agua ya debe estar cayendo desde las partes más altas de la isla.

  "Creo que lo conseguí".

  Llegué hasta la punta y comencé a atraer las hojas a través del tronco. Como era difícil mantener la totalidad de la hoja sin mezclarla con el material a su alrededor, empecé trayendo de a tres.

  "Acá están", dije, con las hojas apareciendo en mi mano desde la pared.

  Forn las miró con una mezcla de sorpresa y alivio.

  "Esto servirá", dijo, aunque claramente no bastaría.

  "No pasa nada, Forn. Ya te traigo más".

  Repetí el proceso tres veces. Así ya teníamos una para cada uno de los gnomos.

  "Gracias. Mis ni?os podrán comer hoy".

  "No es nada, en serio. Todos nos ayudamos para sobrevivir hasta que podamos salir".

  Lo cierto era que no sabía qué carajos íbamos a hacer si no teníamos más comida.

  "Deberías ir a descansar un poco más".

  "Tenés razón. Vayamos abajo".

  Forn me miró con una expresión que parecía de gratitud, pero no dijo nada más. Mirella también parecía más tranquila al empezar a volar a mi lado, aunque aún mantenía sus mejillas infladas con molestia contenida. Bajamos haciendo el mismo recorrido que habíamos hecho antes. Aunque bueno, tampoco es como si hubiera otro camino por el que ir y venir.

  Debería ver si comienzo a expandir la cueva hacia otros lados, así podríamos seguir verificando si en toda la zona hay un nivel tan alto de agua.

  A todo esto, Forn no pudo, o no quiso, contestarme cómo es que tiene esa habilidad de leer los cuerpos, más sabiendo que ni siquiera supo decirme qué significa leer.

  No le vi que se le desaparecieran las partículas mágicas, es por eso que me llama la atención. Es como si fuera un 'don' que tiene.

  Lo bueno es que sabemos que no miente sobre eso, ya que pudo ver claramente que yo tenía dos pactos con Mirella en su momento.

  Como dijo él, todo esto de la magia es un misterio.

  Cuando nos acercamos a la sala principal, algo no estaba bien. Al principio fue solo un murmullo que se escuchaba desde lejos. Luego, un sonido de desesperación. No, varios. Eran gritos. Gritos que rompían con el silencio del lugar, llenos de pánico, llanto y un dolor indescriptible.

  Corrí sin pensarlo. Mirella voló más rápido a mi lado, su peque?a figura acelerando. Creo que Forn también empezó a correr. No le presté mucha atención por los nervios.

  Cuando llegué a la sala, me encontré con una multitud de gente amontonada, todos girados hacia el lugar de la habitación donde yo estaba con mi grupo. El ambiente parecía que estaba cargado de angustia y miedo y los sollozos eran incontables.

  No entendía nada. Aun así, ya me estaba empezando a imaginar lo que sucedía, porque el aire olía a muerte.

  Mirella se adelantó volando, pero no dijo nada. No podía ver su expresión, ya que estaba dándome la espalda.

  "?Déjenme pasar!" Grité, empujando con los brazos.

  La gente se resistió al principio, pero al verme insistir, comenzaron a apartarse poco a poco.

  Entonces la vi.

  Anya.

  Su piel, hasta ayer blanca y vibrante, tenía un tono grisáceo. Su flequillo oscuro estaba pegado a su frente por el sudor, y sus labios, apenas entreabiertos, dejaban escapar el último aliento de alguien que había luchado más allá de lo humanamente posible.

  El agua mágica había hecho su trabajo… hasta donde pudo. Al final, su resistencia se había agotado.

  Maldición.

  Me arrodillé junto a ella.

  Sus ojos estaban abiertos, mirando al vacío. Parece que había despertado antes de fallecer.

  Rundia estaba allí, sosteniéndola. Abrazaba lo que quedaba del cuerpo de su amiga con ambas manos, con los ojos enrojecidos por el llanto, su expresión más rota de lo que jamás la había visto.

  Tarún estaba de rodillas al otro lado, con el rostro cubierto de lágrimas y desesperación. Tariq estaba a su lado, llevándose las manos a la cara, sus hombros temblando con cada sollozo.

  Samira y Suminia se aferraban la una a la otra tiradas contra la pared, pero Suminia no lloraba. Se veía… aterrada. Como si estuviera viendo algo que no podía comprender.

  Un dolor me golpeó el pecho. No era físico, era algo más profundo. Algo que me decía que no importaba cuánto hiciera, cuántas veces tratara de cambiar las cosas… la muerte siempre iba a estar cerca.

  Intenté tragar saliva, pero mi garganta estaba completamente seca.

  "??MAMá!! ??VUELVE A HABLAR, MAMá!!"

  Tarún comenzó a golpear el suelo con sus dos manos mientras gritaba.

  Esto no era justo. No tenía por qué terminar así.

  Sin pensarlo, me incliné sobre ella. Apoyé mi frente en su vientre, el mismo que había estado abierto, destrozado… y ahora cerrado por el agua mágica.

  No tenía sentido.

  Empecé a llorar.

  Mis pu?os se cerraron con tanta fuerza que mis u?as se hundieron en mis palmas. Mi boca se abrió y, antes de poder detenerme, un grito salió de mi garganta.

  "??Este mundo es una mierda!! ?Una completa mierda inmunda y cruel!"

  Todo mi cuerpo temblaba. Una sensación de impotencia me carcomía demasiado por dentro. Se suponía que yo ya lo sabía. Sabía que Anya iba a terminar muriendo en algún momento... ?Pero ni siquiera pude despedirme de ella!

  Alguien se puso a mi lado para abrazarme de costado; no pude ver quién era hasta que levanté un poco la cabeza: Rin estaba ahí.

  Simplemente hizo un gesto con la cabeza, dejándome que yo descargara toda mi frustración en lágrimas.

  Sentí el peso de todo lo que había hecho, todo lo que había intentado, todo lo que no había podido evitar.

  Por favor, Sariah... Necesito que no dejes ir el alma de Anya... Quiero que ella siga viviendo de alguna forma. No importa si no mantiene sus recuerdos, porque la quiero acá, a mi lado...

  Tarún seguía gritando… ?Qué iba a ser de él ahora?

  ?Cómo se supone que iba a soportar esto? Su madre era lo único que tenía desde que nació. Lo único que lo mantenía siempre fuerte y alegre. Y ahora… Ahora Anya no estaba entre nosotros.

  No pude evitar imaginarme lo que estaría pasando por su cabeza. El dolor, la confusión, el vacío. Un abismo negro que lo devoraba por dentro sin que pudiera hacer nada.

  Sentí un ardor en el estómago al pensar en su vida a partir de ahora.

  Me mordí el labio con rabia. él no merecía esto. Nadie lo merecía.

  Y luego, miré a Tariq de nuevo.

  él estaba con las manos en la cara, temblando, llorando… pero no sentí lástima por él. No podía.

  El enojo creció dentro de mí de repente. Porque, al final del día, todo esto era también culpa suya.

  Si no hubiera traicionado a Anya. Si no la hubiera abandonado cuando más lo necesitaba. Si no la hubiera dejado sola para irse con Yume, dejando a Tarún sin un padre mientras Anya sufría en silencio...

  Me mordí el labio con más fuerza, y el tic nervioso de mi ojo izquierdo volvió a aparecer después de mucho tiempo.

  él no tenía derecho a llorar. No tenía derecho a actuar como si esto lo estuviera destruyendo, porque cuando Anya más lo necesitó a su lado, él no estuvo ahí.

  Cuando Tarún necesitó a su padre, él no estuvo ahí.

  Cuando Anya estaba al borde de la muerte, él no estuvo ahí.

  Cuando Anya murió, él ahora sí estaba ahí.

  Me dieron ganas de levantarme y reventarle la cara a pu?etazos. De escupirle y decirle todo lo que estaba pensando en este momento. De gritarle que no era más que un cobarde egoísta que dejó que la mujer que lo amó muriera sin que nadie más la amara, mientras él lloriqueaba con sus falsas lágrimas.

  Pero no lo hice. Este no era el momento para él; este momento era de Anya y de Tarún.

  Me limpié las lágrimas con el dorso de la mano, respirando hondo. Sentí el agarre de Rin en mi hombro, un recordatorio silencioso de que no estaba solo en esto.

  Me forcé a ver a Tarún; seguía de rodillas junto al cuerpo sin vida de su madre, con la mirada perdida en la nada. Parecía un mu?eco roto. Como si la luz en sus ojos se hubiera apagado.

  No nos queda más que seguir viviendo por ella.

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