Mi mirada se quedó clavada en la comida desparramada en el suelo, pero mi mente estaba en otra parte. Algo se había encendido en mi interior, una inquietud que no podía ignorar.
Anya…
Mi cuerpo se tensó, mis manos se cerraron en pu?os. ?Por qué estaba pensando en no darle comida? Era absurdo. Era cruel. Y, sin embargo, la idea seguía ahí, retorciéndose en mi cabeza como una serpiente venenosa. Porque, en el fondo, lo sabía. Anya no iba a necesitar la comida.
Mi cerebro trataba de aferrarse a una esperanza, a una idea estúpida de que el agua mágica la había sanado, pero… ?De qué forma? No tenía nada del ombligo para abajo. Su sistema excretor y parte del digestivo debían de estar arruinados, destruidos, casi inexistentes. Incluso si la alimentaba, ?qué iba a pasar? ?A dónde iría la comida?
Un mareo me golpeó de repente. Mi cabeza latía, mi visión se desenfocó por un instante. No podía decir esto en voz alta. No ahora, no acá.
Si les decía esto, si les decía que no tenía mucho sentido darle de comer a Anya, que su cuerpo no tenía cómo procesar los alimentos, que solo estábamos prolongando lo inevitable… ?Cómo reaccionarían?
Mirella seguía flotando a mi lado, observándome con atención. Aya, en silencio, estaba un poco más atrás. Tarún aún no levantaba la cabeza de al lado de Anya, y mis padres… Mierda, mi familia está acá atrapada conmigo.
Debo... Debo mantenerme centrado y no caer en el lado inhumano, que es lo que este mundo quiere que haga en este momento.
Le daré la comida a Anya y punto. Aunque sea solo un trozo peque?o.
Me quedé mirando la comida esparcida en el suelo de nuevo. La cantidad era ridícula. No podía creerlo todavía. Veintidós personas. Veintidós bocas. Y esto es todo lo que tenemos.
?Cuánto tiempo vamos a estar encerrados acá? No podía saberlo con exactitud ahora. Afuera, todo era un desastre. Lava, fuego, agua... La isla entera podría estar en ruinas, y yo ni siquiera tenía la certeza de que podríamos salir ma?ana.
Me pasé la lengua por los labios resecos. Todo esto era una locura. Mi mente no paraba de calcular, de hacer cuentas, de imaginar escenarios en los que todos sobrevivíamos… y en los que no.
Respiré hondo y miré el balde de madera que seguía en el suelo, vacío.
"Voy a desarmarlo", exclamé en voz alta.
Obviamente, no esperaba respuestas ni objeciones, así que simplemente coloqué ambas manos sobre la superficie. Usé mi magia para deshacer la forma del balde, separando las tablas de madera y transformándolas en una pila de palos delgados, casi todos del mismo tama?o.
Harlan me miró con desconfianza. Creo que nunca había visto tan de cerca el uso de mi magia.
"Tomá", le dije, empujando la madera hacia él.
Luego, coloqué las manos en el suelo y generé algunas piedras planas y gruesas.
"Vas a encargarte de hacer una fogata".
El viejo frunció el ce?o.
"Pero todavía no repartimos la comida... Yo quiero la carne".
"Ya entendí eso. Acabás de decirlo hace un momento".
"?Pero vamos a repartirla o no?"
"Obvio que sí. Primero hacé la fogata y después repartimos".
No le di oportunidad de discutir más. Me levanté y me alejé, ignorando su mirada penetrante y la llegada de Ayla.
Ahora tenía otra cosa en mente. Algo que haría un poco menos sofocante este lugar.
Caminé hasta la pared opuesta al pasadizo que llevaba a la cueva de la familia de Fausto. Me acerqué y apoyé las palmas contra la roca fría. La estructura de este refugio era un ortoedro, con paredes definidas, un suelo liso y un techo lo suficientemente alto como para no sentirnos asfixiados tan rápido, pero aún no era suficiente.
Visualicé los espacios en mi mente mientras avanzaba, moldeando la piedra hacia todas las direcciones opuestas. Cuatro habitaciones. Cuadradas. Sin puertas, pero con entradas amplias para que la gente pudiera moverse con facilidad. No sabía cuánto tiempo estaríamos encerrados, pero necesitábamos un poco de privacidad. Un mínimo de orden.
Poco a poco, la pared se expandió hacia atrás, abriéndose como si la estuviera tallando desde dentro. Cuatro habitaciones surgieron, con bordes rectos y paredes lisas. No eran demasiado grandes, pero servirían para dividir a la gente y darle un poco de estructura a este encierro.
Cuando terminé, dejé escapar un suspiro cansado y me apoyé contra la última pared. Mirella seguía a mi lado, sin decir nada.
Un murmullo recorrió la cueva desde lo lejos. Algunos me observaban con atención, otros parecían más preocupados por la comida y la mayoría simplemente existía.
"?Te sientes bien, Luciano?" Preguntó Mirella con un matiz de preocupación que no me gustó nada.
Me separé de la pared para mirarla mejor. Su expresión era seria, algo raro en ella.
"Más o menos... ?Por qué?"
Mirella dudó un momento, y luego, inclinó la cabeza hacia un lado, se?alando mi cabeza con la mirada.
"?No notaste nada raro en tu cabello?"
Mi corazón dio un vuelco mientras fruncía el ce?o.
"?Mi pelo?"
"Sí, tu pelo".
"A ver..."
Llevé una mano automáticamente a la parte superior de mi cabeza y pasé los dedos entre mis mechones casta?os.
En cuanto hice contacto, algo extra?o pasó. Sentí que el cabello se desprendía con demasiada facilidad, como si no estuviera bien sujeto al cuero cabelludo.
Aparté la mano rápidamente y miré mi palma; había varios mechones de cabello enredados entre mis dedos. Unos veinte.
?Qué carajos…? ?Esto me estaba pasando a mí? ?En serio?
Tragué saliva, tiré los pelos al suelo y volví a pasar la mano, esta vez con más fuerza. Más cabello se desprendió, cayendo en mechones sobre mi hombro y mi espalda, encajándose en la ropa.
Mis pulmones se apretaron del susto y mi mente entró en pánico por un instante.
"No. No. No".
Esto no podía ser normal... ?Acaso estoy enfermo? ?Tengo alguna enfermedad rara en este mundo?
Acá no tenía referencias médicas. No había hospitales, ni análisis de sangre, ni especialistas. Si me estaba pasando algo grave… estaba muerto, porque ya sabía que el agua mágica no hacía crecer el pelo.
Traté de mantener la calma, pero mi respiración se aceleró más de lo pensado.
Mirella se acercó más, mirándome con ojos grandes y preocupados.
"Luciano…" Murmuró, como si temiera mi reacción.
"Esto… esto no puede ser normal, ?no?"
Ella negó un poco con la cabeza, mordiendo su labio.
"N-No lo sé".
Mi mente iba a mil por hora para intentar descubrir el motivo de lo absurdo de la situación. ?Qué podía estar causando esto? No me sentía tan mal físicamente, no tenía fiebre ni mareos, ni nada raro, pero la caída de cabello era demasiado repentina, demasiado agresiva. Ni siquiera quería tocar mi cuero cabelludo de vuelta para no quitar más.
Respiré hondo, tratando de ordenar mis pensamientos. No era momento de entrar en pánico y alertar a los demás justo en este momento. Tenía que ser racional.
A ver… Podía ser por estrés. Era una posibilidad real, aunque demasiado inmediata en tiempo como para considerarla... A pesar de eso, mi cuerpo estaba bajo una presión ridícula. El discurso, el asesinato del Rey Demonio, la erupción, Anya, el tsunami, el hambre, la tensión de estar atrapado en esta cueva con más de veinte personas dependiendo de mí… todo eso y mucho más podía estar afectándome de formas que no entendía.
Sí. Eso debía ser. Simplemente debo no tocarlo mucho y esperar unos días cuando todo esto pase.
"Luciano, ?crees que deberíamos avisarle a Aya o a Forn?"
"Esperemos unos días y veamos cómo sigue esto. No nos apresuremos todavía".
"Ya... Solo creo que es algo muy raro".
Mirella también se empezó a tocar el cabello. Claramente no se le salía ninguno.
Para colmo, entre los tantos marcos de puertas, vi que Aya estaba viniendo hacia acá.
Me pasé las dos manos por la cara, como para despejarme, intentando controlar mi respiración.
De un momento a otro, sentí un leve cosquilleo en la nariz. Un picor molesto, como si algo diminuto se hubiera posado ahí. Me rasqué con el dorso de la mano sin pensarlo demasiado y bajé la mirada; había un par de pelitos peque?os en mi mano.
Mi cuerpo entero se quedó quieto por unos segundos, el corazón latiéndome fuerte en los oídos.
No. No, no, no. Esto no estaba bien. ?Esto no estaba malditamente bien!
Abrí la mano con cautela, viendo que allí también había más. No eran cabellos largos como los de mi cabeza. Eran cortos, más finos y negros.
Con un impulso casi desesperado, me pasé la mano por la cara, recorriendo mis mejillas, mi frente, mi barbilla. Luego, volví a mirar mis manos. Más pelitos.
Sentí un escalofrío recorriéndome la espalda al darme cuenta de dónde venían.
Volví a hacer el mismo gesto, esta vez más rápido, más ansioso.
No podía ser...
Volví a mirar mis dedos. Más. Había más.
Me estaba quedando sin cejas.
Miré bruscamente a Mirella, quien todavía me observaba con el ce?o fruncido.
"?Tengo cejas?" Pregunté, con una voz un poco más tensa de lo que quería aparentar.
Mirella parpadeó, confundida por la pregunta.
"?Qué? ?Cómo que si tienes cejas?"
"?Decime si sigo teniendo cejas!" Insistí, inclinándome hacia ella.
Su expresión pasó de confusión a seriedad en un instante. Voló más cerca de mi rostro, sus ojos verdes recorriéndome con intensidad.
Se quedó en silencio. Eso no era una buena se?al.
Aya apuró el paso al ver que algo no estaba bien.
"?Mirella...?" Llamé, con un nudo formándose en mi estómago.
Ella tragó saliva; pude notarlo.
"Se están… achicando un poquito", murmuró, sin querer decirlo en voz alta.
"Como… como si estuvieran desapareciendo".
"?Todo bien, chicos?"
Me tapé de inmediato la frente con las dos manos.
"N-No... No pasa nada, Aya. Solo estábamos hablando de que... ?Ah, sí! Me acordé de que todavía tenía una manzana en mi mochila".
Reí nerviosamente mientras pasaba a su lado.
"?Ya vuelvo! ?Mirella, vos ayudá a ir haciendo el fuego!"
Empecé a correr por los intentos de habitaciones, tomando luego el camino hacia la gran cueva.
Corrí sin un plan claro en mente más que alejarme de los demás antes de que notaran lo que estaba pasando. Mi respiración estaba agitada, no solo por el esfuerzo físico, sino por la maldita sensación de urgencia que me apretaba el pecho.
Esto era ridículo. No tenía sentido. El estrés no te deja sin cejas en cuestión de minutos. En realidad, ni siquiera se me deberían caer las cejas, por más que estuviera estresado. Algo estaba mal. Algo estaba muy, muy mal.
Pero… ?qué carajo podía ser? ?Acaso una maldición? ?Una enfermedad rara? ?Algún efecto secundario por usar tanta magia?
No tenía ninguna explicación lógica, y eso era lo peor. Mi cuerpo estaba cambiando frente a mis ojos y ni siquiera entendía por qué.
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La luz de Mirella aún me seguía, proyectando frente a mí mi sombra alargada. Y entonces, sin previo aviso, mi pierna derecha se dobló bajo mi peso.
La fatiga me golpeó de un momento a otro. Todo mi cuerpo sintió el bajón de energía en un solo instante. Mis músculos parecían haberse vuelto de gelatina y, sin poder hacer nada para evitarlo, caí de frente.
El impacto no fue tan fuerte como esperaba, porque logré apoyar un poco las manos y terminé aterrizando sobre un charco de agua mágica.
El frío líquido me mojó la ropa y los brazos mientras mis manos chapotearon sobre la superficie.
Jadeé, quedándome quieto unos segundos, sintiendo la humedad empapándome la ropa. El agua se movió bajo mí, creando ondas que distorsionaban la imagen reflejada en ella.
Y entonces lo vi. Ahí estaba mi reflejo. O lo que se suponía que era mi reflejo.
Mi rostro estaba… raro. Distinto. No era solo la falta de cejas ni los mechones de cabello que todavía caían al agua como hojas muertas. Era mi expresión, mis rasgos… Todo de pronto se veía extra?o.
Me enderecé un poco, apoyando las manos sobre mis rodillas, y me incliné más hacia el agua. Mi propio reflejo me devolvía la mirada con unos ojos que parecían los míos, pero no del todo. Como si fueran los de un desconocido.
No me reconocía.
Hace más de diez a?os que estaba en este mundo y casi nunca había visto mi cara en detalle. No había espejos, solo el agua quieta del arroyo y la del mar, y nunca me había fijado tanto.
Pero ahora, viéndome tan de cerca… tan de frente…
?Siempre había sido así? ?O era porque estaba en plena etapa de crecimiento?
?Qué tan bien recordaba mi propio rostro?
En mi vida pasada, me había mirado al espejo todos los días. Me conocía bien. Sabía cómo era cada línea de mi cara, cada marca, cada imperfección. Pero en este mundo… Nunca me detuve a memorizarme, y no sé por qué me siento tan mal al pensar en ello ahora.
Y ahora, con el cabello cayéndose y la piel pálida por el reflejo del agua mágica, la imagen que tenía frente a mí parecía la de otra persona.
Me arrastré hasta apoyarme contra la pared rocosa de la cueva, quitándome la remera mojada por un momento para poder estrujarla lo más posible.
Por un momento miré la pulsera de oro que ya hasta había olvidado que llevaba puesta.
Si esto fuera una maldición que me impuso el Rey Demonio justo cuando rozó mi piel antes de morir, significaría que esta pulsera no sirvió para una mierda. Aun así, que esto fuera una maldición haría todavía más absurda la situación, porque no tendría sentido que él decidiera imponerme algo así. No sé... Yo imaginaba que la maldición iba a ser sellar mi alma, como lo había hecho con los demás.
?Y si me maldijo con una enfermedad degenerativa? Eso tendría más sentido, y es lo que más me asusta, porque si me voy muriendo poco a poco, significaría que cuando llegue junto a Sariah, no podría volver tanto el tiempo atrás, ?no? O al menos me costaría demasiado caro.
Mierda... Todo esto es una locura, una absoluta mierda. ?Y qué más puedo hacer? No queda otra que seguir luchando... ?Hasta cuándo?
Aunque siempre está esa opción, esa que la acompa?a una palabra demasiado horrible como para decirla en voz alta.
El suicidio.
No debía ni quería pensar en eso. De hecho, me parecía repugnante. Pero la opción siempre estaba ahí, presente, como si me dijera: "vamos, solo tenés que apretar el botón de reset y volverlo a hacer mejor".
?Acaso debía siquiera considerarlo como una posibilidad a seguir ahora o en un futuro? El morir y volver en el tiempo me hizo pasar por sentimientos horribles que nunca antes podía haber imaginado, y realmente no quería volver a pasar por eso. Pero me aterra el pensar que, en algún momento de desesperación, termine haciéndolo, y tal vez ese momento no estaba muy lejos.
De todos modos, volver en el tiempo no me asegura que las cosas saldrán bien o como yo quiero, porque si cambio la línea temporal, por así decirlo, es posible que otros se vean afectados... ?Y qué se debería hacer en ese momento? ?Lamentarse y seguir o volver a intentarlo y seguir perdiendo partes del cuerpo...?
Estrujé más fuerte que nunca la remera al pensar en esa situación tan terrible. Yo no era así, no era alguien que se rendía fácilmente. Yo soy alguien que quiere vivir más, no quitarse la vida.
Debo hacer que Forn lea mi cuerpo, una vez más. Solo así podré confirmar que estoy maldito, porque sé que él de alguna manera va a saberlo, como supo que yo tenía dos contratos en su momento.
Me vestí y me levanté como pude, bebiendo un poco de agua mágica a la pasada, y me fui al final del camino, recogiendo mi mochila.
Me pregunto por qué no me la traje antes o por qué Aya no me la alcanzó... Todo culpa de esas cosas raras que ella estaba diciendo, ?cómo va a venir del otro lado del océano?
No sé por qué el imaginarme la situación me causó un poco de gracia...
Espera, ?y si vino poniendo barreras en horizontal y caminando sobre ellas?
Intenté imaginármelo con más precisión. Si ella era capaz de crear plataformas de energía en el aire y mantener peso sobre ellas, en teoría podría hacer lo mismo sobre el agua, ?no? Tal vez incluso crear una especie de pasarela de barreras mientras avanzaba. Como si construyera un puente sobre la marcha, haciendo desaparecer las barreras por las que ya pasó para poner unas nuevas.
Si eso era posible… ?Podría usarlo para salir de la isla?
Me rasqué la cabeza, olvidando por un segundo que podía estar quedándome calvo. Técnicamente, las barreras de Aya eran sólidas, podían resistir golpes y mantenerse firmes en el aire… Entonces, si extendía su uso de manera estratégica, podríamos cruzar grandes distancias sin tocar el agua.
Aun así, había algo que no coincidía con su forma de decirlo. Aya ahora parecía estar traumatizada con el mar o el agua. Si era tan fácil cruzarla, ?por qué asustarse? Todavía no lo sabía.
En teoría, podría funcionar lo que pienso, pero en la práctica… imposible. No podía pedirle algo así. No después de lo que había pasado y me había dicho.
Agotado, terminé llegando de nuevo a la sala principal. El olor a humo podía olerse claramente hasta antes de entrar. Harlan y Mirella habían trabajado en conjunto para encender la fogata. Aunque bueno, debería ayudarles, porque si el viejo solo usa las manos para quitar la piel, vamos a terminar perdiendo parte del animal.
Me arrodillé a su lado, dejando la manzana con las demás y tomando una de las patas del conejo.
"Harlan, ahí lo hago yo a eso".
él empezó a forcejear. Pude notar que sus u?as estaban largas y sucias.
"Tú eres un ni?o, así que no te metas en los asuntos de los adultos. Ve a acomodar las frutas o quédate en tus tonterías de magia".
En ese poco tiempo que estuvo hablando, ya había despegado la piel y hecho los cortes necesarios para quitarla fácilmente.
"?Ah, sí?" Respondí, tironeando la piel desde la pata y quitándola por completo, dejando la carne y los huesos del animal al descubierto.
Mirella aplaudió por un corto momento.
"?Eh? ?Qué pasó?"
"Tonterías de magia".
Harlan se me quedó mirando con la boca un poco abierta mientras yo extraía los huesos, enterrándolos bajo el suelo.
No sé por qué, pero después de eso, él simplemente se levantó y se retiró, yendo hacia donde estaban Rómulo y Yara.
"Mirella, ?podrías ir y poner una bola de luz en cada una de las habitaciones que creé?" Pregunté mientras seguía con los demás animales muertos.
"Claro que sí. Ya vuelvo".
Ella voló por encima de mi cabeza y se fue. Aunque no me quedé solo, porque al ver a Mirella irse, vi que Aya estaba parada detrás de mí.
"Ah, hola".
"?Te sientes bien?"
"Sí... ?Por qué?"
Aya me miró fijamente, como si estuviera tratando de leer algo en mi expresión. Sus orejas blancas se movieron levemente, como si estuviera detectando se?ales invisibles en el aire.
"Tu olor cambió", dijo en un tono bajo.
"No es malo… pero es diferente".
Devolví la vista hacia lo que estaba haciendo. Ya quedaba poco.
"Ah, es que me caí y me mojé la ropa".
"No hablo de eso... Hablo de lo que tú ya sabes".
"Ya..."
Empecé a moldear la poca madera sobrante en palos para clavar en la carne.
"Luciano. Si algo te preocupa, puedes decírmelo".
"Hay un montón de cosas que me preocupan, pero no puedo perder tiempo ahora", respondí, dividiendo la carne en cubos.
"Sí, te entiendo... Voy a ver a Anya".
Mirella regresó poco después, flotando con una sonrisa satisfecha.
"?Ya puse las luces en todas las habitaciones!"
"Bien hecho", le respondí, dándole una peque?a caricia en la cabeza con el dorso de la mano, para no ensuciarla.
Era curioso verla actuar tan contenta sabiendo el contexto en el que nos encontramos. Seguramente se esté forzando a hacerlo para intentar verme mejor.
Ella se paró sobre el suelo y miró atentamente la carne y los palos.
"?Te ayudo?"
"Me gustaría que me ayudaras hablando con los demás, preguntarles cómo se sienten y si tienen hambre para comer".
"Claro que sí. Ya vuelvo", volvió a responder.
Asentí con la cabeza cuando Mirella se fue flotando, con esa energía inagotable suya. Sus esferas de luz aún brillaban tenuemente en las habitaciones que había preparado. La vi irse primero con Vicenta, que estaba observando el interior de las habitaciones desde fuera.
Mientras yo cocinaba a dos manos, escuché el sonido de la madera chocando contra el suelo; eran las ojotas de Lucía.
Levanté más la vista y la vi caminando hacia mí, mirándome con esos ojos marrón oscuro que, en ciertas ocasiones, me hacían recordar demasiado a mi verdadera mamá, no por el color, sino por la mirada. Su cabello negro y largo caía en suaves ondas por detrás suyo y a los lados de su cara, con esa única pesta?a roja destacando en su párpado derecho. Debería preguntarle si a ella también le gustaría cambiar de peinado, a uno más corto, como llevaba en su anterior vida.
"Mami", empecé susurrando, acomodándome mejor sobre el suelo.
"Perdón por dejarte sola todo este día… No quería hacerlo, pero han pasado muchas cosas y..."
"No estoy sola", me interrumpió con voz tranquila.
No había reproche en su tono, ni tristeza. Solo una certeza inamovible.
"Estoy con la familia. Estoy con Anya".
Eso me hizo quedarme callado por un momento. Desvié la mirada al fuego, girando una de las carnes. No sé por qué, pero parte de mí quería que me reclamara, que me dijera que la había dejado de lado. Que se sintiera desplazada o abandonada en un momento tan nefasto como este… Pero no.
"Sé que estás ocupado. Y sé que no me estás dejando de lado".
Luego hizo una pausa y sonrió un poco, sentándose del otro lado de donde estaba la carne.
"Además… también siento que debo estar con Anya... Ya sabés que ella lo hizo por..."
"Por nosotros..." Murmuré, girando la vista hacia mi familia, que seguía ahí, hablando con Anya hasta el final.
"Todo esto es una mierda, y me molesta el saber que no pude hacer que todo saliera bien".
Ella clavó dos trozos de carne en el mismo palo y se puso a cocinar conmigo.
"No pienses tanto en eso. Sé que hiciste todo lo posible para que todo saliera bien. De hecho, el panorama podría haber sido mucho más desalentador que lo que estamos viviendo ahora.
Ya sé que estás triste por Anya, pero ella no quiere que estés triste por ella. Quiere que sigas adelante y puedas liderarnos a todos hacia una vida mejor".
Con esas palabras, sentí que no podía responderle, porque si lo hacía, si decía tan solo una palabra, iba a terminar quebrándome.
Decir que 'hice todo lo posible' sonaba como un consuelo vacío. Si realmente hubiera hecho todo lo posible ahora y a lo largo de mi vida, si de verdad hubiese sido suficiente, entonces Anya no estaría así. Entonces no tendría que haber matado al Rey Demonio. Entonces ni siquiera mi mamá hubiese muerto de un infarto. Entonces ni siquiera estaríamos en esta puta isla, esperando a ver qué más nos depara el destino.
Cada decisión que tomo cambia la vida de los demás, para bien o para mal, para poco o para mucho. Y eso me pone incómodo.
Bajé la mirada a la carne mientras el fuego crepitaba delante de mí. La piel de mis manos estaba caliente por la proximidad con las llamas, pero el verdadero calor lo sentía en el pecho, una opresión que no se disipaba.
Volví a pensar en lo mismo: si sigo liderando a todos, ?cuánto más va a costar? Anya ya pagó un precio altísimo. ?Quién será el próximo?
?Acaso terminaría siendo Mirella?
Mi respiración se cortó por un instante al imaginarlo.
Si en algún momento volviera a estar en peligro de muerte, ella sería la primera en lanzarse a defenderme. Ni siquiera lo dudaría, más pensando en que puede llegar a sentirse culpable por no haber hecho nada. Haría lo que fuera necesario para mantenerme a salvo… y en el proceso, tal vez terminaría igual que Anya.
Cerré los ojos con fuerza, intentando contener el torbellino de pensamientos que me invadía. Me obligué a concentrarme en lo inmediato, en lo tangible.
Lucía pareció notar mi tensión, porque habló con una voz serena, pero con un matiz firme.
"Dejá de pensar en cosas malas. Hacé dos bandejas con la piedra del suelo, una para la carne cruda y otra para la cocida".
Abrí los ojos y la miré. Creo que mis ojos estaban un poco llorosos, y el humo no ayudaba.
Sus palabras me sacaron de mi propia cabeza, aunque no del todo. No necesitaba que me dijeran lo que ya sabía: seguir dándole vueltas a lo que pasó no me iba a llevar a ninguna parte. Pero eso no hacía que la sensación desapareciera.
Aun así, hice lo que me pidió.
Ella inclinó un poco su cuerpo hacia mí.
"No habrás estado pensando en 'eso', ?no?" Susurró.
No necesitaba que dijera más; ya sabía a qué se refería.
"No".
"?Pero sí lo pensaste en algún momento?"
Asentí levemente con la cabeza.
"Nunca más vuelvas a pensarlo, hijo".
Su voz tembló un poco al decirlo, pero no había duda en sus palabras. Su mano libre se aferró a mi antebrazo, con una fuerza que no correspondía a su tama?o.
"Si es tan necesario..."
No quería escuchar el final de esa frase.
"Si es tan necesario, yo lo haré por vos".
"?No!" Grité, haciendo que varias miradas se posaran en mí por un momento.
Tuve que bajar la voz.
"?Por qué harías algo así?"
"Porque yo todavía puedo entregar mis u?as, y vos no".
Justo en ese momento, Mirella llegó volando hasta pararse entre nosotros.
"?Está todo bien?" Preguntó, mirándome a mí primero y luego a mi mamá.
"S-Sí... Solo que mi hermanita se estaba a punto de quemar con la fogata, es por eso que grité. Perdón".
"?Ahhhhh! ?Lucía, no deberías hacer esto! ?Mejor déjamelo a mí!"
Me quedé en silencio un momento mientras ponía los primeros trozos de carne cocida en una de las bandejas rectangulares, dejando que sus anteriores palabras se asentaran en lo más profundo de mi cabeza.
Era un pensamiento macabro el que había compartido conmigo. El solo hecho de considerarlo me hacía sentir mal de nuevo. Lo peor de todo es que ella lo decía con una calma que me asustaba, y era algo no común verla así, diciendo esas cosas.
?Qué tan lejos puede llegar el ser humano cuando cae en la desesperación?
***
Luego de que Vicenta viniera a ayudarnos a terminar de cocinar, hice más bandejas, corté algunas frutas en trozos y las repartimos a los distintos grupos que se habían armado. Ellos luego se encargarían de repartirla y de cuánto comería cada uno. De esa forma, no tendría que meterme en sus asuntos familiares, porque si no después hay malentendidos y termino consumiendo todos esos nervios y me hace mal.
Lo que sí pudimos saber fue que el tipo que era el hermano de Fausto se llama Salem y su hijo, Saled.
Dejando de lado sus nombres extra?os, nos dijeron que todavía no sienten la necesidad de comer, así que confirmamos que siguen con la maldición.
Lo bueno es que no dijeron nada sobre el Rey Demonio. Creo que ni siquiera saben sobre lo que le pasó.
Justo ahora yo también estoy por comer un poco mientras estoy sentado al lado de Anya, con la bandeja en mi regazo. Solo Lucía me dijo que iba a comer, y el hecho de que Anya se esté negando me está poniendo nervioso.
"Anya, ?en serio vos tampoco vas a comer? Lo preparé para vos, mirá".
Le acerqué un cubito de carne con mi mano. Sin embargo, ella negó con la cabeza.
"No... Gracias igual".
Rundia estaba del otro lado, y le acariciaba la frente. Tarún, mientras tanto, dormía sobre su pecho, abrazándola.
"Por favor, Anya. Al menos dame con el gusto de hacerme sentir que hice algo para hacerte sentir mejor..."
"Es que..."
Cruzó miradas con Rundia por un momento.
"Está bien. No tengo mucha hambre, pero si dices que lo hiciste para mí..."
De pronto, usó sus manos para acomodar su cuerpo un poco más hacia atrás, apoyando la cabeza contra la pared, haciendo que Tarún balbuceara algo sin despertarse.
"Está bien, dámelo", dijo, abriendo la palma de su mano derecha.
Al recibir la carne, ella comenzó a comer de a poco.
Mi mirada se desvió a su vientre, ese que ahora marcaba el fin de su cuerpo. La impresión que me causaba ver eso era tremenda, y no podía no detenerme a pensar qué tanto más podría haber hecho en ese momento.
Pasó todo tan rápido que solo pude decirle unas palabras apresuradas a Aya cuando de repente esa enorme roca expulsada por el volcán tuvo que caer justo donde Lucía y yo estábamos parados. Parecía que eso también había sido una maldición, como si el mismísimo Rey Demonio hubiera maldecido todo este lugar para que nos pasaran cosas horribles una tras otra.
?Y si hubiera utilizado mi magia para, a través del cuerpo de Anya, moldear la roca? Nunca sabré si eso iba a servir, porque no se me ocurrió en el momento.
No sé ni para qué pienso en eso, ya está. Fallé en proteger a todos y, por más que mi mamá diga que pudo haber sido peor, yo me siento mal igual, porque yo amo a Anya, y la seguiré amando hasta el último segundo de su vida.
Y no me importa si era un amor imposible; yo al menos quería seguir teniéndola a mi lado y disfrutar de su presencia.
Ahora esto se sentía como su última cena. Esta noche rezaré a Sariah para, al menos, aliviar un poco mi mente.
Miré hacia la comida; había dos pelos al lado de uno de los trozos de pi?a.
Yo tampoco podía confirmar que esta no era mi última cena.