La arena fluía entre mis dedos cuando Fran me llamó:
—?Alma! ?Dónde estás?
—?Aquí! —Respondí mientras observaba cómo el último grano de arena que quedaba en mis manos se abalanzaba suavemente hacia el suelo.
Desde peque?a me gustaba hacer eso: ir a la playa, coger arena del suelo y ver cómo caía lentamente, volviendo al lugar del que surgió, como un ciclo -un bucle- infinito. Llevaba, no obstante, dos a?os sin hacerlo. Tras el fallecimiento de mi primer hijo, un ni?o moreno y precioso cuyo destino se tornó amargo con tan solo tres a?os, no había vuelto a la costa, ni siquiera había vuelto a ver el mar. Podría suceder que tener tan presente de forma natural el concepto del ciclo de la vida habría ayudado a superar un momento como ese, pero no fue el caso, pues se me hacía incluso más difícil. Ahora, tras un par de a?os desde el suceso me sentí preparada y pedí a mi marido Francisco volver aquí en nuestras siguientes vacaciones.
—?Qué hacías? —Preguntó.
—Dejar caer la arena. Como antes, cuando los colores de la naturaleza eran un poco más vivos y brillantes.
Volví a coger un pu?ado de arena. Fran me abrazó, entre nosotros no siempre hacían falta palabras, y sentí en el pecho cómo la calma me invadía completamente, empezando por el corazón hacia la cabeza, los brazos y las piernas. Cuando el montón acabó de desvanecerse, Fran me preguntó:
—?Quieres dar un paseo o prefieres quedarte aquí un rato más?
—Vámonos, me hará bien moverme.
Juntos, de la mano, bordeamos el mar a lo largo de la playa hasta llegar a una de las salidas en las que se encontraba una cuesta de piedra que llevaba a la zona de chiringuitos y tiendas y, un poco más allá al peque?o hotel familiar donde nos hospedábamos. Llevábamos a?os yendo ahí y eran nuestro lugar de confort, el sitio al que íbamos cuando queríamos desconectar del trabajo y del ajetreo diario.
Al llegar al hotel y entrar en la recepción nos encontramos con una pareja y dos ni?os, de unos ocho y tres a?os, esperando en el mostrador de la entrada a que la empleada les facilitase la tarjeta de acceso a su habitación. Durante la espera, la madre batallaba con sus hijos que no dejaban de pedirle salir a la calle a jugar en el jardín de la entrada. Sonriendo, nos fuimos a la cafetería, pedimos un refresco y nos sentamos en unas mesas con sillones al lado de la ventana que daba al jardín. Un rato más tarde observamos cómo los ni?os que habíamos visto anteriormente salían a jugar, mientras dentro del local su padre se aproximaba a la barra y su madre a una de las mesas contiguas a las nuestras, desde la que podía vigilar a sus hijos.
La tarde fue pasando y comenzó a anochecer. Fran y yo nos levantábamos para cambiarnos de ropa antes de bajar a cenar cuando los ni?os de los otros clientes entraron por la puerta de la cafetería. Mientras que el mayor fue directo hacia sus padres el menor se me acercó gritando:
—?Mamá!
—Mamá está allí, cari?o —respondí tras agacharme para ponerme a su altura, se?alando hacia la que era su madre.
—No, mamá tú. —Me miró fijamente—. Diego dice que está bien.
The story has been illicitly taken; should you find it on Amazon, report the infringement.
No sé qué sentí en ese momento, quizá porque fueron muchas cosas o quizá porque no fue nada, solo recuerdo los ojos del ni?o que me miraban orgulloso de haber llevado a cabo lo que parecía un recado y la incapacidad que sentí para mover cualquiera de mis músculos. A mi lado, Fran también se quedó quieto. Ese estado duró apenas unos segundos, pues la madre del ni?o, que posteriormente descubrí que se llamaba Maira, apareció disculpándose:
—Marcos, cari?o, ven, deja en paz a estos se?ores.
—No pasa nada —respondimos Fran y yo al unísono. Y no pude decir más porque los ojos se me llenaron de lágrimas y un nudo afloró en mi garganta.
—?Estás bien? —Preguntó Maira.
—Sí, es solo que... Me voy a la habitación.
Me alejé de allí como si alguien me arrastrara, pues no recuerdo haber sido yo la causante de mis movimientos. De lejos, seguí oyendo la conversación de la que acababa de escapar:
—Nuestro hijo falleció hace dos a?os.
—Lo siento mucho.
—No creo que lleguemos a superarlo nunca del todo, pero su hijo debe tener un amiguito que se llamaba igual y Alma está todavía muy afectada.
Llegué a la habitación y me tumbé en la cama. La cabeza me daba vueltas. Fran tenía razón, había sido una casualidad, Diego sería un amigo del peque?o Marcos, se habría equivocado de persona, le habría recordado a alguien; pero dentro de mí quería -necesitaba- aferrarme a la minúscula posibilidad de que, de alguna manera, ese ni?o hubiera podido hablar con Diego, Mi Diego, y que, allá donde estuviese, estaba bien.
Para cuando Fran llegó yo ya me había tranquilizado. Me sentía bien, en calma como nunca antes. Había ahora un rayito de esperanza y me sentía preparada para hacer lo que llevaba retrasando desde hacía días. Besé a Fran, le pedí que me esperase cinco minutos, cogí el bolso y entré en el cuarto de ba?o. Saqué la caja que había comprado antes de comenzar las vacaciones y la abrí. Oriné y cogí el móvil para poner dos minutos en el temporizador. Cuando pitó me acerqué a observar aquello que tanto miedo me daba, las dos rayas que me informaban de que otra vida estaba tomando forma en mi vientre.
Salí del ba?o y le mostré el predictor a Fran, que no supo cómo reaccionar al principio. Lloramos abrazados, pero esta vez no fueron lágrimas de tristeza ni de frustración, fueron de alegría, porque sentí dentro de mí que volvía a estar lista para afrontar esta experiencia otra vez.
Durante la cena apenas hablábamos, pero ninguno de los dos pudo dejar de sonreír. Quizá una sonrisa melancólica, en ocasiones, pero siempre sincera. Después nos encaminamos a la playa, a dar el último paseo del día. La noche estaba estrellada y podíamos apreciarlo gracias a la ausencia de contaminación lumínica. Me arrodillé, y esta vez Fran se arrodilló conmigo. Juntos cogimos un pu?ado de arena y la vimos caer entre nuestros dedos enlazados.
Contemplamos durante un rato ese proceso, el proceso de la vida; cómo aunque cambie, se mueva, caiga y se levante o se aleje, siempre vuelve a su lugar, encontrando su camino, su manera de ser y de existir; cómo lo que ocurre va y viene, pero nunca permanece, sino que está en constante movimiento y cómo las cosas malas, o no tan buenas, de la vida no se olvidan, pero te van marcando un camino por el que volverás a ser feliz.