Cuando sonaban las campanas de la iglesia todos los humanos de Sallymar debían dejar lo que estaban haciendo y entrar rápido en una casa o cualquier recinto cerrado que tuvieran cerca. El ta?ido proveniente del campanario anunciaba el mayor peligro al que estaban expuestos en esa isla: los leviatanes.
Los leviatanes son enormes serpientes marinas que rodean Sallymar. Son portadoras de caos y destrucción y tienen a los humanos como su alimento favorito. No obstante, también son criaturas sumamente narcisistas, por lo que dejan tranquilas a la que consideran la forma de vida más estúpida siempre y cuando se sientan lo suficientemente adorados. Sin embargo, de vez en cuando resurgen de las aguas y entran en tierra para recordar a los humanos que deben sentir miedo y, si encuentran alguno perdido por la calle, lo devoran. Por eso siempre hay alguien haciendo guardia en lo alto de una torre para avisar con el repique de las campanas de que es hora de ponerse a cubierto.
Larissa estaba recolectando tulipanes cuando oyó las campanas y se aventuró corriendo hacia el cobertizo donde guardaban todos los útiles de jardinería necesarios para la cosecha. No era muy grande y además era muy poco luminoso, ya que la única fuente de luz existente consistía en los rayos de sol que entraban por las tres peque?as ventanas situadas cada una en una de las paredes. El cometido era esperar ahí hasta que volviesen a sonar las campanas, lo que significaba que el peligro había pasado. Normalmente era un momento bastante tenso y, aunque no era necesario mantenerse en silencio, nadie tenía suficiente humor para hablar. En esa ocasión Larissa estaba sola, por lo que no podía conversar con nadie aunque quisiera. Se sentó en una banqueta y se apoyó en una de las paredes, esperando, con el único sonido de su respiración.
Pasaron unos quince minutos y el cansancio por el trabajo que llevaba haciendo durante horas cayó haciéndole entrar en un sue?o ligero, hasta que un sonido serpenteante la despertó. Cuando procesó dónde estaba y lo que estaba sucediendo se acercó lentamente a una de las ventanas, la que daba al camino, y lo vio: una enorme serpiente de unos cinco metros de largo, con escamas plateadas que brillaban allí donde le daba el sol, arrastrándose por el camino que llevaba desde los campos de tulipanes hasta la costa. Hacía un ruido característico, parecido a un siseo, pero mucho más intenso, sin embargo no parecía mover la boca para realizarlo. Se quedó así un rato más, observándola maravillada, cuando reparó en una especie de corte hacia la mitad de su cuerpo. Cuando el leviatán giraba esa parte se quedaba rígida y pensó que quizá se habría herido. Se volvió en su asiento a continuar esperando el sonido de la campana.
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No habían pasado ni cinco minutos cuando oyó un estornudo. Larissa se asustó, pensando que había alguien por esa zona al que no le había dado tiempo de entrar en un refugio y corrió a mirar por las ventanas, pero no encontró a nadie. El leviatán había avanzado un poco más que antes, pero seguía viéndose casi por completo, al menos la parte de la cola, debido a su enorme tama?o. Siguió escrutando el paisaje en busca de ese humano extraviado cuando un movimiento en su campo visual izquierdo la hizo reaccionar. Se fijó en la enorme serpiente que casi había llegado al mar y de aquel corte apenas perceptible de la mitad de su cuerpo salió algo. O más bien alguien. No lo reconoció, pero de lo que sí se dio cuenta es de que era humano.
Se llevó las manos a la boca ahogando un grito y en ese momento apareció otro que caminaba desde el campo de tulipanes, por lo que sospechó que había sido el individuo que estornudó. Esta segunda persona llevaba consigo una escalera y se fue acercando al leviatán y a otro cobertizo bastante grande localizado al lado de la playa donde hace tiempo, cuando todavía existía la pesca en esa isla, antes de los leviatanes, se guardaban las herramientas necesarias. No oyó lo que dijeron, pero vio cómo conversaban. Posteriormente, el de la escalera se acercó a un ventanal bastante alto del cobertizo y cogió algo. Caminó hacia la puerta y la abrió. Su compa?ero había vuelto a entrar en el animal y él hizo lo propio en la parte de la cabeza. La serpiente se acercó al cobertizo y entró, enrollando su cuerpo a medida que entraba. Cuando ya parecía estar completamente dentro, los dos hombres salieron, cerraron la puerta y, uno de ellos, volvió a subir por la escalera para dejar algo en la ventana, posiblemente la llave, y se fueron. Diez minutos después sonaron las campanas.