Ashworth, Inglaterra. 18 de octubre de 1816. Cinco meses habían transcurrido desde el esperado debut en sociedad de Lord Alex Romanov. Durante ese tiempo, había asistido a innumerables bailes y reuniones, y sobre su escritorio de caoba, junto a sus libros de leyes e historia, comenzaba a acumular una creciente colección de novelas románticas, poemarios y cartas. Alex, en su intento silencioso por comprender el esquivo concepto del amor, había buscado respuestas en esas páginas. "Desearía entenderlo", pensaba con una punzada de frustración, mientras sus ojos seguían las descripciones de encuentros apasionados. "Leo sobre estos sentimientos, esperando encontrar alguna conexión en mi interior, pero solo encuentro un eco lejano." A pesar de haber conocido a muchas damas encantadoras y haber compartido momentos agradables, la chispa romántica seguía sin aparecer. "He bailado, he conversado, pero mi corazón permanece... distante. ?Acaso estoy destinado a observar el amor desde la orilla, sin poder participar en esa experiencia?" Una creciente sensación de inquietud se instalaba en su espíritu, la preocupación de que quizás el amor romántico no estuviera destinado a él. Así, en la penumbra elegante de su habitación en la ancestral mansión Romanov, donde la luz de la ma?ana luchaba por entrar, Lord Alex se encontró absorto en la lectura de una célebre novela romántica, buscando en sus líneas alguna comprensión que iluminara su propia falta de experiencia. "Ojalá pudiera sentir esa intensidad", pensó con un dejo de tristeza, "ese anhelo que parece consumirlos. Mi propio pecho permanece en una calma glacial ante tales descripciones". Un suspiro apenas audible se escapó de sus labios, un reflejo de un anhelo que, hasta el momento, su propio corazón se había negado a experimentar. La chispa incandescente del amor, tan vívidamente descrita en las páginas que sostenía entre sus manos, permanecía para él un misterio esquivo. "?Acaso estoy destinado a una vida de afectos tibios, sin esa verdadera conexión que tanto ansían los personajes de estos libros?"
En ese preciso instante, la puerta se abrió con una suavidad que denotaba familiaridad, y Lady Anastasia Romanov, la madre de Alex, hizo su entrada. Su puerta elegante y su mirada llena de una preocupación afectuosa eran inconfundibles. Un leve brillo de esperanza danzaba en sus ojos al observar a su único hijo, una esperanza que se había convertido en una paciente pero persistente campa?a para verlo finalmente unido en matrimonio.
—Alex, querido— dijo Lady Anastasia con una sonrisa suave, su voz impregnada de un entusiasmo sutil pero innegable—. Te encuentro leyendo tan temprano. ?Qué joya literaria llega hoy tu atención?
Lord Alex levantó la vista, marcando la página con un dedo antes de cerrar el libro con una lentitud pensativa. —Solo una novela, madre. Un relato sobre... las pasiones del corazón.
—?Ah, las pasiones!— exclamó Lady Anastasia, acercándose y sentándose en el borde de un sillón cercano. Un ligero rubor apareció en sus mejillas—. Son, sin duda, el motor de la vida. Y hablando de ello, querido, he estado pensando...
Alex ya conocía ese tono, esa introducción que invariablemente conducía a una conversación sobre sus perspectivas matrimoniales. Una leve punzada de resignación se mezcló con su habitual afecto por su madre. "Aquí vamos de nuevo," pensó con una sonrisa interna, aunque te?ida de una suave tristeza. "?Cuándo comprenderá que mi corazón no late al mismo ritmo que el de otros?"
—?Sobre qué ha estado pensando, madre?
—Sobre tu futuro, por supuesto, mi querido Alex— respondió Lady Anastasia con un suspiro ligeramente dramático—. El tiempo vuela, y aunque sé que disfrutas de tu independencia, una madre siempre anhela ver a su hijo felizmente casado, formando su propia familia... y, seamos sinceros, dándome unos adorables nietos que llenarían de alegría esta vieja mansión.
Lady Anastasia hizo una pausa, observando a su hijo con una expresión que combinaba la súplica y la determinación. —En los próximos días se celebrará un baile en la residencia de los Harrington. Una ocasión excelente para conocer a algunas jóvenes encantadoras que han llegado a la ciudad para la temporada. O, si prefieres algo más... íntimo, podríamos considerar invitar a pasar una temporada aquí a Lady Annelise Tremaine. Es una joven de excelente familia, con una educación exquisita y...
Lord Alex la interrumpió con suavidad, una leve sonrisa curvando sus labios. —Madre, ya hemos tenido esta conversación en numerosas ocasiones. Aprecio profundamente vuestra preocupación, pero aún no me siento listo para el matrimonio o relaciones profundas. "Le debería decir? Que Quizás esa chispa nunca llegue para mí? Que la mayoría del tiempo tengo miedo? Que me siento incomodo con la cercanía que pasé más haya de una amistad... Se sentiría tan decepcionada" se lamentó en silencio. "Quizás estoy destinado a una existencia solitaria, observando desde la distancia el fuego que ilumina las vidas de otros."
—?Pero, querido!— replicó Lady Anastasia, su entusiasmo apenas disimulado—. Necesitas tener más conversaciones con las damas. Un baile animado, la compa?ía de una joven encantadora en un paseo por el jardín... ?quién sabe qué podría surgir! O quizás un viaje familiar a la costa, con la excusa de disfrutar del aire fresco, pero con la discreta presencia de alguna se?orita...
La mirada de Lady Anastasia brillaba con una determinación maternal inquebrantable. Lord Alex sabía que su madre no se rendiría fácilmente en su empe?o por verlo casado. Y aunque una parte de él anhelaba experimentar esa conexión profunda que describían los libros, otra parte se sentía inexplicablemente distante de tales emociones.
—Madre— comenzó Lord Alex, su voz ahora con un tono más serio y suave a la vez, dejando a un lado el libro que reposaba en su regazo —, hay algo que debo confesaros con total honestidad. Algo que me preocupa profundamente.
Lady Anastasia lo miró con atención, su sonrisa maternal desvaneciéndose ligeramente, reemplazada por una expresión de suave inquietud. —?Qué sucede, mi cielo? ?Hay algo que te perturba?
Alex tomó una respiración profunda, como si las palabras fueran un peso difícil de liberar. —Madre, a pesar de todas las novelas que he leído y de todas las conversaciones que he escuchado sobre el amor, debo admitir que... mi corazón jamás ha sentido esa chispa de la que tanto se habla. Ni una sola vez.
Un silencio breve se instaló entre ellos, cargado de una tensión delicada. Lady Anastasia mantuvo la mirada fija en su hijo, sus ojos llenos de una comprensión intuitiva.
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—?Nunca, Alex? ?Ni siquiera una peque?a inclinación, una admiración especial por alguna de las jóvenes que has conocido? Habéis bailado con tantas damas encantadoras, habéis pasado tiempo en su compa?ía...
Lord Alex negó con la cabeza lentamente, con una tristeza palpable en su rostro. —Nada, madre. He conocido a damas de gran belleza, he bailado con ellas, he disfrutado de su conversación... Siento afecto, respeto... incluso cari?o por algunas, como por la dulce Lady Annelise. Pero ese anhelo, esa conexión profunda que unió a padre y a vos... eso me es completamente ajeno. Y temo... temo que quizás esté destinado a vivir sin conocerlo.
Su voz se quebró ligeramente al pronunciar estas últimas palabras, revelando la vulnerabilidad que tanto se esforzaba por ocultar. Lady Anastasia se acercó y tomó su mano entre las suyas, sus dedos cálidos y reconfortantes.
—Ay, mi querido Alex— murmuró con una ternura infinita, sus ojos humedeciéndose ligeramente al recordar al hombre que había amado profundamente. —No digas eso. El amor llega de maneras misteriosas, a veces cuando menos lo esperamos. Tu padre... Arthur... y yo... nuestro amor fue un regalo inesperado, una bendición que atesoramos cada día hasta que... hasta que nos lo arrebataron.
La mención de su difunto esposo llenó la habitación con una sombra de dolor compartido. Alex apretó la mano de su madre, recordando la profunda felicidad que había irradiado de sus padres, la complicidad en sus miradas, la forma en que sus vidas se entrelazaban en una armonía perfecta. La trágica pérdida de su padre en aquel accidente de caza aún resonaba en sus corazones como una herida que nunca cicatrizaba por completo.
—Recuerdo cuán dichosos eran ambos— dijo Lord Alex con un tono suave, lleno de anhelo—. La forma en que se miraban, cómo se entendían sin necesidad de mediar palabra. Ese es el amor que siempre he admirado, el amor que secretamente he deseado para mí... pero que parece inalcanzable.
Las lágrimas ahora brillaban en los ojos de Lady Anastasia, pero su voz permaneció firme y llena de consuelo. —Mi dulce Alex, tu padre te amaba profundamente, y yo te amo con todo mi corazón. Y anhelo tu felicidad por encima de todo. No te desesperes. Quizás tu corazón aún no ha encontrado a quien lo despierte. Quizás esa persona está más cerca de lo que imaginas, o quizás aún no ha llegado a tu vida. Pero no pierdas la esperanza. Eres un hombre bueno, noble, y mereces todo el amor del mundo.
Lady Anastasia acarició la mejilla de su hijo con delicadeza, su mirada llena de una fe inquebrantable en su felicidad futura. —En cuanto a ese baile de los Harrington... ?por qué no asistes? No tienes nada que perder, y quién sabe, quizás el destino tenga una sorpresa guardada para ti. Y si no es allí, buscaremos otras oportunidades. Lo importante es que sepas que no estás solo en esto. Siempre tendrás mi apoyo y mi amor.
Lord Alex sintió un nudo en la garganta ante las palabras de su madre. Su amor incondicional y su optimismo eran un bálsamo para su alma inquieta. Aunque una parte de él seguía escéptica, la calidez de su madre le ofrecía un rayo de esperanza en medio de su incertidumbre.
—Os agradezco vuestras palabras, madre— dijo Lord Alex con una voz ligeramente quebrada, apretando su mano con gratitud—. Asistiré al baile de los Harrington. Por vos.
Lady Anastasia le dedicó una sonrisa radiante, sus ojos brillando con alivio y afecto. —Lo sé, mi amor. Y estoy segura de que te divertirás. Ahora, levántate y vístete. El día es joven y aún tenemos mucho de qué hablar.
—?Cuándo se celebrará el baile, madre?— preguntó Alex mientras se ponía de pie, sintiendo una mezcla de resignación y una tenue curiosidad.
—Esta noche, querido— respondió Lady Anastasia con entusiasmo—. Los Harrington siempre ofrecen veladas espléndidas.
Lord Alex se acercó a la ventana, apartando ligeramente la cortina. El bosque que se extendía hasta donde alcanzaba la vista estaba cubierto por una densa capa de nubes grises, presagiando una tormenta inminente. —Parece que tendremos una noche tormentosa— comentó, con una nota de presentimiento en su voz.
—Tonterías, querido— replicó Lady Anastasia con ligereza—. Solo son unas nubes pasajeras. No te preocupes por el clima.
Pero a varios kilómetros de distancia, en lo profundo del bosque, en la siniestra torre del "Castillo Oscuro", el Dr. Víktor aguardaba con una excitación febril aquella futura tormenta eléctrica. En el corazón de su laboratorio, un espacio olvidado por la luz y dominado por un hedor nauseabundo a carne en descomposición y fluidos corporales, una figura yacía inerte sobre una tosca camilla de madera. Cubierta por una sábana raída, su forma colosal permanecía invisible para el lector, un secreto grotesco a punto de ser revelado.
El aire del laboratorio era denso y pesado, impregnado del aroma dulzón y pútrido de los restos orgánicos desechados por el doctor en sus macabros experimentos. Trozos de carne amoratada, huesos roídos y otros fragmentos irreconocibles se amontonaban en rincones oscuros, testimonio silencioso de una profanación impía. Cables de cobre y latón serpenteaban por el suelo y las paredes, conectando intrincados mecanismos y bulbos de cristal polvorientos. Sobre una mesa cercana, una grotesca colección de botones, palancas y diales aguardaba la furia desatada de la naturaleza.
El Dr. Víktor, demacrado y con la mirada febril, se movía con una energía casi maníaca en la penumbra del laboratorio. La única fuente de luz era una lámpara de aceite parpadeante que proyectaba sombras danzantes sobre las paredes cubiertas de humedad y telara?as. El aire, ya de por sí pesado por el hedor de la descomposición, se cargaba ahora con la inminencia de la tormenta, un presagio palpable de lo que estaba por venir.
Víktor ajustó con dedos temblorosos una serie de correas de cuero que sujetaban la sábana sobre la camilla, asegurándose de que la creación permaneciera firmemente en su lugar. Bajo la tela, se podía intuir una forma vagamente humanoide, pero de proporciones colosales. La sábana se alzaba en imponentes picos sobre lo que parecían ser unos hombros increíblemente anchos y unas extremidades desmesuradamente largas. Incluso bajo el tejido, se percibía el abultamiento de un torso masivo y la sugerencia de una cabeza de tama?o inquietantemente grande. Un escalofrío recorrió la espalda del doctor, una mezcla de terror y una excitación casi mórbida ante la inminente culminación de su obra.
Los instrumentos quirúrgicos, ahora inactivos, yacían esparcidos sobre una mesa cercana, sus superficies metálicas opacas bajo una fina capa de polvo. Frascos llenos de fluidos turbios y especímenes grotescos se alineaban en estanterías desvencijadas, observando en silencio la escena que estaba a punto de desarrollarse. El zumbido bajo y constante de la maquinaria que Víktor había ensamblado llenaba el aire, un preludio electrónico a la sinfonía de la vida que esperaba desatar.
El viento comenzaba a aullar fuera de las estrechas ventanas del castillo, y el primer trueno, sordo y lejano, resonó a través de las paredes de piedra. Víktor sonrió, una mueca casi salvaje que revelaba su estado mental al borde del colapso. Levantó la mirada hacia el cielo oscurecido que se vislumbraba a través de una grieta en el techo.
—Cada fibra muscular meticulosamente suturada, cada anastomosis vascular verificada, la intrincada red nerviosa dispuesta según los más profundos estudios de Galeno y Albinus... pronto, mi magnum opus respirará— susurró con una voz apenas audible, sus ojos fijos en el punto donde esperaba que el rayo descendiera para insuflar la chispa vital a su creación. La tormenta se acercaba, y con ella, el nacimiento de una nueva era de terror y maravilla.
La noche avanzaba, y en la siniestra quietud del Castillo Oscuro, la obsesión del Dr. Víktor continuaba su curso implacable, tejiendo un destino oscuro tanto para él como para aquellos que se cruzarían en su camino. La creación, oculta bajo la sábana ensangrentada, aguardaba su despertar, un presagio de terror que pronto se desataría sobre el mundo.
En ese instante, un repentino y violento relámpago rasgó la negra del cielo, iluminando el laboratorio con una luz blanca y cegadora. Durante una fracción de segundo, la horrible inmoralidad del lugar quedó expuesta con una claridad escalofriante. Sobre una repisa polvorienta, junto a cráneos y huesos dispuestos con una frialdad científica, se podían distinguir varios trofeos de ciencia, placas de metal brillante grabadas con inscripciones latinas y los nombres de instituciones académicas de renombre. Y justo debajo, enmarcados con orgullo a pesar del hedor y la macabra atmósfera, colgaban varios diplomas. La luz fugaz reveló con precisión las elegantes letras talladas en pergamino amarillento: "Dr. Víktor Frankenstein". La oscuridad volvió a engullir el laboratorio, dejando tras de sí la resonancia del trueno y la certeza escalofriante del nombre que ahora flotaba en el aire como un espectro. Dr. Víktor Frankenstein. El científico que osaba desafiar a la muerte.