Exterior – Ma?ana en ruinas
Zarek sale del pozo donde lo oculto su madre. Se incorpora lentamente, con el cuerpo adolorido.
El sol apenas asoma, proyectando sombras largas sobre el pueblo en ruinas. Todo está en silencio, salvo el susurro del viento.
Camina sin rumbo, como si aún no creyera lo que ve. Cenizas, madera quebrada, piedras ennegrecidas. La vida se volvió polvo.
Frente a lo que fue su hogar, algo llama su atención: una peque?a forma entre los restos.
Se agacha. La manilla.
Quemada, pero reconocible. Los hilos de cobre aún brillan entre el hollín.
La toma con cuidado. La observa en su palma sucia. Sus dedos tiemblan un poco, pero su rostro se mantiene sereno. Solo sus ojos dicen más.
Zarek (casi en un susurro):
“?Por qué tú...?”
Cierra el pu?o. Mira el horizonte. El sol comienza a elevarse, ti?endo las nubes de un dorado pálido.
El humo aún se eleva desde las casas. Entre las cenizas, los pasos de tres figuras irrumpen en el silencio.
De pronto, el sonido.
Tronidos lejanos secos como huesos rotos. Galope rápido. Ruedas de madera crujiente.
Zarek reacciona. Sus ojos se agrandan. Mira alrededor con miedo y se esconde entre los restos de una casa caída, cubriéndose con unas lonas viejas.
El sonido se acerca.
Una carroza rústica entra al pueblo, chirriando con cada piedra. Está improvisada, con partes desiguales, cuerdas apretadas y botines colgando como trofeos. Dos caballos exhaustos la arrastran.
Los tres saqueadores bajan sin apuro. Miran alrededor con costumbre, como si ya hubieran visto muchas ruinas como estas.
Uno de ellos, de rostro ratonil, se adelanta con ojos codiciosos.
Ladrón (De forma burlona):
“Vaya... llegó tarde el fuego, pero igual dejó regalos.”
Se separan. Revisan casas caídas, tumban restos, patean muebles. Buscan oro, plata, herramientas, cualquier cosa de valor.
Mientras hurgan entre las cenizas, el ladrón aparta una tabla quemada y se congela al ver al ni?o entre las sombras. No se mueve. Sus ojos son los de alguien que ya no espera nada. Zarek, encogido, sucio, temblando aún.
Ladrón (desenfundando un cuchillo):
“?Eh! ?Fuera de ahí!”
Zarek se levanta lentamente, las manos al frente. Tiene la manilla aún en su pu?o.
Desde atrás, una mujer de movimientos fluidos se asoma. Lo observa en silencio.
Chica (frunciendo el ce?o):
“?Un ni?o?”
Zarek:
Levanta la mirada y la mira con unos ojos inexpresivos.
Ladrón (riendo):
“Parece más un espectro que otra cosa.”
Un tercer saqueador, viejo, de ojos opacos y piel curtida, se acerca sin decir nada. Solo lo mira.
Zarek da un paso atrás, desconfiado.
Chica (con calma):
“No estás muerto. Eso ya te hace raro por aquí.”
El grupo se queda en silencio un momento. El viento sopla entre las ruinas. Un cuervo grazna desde lo alto de una chimenea rota.
Chica (mirando al viejo):
“?Qué dices?”
El viejo asiente levemente.
Ladrón (encogiéndose de hombros):
“Mientras no pese mucho ni toque mis cosas…”
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Zarek no se mueve.
Chica (le extiende la mano):
“No es caridad. Solo seguimos el humo.”
Zarek duda… luego la toma.
[Más tarde, en la carreta – avanza por un camino terroso]
Zarek va sentado al fondo, en silencio, abrazando sus rodillas.
Chica (mirándolo de reojo):
“Ya que estás aquí, deberías saber con quién andas.”
Se se?ala a sí misma.
Chica:
“Me llaman Lyra. él, el de la daga, es Nerrik. Y el viejo allá es Phorón.”
Nerrik (desde el frente, sin mirar):
“No hace falta que él nos recuerde, ni?a. No planeamos cuidarlo.”
Lyra (encogiéndose de hombros):
“No dije que lo hiciéramos.”
La carreta sigue avanzando, alejándose de las cenizas.
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[Exterior – Camino terroso, más tarde]
La carreta cruje al rodar sobre piedras sueltas. El sol ya ha subido más, pero la bruma no se disipa del todo. El paisaje es seco, con árboles calcinados y colinas grises al fondo.
Zarek observa en silencio. Sus ojos siguen el vaivén de los árboles muertos, de los cuervos sobrevolando en círculos. La manilla aún en su pu?o.
Lyra (sin mirarlo):
—?Siempre tan callado?
(Zarek no responde)
—Mejor. Los que hablan mucho, terminan con la lengua cortada en estos caminos.
Phorón bosteza. Nerrik tararea una melodía vieja y desentonada.
Phorón (medio dormido):
—Los caminos están llenos de almas que no saben que ya murieron.
Lyra rueda los ojos.
Zarek (por fin habla, apenas audible):
—?Qué fue lo que pasó...? ?Por qué hicieron eso?
La carroza se queda en Silencio. Nadie responde la pregunta
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[Campamento – anochecer]
En un peque?o claro entre árboles secos. Han encendido una fogata baja, protegida con piedras. La carreta está cerca, los caballos descansan. El cielo es violeta, con nubes como brasas apagadas.
Zarek está sentado aparte, con una manta áspera sobre los hombros. Mira las llamas. En sus manos, un cuenco humeante con un caldo espeso y oscuro.
Lyra (mientras afila una peque?a lanza):
—No sabe bien, pero llena. Mejor que roer raíces.
Nerrik (con una sonrisa torcida):
—O mejor que comerte tú mismo, claro.
Zarek no responde. Sopla el caldo y bebe un poco. Sus tripas gru?en. No había comido nada desde la masacre.
Phorón duerme con un ojo entreabierto, cubierto con su capa de harapos.
El viento sopla suave. Hay un silencio denso, extra?o. Zarek lanza miradas fugaces a los tres. No confía. No entiende por qué lo dejaron seguir.
Phorón (sin abrir los ojos):
—?Los soldados de Lux Dei?
(Zarek asiente con un leve gesto)
—Hicieron lo que hacen. Purifican. A su manera...
Zarek frunce el ce?o. No entiende.
Lyra (seria):
—Donde hay algo que no controlan, lo llaman heresía. Donde hay tierra fértil, lo llaman propiedad divina. Si resistes... eres impuro.
(pausa)
—Tu aldea era demasiado cercana a la Torre. Es extra?o que hayan tardado tanto en atacarla . Tal vez alguien habló de algo... que no debía.
Nerrik (burlón):
—O quizás simplemente estaban aburridos.
Zarek (aprieta los dientes. mirando el fuego, molesto):
—Dices que no es casualidad… ?entonces por qué pasó todo eso? ?Por qué ellos vinieron? ?Qué buscan?
PHORON (silencio largo, mastica unas hojas secas):
—Hay nombres que los hombres no deberían repetir.
ZAREK (lo mira, confundido)
PHORON (encogiéndose de hombros, como si recordara algo viejo):
—No sé bien lo que es… pero los de Lux Dei lo trajeron hace mucho. O eso se murmura.
—Dicen que antes de su llegada, el cielo era distinto. Que los sue?os eran más claros. Que había razas... mejores.
ZAREK (entrecerrando los ojos):
—?Un dios?
PHORON (escupe a un lado, con desdén):
—Dios no. Algo más viejo. Algo que no siente.
—No lo crearon… lo invocaron. Como si abrieran la jaula de un animal dormido.
—Y cuando salió… el mundo cambió. Todo se pudrió desde adentro.
ZAREK (en voz baja):
—?Y mi madre… sabía todo eso?
PHORON (lo mira con pesar, pero sin certeza):
—Tal vez no con palabras… pero los antiguos a veces sienten lo que otros no.
—A veces no necesitas ver al fuego para saber que quema.
Zarek traga saliva. Mira la manilla otra vez.
Y en su mente brota el recuerdo tenue de la sonrisa de su hermano.
Sus ojos se entrecierran dejando caer una lágrima por su mejilla
Procede a poner la manilla en su brazo izquierdo.
Lyra (murmurando):
—Y los que recuerdan... no siempre quieren hacerlo.
Zarek se recuesta junto a la carreta. Cierra los ojos, pero no duerme. No puede. Entre las sombras danzan imágenes de fuego, gritos, su madre… su hermano corriendo.
Se obliga a respirar lento. A recordar el rostro de su madre cuando le dijo que cuidara a Dren.
La noche pasa.
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[Amanecer – Entrada de una ciudad amurallada]
Por la ma?ana zarek es despertado por lyra luego de dormir apenas un par de horas. Se despierta agitado un poco asustado, mira a su alrededor no conoce nada eso lo desorienta más mira a phoron alistando todo y a nerrik dándole de comer a los caballos.
Lyra lo toca y le dice que pronto partirán a "varnak"
Se suben a la carreta y retoman el camino
El sol entre nubes rojas. La ciudad emerge entre colinas del fondo como una herida mal cerrada. Murallas de piedra agrietada, humo saliendo de torres, banderas negras con cruces invertidas.
A las afueras de la ciudad una fila de caravanas. Jaulas con seres aún vivos, apenas respirando: semi-humanos, faunos, bestiarios de orejas largas, pieles azules, ojos múltiples. Algunos ya sin fuerzas. Otros, con la mirada intacta.
Zarek abre los ojos sorprendido al verlos. Un ni?o con piel escamosa lo mira desde una jaula. No parpadea.
Lyra (con tono bajo):
—No los mires mucho. Aquí se paga por respirar.
Un letrero tallado en piedra sobre la puerta:
“Varnak: la ciudad del intercambio eterno.”
Banderas negras con el emblema roto de Lux Dei: un círculo abierto rodeado de llamas negras, les dan la bienvenida.
Nerrik (tirando las riendas):
—Si no quieren preguntas, no hagamos ruido. Phorón, tu boca cerrada. Y Lyra, esconde lo que brille.
Zarek (susurrando):
—?Qué es este lugar…?
Phorón (casi para sí):
—La garganta de Nemea. Todo pasa por aquí: rumores, armas, esclavos, muerte... y secretos.
Mientras entran, Zarek aprieta la manta sobre sus hombros. No quiere ser visto. No quiere estar allí.
La carreta se detiene frente a una estación de inspección. Guardias con armaduras desiguales y banderas parchadas.
Nerrik (bajando con desdén):
—Bienvenidos a Varnak. Dice abriendo sus manos. Aquí todo se compra, todo se pierde… y nadie hace preguntas si pagas con lo suficiente.
Zarek mira todo. Es la primera ciudad que ve. Sus ojos recorren los templos derruidos, los postes con animales colgados, y una criatura encadenada que gru?e desde una celda de barro. Parece humano… pero no del todo.
Algo cruje en su interior. Algo antiguo. Y por primera vez, una sensación extra?a atraviesa su espalda como un escalofrío.
La tarde comenzaba a desvanecerse cuando Zarek, junto a Lyra, Nerrik, y Phoron, recorren la ciudad. El bullicio era indescriptible: una mezcla de sonidos, gritos, risas, y el pesado ritmo de los pasos apresurados. Todo era tan grande, tan agobiante. El aire estaba cargado de nuevos olores, mezclados con la humedad de las calles y las voces de los comerciantes que ofrecían sus productos.
Zarek se sentía peque?o entre tanta gente, pero Lyra caminaba a su lado con tranquilidad, guiándolo en este mundo desconocido.
Lyra -“Aquí es todo muy diferente a tu aldea, ?verdad?”- le dijo, observando con una sonrisa ligera la forma en que él analizaba cada rincón con los ojos abiertos de par en par.
-“Es... impresionante,”- respondió Zarek, aún sin poder asimilar todo lo que veía. -“Nunca imaginé que el mundo fuera tan... grande.”-
Lyra (asintió):
-“En Solaria Magna todo es grande. Los mercados, las razas que se mezclan, la magia en cada rincón. Aquí, todo está conectado. Pero también hay mucha... historia oculta.”-
Caminaban entre los puestos, comprando lo esencial: provisiones para el viaje, ropa, algunas herramientas necesarias. Zarek observaba todo con curiosidad, pero también con una creciente sensación de desconfianza. Había visto a muchos seres de diferentes razas, pero ninguno de ellos le era familiar. Nunca había salido de su pueblo.
Nerrik que se había ido a buscar una posada cercana. Después de un rato, se apareció en el punto de encuentro y les dijo: -“He encontrado un lugar donde podremos descansar esta noche. No es lujoso, pero está bien para pasar la noche.”-
La posada no era nada impresionante, pero lo suficiente para un grupo de viajeros cansados. La luz de las velas se reflejaba débilmente en las paredes de madera, creando sombras alargadas que llenaban la habitación. Los tres se acomodaron en la misma pieza, agotados por el largo día. Phoron también se acomodó en un rincón, con su presencia tan callada que parecía casi invisible.
Zarek se recostó en la cama, pero su mente seguía activa. Las imágenes de la ciudad, los rostros que no conocía, los sonidos extra?os, todo eso se mezclaba en su mente, y la sensación de estar observando algo más grande, algo que no comprendía del todo, no desaparecía.
A medida que la noche avanzaba, la ciudad seguía vibrante y activa, con la luz de las lámparas parpadeando en las calles y las voces de los transeúntes que llegaban hasta la habitación de la posada. Sin embargo, en algún momento, algo extra?o empezó a ocurrir. Una figura oscura, envuelta en una capa que absorbía la luz de la noche, pasaba cerca a las calles de la posada. Su presencia parecía casi etérea, como si la figura no perteneciera completamente a este mundo. Una sensación de inquietud flotó en el aire, pero nadie en la posada pareció notarlo.
La figura caminaba sin prisa, como si tuviera un destino claro, p
ero tan furtiva en su paso que su presencia parecía pasar desapercibida para todos, menos para el observador más atento. Nadie en la posada vio nada, y Zarek permaneció en su cama, sumido en sus propios pensamientos, ajeno a los eventos que sucedían en las sombras.