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Capitulo IV - Inicio del Infierno

  El panorama en el planeta era sombrío para los terranos. Las tropas desplegadas en el sur enfrentaban condiciones extremadamente difíciles, resistiendo con determinación mientras los refuerzos terminaban de llegar para lanzar una gran ofensiva. Sin embargo, cada día de espera significaba más bajas… y más sufrimiento.

  El Mariscal de Campo Friedrich recorría el campamento, observando a sus soldados mientras analizaba los informes de situación. En las últimas semanas, habían sufrido más de setenta mil bajas, y aunque los nuevos refuerzos traían esperanza, también implicaban una mayor responsabilidad sobre sus hombros.

  Se dirigió al puesto médico, donde el jefe de sanidad revisaba datos proyectados en una tableta holográfica. Friedrich, con una expresión de preocupación marcada en su rostro, preguntó:

  —?Cuántos heridos tenemos?

  El médico alzó la vista de su pantalla antes de responder con tono grave:

  —Cuatrocientos, se?or.

  —?Y cuántos podrán regresar al combate?

  —Solo ciento treinta y dos, se?or… podrán volver al frente.

  Friedrich suspiró. Cuatrocientos heridos en una escaramuza… ?cuántos caerían cuando la ofensiva comenzara? Ese pensamiento lo acompa?ó mientras se dirigía al cuartel general, una antigua casa de madera que servía como centro de mando improvisado. Al entrar, el suelo crujió bajo sus botas. Giró a la derecha, donde sus generales y asesores ya estaban reunidos alrededor de un gran mapa holográfico, lleno de marcadores estratégicos.

  —Situación —ordenó con voz firme, mientras se quitaba el casco y lo dejaba sobre una mesa.

  Uno de sus asesores, revisando una tableta, respondió con entusiasmo:

  —Se?or, los refuerzos están listos. Hemos recibido tropas de los principados de Polonia, Rusia, Países Bajos y Corea.

  Friedrich frunció el ce?o.

  —?Mencionaron algo sobre las pérdidas de los primeros meses?

  —No, se?or. Se nos informó que entienden la situación y que la población no tomará represalias contra usted.

  El mariscal asintió con un leve gesto de alivio.

  —Bien. No quisiera tener a la CPR aquí.

  —Es comprensible, se?or —respondió el asesor con una ligera sonrisa.

  Friedrich dio un golpe seco con la palma sobre la mesa, captando la atención de todos en la sala.

  —Se?ores y se?oras, prepararemos una ofensiva para liberar este planeta.

  Uno de los generales, con expresión preocupada, levantó la mano.

  —Con todo respeto, se?or. Nuestras tropas han estado combatiendo sin descanso. Recomendaría atacar más al noroeste, donde la presencia imperial es menor.

  Friedrich lo escuchó con atención antes de responder con voz calmada pero decidida:

  —Entiendo tu preocupación. Pero con los refuerzos recién llegados, podemos combinar fuerzas y asestar un golpe decisivo contra la línea imperial. La retirada de su flota nos da una ventana de oportunidad. La nuestra también ha sido mermada, y debemos actuar antes de que lleguen más refuerzos imperiales.

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  El general asintió, aunque su rostro seguía reflejando reservas.

  —Lanzaremos una ofensiva con el XII y el IV Cuerpo de Marines, acompa?ados por la XI División Panzer. Ejecutarán un asalto anfibio en las costas de Morevsk para establecer una cabeza de playa. Una vez asegurada, las Legiones XIV, XIX y III del Ejército tomarán Burevest y Vizma —explicó, se?alando los mapas y hologramas de la mesa.

  —Se?or —intervino un comandante—, la marina podría lanzar una ofensiva en conjunto con divisiones Panzer en Polyusovsk y Turovets, para asegurar las retaguardias y evitar que nos tomen desprevenidos.

  —Podríamos enviar al II y XXI Cuerpo de Marines, acompa?ados por la IV División Panzer —a?adió otro comandante.

  —Es una buena propuesta —respondió Friedrich—, pero debemos garantizar una línea de suministro impecable. No podemos permitir que nuestros vehículos queden desabastecidos. Además, se ejecutará una Fulgur Offendens en Glukharevo, con las Divisiones Panzer LI y LIII, junto con las Legiones XIV, XIX y III, que para entonces ya deberían haber tomado Burevest y Vizma —agregó, pasando una mano por su cabello negro.

  —Se?or —dijo un capitán, interrumpiendo la explicación—, propongo un ataque aéreo sobre Rudinov y Sibirsk. Luego, nuestras tropas podrían fortificarlas con líneas de trinchera.

  —?Disponemos de algún otro cuerpo de marines o legión del ejército? —preguntó Friedrich, girando hacia un asesor.

  —?Se?or! —respondió rápidamente el asesor, revisando su tableta—. Aún contamos con los Cuerpos de Marines V, LX y CI. En cuanto a legiones del ejército, están disponibles la LIX, LXI, LIV y LVI.

  —?Perfecto! —exclamó Friedrich, esbozando una leve sonrisa seguida de una corta carcajada—. ?Y cuántos escuadrones aéreos tenemos disponibles?

  —Contamos con los Cuerpos de Aviación II, LI y C. En total, tres mil unidades entre cazas y bombarderos, se?or.

  —Usaremos al II Cuerpo de Aviación, que se dividirá en dos grandes grupos para atacar Rudinov y Sibirsk. Tras la ofensiva aérea, las Legiones LIX y LVI del Ejército tomarán las posiciones, tras eso las Legiones IV, XXI, XIX, III, y IX del ejército de los principados relevarán las tropas para fortificar y defender las posiciones tomadas. —ordenó Friedrich, mirando a sus generales—. ?Todos están de acuerdo?

  —?Sí, se?or! —gritaron todos al unísono, golpeando el pu?o contra el pecho y alzándolo—. ?Por la República!

  —?Por la República! —repitió Friedrich, alzando su pu?o con firmeza.

  Las tropas abordo de los barcos para iniciar el asalto. Dentro de las embarcaciones, los generales daban las últimas instrucciones.

  —?Escuchen, soldados! —exclamó el Consularis Militariae mientras se?alaba el mapa y los hologramas desplegados sobre la mesa de la cubierta—. Tomaremos las playas antes de las 0800 horas. El XII Cuerpo de Marines se dividirá en tres grupos, cada uno subdividido en sus respectivas compa?ías. Sesenta mil hombres conformarán el primer asalto. Además, contaremos con la 1.a y 12.a Divisiones de Zapadores, y con la 241.a División de Médicos de Asalto.

  Sus hombres lo observaban atentamente. Entre ellos, dos marines conversaban en voz baja:

  —?Crees que lleguemos a las trincheras? —preguntó uno, volviendo la vista hacia su compa?ero.

  —Espero que sí —respondió el otro, mientras se colocaba el casco y ajustaba su careta.

  El sargento continuó se?alando el mapa con su bastón.

  —Habrá dos objetivos a destruir y uno a tomar antes de avanzar a las trincheras imperiales. El punto Alfa, ubicado al suroeste, deberá ser asegurado por la 1.a y la 44.a Divisiones de Marines. Este punto es crucial, pues es la entrada al sector que nos llevará a las trincheras —explicó, mientras lanzaba una mirada al horizonte.

  "Malditos imperiales", pensó. Sabía que dejarse llevar por el odio no era honorable, pero tras meses viendo caer a sus muchachos, era difícil no sentirlo.

  —Los puntos Bravo y Charlie son objetivos secundarios. No deben ser tomados, sino destruidos. La 1.a División de Zapadores será la encargada de eliminar las defensas. Alégrense, muchachos: se estima que no habrá más de quince a treinta objetivos a destruir —dijo, se?alando las posibles posiciones enemigas—. Tras eliminar las defensas, avanzaremos hacia Alfa. Desde el sector A podremos abrirnos paso a las trincheras.

  Tengan cuidado: los búnkeres imperiales están equipados con ametralladoras láser. Hay entre diez y veinte mil soldados enemigos defendiendo la zona.

  El Consularis se giró, observando a sus hombres.

  —?Entendieron?

  —?Sí, se?or! —gritaron al unísono.

  —?Recuerdan por qué luchamos? —preguntó, paseando la mirada sobre los cinco mil soldados reunidos.

  —?Por la República! —respondieron con fuerza.

  —?Y qué más?

  —?Por la libertad!

  —?No olviden por qué luchan! —tronó el Consularis, alzando la voz—. No duden, ni por un momento: enfrentamos a un enemigo que no solo mata cuerpos, sino que corrompe almas y mentes.

  Recuerden este momento, soldados. Compáralo con la Gran Guerra Galáctica. Enfrentamos a un enemigo igual de brutal, aunque sus objetivos sean distintos.

  ?Quiero verlos luchar como nunca antes lo han hecho! ??Entendido?!

  —?Sí, se?or! —bramaron todos, alzando sus pu?os—. ?Urra, urra, urra!

  El oficial les lanzó una última advertencia:

  —Tengan cuidado, muchachos. Aunque parezcan pocas defensas y algunos búnkeres dispersos... pueden hacernos pedazos si no actuamos rápido y juntos.

  ?Sean valientes al bajar de esas lanchas y al pisar la fría arena de la playa!

  En ese momento, una voz sonó en su comunicador radio-holográfico:

  —Consularis Militariae Carl, es hora de que sus hombres comiencen a embarcar. Se acerca el momento.

  Carl asintió y respondió:

  —Entendido. Hora de embarcar.

  Guardó el comunicador en el cinturón imantado de su pecho y, girándose hacia sus tropas, rugió:

  —?Escuchen!... ?Ya es hora!

  Los hombres comenzaron a descender hacia las lanchas de desembarco, subiendo apresurados. Una vez a bordo, partieron hacia la playa.

  Miraron hacia los navíos de apoyo: los grandes acorazados ya estaban apuntando sus ca?ones hacia la costa. De pronto...

  ?PUM!

  Los barcos abrieron fuego. La playa, cubierta de nieve, fue arrasada por la lluvia de proyectiles. Las posiciones imperiales comenzaron a ser machacadas por la artillería humana.

  —No quisiera estar ahí —comentó uno de los marines, escupiendo en la cubierta de la lancha.

  —Estaremos ahí —le respondió otro, a su lado, con voz sombría.

  El zumbido de los motores de las lanchas llenaba el aire. Se aproximaban.

  El bombardeo naval continuaría hasta que las primeras lanchas estuvieran a dos minutos de la orilla.

  Mientras tanto, los soldados se aferraban como podían. La marea alta se alzaba y hacía descender las lanchas. El agua fría entraba por las orillas, mojándolos hasta las rodillas.

  Las explosiones retumbaron como depredadores furiosos, castigando sin piedad las posiciones imperiales, envolviendo el paisaje en un diluvio de fuego, truenos y muerte.

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