En las posiciones imperiales reinaba el caos: explosiones, gritos, humo.
Kruska había sido asignado a Morevsk bajo la promesa de que sería una zona sin contacto... ahora era víctima de una ofensiva a gran escala.
Avanzaba entre las explosiones, cubriéndose instintivamente. Volteó hacia un nido de ametralladoras justo a tiempo para ver cómo una detonación lo destruía por completo.
Cuando cesó la lluvia de escombros, tierra y nieve, lo que vio le heló la sangre: en el cráter sólo quedaba una mancha amorfa de sangre azul, verde y amarilla.
No tuvo tiempo de procesarlo. Otra explosión rugió cerca.
—?Muévanse a sus posiciones! —gritaba un alto general imperial.
Una detonación cayó a su lado, lanzándolo cinco metros por el aire.
Kruska corrió hacia él, intentando socorrerlo, pero al llegar sólo encontró el cuerpo del general... sin rostro, inmóvil.
Retrocedió aterrado, tropezando en su huida, hasta alcanzar la entrada de un búnker.
Dentro, sus manos buscaron a tientas la ametralladora simbiótica.
Apenas la tocó, sintió el aguijón biológico penetrar su mu?eca, conectándolo al alma del arma. El dolor punzante quedó relegado a un segundo plano cuando levantó la mirada y vio...
Miles de lanchas humanas se acercan a las costas.
El bombardeo había dejado de sonar. Solo el murmullo de las olas y los gritos de sus camaradas llenaban el aire.
—?Ya vienen! —gritó Kruska, alertando a los demás.
Se aferró a la ametralladora, apuntando hacia las embarcaciones enemigas.
Un camarada imperial entró corriendo al búnker y se abalanzó sobre la otra ametralladora.
—Pensé que se rendirán —comentó con amarga ironía.
—Pensaste mal —respondió Kruska, sin apartar la vista del horizonte—. Que la luz de las Matriarcas te guíe lejos de la duda.
Fuera, el caos era absoluto.
Los gritos de auxilio, las órdenes desesperadas y el crujir de estructuras derrumbándose se mezclaban en un solo rugido infernal.
De los veinticinco mil soldados imperiales desplegados en Morevsk, ya habían perdido siete mil... y el asalto humano apenas comenzaba.
Las primeras lanchas llegaban a la costa.
Dentro de ellas, los soldados humanos temblaban de miedo. Algunos se persignaban, otros besaban dijes de cruz, de calavera… y otros simplemente miraban al frente, en silencio.
—?Las compuertas se abrirán en treinta segundos!... ?Dios los bendiga! —gritó el conductor de una de las lanchas.
—?Quiero espacio entre cada hombre! —ordenó el Centurionis Magnus Orlov a los suyos—. ?Eviten los cráteres de artillería en la playa! ?Salten si es necesario, pero no demasiado! ?El exoesqueleto puede fallar por la temperatura tan baja y el agua helada!
—?Diez segundos!... ?Eviten los huecos de impacto! —gritó el conductor, como último aviso.
Las puertas se abrieron.
Y comenzó la carnicería.
Las ametralladoras imperiales, desde sus búnkeres, abrieron fuego como si fueran dragones furiosos.
Los soldados terranos comenzaron a caer de inmediato.
Aunque su armadura podía resistir decenas de impactos, las ametralladoras disparaban el doble de lo que la coraza podía soportar.
Las lanchas se convirtieron en trampas mortales: las rampas se atascaban con montones de cuerpos.
—?Salten por la borda! —gritó Orlov—. ?Por la borda!
Dio un salto y cayó al agua helada.
A su alrededor, los disparos láser zumbaban como avispas enloquecidas.
Giró la vista a sus costados y vio a sus marines caer como moscas.
Ya registraban más de dos mil bajas en los primeros cuatro minutos del asalto.
Los que lograban salir del agua llegaban a la playa desorientados. Algunos se escondían en cráteres, otros corrían buscando cobertura, y muchos más caían abatidos antes siquiera de levantar sus armas.
Entonces, una explosión retumbó desde la costa:
dos Panzer VI Nilpferd habían llegado.
Los tanques dispararon, derrumbando una de las principales fortificaciones imperiales.
Al ver esto, los defensores comenzaron a reorganizarse.
—?Destruyan ese blindado! —gritó un bajo general imperial.
Varios soldados imperiales alzaron un lanzacohetes antiestructuras y dispararon.
El proyectil impactó... pero el Panzer resistió gracias a su escudo energético.
Un segundo disparo... y aún aguantó.
Entonces, el tanque giró su torreta.
Disparó una carga PIPER.
Cinco metros antes del impacto, la munición liberó treinta y ocho varillas perforantes:
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cada una empaló a un soldado imperial.
Algunos quedaron agonizantes. Otros murieron al instante.
Desde el búnker de trincheras, un ca?ón de campo respondió.
El proyectil desactivó el escudo del Nilpferd.
Un tercer disparo de lanzacohetes impactó.
El tanque no explotó, pero su torreta se incendió.
Uno de los tripulantes salió para intentar apagar el fuego, pero una ráfaga láser lo acribilló en el acto.
Mientras los tanques eran neutralizados, las tropas seguían avanzando.
Orlov, aún cubierto de barro y sangre, guiaba a sus divisiones a través del infierno.
Al acercarse a una fortificación imperial, gritó:
—??Dónde mierda están los zapadores?!
Giró sobre sí mismo, buscando con desesperación, pero una ráfaga de disparos lo obligó a tirarse al suelo.
Entonces, una voz surgió en su comunicador radio-holográfico:
—?Se?or! Las tropas están dispersas, se?or. Tengo restos de la 1.a y la 44.a de marines en mi zona, centurionis.
—?Maldición! —rugió Orlov, al tomar el comunicador—. ?Diles que se dirijan al sector A para avanzar! ?Necesito a la 1.a de zapadores en 12-23-01! Tengo fortificaciones frente a mí y deben ser destruidas ya.
—?Sí, capitán! —respondió la voz desde el otro lado.
—————
En ese momento las bajas ya se habían reducido pero aún así seguían sumando cuerpo, pues ya contaban ocho mil doscientos diez bajas en tan solo treinta minutos de operación.
Los zapadores habían llegado con el centurionis y empezaban a preparar cargas explosivas.
— ?Se?or tiene que alejarse de aquí! — grito el zapador.
— ?Ya lo sé maldición! — replicó Orlov mientras avanzaba y mandaba otra orden por su comunicador. — ?Quiero a todos los hombres de la 1a y la 44a en 15-26-02!
En ese momento Orlov llegó a la orilla del objetivo Alpha vio a su alrededor y vio que solo unos hombres habían llegado, volteo y vio un campo lleno de cadáveres, muchos heridos gritando desesperadamente por sus madres o sus padres, una voz lo saco de su pensamiento.
— ?Se?or! — gritó un soldado. — ?No están todos, aún faltan unidades se?or!
— ?Quien está a cargo de esta zona! — grito Orlov mientras sacaba un cargador de su cinturón y lo colocaba en su arma.
— ?Creo usted se?or! — grito otro soldado.
Los disparos láser y los gritos no dejaban escuchar del todo bien, además del ruido de las olas y de algunas explosiones.
— ?Se?or, nadie está dónde debería estar! — grito otro soldado que estaba algo más lejos de su posición. — ?Hay restos de la 5a y de la 20a división de marines que deben de estar en la zona Frank!
— ??Y qué mierda hacen aquí?! — replicó Orlov.
— ?Dicen que su capitán los estaba guiando pero fue abatido y siguieron avanzando hasta llegar aquí se?or!
— ?Carajo! — gritó tomando su comunicador diciendo — ??Dónde está el Optio Minor Carlos y la Decanus Prioris Amélie?
— Estamos cerca se?or — dijo Amélie en el comunicador.
— ?Los tanques fueron destruidos se?or! — dijo Carlos al comunicador.
— Si, los ví. — replicó Orlov al tomar de nuevo su computador. — Playa a Base, ni un solo blindado aliado sobrevivió, no hemos tomado la playa, repito ni un solo blindado sobrevivió y no hemos tomado la playa.
— ?Se?or la 1a de zapadores está más al este! ?Les digo que se acerquen? — dijo un soldado.
— ?Sí y que traigan explosivos! — dijo Orlov.
Carlos y Amélie habían llegado a la zona A, a su vez Orlov vería el panorama y dio una orden a sus tropas.
— ?Saquen armas y munición de la playa! — grito Orlov mientras hacía un huevo en la arena con nieve para poner los explosivos.
En ese momento Carlos y Amélie gritaron de igual manera. — ?Ya escucharon que saquen las armas y la munición de la maldita playa!
Tantos soldados como pudieron empezaron a correr hacia la playa, agarrando las cintas de bajas de ametralladoras cinéticas y sacando las armas de plasma de sus camaradas caídos, muchos heridos pedían ayuda gritando desesperadamente de dolor y agonía, muchos tenían los intestinos de fuera por explosiones de los ca?ones imperiales, muchos otros tenían manchas negras en su carne, su casco o chaleco, pero todos coincidían en lo mismo, era un infierno hecho planeta.
Cuando terminaron de sacar armas y municiones de la playa, los zapadores llegaron y estaban preparando las cargas.
— ?Carga lista, explosión en 1o segundos cubranse! — grito Orlov mientras se cubría.
— ?Carga lista! — gritaron todos para dar aviso.
Los diez segundos pasaron y la explosión abrió un cráter grande de cinco metros de diámetro dejando una salida para pasar.
— ?Salida para del punto Alpha aquí, saltaremos por el cráter y avanzaremos por la trinchera! — ordenó Amélie a los soldados. — ?Pornos república!...?Por la libertad!
Al escuchar la orden todos los soldados salían de la playa para adentrarse en un pasillo para llegar a las trincheras imperiales después de cuarenta minutos de asalto en la playa.
Cuando toparon con la elevación del terreno, Orlov y Amélie ordenaron cubrirse detrás de una cresta natural.
—?Hay un nido de ametralladora imperial ahí, se?or! —gritó Amélie—. ?Tenemos que destruirlo!
Orlov se asomó apenas unos segundos… lo suficiente para que una ráfaga de disparos láser lo obligara a agachar la cabeza de nuevo.
—?Tenemos que tomar ese pasillo! —gru?ó, acomodándose tras la cobertura—. ?Tiene que haber una forma de capturarlo!
—?Podemos distraerlos, se?or! ?Mientras otros avanzan y los rodean! —propuso Amélie.
—?Dónde está Carlos? —preguntó Orlov, sin apartar la mirada del frente.
—?Está muerto, se?or! —contestó un soldado, gritando desde más atrás.
Un silencio helado se impuso por un segundo.
Orlov soltó una carcajada amarga:
—?Amélie! —la miró brevemente—. ?Felicidades, ya eres Optio Minor!
—No creo que sea momento para bromas, se?or —respondió Amélie, apretando los dientes—. Tenemos una misión que cumplir.
—?JAJAJAJA! —rió Orlov, golpeando suavemente el casco de Amélie—. Un poco de humor ayuda a mantener la cabeza fría.
Amélie se giró, mirando a los soldados apostados tras la cobertura.
—Tenemos que abrirnos paso ya —dijo en voz baja, casi para sí misma.
Orlov asintió. Dio órdenes rápidas:
—?Bob, Frank, John y Estrella! Prepárense para avanzar. ?Nosotros cubriremos su movimiento!
Luego, volteó hacia otros hombres:
—?Zank, Bren y Owen! A mi se?al: fuego de supresión sobre el nido.
Orlov alzó su mano…
En el acto, los rifles de plasma comenzaron a vomitar disparos.
El nido imperial quedó cegado bajo la descarga.
Aprovechando el momento, Bob, Frank, John y Estrella salieron corriendo, pegados al terreno, avanzando entre humo y cadáveres.
Orlov volvió a cubrirse junto a Amélie.
—?Maldición, se?or! ?Si su madre lo viera se infartaría! —dijo Amélie, intentando aligerar la tensión.
—Pensé que mi madre estaba en casa, no aquí —gru?ó Orlov, limpiándose la sangre seca de la careta.
Mientras tanto, Bob lideraba el peque?o grupo.
El olor a carne quemada se colaba incluso a través de las máscaras filtradoras.
Bob apretó su rifle de plasma, avanzando agazapado.
Cuando llegó a la cima del peque?o risco, vio a cinco imperiales amontonados alrededor del nido.
Sin pensarlo, abrió fuego: un disparo, luego otro.
El sonido metálico del cerrojo resonaba con cada recarga manual.
Uno de los imperiales intentó alzar su arma.
Bob lo alcanzó con un tercer disparo.
El último enemigo, desesperado, corrió hacia él.
Bob lo interceptó, se abalanzó con toda su furia, hundió la bayoneta en su costado y, sin vacilar, le disparó directamente en la cara.
La posición quedó en silencio.
—?Despejado, se?or! —gritó Bob, agitando su brazo.
Orlov se incorporó, saliendo de la cobertura.
—?Escuchen! —bramó—. ?La guerra ya ha comenzado! ?Quiero verlos avanzar sin detenerse!
El eco de su voz retumbó entre los cráteres, mientras los hombres renovaban su impulso para la siguiente ofensiva.
Todos avanzaron por el risco, asaltando directamente las defensas imperiales en las trincheras.
Algunos soldados lograron avanzar entre disparos, mientras los imperiales, desesperados, trataban de hacerlos retroceder a toda costa.
Sus fusiles láser disparaban ráfagas veloces, pero muchos soldados humanos, protegidos por sus armaduras de asalto, resisten más de un impacto antes de caer.
Orlov seguía al frente, liderando a la peque?a unidad que lo había seguido desde la playa.
El barro, la sangre y la nieve formaba un lodazal bajo sus botas.
Al llegar a un búnker imperial, avanzaron siguiendo la línea de trinchera que conectaba con él.
Amélie, armada con su subfusil de plasma, abrió fuego apenas vio moverse a un imperial:
un par de disparos precisos, y el enemigo cayó muerto.
Al llegar a una cobertura, se agachó detrás de unos sacos destrozados y gritó:
—?Bren, granada!
Bren le pasó una granada.
Amélie activó el detonador, lanzó el explosivo hacia la entrada del búnker, y casi al mismo tiempo, Bren y Frank hicieron lo mismo.
Quince segundos después, una serie de explosiones sacudió el sector.
El búnker no fue destruido —los materiales orgánico-metálicos imperiales resistieron—, pero el interior quedó convertido en una trampa mortal.
Los imperiales que intentaban salir fueron destrozados.
Amélie se acercó, arma en mano, saltando sobre la trinchera destrozada.
Apuntó mientras avanzaba hacia la entrada.
La escena era abrumadora.
Fragmentos de cuerpos, sangre de colores extra?os formando charcos pegajosos, el olor nauseabundo de carne quemada, pólvora, y líquidos biológicos impregnaba el aire.
Su máscara filtradora apenas lograba contener el hedor.
—?Mono! —gritó Amélie, llamando a un soldado armado con lanzallamas—. ?Rápido, acabalos!
Mono se acercó trotando, alzó su lanzallamas y apuntó.
Un rugido de fuego brotó del arma.
Dentro del búnker, los imperiales no tuvieron oportunidad.
Las llamas adherentes se extendieron como una manta infernal, consumiendo no solo sus cuerpos, sino el mismo oxígeno del ambiente.
Desde la playa, donde aún llegaban tropas de la segunda oleada, algunos soldados presenciaron la escena.
El fuego iluminaba grotescamente las paredes ennegrecidas, y los gritos agónicos resonaban por todo el campo.
Uno de los marines, horrorizado, gritó:
—?No disparen!... ?No disparen, que se quemen!
Muchos apartaron la mirada.
Otros, simplemente siguieron avanzando en silencio.
La guerra había dejado de ser honor.
Ahora, era supervivencia.
Orlov avanzaba entre las trincheras, su rifle en mano, los sentidos al límite.
Al girar en una esquina, vio a cinco imperiales tratando de recoger armas y equipo.
No hubo palabras, no hubo advertencias: abrió fuego, derribándolos a todos en cuestión de segundos.
Sin romper formación, continuó avanzando.
En otra curva, un imperial alzó las manos, soltando su arma en se?al de rendición.
Orlov ni siquiera se detuvo:
—?Rápido, tomenlo y llévenlo atrás! —ordenó sin volverse a mirar.
El paisaje era grotesco: cráteres humeantes, cadáveres amontonados, sangre de múltiples colores mezclados en charcos en la nieve.
El resultado del bombardeo naval previo