En Burevest y Vizma, las ciudades recién tomadas, ahora servían como áreas de descanso.
Las tropas en defensa aguardaban mientras el II y XXI Cuerpo de Marines llegaban para reforzar las posiciones y posteriormente avanzar.
Mientras avanzaban a pie entre los escombros de la ciudad, los marines observaban los rastros de destrucción:
pilares quebrados, vehículos carbonizados, cuerpos aún semiocultos entre las ruinas.
Los camiones no transportaban soldados.
Transportaban refugiados.
Los civiles hablaban entre sollozos, contando los horrores que el Imperio les había hecho vivir:
Que les arrebataron a sus hijos.
Que si regresaban, ya no eran los mismos.
Que los obligaban a servir a "la luz de las Matriarcas".
Que si se resistían... simplemente los mataban.
Muchos de esos ni?os habían muerto durante la ofensiva.
Los imperiales los habían usado como carne de ca?ón.
Mientras tanto, entre las filas de marines, dos soldados hablaban caminando sobre los escombros:
—Esto es una mierda, Trasher —escupió uno, mirando los edificios hechos pedazos.
—?Qué mierda quieren esas malditas escorias? —gru?ó Trasher, cargando su ametralladora Maxim sobre el hombro.
—Oye, Poul, te aseguro que esas malditas ranas van a huir apenas nos vean.
Poul soltó una risa seca.
—Maldición, si no eres Superman —dijo, con sarcasmo.
Trasher sonrió bajo su casco.
—?Claro que lo soy!
—?Tengo una Maxim! Eso es suficiente para ser un super soldado.
Los dos rieron brevemente, mientras el viento helado arrastraba el olor a sangre y cenizas.
Cuando llegaron a los límites de Vizma, se dio la orden de montar un peque?o campamento y reforzar la posición.
Trasher y Poul trabajaban en una trinchera recién cavada.
Poul colocó el trípode en la tierra suelta mientras Trasher aseguraba la ametralladora encima, ajustando la cadena estabilizadora y jalando la manilla para dejarla lista.
Trasher abrió una caja de munición de seiscientas rondas y conectó la cinta a la Maxim con movimientos rápidos y expertos.
Alrededor de ellos, los demás marines cavaban trincheras y agujeros en todas direcciones.
La ausencia de calles de Petramármol facilitaba el trabajo: la tierra cedía bajo las palas, húmeda y fría.
Más atrás, en posiciones improvisadas, varios escuadrones armaban morteros Brandt Mle 1935 de sesenta milímetros, ajustando los ángulos con la mira integrada.
La noche cayó como un manto negro.
La orden era clara: defender esa posición hasta el amanecer, cuando avanzarían más profundamente en territorio imperial.
Los refuerzos del IX Cuerpo de Marines se esperaban en cualquier momento.
La compa?ía de Trasher y Poul tenía como objetivo avanzar hacia Polyusovsk,
mientras el XIX Cuerpo de Marines se dirigía hacia Turovets.
Un viento frío soplaba entre los escombros de Vizma.
En la oscuridad, solo el sonido de palas golpeando tierra y el tintineo de casquillos sueltos llenaba el aire.
Poul se había desabrochado la careta, que colgaba sobre su casco, mientras bebía agua de su cantimplora.
—Hace un frío de mierda —murmuró.
—Mis pelotas ya parecen pasas —gru?ó Trasher, recargando las manos sobre la ametralladora.
—?Cuántas cajas de munición tenemos? —preguntó Poul.
—Mierda, eso deberías saberlo tú —contestó Trasher sin inmutarse.
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—Maldición... solo traje cuatro cuando llegamos aquí —refunfu?ó Poul.
—Ya tienes tu respuesta —rió Trasher con sarcasmo—. Prepárate para ir por más en cualquier momento.
La noche seguía espesa, el viento helado cortando la piel como cuchillas invisibles.
Cuando parecía que todo transcurriría en calma,
desde el bosque frente a sus posiciones comenzaron a oírse crujidos.
Sombras se movían entre los árboles.
—?Movimientos al frente! —susurró un marine cercano.
—?No disparen todavía!
Trasher ajustó su agarre sobre la Maxim.
Poul abrochó apresuradamente su careta y se colocó junto a la ametralladora, sosteniendo la cinta de balas lista.
Entonces lo vieron.
Primero, una luz amarillenta parpadeó entre los árboles.
Después, cientos de peque?as luces rojas comenzaron a aparecer en la penumbra del bosque.
En ese momento, Trasher y Poul se miraron brevemente.
Un marine, apenas asomando la cabeza, fue recibido por un disparo láser cargado que destrozó su careta y le atravesó la cara.
La lluvia de disparos láser comenzó.
Trasher abrió fuego de inmediato.
La ametralladora Maxim rugió, escupiendo balas en ráfagas furiosas.
Las balas de la primera caja descendían rápido.
Trasher paró por un momento, cambió respiración y volvió a abrir fuego en ráfagas controladas.
—?No veo una mierda! —gritó Trasher, sudando dentro de su casco.
—?Activa la puta visión nocturna del casco, carajo! —le gritó Poul.
Trasher activó el visor.
Lo que vio lo congeló por un instante:
Cientos, si no miles, de imperiales avanzaban entre los árboles.
Disparos de plasma y balas cinéticas salían de las posiciones humanas, buscando frenar la marea de siluetas rojas y negras.
Mientras tanto, los imperiales lanzaban una tormenta de disparos láser desde el bosque.
Y luego, empezaron a correr hacia las líneas humanas.
Trasher corrigió su puntería al ver el movimiento.
—?A la izquierda, a la izquierda! —gritó Poul.
Trasher giró la Maxim y las ráfagas de ametralladora cortaban a decenas de imperiales como si fueran papel.
Cada impacto los hacía caer, retorciéndose o despedazándose.
Una explosión sacudió el avance.
Morteros humanos comenzaron a disparar desde atrás, sus cargas estallando entre las filas enemigas, arrancando miembros y lanzando cuerpos por los aires.
Pero los imperiales seguían avanzando.
Las ametralladoras humanas, entre plasma y cinéticas, abrían surcos sangrientos, pero las sombras no se detenían.
Ya se contabilizaban más de cuatrocientos enemigos caídos...y aún así la ola avanzaba.
—?Van a cruzar! —gritaron desde el este.
—?Hay que movernos al este! —ordenó Trasher.
Sin perder tiempo, soltó la cadena de seguridad de la ametralladora y la levantó junto con su camisa de agua.
Poul recogió el trípode.
Se arrastraron fuera de la trinchera, y cuando llegaron a la superficie, corrieron a toda velocidad hacia la nueva posición,
mientras los disparos silbaban sobre sus cabezas como enjambres de abejas rabiosas.
Cuando llegaron al este de la posición, lo que vieron los dejó helados:
Aproximadamente cuatro mil imperiales avanzaban como ratas tras la comida.
Poul tiró el trípode en un agujero de cobertura improvisada.
Trasher, jadeando, encajó la Maxim sobre el soporte, sus manos temblando de frío y tensión.
—?Vamos, vamos, carajo! —gru?ó Trasher.
Poul rasgó una caja de munición, sacó la cinta y la encajó en la ametralladora.
Trasher jaló el pasador, recargó la Maxim, y sin esperar más, abrió fuego a quemarropa.
El rugido de los disparos llenó la noche.
Las balas salían en una lluvia furiosa.
No había tiempo para ráfagas controladas:
Era disparar o morir.
Los imperiales caían en montones.
Sus cuerpos mutilados alfombraban el terreno mientras los disparos de plasma de otros marines acompa?aban la matanza.
Y aún así...seguían avanzando.
Pisaban a sus muertos.
Empujaban hacia adelante como una ola de carne ciega.
Cuando vieron que las posiciones humanas resistían, los imperiales redoblaron su ataque:
Más soldados. Más bestias. Más muerte.
Trasher disparaba hasta que el ca?ón de su Maxim parecía vibrar como un tambor de guerra.
De pronto, la cinta de munición se acabó.
—?Otra! ?Rápido, mierda! —gritó Trasher, su voz apenas audible entre los disparos y los gritos.
Poul ya estaba abriendo otra caja, pasó la nueva cinta a Trasher, quien, con movimientos automáticos, recargó y volvió a disparar sin perder el ritmo.
El ca?ón a pesar de disparar sin parar no mostraba signos de sobrecalentamiento pero soltaba humo caliente de la válvula que tenía dentro, el sistema de enfriamiento a pesar de mantener la agua fría estaba siendo llevado al límite.
La nieve alrededor hervía bajo el calor del vapor de la máquina.
Explosiones de mortero empezaron a caer sobre el avance enemigo.
Cuerpos volaban como mu?ecos rotos,
gritos inhumanos rasgaban el aire antes de ser cortados por nuevas ráfagas de plasma o cinéticas.
En apenas veinte minutos, más de siete mil imperiales habían sido masacrados.
La noche avanzaba, y los imperiales disminuían poco a poco.
Para cuando pasaron cincuenta y cuatro minutos desde el primer disparo, no quedaba ningún enemigo de pie.
Más de diez mil imperiales habían sido masacrados.
En medio del silencio cargado, se escuchó un grito:
—??Cuántas bajas?!
Unos segundos de tensión... y luego respuestas, entrecortadas:
—?Oeste, ni una!
—?Centro, dos!
—?Este, cuatro!
Un nuevo silencio cayó sobre todos.
Entonces, otra voz preguntó:
—??Cuántas rondas quedan?!
Más segundos de espera.
—?Centro, de las dos ametralladoras, diez cajas!
—?Oeste, tres cajas!
Trasher giró hacia Poul, su voz ronca de tanto disparar.
—?Cuántas tienes, Poul?
—Dos —contestó, sin levantar mucho la cabeza.
—?Somos la única Maxim aquí?
—Hay una MG-1 con nosotros —respondió Poul mientras recogía algunas cintas vacías.
—??Cuántas tienes?! —gritó Trasher hacia los que usaban la MG-1.
—?Solo tres cajas de plasma! —gritaron de vuelta.
—?Este, entre las dos ametralladoras, cinco cajas tenemos! —gritó Trasher finalmente, haciendo el recuento.
La radio crepitó con un breve susurro... y después, nada.
La noche transcurrió sin más ataques.
Por primera vez en días, los marines pudieron dormir,
acurrucados en sus trincheras,
el aroma de pólvora, sangre y muerte impregnando el aire helado.
————
Cuando amaneció, la vista era una masacre.
Miles de cuerpos cubrían el suelo.
Las órdenes eran claras: revisar cadáveres.
Los marines calaron sus bayonetas de plasma en los rifles y marcharon hacia las monta?as de carne inerte.
Al acercarse, vieron que la mayoría estaba muerta.
Las armaduras, hechas de huesos y quitina, se habían tornado de un gris apagado, como si hubieran muerto junto con sus ocupantes.
—?Acá uno! —gritó un marine, alzando su rifle—. ?Qué hago?
Tres marines más se acercaron.
Agarraron al imperial de los brazos.
Su armadura era repulsiva al tacto: pegajosa, rugosa, casi viva.
Lo arrastraron hasta las posiciones humanas, lo arrodillaron y, entre risas, retiraron sus caretas.
—?Qué hacemos con este pendejo? —preguntó uno, apuntando su pistola.
—?Aún no maten a ese hijo de puta! —gritó otro entre carcajadas desde las trincheras.
En medio de la monta?a de cadáveres, otros marines remataban sistemáticamente a los imperiales que aún jadeaban o se movían.
De repente, un disparo láser atravesó la pierna de un marine.
Los gritos de dolor no tardaron en llenar el aire.
Todos reaccionaron: los marines giraron y abrieron fuego.
El imperial que disparó, desarmado y sin saber adónde correr, fue abatido:
un disparo de plasma en la pierna, otro en el hombro.
Cayó de rodillas, la sangre manando de sus heridas, mientras giraba para mirar a sus enemigos.
—?Aaaahhh! —gritó el imperial, lágrimas brotando de sus cuatro ojos deformes.
—?Sha'kar?n! ?Thar?l Zul’kar?n! ?Thal’kaez?n! ?Zelak'matra! —gimió.
—?Mark! —gritó un marine—. ?Qué mierda dijo este hijo de puta?
—"No quise guerra. Mi alma fue forzada. No imploro vida, pido fin digno. Honren mi ser" —tradujo Mark, antes de echarse a reír—. ?Jajajajajaja!
Una lata de comida vacía voló, golpeando al imperial en la cabeza.
—?Honor mi culo, bastardo! —gritó otro, mientras estallaba en carcajadas.
Un disparo de plasma resonó.
La bala perforó la otra pierna del imperial, arrancándole un grito desgarrador.
El capitán observaba todo en silencio.
No decía nada. No intervenía. En su corazón, sabía que estaba mal.
Sabía que no había honor en eso.
Pero también…deseaba venganza.
Deseaba devolver, aunque fuera un poco, el horror vivido en Burevest y Vizma.
Un marine se acercó, rifle en mano, bayoneta calada.
Sin mediar palabra, le clavó la hoja en el abdomen al imperial.
El alienígena se retorció, su mirada fija en los marines.
Una mirada cargada de dolor… y deshonra.
El soldado retiró su arma y se alejó riendo.
Trasher y Poul observaron en silencio, no dijeron una palabra.