El vertedero de Baja California, 2172, se extendía como un mar de despojos bajo un cielo plomizo, rasgado por relámpagos que vomitaban lluvia ácida. El aire apestaba a metal chamuscado y podredumbre, un tufo tan espeso que se pegaba al paladar como aceite rancio. Monta?as de chatarra —motores reventados, implantes oxidados, naves partidas como cáscaras— se alzaban como cerros mellados, sus filos brillando con Fluido Osteolítico, que goteaba en charcos negros y siseaba, marcando la arena con vetas verdes que parecían venas palpitantes. El viento traía lamentos de metal retorcido, mezclados con el zumbido tartamudo de generadores moribundos. El suelo, un lodazal de arena, sangre seca y restos humanos, crujía bajo cada paso. Más allá, un asentamiento de contenedores herrumbrosos y lonas raídas se acurrucaba contra la tormenta, sus habitantes escarbando entre las ruinas de un mundo que ya no existía.
Kren cruzó el terreno, su figura de dos metros y 160 kilos, ~34% Osteón, abriendo surcos en la basura. Sus placas metálicas, negras y afiladas como navajas rotas, sobresalían de hombros, antebrazos y columnas, rozando con un chirrido que resonaba entre los escombros. La capucha de lona, ??rasgada desde el ca?ón, dejaba ver un rostro curtido, cruzado por cicatrices y venas oscuras que latían bajo la piel. El núcleo en su pecho, un disco biomecánico hundido en carne irritada, zumbaba débilmente, su luz gris parpadeando como un corazón enfermo. Una voz siseó en su cabeza, fría como el viento: —Cazas. Destrozas. ?Eres algo más? Apretó los pu?os, las placas cortando sus palmas, sangre goteando a la arena. El chip del ca?ón, guardado en su bolsa, pesaba como una piedra, sus datos rotos mordiéndole la mente.
En el asentamiento, un hombre flaco, con un brazo prostético que chirriaba al moverse, lo había encarado, sus ojos hundidos brillando de miedo. —Un Osteón mayor, 200 kilos —dijo, la voz temblándole como alambre suelto—. Destroza nuestras caravanas. Sin comida, sin placas, estamos muertos. Te damos 800 créditos, tres viales estabilizados. Es todo lo que tenemos. El olor a sudor y óxido le recordó a la familia del ca?ón, sus rostros demacrados suplicando por piezas. Kren ascendió, tomando un mapa garabateado en un pedazo de chatarra, que lo llevaba al corazón del vertedero, donde el Osteón aguardaba.
El camino era un laberinto de desperdicios. Torres de contenedores colapsados se tambaleaban, chorreando aceite y sangre seca que apestaba a muerte vieja. Cables pelados chispeaban, su luz azul reflejándose en charcos de Fluido que quemaban la arena con un brillo venenoso. El hedor se volvía más denso, a carne quemada y bilis, con un regusto metálico que raspaba la lengua. Entre los escombros, restos de implantes humanos —dedos mecánicos, placas torcidas— yacían como ofrendas rotas, cubiertos de polvo rojizo. Kren revisó sus placas, pasando un dedo por los bordes dentados, que cortaron su piel endurecida. Sacó un vial estabilizado, el cristal helado contra su palma cortada, y lo inyectó en el Núcleo. El ardor fue un relámpago que le quemó las venas, estabilizando el zumbido. Una imagen lo golpeó: un laboratorio de paredes blancas, cuerpos flotando en tanques de Fluido, un chip parpadeando como el del ca?ón. —?Fuiste tú? ?O ellos? La voz en su mente susurró, pero apretó la mandíbula y siguió adelante.
Un rugido metálico sacudió el vertedero, haciendo temblar las monta?as de chatarra. El Osteón mayor irrumpió desde un cráter de escombros, un gigante de 200 kilos, su cuerpo una pesadilla de carne y metal fundidos. Placas negras, más anchas que las de Kren, cubrían su torso y brazos, palpitando con venas verdes de Fluido. Sus ojos, pozos de luz esmeralda, brillaban en un rostro sin piel, solo músculo crudo y tendones de acero trenzado. Garras del tama?o de machetes rasgaban el suelo, levantando nubes de polvo, y su aliento, un vapor que apestaba a cobre y podredumbre, quemaba el aire como un horno. El suelo retumbó cuando cargó, cada paso aplastando chatarra con un estruendo que resonaba en el pecho.
Kren saltó a un lado, esquivando una garra que destrozó un contenedor, lanzando pedazos de metal que rasgaron su capucha y cortaron su mejilla. Sangre tibia goteó, mezclándose con la arena. Rodó, los restos pegándose a sus heridas, y golpeó con un pu?o, ~5 toneladas de fuerza, en el flanco del Osteón. El impacto retumbó como un ca?onazo, partiendo una placa en astillas, pero el Fluido salpicó, quemando su brazo como si le vertieran plomo derretido. El dolor era un incendio que le nublaba la vista, y la voz siseó: —?Mata! ?Sigue! El Osteón giró, su garra rasgando el pecho de Kren, arrancando dos placas y un trozo de carne. La sangre brotó, caliente, mezclándose con el Fluido en el suelo, su olor metálico inundando el aire. Kren gru?ó, bloqueando otro zarpazo con el antebrazo, el golpe vibrando en sus huesos como si le partieran la columna.
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El Osteón era una máquina de matar, sus movimientos más precisos que los mutantes del ca?ón, cada golpe calculado para destrozar. Una garra rozó el Núcleo en su pecho, haciendo que el zumbido tartamudeara, un latido roto. —?Acaba aquí? Kren rugió, atrapando el brazo del Osteón y torciéndolo con toda su fuerza. Hueso y metal crujieron, un sonido húmedo y seco a la vez, pero el coloso respondió embistiendo, aplastando a Kren contra una torre de chatarra. El metal se hundió, sus bordes afilados cortando su espalda, y el Fluido del Osteón quemó su piel, su vapor amargo cegándolo. Absorbió, el calor escaldando sus venas como si le inyectaran fuego. Sus placas crecieron, dentadas, abriendo cortes nuevos en su columna y hombros. Pesaba más, 162 kilos, ~38% Osteón.
Kren se liberó, pateando el torso del Osteón con un golpe que lo lanzó contra un motor destrozado. El impacto hizo volar chispas, el metal gimiendo como un animal herido, pero el coloso se alzó, sus ojos verdes destellando como faros en la tormenta. Cargó de nuevo, sus garras cortando el aire como guillotinas. Kren esquivó por un pelo, pero una garra rasgó su muslo, arrancando músculo y placa en un chorro de sangre. El dolor le nubló la vista, sus piernas temblando bajo el peso de su cuerpo. Agarró una viga de chatarra, afilada como una lanza, y la hundió en el hombro del Osteón, partiendo una placa con un crujido seco. El Fluido brotó, quemando el suelo con un siseo, y Kren absorbió más, el ardor un infierno que lo empujaba al borde. El Núcleo zumbó, al límite, su luz gris parpadeando como una vela a punto de apagarse.
El Osteón rugió, su garra buscando el cuello de Kren. él bloqueó con ambos brazos, las placas de su antebrazo crujiendo bajo la presión, astillándose como madera seca. Rugió, hundiendo ambas manos en el torso del coloso, desgarrando carne, órganos y metal con un crujido viscoso. El Fluido estalló, salpicando su rostro, su sabor ácido quemándole la lengua como veneno. El Osteón tembló, sus ojos verdes apagándose lentamente, y colapsó, un montón de carne disuelta y placas rotas, hundiendo el suelo bajo su peso. Kren jadeó, su cuerpo temblando, cortes profundos goteando sangre y Fluido, el aire frío mordiendo sus heridas abiertas.
El vertedero quedó en silencio, roto solo por el crepitar de cables chispeando y el golpeteo de la lluvia ácida contra la chatarra. Kren se arrodillo junto al cadáver, su respiración rasposa cortando el aire. Revisó el cuerpo del Osteón, arrancando placas intactas con un crujido seco y extrayendo un frasco de Fluido, su peso tirando de sus manos cortadas. En el centro del torso, encontró un núcleo experimental, un orbe metálico del tama?o de un pu?o, pulsando con una luz gris más intensa que el chip del laboratorio. Lo guardó, su superficie fría y pegajosa contra su palma herida. Una imagen lo atravesó: un laboratorio de paredes blancas, una cápsula de vidrio, un núcleo brillando como un corazón vivo. —?Tú? ?Esto? La voz en su cabeza calló, pero el peso del núcleo le apretó el pecho.
Kren se puso de pie, tambaleándose, la lluvia ácida quemando su piel expuesta. El vertedero parecía más grande ahora, sus monta?as de chatarra alzándose como tumbas bajo el cielo roto. Recogió el frasco de Fluido y las placas, cada movimiento arrancándole un gru?ido de dolor. Mientras regresaba al asentamiento, la tormenta arreció, el viento aullando como un animal herido. Los habitantes lo esperaban, sus rostros demacrados iluminados por una esperanza frágil. El hombre del brazo prostético tomó las placas y el Fluido, sus manos temblando como hojas secas. —Nos salvaste —susurró, entregándole una bolsa de créditos y tres viales estabilizados, el cristal opaco por el uso. Kren ascendiendo, guardándolos sin decir palabra, su silencio más pesado que la chatarra a su alrededor.
Se alejó del asentamiento, la lluvia limpiando la sangre de su rostro, pero no el peso del núcleo en su bolsa. Lo sacó, su luz gris reflejando un rostro que apenas reconocía: ojos hundidos, venas oscuras, pero aún humano, aunque cada vez menos. En el horizonte, entre las cortinas de lluvia, una figura encapuchada lo observaba desde una colina, su tatuaje biomecánico brillando como un faro antes de desvanecerse en la tormenta. El vertedero guardaba sus secretos, pero el núcleo en su mano parecía latir con una verdad que aún no entendía.
?Qué esconde el núcleo?