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VI: Sombras del colapso

  El asentamiento de Baja California, 2172, era un refugio frágil al borde de un desierto que no perdonaba. Contenedores oxidados, apilados como huesos de un gigante muerto, formaban paredes improvisadas contra el viento que aullaba, cargado de arena y ceniza. Lon lonas raídas, cosidas con cables y cuero viejo, temblaban bajo un cielo gris que escupía gotas de lluvia ácida, cada una quemando la tierra con un siseo débil. El aire olía a sudor, óxido y un dulzor enfermo, como si el suelo exhalara los restos de un mundo roto. Fogatas de chatarra ardían en el centro, su luz naranja bailando sobre rostros demacrados, manos temblorosas y prótesis chirriantes. El asentamiento era un suspiro en la tormenta, un lugar donde la gente se aferraba a las sobras de lo que fue, mendigando días en un infierno de metal y arena.

  Kren, de dos metros y 162 kilos, ~38% Osteón, estaba sentado en un cajón volcado, su sombra alargándose sobre el suelo lodoso. Sus placas metálicas, negras y dentadas, sobresalían de hombros, antebrazos y columna, brillando bajo la luz de la fogata. La capucha de lona, remendada con retazos del vertedero, ocultaba medio rostro, pero dejaba ver cicatrices frescas y venas oscuras que latían como cables vivos. El Núcleo en su pecho, un disco biomecánico hundido en carne irritada, zumbaba quedo, su luz gris parpadeando. Una voz susurró en su cabeza, fría como el viento: —Ayudas. Sangras. ?Por qué no mueres? Apretó los pu?os, las placas cortando sus palmas, sangre goteando al suelo. El núcleo del Osteón, guardado en su bolsa junto al chip del ca?ón, pesaba más que las placas que había traído al asentamiento.

  Los habitantes lo habían recibido con miradas de alivio y miedo. Sus placas y frascos de Fluido Osteolítico, arrancados del coloso del vertedero, eran tesoros aquí. Una mujer joven, con un ojo prostético que zumbaba al moverse, tomó las placas con manos temblorosas.

  —Para los implantes —dijo, su voz rota por el cansancio—. Sin ellas, los ni?os no comen.

  Kren asintió, entregando un frasco de Fluido, su brillo esmeralda reflejando rostros agotados. El olor del líquido, ácido y metálico, le recordó la sangre del ca?ón. Mientras la mujer se alejaba, un anciano se acercó, cojeando, su pierna izquierda un amasijo de metal soldado a carne quemada. Sus ojos, opacos como el cielo, lo estudiaron.

  —Tú eres el cazador —dijo, sentándose en una silla de chatarra—. Traes piezas, pero también muerte.

  Kren no respondió, su mirada fija en la fogata, las llamas crepitando como huesos rotos.

  El anciano sacó un cuchillo mellado y comenzó a tallar una placa rota, su superficie negra marcada por cortes.

  —Esto no siempre fue así —empezó, su voz baja, como si contara un secreto—. Antes del colapso, el mundo tenía ciudades, máquinas que pensaban, comida que no costaba sangre. Pero el Ostealium lo cambió todo.

  Kren alzó la vista, el Núcleo zumbando un poco más fuerte. Una imagen lo golpeó: cápsulas de vidrio, cuerpos flotando, Fluido verde llenando sus venas. La voz en su cabeza siseó: —?Recuerdas? ?O mientes? Sacudió la cabeza, enfocándose en el anciano.

  —El Ostealium era un milagro —continuó el viejo, tallando la placa con dedos temblorosos—. Un metal vivo, encontrado en las minas del norte. Se fusionaba con la carne, la hacía más fuerte, curaba heridas que mataban. Lo usaron para implantes, para soldados, para máquinas. Pero no era gratis. El Fluido Osteolítico, el líquido que lo alimentaba, era veneno. Transformaba, sí, pero también destruía. Los primeros Osteones eran hombres, soldados inyectados con demasiado Fluido. Sus cuerpos crecieron, se volvieron metal, pero sus mentes… se rompieron.

  Hizo una pausa, mirando el frasco en las manos de una ni?a cercana, que lo sostenía como si fuera agua en el desierto.

  —Los Osteones se volvieron bestias —siguió—. Placas negras, garras, ojos verdes como el Fluido. No pensaban, solo mataban. El Proyecto KREN fue la respuesta. Querían controlarlo, crear el arma perfecta. El “KREN definitivo”, lo llamaban. Un soldado que pudiera absorber el Fluido, regenerarse, volverse Ostealium puro, pero sin perderse.

  El anciano miró a Kren, sus ojos entrecerrados.

  —Dicen que lo lograron. Pero toda arma tiene un precio.

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  Kren sintió el Núcleo latir, un calor que quemaba su pecho. El anciano sabía algo, pero no lo decía. —?Tú? ?El arma? La voz en su mente susurró, pero Kren apretó los dientes. Sacó una placa del Osteón mayor, entregándosela al viejo.

  —Hablas mucho —dijo, su voz grave, rasposa—. ?Qué sabes del Fluido corrosivo?

  El anciano tomó la placa, sus dedos rozando los bordes dentados.

  —Corrosivo —repitió, casi riendo—. Así lo llamaban los científicos. Un derivado del Fluido Osteolítico, pero puro, inestable. No transforma, destruye. Lo usaban para deshacer los experimentos fallidos, para fundir Osteones que se salían de control. Una gota quema carne y metal como si no fueran nada. Lo guardaban en cápsulas selladas, en laboratorios del Crisol. Dicen que aún queda, escondido, esperando a quien lo busque.

  Hizo una pausa, tallando la placa con más fuerza.

  —O a quien lo merezca.

  El asentamiento estaba en silencio, salvo por el crepitar de la fogata y el golpeteo de la lluvia en las lonas. Kren observó a los habitantes: un hombre ajustando un implante en su brazo, el metal chirriando; una mujer inyectando Fluido diluido en un ni?o, cuyo cuerpo temblaba mientras una placa crecía en su hombro. El Fluido era vida aquí, pero también condena. Transformaba la carne, la endurecía, permitía sobrevivir en un mundo donde los huesos se quebraban y la sangre no bastaba. Pero cada dosis era un paso hacia convertirse en Osteón, hacia perder lo que los hacía humanos. Las placas, arrancadas de bestias como la del vertedero, eran el precio: metal vivo que reemplazaba piel, que se fusionaba con músculos, que pesaba en el alma.

  El anciano se?aló el Núcleo de Kren, su dedo temblando.

  —Ese disco en tu pecho… no es como los implantes de esta gente. Es del Proyecto KREN, ?verdad? Te mantiene vivo, pero también te ata. El Fluido te hace más fuerte, pero te come. Y las placas… —Tocó la que tallaba, su superficie reflejando la fogata—. Son el Ostealium en su forma más pura. Crecen, se alimentan de ti, te vuelven arma. Pero nunca eres libre.

  Kren no respondió, pero sus dedos rozaron el Núcleo, su zumbido más fuerte, como un latido que no era suyo. Una visión lo golpeó de nuevo: un laboratorio, su cuerpo en una cápsula, Fluido verde llenando sus venas, una voz diciendo “definitivo”. —?Creado? ?Condenado? La voz en su cabeza era un eco, pero no la enfrentó.

  El anciano se inclinó, bajando la voz.

  —El colapso no fue solo el fin de las ciudades. Fue el Fluido, los Osteones, el Proyecto KREN. Querían dioses, pero crearon monstruos. Y el Crisol… ellos no pararon. Siguen buscando, experimentando, cazando al “KREN definitivo”. Dicen que está aquí, en el desierto, cazando como tú.

  Sus ojos se clavaron en Kren, buscando algo. Kren sostuvo la mirada, pero no habló. El peso del núcleo en su bolsa, junto al chip del ca?ón, era una cadena invisible. —?Sabes? ?Mientes? La voz susurró, pero el silencio del asentamiento lo ahogó.

  La noche cayó, el cielo ahora negro, la lluvia ácida golpeando más fuerte. Kren ayudó a ajustar implantes, sus manos cortadas manejando placas con cuidado, sellando heridas con Fluido diluido. Los habitantes lo miraban como a un salvador y a un monstruo, sus murmullos mezclándose con el viento. Una ni?a, con una placa nueva en el brazo, le ofreció un pedazo de pan duro. Kren lo tomó, su sabor a ceniza recordándole la comida del mercado, hace semanas. Mientras comía, el anciano seguía tallando, su cuchillo marcando la placa con un dise?o que parecía un rostro, o una máquina.

  Kren se levantó, la fogata casi muerta. El anciano lo miró, su voz baja.

  —El Crisol no olvida. Si eres lo que pienso, vendrán por ti. O tú por ellos.

  Kren guardó el pan y revisó el núcleo en su bolsa, su luz gris parpadeando como un ojo. El asentamiento dormía, pero el desierto no. Mientras se alejaba, el viento trajo un olor a sangre fresca y metal recalentado, desde un lugar más allá de las dunas, donde el Crisol esperaba.

  ?Qué tanto sabía el anciano?

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