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VII: El traidor del polvo

  El desierto de Baja California, 2172, era un horno de arena y ceniza bajo un cielo púrpura que hervía con nubes de tormenta. El viento aullaba, levantando nubes de polvo que rasgaban la piel como cuchillos invisibles, cargadas de un olor a óxido y sangre seca. Dunas ondulantes se alzaban como olas congeladas, salpicadas de restos de naves estrelladas, sus cascos rotos goteando Fluido Osteolítico que siseaba al tocar el suelo, dejando cicatrices negras con vetas verdes. El horizonte temblaba, distorsionado por el calor, y el suelo, una costra de arena endurecida y huesos blanqueados, crujía bajo cada paso. La tormenta de arena se acercaba, un muro marrón que rugía como un animal hambriento, tragándose la luz y el silencio.

  Kren, de dos metros y 162 kilos, ~38% Osteón, avanzaba entre las dunas, su figura recortada contra el cielo enfermo. Sus placas metálicas, negras y dentadas, sobresalían de hombros, antebrazos y columna, chirriando al rozar entre sí. La capucha de lona, ??remendada con retazos del vertedero, apenas contenía el viento que azotaba su rostro curtido, surcado por cicatrices y venas oscuras que latían como cables vivos. El núcleo en su pecho, un disco biomecánico incrustado en carne irritada, zumbaba débilmente, su luz gris parpadeando. Una voz siseó en su mente, afilada como el polvo: Cazas, sobrevive ?Para qué? Apretó los pu?os, las placas cortando sus palmas, sangre goteando a la arena. El núcleo experimental del Osteón mayor, guardado junto al chip del ca?ón, pesaba en su bolsa, su pulso metálico resonando en su pecho como un segundo corazón.

  Había sentido los ojos siguiéndolo desde el asentamiento de las cenizas, una presencia que se deslizaba entre las sombras, marcada por un tatuaje biomecánico que brillaba como un faro. La figura encapuchada del ca?ón, la misma que ahora lo acechaba, había dejado rastros: huellas borradas a medias, un cuchillo clavado en una nave rota, un vial vacío de fluido. Kren no era presa, pero el desierto era un tablero donde el cazador podía volverse carne. Sacó un vial estabilizado, el cristal frío contra sus dedos cortados, y lo inyectó en el Núcleo. El ardor quemó sus venas, estabilizando el zumbido. Una imagen lo golpeado: un laboratorio, cuerpos en cápsulas, un rostro con tatuajes biomecánicos mirándolo. La voz susurró, pero apretó la mandíbula y siguió, el viento tragando sus pasos.

  Un silbido cortó el aire, seguido de un destello metálico. Kren se lanzó a un lado, la arena explotando donde estaba. Una cuchilla de chatarra, afilada como una guillotina, se clavó en el suelo, vibrando. Desde una duna, una figura emergió, alta, encapuchada, su tatuaje biomecánico brillando en el brazo, líneas verdes pulsando como venas. El mercenario ex-KREN, un prototipo fallido del Proyecto KREN, dejó caer su capucha, revelando un rostro medio humano, medio máquina: un ojo gris opaco, el otro una lente roja que zumbaba, placas negras cubriendo la mandíbula y el cuello. Era más delgado que Kren, 150 kilos, pero rápido, su cuerpo ~35% Osteón, dise?ado para cazar, no para resistir. En su mano, un rifle improvisado de chatarra y cables chispeaba, listo para disparar.

  —Tú —gru?ó el mercenario, su voz rasposa, como metal rozando piedra—. El “definitivo”. El que no debían dejar salir. 

  Kren se puso en guardia, sus placas crujiendo.

  —No te conozco —dijo, su voz grave cortando el viento.

  El mercenario río, un sonido seco, roto.

  —KREN-09. Prototipo. Fallido. Me dejaron atrás cuando crearon al perfecto. —Se?aló el Núcleo de Kren—. Pero sé lo que llevas. Ese núcleo... es mío. Dámelo, y quizás te deje vivir.

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  El viento rugió, la tormenta de arena cerrándose como una cortina. Kren no respondió, sus ojos fijos en el mercado. La voz en su cabeza siseó: El mercenario disparó, un proyecto de chatarra perforando el aire. Kren esquivó, el metal rozando su hombro, arrancando una placa y sangre. Corrió, la arena frenándola, y saltó hacia una nave rota, usándola como cobertura. El mercenario disparó de nuevo, los proyectiles destrozando el casco, Fluido salpicando y quemando el suelo. Kren salió de las sombras, cargando, su pu?o buscando el pecho del rival. El mercenario esquivó, rápido como un lobo, y clavó un cuchillo en el flanco de Kren, cortando carne y placa. Sangre tibia goteó, el dolor un relámpago.

  —?Eres lento! —escupió el mercenario, retrocediendo—. El “definitivo” no es nada.

  Kren gru?ó, arrancando el cuchillo y lanzándolo. El mercenario lo bloqueó con un brazo, el metal chirriando, y disparó otra ráfaga. Kren rodó, la arena pegándose a sus heridas, y agarró un fragmento de nave, usándolo como escudo. Los proyectiles lo golpearon, el impacto resonando en sus huesos. La tormenta los envolvió, el polvo cegando, el rugido del viento ahogando todo menos el zumbido del Núcleo.

  El mercenario cambió de táctica, lanzándose al cuerpo a cuerpo. Sus cuchillas, extensibles desde los antebrazos, cortaron el aire, buscando el Núcleo de Kren. Kren bloqueó con un brazo, las placas crujiendo, y golpeó con el otro, ~5 toneladas de fuerza, acertando el hombro del mercenario. Una placa se partió, Fluido salpicando, quemando la arena con un siseo. El mercenario gritó, pero no cayó. Rodó, disparando a quemarropa, un proyectil rozando el Núcleo, haciendo tartamudear el zumbido. La voz rugió, pero Kren la ignoró. Agarró al mercenario por el cuello, levantándolo, y lo estrelló contra una duna. La arena explotó, pero el rival se liberó, sus cuchillas cortando el muslo de Kren, arrancando músculo y placa.

  Sangre y Fluido se mezclaron, el olor metálico llenando el aire. Kren absorbió, el calor del Fluido escaldando sus venas, sus placas creciendo, cortando carne nueva en su espalda. Pesaba más, 164 kilos, ~42% Osteón. El mercenario, jadeando, se alzó, su lente rojo parpadeando.

  —El Crisol quiere el núcleo —dijo, escupiendo sangre—. Quieren al “definitivo”. Pero yo te mataré primero.

  —?Crisol? —Kren gru?ó, su voz un trueno bajo la tormenta.

  El mercenario rió, amargo.

  —Los que nos hicieron. Los que me desecharon. Los que te buscan.

  No dijo más, cargando con las cuchillas extendidas. Kren esquivó, pero una hoja rasgó su pecho, cerca del Núcleo. Rugió, atrapando el brazo del mercenario y torciéndolo hasta que crujió, hueso y metal partiéndose. El mercenario gritó, disparando su rifle con la otra mano, pero Kren lo arrancó, aplastándolo contra el suelo. Agarró al rival por el torso, levantándolo, y lo lanzó contra una nave rota. El casco se hundió, gimiendo, Fluido salpicando como sangre negra.

  El mercenario, herido, se arrastró, su lente rojo apagándose.

  —No eres nada… —susurró—. Solo un arma… como yo.

  Kren se acercó, su sombra cubriéndolo.

  —?Quién te envió? —preguntó, su pu?o alzado.

  El mercenario tosió, sangre y Fluido goteando de su boca.

  —Je.. Tú sabes quien fue...

  No dijo más. Kren hundió su pu?o en el pecho del mercenario, aplastando placas y órganos. El cuerpo colapsó, un montón de carne y metal roto, el tatuaje biomecánico apagándose como una vela. Kren absorbió el Fluido, el ardor un infierno que lo empujó al límite. El Núcleo zumbó, al borde del fallo, su luz gris titilando.

  La tormenta rugía, el desierto devorando el silencio. Kren revisó el cadáver, encontrando un comunicador roto, su pantalla parpadeando con un símbolo: un círculo de venas verdes, como el chip del ca?ón. Lo guardó junto al núcleo, su peso tirando de su bolsa. Una imagen lo golpeó: un laboratorio, cápsulas alineadas, un rostro con tatuajes biomecánicos gritando. La voz calló. Recogió un frasco de Fluido y placas intactas, su cuerpo pesado por las heridas, cortes profundos goteando sangre y Fluido.

  La tormenta lo envolvió, el polvo cegándolo mientras avanzaba. El desierto era un juez sin rostro, y Kren, una reliquia de un proyecto que lo maldecía. El núcleo en su bolsa latía, un secreto que lo ataba al Crisol, a la verdad del “definitivo”. Mientras las dunas lo rodeaban, el viento traía un olor a sangre fresca y metal recalentado, desde un lugar donde los traidores no eran los únicos que cazaban.

  ?Quién lo envió?

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