Los informes desfilaban en las pantallas holográficas ante Friedrich.
Los revisaba uno por uno. Detenidamente.
No dejaba pasar un solo detalle.
Uno de ellos hablaba de Turovets.
Operación exitosa.
Las divisiones Panzer habían atravesado las líneas enemigas y ya avanzaban según lo planeado.
Pero había algo que lo inquietaba.
Demasiado rápido.
Demasiado fácil.
Friedrich ya empezaba a conocer al Imperio. Sabía que no dejaban flancos expuestos… a menos que lo necesitaran.
Dos opciones le pasaban por la cabeza.
La primera: que los imperiales realmente no esperaban una táctica como esa.
La segunda —y la más probable para él—: estaban preparando algo.
—??Dónde está Noah!? —alzó la voz.
—?Aquí estoy, se?or! —respondió su asesor, acercándose.
—?Cómo está Polyusovsk? —preguntó, sin apartar la vista del informe de Turovets.
—Hasta ahora no hay novedades —respondió Noah—. Fue bombardeada anoche, toda la línea de retaguardia. Las divisiones Panzer flanquearán para las diez de la noche.
Friedrich asintió lentamente. Sus ojos seguían fijos en la pantalla.
—Algo no me gusta… —murmuró, más para sí que para los demás.
Luego se volvió hacia Noah:
—Ordena que las tropas en Polyusovsk se preparen para un ataque inmediato. Que las divisiones Panzer se movilicen ya.
Y manda cuatro Marck IX y seis A7Z.
—?Sí, se?or! —respondió Noah sin dudar.
Friedrich se quedó un instante en silencio.
Su mente lo arrastró a?os atrás.
Kuyakato.
Recordó cómo los anglos atacaron sin previo aviso.
Cómo murieron cuatrocientos mil soldados.
Cómo los prisioneros fueron masacrados en fosas comunes como animales.
No lo permitiría de nuevo.
Se lo había jurado.
Aquel misil...
Aquella decisión que cargaba aún hoy como cadenas en el alma...
Lo haría otra vez.
Y lo aceptaba.
Marte, capital de la República.
En el Parlamentum Solarii Terranorum, todo era caos.
Los senatores gritaban. Las voces se superponían.
La guerra había llegado también a la política.
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—?Debemos continuar la guerra! —bramó el senator Tullius, levantándose de su esca?o.
—?Si retrocedemos ahora, seremos recordados como los cobardes que vendieron la República!
—?Comprendemos su pasión, senador! —respondió otro, con tono firme pero contenido—. Pero si seguimos así, en veinte a?os no quedará más que cenizas... incluso si ganamos.
—?Cenizas con honor son mejores que cadenas con pan! —replicó Tullius, golpeando su atril.
—?Tiene razón Tullius! —interrumpió otro senator, alzando la voz por encima del tumulto—. ?La población no quiere paz bajo yugo!
—?Preferimos morir siendo libres que vivir siendo esclavos!
Los gritos se multiplicaron.
La sala del Parlamentum temblaba con los ecos de la rabia y el miedo.
—?ORDEN EN LA SALA! —rugió entonces el Praeses Parlamenti, golpeando su maza de mando.
—?Esto no es una plaza! ?No voy a permitir que el Parlamentum se convierta en una nidada de cerdos revolcándose en el lodo!
—?Debemos reconocer que el Magister Belli Friedrich ha hecho lo imposible en el frente! —gritó un senador desde su bancada.
—?Ha logrado detener el avance imperial más de una vez!
—?Friedrich es un héroe oscuro! —respondió Tullius, alzando la voz con vehemencia—.
—?No niego sus logros en la Gran Guerra Galáctica!
?Pero debemos entender que los imperiales ya controlan diecinueve planetas de los antiguos Estados Unidos Planetarios!
—?Debimos eliminar a esos traidores cuando tuvimos la oportunidad! —bramó otro senador, golpeando su atril.
—?Fue un error imperdonable del Praeses Maximus Cornelius perdonar a esos malditos nazistae!
—?No somos ni seremos como ellos! —replicó un senador más joven—.
—?Por eso no los exterminamos!
?No debemos convertirnos en los monstruos que derrotamos!
—?Y destruir un planeta enemigo con un misil de disolución atmosférica no fue una barbarie...? —preguntó Tullius, con los ojos encendidos.
—?Fue necesario! —respondió uno, con el rostro endurecido.
—?Necesario...? —repitió otro, con una mueca de sarcasmo—.
—Claro... como lo fue incinerar tres mil ni?os reclutados en Columbia Prime...
—?No estamos aquí para discutir una guerra pasada! —cortó otro senador con fuerza.
—?Estamos aquí porque una nueva guerra nos ha sorprendido… y el Imperio Interestelar no dará tregua!
—?Necesitamos hablar de esta guerra con seriedad! —tronó el Praeses Parlamenti, golpeando con fuerza su martillo de orden sobre la mesa central.
—?Esta sesión ha sido convocada para discutir el envío de refuerzos al frente… y la posible apertura de nuevos frentes en los diecinueve planetas desertores!
—?No lograremos un verdadero acuerdo mientras algunos sigan creyendo que los imperiales desean paz como iguales! —replicó Tullius, desafiante.
El Praeses se puso de pie.
Su voz resonó firme sobre el caos.
—?Escuchen con atención!
Procederemos a una votación inmediata para resolver este punto. ?Sin más interrupciones!
La votación se llevó a cabo sin demoras.
Cada senator emitió su voto con rostro grave.
Los resultados no tardaron.
El veredicto fue claro:
Se aprobaría el envío de nuevos refuerzos al frente.
Pero...
la decisión sobre abrir nuevos frentes en los planetas desertores quedaría en debate permanente.
Las líneas del frente imperial en Polyusovsk estaban parcialmente desorganizadas.
Los bombardeos nocturnos habían dejado estragos, pero los oficiales imperiales no tardaron en reorganizarse.
En pocas horas, ya estaban listas las piezas de artillería gravitacional Khal’Zuur-Kael?n y las devastadoras Zul’Kar?n-Threx de partículas pesadas.
Se habían desplegado más de doscientos mil soldados adicionales, elevando el número total a más de cuatrocientos mil imperiales, acompa?ados por quinientas mil bioformas, entre Thal’Kr?n y Zhar’Vekh?n.
La ofensiva estaba a punto de comenzar.
—?Prepárense! ?Por las Matriarcas, avanzaremos! —rugió el comandante Yi’le, elevando su pu?o.
—?Hoy aplastaremos a los humanos… y venceremos!
Las columnas imperiales marchaban con precisión inhumana.
No había errores. No había titubeos.
Entre ellos marchaban figuras humanas —algunos adultos, otros ni?os.
Prisioneros, colonos… obligados a servir al Imperio con la armadura implantada en sus cuerpos.
Yi’le observaba. Había sido instruido en no dudar.
Pero la duda de no ser suficiente golpeaba en su interior.
—No dudes. —susurró la voz de su armadura, con tono de sentencia—. Dudar es pecado.
Yi’le fue asignado por una inquisidora imperial para liderar esta operación: romper las líneas humanas en Polyusovsk, forzar la retirada de Turovets, y con ello, hacer que pierdan Burevest y Vizma.
Una figura se acercó.
Alta. Imponente.
Rail’Tai, Inquisidora del Alto Filo.
—Yi’le… me alegra verte preparado —dijo con tono suave, casi maternal—.
Las Matriarcas te bendicen. Que su luz ba?e tu gloria en el campo de batalla.
—Y que la luz del Imperio guíe tu sabia decisión al ponerme al mando —respondió Yi’le, manteniendo el tono ceremonial… mientras ocultaba el temblor en su alma.
Sabía que una palabra mal dicha bastaba para ser interrogado… o eliminado.
Rail’Tai lo estudió de pies a cabeza.
Sus ojos eran como cuchillas.
—Sabes lo que dices… y eso es bueno —murmuró con un dejo de amenaza.
—Espero que tu éxito nos gane el favor de las Altas Matriarcas. Quizá, si todo sale bien, seremos convocados al Consejo Lumineth.
Podríamos… ser exhibidos.
Yi’le tragó saliva.
—Que la paz galáctica escuche tu deseo, Inquisidora.
Aunque… no deberíamos cantar victoria tan pronto. Aún quedan millones de mundos humanos por conquistar.
Rail’Tai asintió lentamente.
—Tienes razón.
Subestimamos a los humanos hace un a?o… y lo pagamos con sangre.
Por eso te elegí.
No solo necesitas ser letal… necesitas ser correcto.
Yi’le bajó la cabeza, en se?al de obediencia.
—Que tus mejores deseos… ba?en mi gloria.
Yi’le posó la mano sobre su espada.
La voz del arma resonaba en su mente y en lo más profundo de su pecho.
— Dame sangre. Dame deber.
La armadura murmuraba también:
— No dudes. Dudar es traición.
Y su propia mente…
Su mente temía.
Temía no ser suficiente para el propósito de las Altas Matriarcas.
Las líneas imperiales avanzaban.
Perfectas. Silenciosas. Inhumanas.
Más de trescientos mil soldados marchando hacia las trincheras humanas.
Yi’le permanecía en el centro. Esperaba.
Su canal de comunicación interno vibró.
—Espero que todo te salga bien, Yi’le —dijo Rail’Tai, con voz cortante.
—Por la gloria del Sagrado Imperio.
—Por la sagrada luz de las Matriarcas —respondió él, conteniendo el temblor.
Con un gesto transmitido por su armadura, la orden fue dada.
Las armaduras imperiales brillaron.
Y sin mediar palabra, las tropas salieron de las trincheras.
Corriendo.
Miles de pasos como truenos secos.
Yi’le desenfundó su espada.
Aquel arma lo había acompa?ado por más de cien a?os.
Era un símbolo de orgullo.
De su linaje Velothian.
Una casta guerrera cuyo deber era llevar la pureza de su sangre a la gloria, o a la extinción.
Su piel comenzó a mutar.
Del azul pálido al amarillo grisáceo.
Una respuesta natural al choque entre el frío polar de Polyusovsk y la fiebre interna de su cuerpo.
Entre las columnas que corrían estaban los Drayvarks —enormes y nacidos para la guerra.
Ellos serían los primeros en entrar en las trincheras humanas.
Su fuerza bruta era muy superior a la de cualquier terrano.
A solo doscientos metros, las trincheras enemigas se encendieron.
Ráfagas de plasma estallaron.
Y los imperiales comenzaron a caer.
Uno a uno.
Como si una mano invisible los empujara hacia el lodo.
Yi’le los veía caer.
Su piel se tornó púrpura.
No por el frío.
Sino por la sorpresa.