home

search

Ecos del Destino

  El camino serpenteaba cuesta abajo entre colinas doradas por el sol, bordeado por árboles de ramas finas que susurraban al compás del viento. Zephyr caminaba con paso constante, la brisa acariciando su rostro mientras su mirada se perdía en el horizonte. Emergiendo entre una bruma lechosa, la ciudad finalmente se alzaba. La joya del valle, se mostraba imponente y viva, con sus altos muros de piedra clara, torres que tocaban el cielo y techos rojizos que chispeaban bajo la luz matinal.

  Zephyr se detuvo en lo alto de una peque?a colina. Desde allí, pudo ver las banderas ondeando sobre los torreones, y más allá, los caminos que serpenteaban hacia el corazón de la ciudad. Su pecho se hinchó con una mezcla de emoción y nerviosismo. No era sólo el destino físico lo que había alcanzado, sino un umbral: el punto donde su vida dejaría de ser la de un simple joven del campo y se transformaría, aunque aún no sabía exactamente en qué.

  Con el corazón latiendo más rápido, ajustó la correa de su mochila y reanudó la marcha.

  La entrada a la ciudad estaba viva. Carretas repletas de mercancías iban y venían, ni?os corrían entre las patas de los caballos, y los guardias, con armaduras relucientes, saludaban con la cabeza a los viajeros que entraban. Zephyr pasó entre los portones, sintiendo cómo el bullicio lo envolvía.

  El aire en Altheria era diferente. Más denso, más rico en olores y sonidos. Los gritos de los vendedores ambulantes se mezclaban con la música de algún laúd lejano, y el aroma del pan recién horneado flotaba en cada rincón. Las calles de adoquines reflejaban la luz como espejos quebrados, y las casas de madera y piedra parecían competir entre sí en colorido y altura.

  Zephyr caminaba despacio, bebiéndose con los ojos cada detalle. No podía evitar sentir que cada paso lo acercaba a algo importante, aunque no pudiera nombrarlo.

  En una esquina del mercado, justo al pasar un puesto de frutas exóticas, la vio.

  Su corazón se detuvo un instante.

  Era Althea.

  O eso creyó.

  La figura estaba de espaldas, con el cabello dorado cayendo en ondas hasta la cintura. Vestía un manto azul, parecido al que Althea solía usar. Por un momento, todo lo demás desapareció. Zephyr se adelantó entre la multitud, sorteando cuerpos, esquivando canastos y gritos de protesta.

  —?Althea! —llamó.

  La joven se volvió.

  No era ella.

  Los ojos que lo miraron eran grises, no centellantes. La expresión era fría, desconcertada. Zephyr bajó la vista, incómodo.

  —Lo siento... te confundí con alguien más —murmuró, retrocediendo.

  La joven lo observó unos segundos más, luego giró y se perdió entre la multitud sin decir una palabra.

  Zephyr quedó inmóvil, con una punzada en el pecho. La ilusión se había esfumado tan rápido como había aparecido, dejando un vacío más profundo que antes. Sabía que Althea estaba lejos, aun así, no podía evitar buscarla entre los rostros desconocidos.

  Continuó su camino en silencio, atravesando callejones estrechos donde el sol apenas se colaba entre los tejados. El bullicio del mercado se desvanecía a sus espaldas, y con él, su breve esperanza.

  Fue entonces cuando lo sintió.

  Una presencia extra?a. Un cambio en el aire. Como si algo invisible lo observara.

  Un anciano apareció a su lado. No lo había oído llegar. Vestía un abrigo de tela raída, de un color indefinido, y su bastón golpeaba el suelo con un sonido hueco. Tenía la mirada baja y murmuraba algo para sí.

  Zephyr se hizo a un lado, pero justo al cruzarse, el anciano giró ligeramente el rostro.

  —Te espera un gran destino, muchacho... —dijo con voz ronca, apenas un susurro—. Pero estará lleno de decisiones difíciles... y de sacrificios.

  Zephyr se detuvo en seco. Giró hacia él, pero el anciano ya se alejaba, sin mirar atrás, fundiéndose con la sombra de un arco de piedra.

  —?Espere! ?Qué dijo? —intentó alcanzarlo, pero el anciano ya no estaba. Sólo la calle vacía y el eco de sus palabras.

  Un escalofrío recorrió su espalda. No sabía si había sido real o producto de su mente cansada, pero las palabras se le habían clavado como flechas en el pecho.

  Decisiones difíciles. Sacrificios.

  El sol empezaba a descender cuando Zephyr llegó a la gran explanada frente a la Escuela de Aventureros. El edificio se alzaba como un castillo moderno, de piedra blanca pulida, adornado con estandartes azules y dorados. Torres puntiagudas se alzaban hacia el cielo, y en las puertas dobles de roble tallado, el emblema de la escuela —una espada cruzada con una pluma sobre un escudo— brillaba con luz propia.

  If you come across this story on Amazon, it's taken without permission from the author. Report it.

  Había llegado.

  Inspiró hondo, y cruzó el umbral.

  El interior era aún más impresionante. Techos altos abovedados, columnas de mármol, y corredores amplios decorados con cuadros de antiguos héroes. Un par de jóvenes, quizá estudiantes, pasaron a su lado hablando animadamente. Zephyr se sintió peque?o, pero no fuera de lugar. Sabía que era aquí donde debía estar.

  Una voz clara y autoritaria resonó desde el final del vestíbulo.

  —?Tú debes ser Zephyr?

  Se volvió.

  Allí estaba ella.

  Una mujer alta, de postura impecable. Su piel era tan pálida que parecía hecha de porcelana. Sus ojos verdes lo atravesaban, intensos y serenos a la vez. Y su cabello... largo, ondulado, rojo como las llamas de una hoguera. Vestía con una túnica ajustada de tonos verdes y cobre, que contrastaba de forma elegante con su presencia vibrante.

  Zephyr asintió, sin poder apartar la vista.

  —Sí... soy yo.

  Ella sonrió levemente.

  —Mi nombre es Lyssara, profesora de Estrategia Elemental. He sido asignada como tu guía temporal en lo que te integras a la escuela. —Se acercó con pasos suaves, como si flotara—. Has llegado en el momento justo. Todo está a punto de cambiar.

  Zephyr tragó saliva. Por un momento, recordó las palabras del anciano.

  Un gran destino... decisiones difíciles... sacrificios.

  Lyssara extendió una mano elegante hacia él.

  —Bienvenido a la Escuela de Aventureros.

  Zephyr la tomó, y en ese instante, supo que el verdadero viaje apenas comenzaba.

  La mano de Lyssara era cálida y firme. Su mirada no parpadeaba, como si estudiara a Zephyr más allá de la carne, buscando algo que aún él no comprendía del todo. Cuando soltó su mano, lo invitó a caminar a su lado, y Zephyr la siguió por un amplio corredor de mármol blanco, flanqueado por ventanales que dejaban entrar la luz dorada del atardecer.

  —?Es... siempre así de tranquila la escuela? —preguntó, intentando disimular su tensión.

  —Solo en apariencia —respondió Lyssara con una media sonrisa—. Altheria es una ciudad donde convergen muchas fuerzas. La escuela debe estar siempre en equilibrio, incluso cuando el mundo no lo está.

  Pasaron junto a un mural tallado en piedra: un círculo de aventureros luchando contra una criatura gigantesca, cuyas formas eran difusas, como si el escultor hubiese querido ocultar más que mostrar. Zephyr se detuvo un segundo, intrigado.

  —?Qué es esa criatura?

  —Un recuerdo —respondió Lyssara con tono neutro, pero sin detenerse—. Y una advertencia.

  La respuesta le dejó un escalofrío. Continuaron en silencio.

  Atravesaron una galería abierta donde el viento jugaba con banderas que mostraban los símbolos de los elementos. A cada uno correspondía una torre distinta de la escuela, conectadas por pasadizos elevados. Desde allí, Zephyr pudo ver a estudiantes entrenando en patios, lanzando hechizos o cruzando espadas. Algunos parecían apenas mayores que él; otros, curtidos por combates.

  —?Todos entrenan con un solo elemento? —preguntó.

  —No todos. Algunos dominan más de uno, aunque eso es raro. Y peligroso. —Lyssara lo miró de reojo—. Pero tú... tú eres un caso especial, ?no es así?

  Zephyr frunció el ce?o.

  —?Por qué lo dice?

  —Porque alguien como tú no llega aquí por casualidad. —Lyssara se detuvo frente a una puerta alta de madera oscura, decorada con filigranas en plata—. Hay hilos que se entrelazan mucho antes de que podamos ver el tejido completo.

  Abrió la puerta.

  Dentro, la sala era circular, con estanterías llenas de libros antiguos, mesas redondas con mapas, y un globo elemental girando lentamente en el centro, donde peque?as luces representaban tormentas, flujos mágicos y movimientos telúricos. Zephyr quedó hipnotizado por la danza silenciosa del mundo en miniatura.

  —Este es el Salón del Origen —dijo Lyssara, cerrando la puerta tras él—. Aquí los iniciados aprenden historia, estrategia y las reglas de equilibrio elemental. Pero no todo lo que ense?amos está en los libros.

  Se acercó a una de las estanterías y sacó un tomo con cubierta de cuero negro. Lo dejó sobre una mesa, pero no lo abrió.

  —Hay cosas que no deben decirse de inmediato —continuó—. Cosas que el tiempo revelará... o el fuego.

  Zephyr no entendía a qué se refería, pero algo en su tono, en la forma en que sus dedos acariciaban la tapa del libro, le indicó que había más secretos en esa escuela de los que cualquiera admitiría.

  Al salir del salón, pasaron junto a otra sala, esta con la puerta entreabierta. Desde dentro, una discusión acalorada llegaba a los oídos de Zephyr.

  —No podemos arriesgarlo todo por una profecía incompleta —decía una voz masculina, grave.

  —?Y no podemos ignorar las se?ales! —respondía una mujer, que Zephyr no logró identificar—. ?Y si él es el catalizador?

  Lyssara alzó una ceja, pero no se detuvo. Cerró la puerta con un leve movimiento de su mano, y el silencio volvió al pasillo.

  —?Quiénes eran? —preguntó Zephyr, sin poder evitarlo.

  —Profesores —dijo ella, sin más.

  Pero algo en su mirada era más denso que antes. Como una sombra que no quería mostrarse aún.

  Finalmente, llegaron a una habitación sencilla pero acogedora. Una cama, un escritorio, una ventana con vista al jardín interior donde brillaban luces flotantes entre los árboles. Lyssara le entregó una peque?a insignia con el emblema de la escuela.

  —Tu entrenamiento comenzará ma?ana al amanecer. Por ahora, descansa. Y mantente alerta, incluso en sue?os.

  Zephyr recibió la insignia y asintió.

  —?Qué clase de entrenamiento será?

  Ella se volvió hacia la puerta.

  —El que necesitas para sobrevivir a lo que viene.

  Y sin más, desapareció en el pasillo, dejando tras de sí un aroma a hierbas cálidas... y un silencio que pesaba más que las palabras.

  Zephyr se dejó caer en la cama, con la mente a mil. Las imágenes del día se agolpaban en su memoria: la ciudad vibrante de Altheria, la joven parecida a Althea, el anciano que hablaba de sacrificios... y Lyssara, con su mirada como brasas encendidas y sus palabras crípticas.

  El sue?o no llegó rápido esa noche. Pero cuando al fin cerró los ojos, el viento volvió a hablarle.

  Y esta vez, no sonaba como una brisa.

Recommended Popular Novels