El regreso a Altheria estuvo te?ido de una tensión silenciosa que parecía flotar en el aire. En los pasillos de la Escuela, los susurros crecían, y las miradas se apartaban cuando Zephyr cruzaba. Los alumnos traían noticias desde las ruinas: símbolos antiguos, inscripciones en yeso, y sobre todo, la aparición del símbolo de los espirales entrelazados, que parecía despertar viejos fantasmas.
Zephyr sentía la presión apretándole el pecho. No sólo por el misterio que lo llamaba, sino por la distancia que crecía con quienes lo rodeaban. Sin embargo, Thalen, uno de sus compa?eros menos habladores, se había convertido en un apoyo inesperado. Su silencio habitual se llenaba de gestos tranquilos, y sus miradas cómplices comenzaron a aliviar la soledad del joven.
—No estás loco, Zephyr —dijo Thalen una tarde, mientras caminaban juntos hacia la biblioteca—. Este símbolo... es más que una marca. Es una puerta, un aviso.
Zephyr asintió en silencio, agradecido por esa compa?ía que no exigía explicaciones, pero ofrecía confianza.
Juntos, con Kaela, consiguieron acceso a la zona restringida de la biblioteca. Allí aguardaba Ilyana, la bibliotecaria. De mediana edad, sus ojos miel brillaban con una mezcla de sabiduría y cansancio. Su cabello casta?o estaba recogido en un mo?o preciso, y vestía una túnica gris oscuro adornada con bordados de hojas y raíces, que parecían darle un aire casi etéreo. Sus gafas de montura fina descansaban al borde de su nariz, pero cuando Zephyr le mostró el dibujo del símbolo, las bajó lentamente y fijó en él una mirada que lo atravesó.
—?Sabes lo que has traído? —preguntó con voz baja, apenas un susurro.
Zephyr sostuvo el dibujo con manos temblorosas.
—Solo... un símbolo que apareció en las ruinas.
Ilyana respiró hondo y por un instante el silencio llenó la estancia.
—Eso no debería haber vuelto —murmuró finalmente, su voz quebrada por un miedo antiguo—. Hace mucho tiempo, ese símbolo fue sellado para que nadie lo encontrara. Esconde un poder que puede destruir o salvar, pero también corromper.
Zephyr tragó saliva, sintiendo el peso de esas palabras.
—?Por qué esconderlo? ?No es el conocimiento lo que nos hace fuertes?
—A veces, Zephyr, el conocimiento sin sabiduría es una espada que se vuelve contra quien la empu?a —respondió ella—. Te lo digo como alguien que ha visto demasiados secretos perderse en la oscuridad o destruir lo que amaban.
Thalen observaba en silencio, sus ojos buscando comprender.
—?Hay más información? —preguntó Zephyr, con la esperanza de hallar una pista.
Ilyana asintió y se levantó para buscar un viejo manuscrito. Al abrirlo, desplegó una página amarillenta donde fragmentos de textos en una lengua olvidada rodeaban el símbolo.
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—Habla de “la fuerza que no es fuego, ni agua, ni aire ni tierra” —leyó Ilyana—, algo primordial, un quinto elemento que fue escondido para evitar su abuso. Se dice que solo aquellos con un destino marcado pueden despertar su poder.
Kaela, que había estado callada, acercó la mano al manuscrito.
—?Crees que Zephyr está marcado?
Ilyana la miró con una mezcla de pesar y esperanza.
—El símbolo lo llama. Pero el camino es peligroso, y no todos sobreviven a la búsqueda.
La noche siguiente, en el despacho de Lyssara, la profesora recibió a Zephyr con mirada grave.
—Has tocado un hilo que puede deshacer más de lo que imaginas —advirtió—. Hay quienes prefieren el olvido, porque ciertos conocimientos desgarran la realidad.
Zephyr sintió que las palabras pesaban como una cadena invisible.
—Pero, ?no debemos enfrentar la verdad? —replicó, con la convicción nacida de la curiosidad.
—La verdad tiene muchas capas —dijo Lyssara, y en su voz se asomaba una duda que casi parecía miedo—. Y no todos los que vienen a esta Escuela sobreviven a lo que encuentran.
En ese momento, Derek apareció por la puerta, con una sonrisa torcida.
—Cuidado con lo que deseas, Zephyr —dijo con sarcasmo—. Algunos secretos solo traen ruina.
Zephyr lo miró, intentando ver más allá de la burla. Algo en Derek parecía una advertencia velada.
En medio de esa mara?a de advertencias, Kaela se convirtió en su refugio. Durante una caminata por el jardín iluminado por la luna, Zephyr le contó parte de lo que había descubierto, guardando aún detalles que temía compartir.
Kaela lo miró, con el rostro iluminado por la luz tenue, y en sus ojos se asomó una mezcla de preocupación y algo más profundo, casi un miedo a perderlo.
—?Por qué no me dices todo? —preguntó con voz suave, pero firme—. No somos solo compa?eros, Zephyr. Somos... más. Y no puedo ayudarte si me ocultas lo que pesa en ti.
Zephyr bajó la mirada, sintiendo cómo un nudo se formaba en su garganta.
—No quiero arrastrarte a esto. No sé qué está pasando, y temo que me pierda en el camino.
Ella le tomó la mano con determinación, apretándola.
—No voy a dejar que luches solo. Pase lo que pase, estaré contigo.
Un silencio cálido los envolvió, y por un instante, el tiempo pareció detenerse. Kaela quiso acercarse más, pero retrocedió, dejando en el aire una promesa silenciosa.
Esa noche, Zephyr se internó solo en un antiguo jardín del campus. Al posar su mano sobre la corteza retorcida de un viejo árbol, vio el símbolo de los espirales entrelazados aparecer tenuemente, como si el mismo árbol respirara el misterio.
Un murmullo llegó a sus oídos, susurros incomprensibles que parecían venir del viento mismo.
Al volver, escuchó a otros estudiantes hablando de una joven misteriosa en el bosque.
Zephyr sintió un escalofrío. La chica era un enigma tan profundo como el símbolo que perseguía.
De vuelta en su habitación, mientras repasaba sus notas, Lyssara apareció inesperadamente.
—Has despertado más de lo que sabes —le advirtió—. Hay guardianes que eligieron el olvido para protegernos. Pero no todo puede quedarse enterrado.
Zephyr la observó, reconociendo en sus ojos el peso de decisiones pasadas y el miedo al futuro.
Desde la ventana vio la luna llena, ba?ando el campus en una luz plateada. Y otra vez, en lo alto del risco, la figura encapuchada observaba, con ojos de carbones ardientes y el pergamino en manos temblorosas.
El viento llevó un susurro, una promesa antigua.
Zephyr no sabía aún que ese símbolo era la llave que abriría puertas olvidadas, y que su destino estaba marcado para despertar fuerzas dormidas.