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Ep. 10: MONSTRUOSIDAD

  16:45 - Distrito 13. Tokio, Japón.

  La fortaleza de Igarashi se alzaba en el Distrito 13 como un monolito sombrío bajo un cielo te?ido de naranja y púrpura por el atardecer, sus paredes de hormigón marcadas por a?os de abandono y violencia. El viento del crepúsculo silbaba a través de las grietas, llevando consigo el aroma metálico del óxido y el zumbido distante de generadores que resonaba como un latido profundo en las entra?as del edificio. En un pasillo lateral, lejos del bullicio de la sala principal, Aichuu Ono Tada caminaba con pasos casi silenciosos, sus botas gastadas apenas rozando el suelo polvoriento. Su cabello blanco como la nieve, cortado en un estilo desigual que caía en mechones desordenados sobre sus hombros, brillaba con un resplandor etéreo bajo la luz tenue que se filtraba por una ventana rota. Sus ojos rosas, pálidos y brillantes como cuarzos apagados, reflejaban una mezcla de inquietud y una esperanza frágil pero persistente, una combinación con su piel albina que parecía absorber las sombras del corredor como un lienzo pálido. Vestía un vestido blanco casi transparente y sus manos metidas en los bolsillos como si intentara contener la tormenta que rugía dentro de ella.

  A su lado, Hiroshi avanzaba con su tensión habitual, su figura delgada envuelta en un kimono tradicional de color marrón desgastado, el cabello grisáceo casi blanco brillando con la poca luz que habitaba en el lugar. Sus ojos oscuros estaban fijos en las grietas de la pared, como si buscaran respuestas en las líneas fracturadas del cemento, y sus manos se abrían y cerraban en un tic nervioso que traicionaba su fachada de control. La conexión entre ellos había crecido en las últimas semanas, un lazo inesperado forjado en conversaciones robadas entre las sombras de las reuniones de Igarashi. Aichuu, como arma letal del grupo —con los cuatro tipos de kagune y una regeneración avanzada que la hacía casi inmortal—, era una anomalía incluso entre los ghouls, pero su moralidad interna, su sue?o de un mundo donde humanos y ghouls no tenían que destrozarse mutuamente, chocaba con el papel que Dokuro le había impuesto. Hiroshi, con su furia contenida y su dolor palpable, era el único que parecía captar ese conflicto, y ella lo había buscado tras los ataques recientes, incapaz de seguir cargando sola sus dudas.

  Aichuu se detuvo junto a la ventana rota, el vidrio astillado reflejando fragmentos del cielo ardiente que se oscurecía lentamente. Su aliento formó una nube ligera en el aire fresco del atardecer mientras giraba hacia Hiroshi, sus ojos rojos encontrando los suyos con una intensidad que cortaba el silencio.

  —Hiroshi —dijo, su voz suave pero cargada de una urgencia que no podía ocultar, resonando en el pasillo como un susurro que exigía ser escuchado—. Todo esto... los ataques, Dokuro, la CCG... ?qué significa realmente? Me uní a Igarashi porque pensé que podía proteger a los míos, que mi fuerza podía salvar a alguien. Pero cada pelea me hace sentir más perdida, como si estuviera traicionando algo dentro de mí. —Hizo una pausa, sus dedos pálidos emergiendo de los bolsillos para rozar el borde de la ventana, el vidrio frío bajo sus yemas—. ?Por qué seguimos luchando? A veces pienso que podría haber otra forma... un mundo donde no tengamos que ser enemigos, donde humanos y ghouls puedan coexistir.

  Hiroshi se detuvo a su lado, su postura rígida relajándose por un instante mientras la miraba. Sus ojos oscuros se encontraron con los de ella, y por un momento, una sombra de duda cruzó su rostro, como si sus palabras hubieran tocado una herida que llevaba a?os ignorando. Finalmente, suspir, apoyndose contra la pared con un crujido de su chaqueta, el sonido amplificado por el silencio del pasillo.

  —Es una pregunta que nos carcome a todos tarde o temprano —dijo, su voz áspera pero te?ida de una melancolía cruda que raramente dejaba escapar—. Los ghouls no elegimos nacer así. Somos desechos de un mundo que nos odia desde el momento en que abrimos los ojos, obligados a alimentarnos de lo que ellos entierran para seguir respirando. La CCG nos caza porque nos teme, porque saben que no podemos cambiar lo que somos. Y nosotros luchamos porque no nos queda otra maldita opción. —Hizo una pausa, mirando por la ventana hacia las calles del Distrito 13, donde las luces de las casas comenzaban a encenderse como luciérnagas en la penumbra creciente—. Pero no es solo sobrevivencia, Aichuu. Es saber quién eres en medio de toda esta sangre y mierda. Tus acciones... ellas deciden lo que deja atrás, cómo te recordarán cuando el polvo se asiente y los cuerpos se enfríen.

  Aichuu frunció el ce?o, sus dedos pálidos jugando con un hilo suelto de su chaqueta, un gesto nervioso que contrastaba con la calma aparente de su rostro. Su regeneración avanzada la había salvado de heridas que habrían matado a cualquier otro ghoul —cortes profundos que se cerraban en segundos, huesos rotos que se soldaban bajo su piel—, pero también la hacía sentir como un arma sin alma, un medio para un fin que no entendía del todo. Sus cuatro kagunes —rinkaku, bikaku, koukaku y ukaku— eran una bendición y una maldición, un poder que la ataba a Igarashi como una máquina de guerra, pero su corazón anhelaba algo más, un propósito que trascendiera la violencia.

  —Y tú ?quién eres, entonces? —preguntó, su tono vacilante pero cargado de una curiosidad genuina que brillaba en sus ojos rojos—. Siempre estás tan... roto por dentro, Hiroshi. Luchas con tanta furia, como si cada golpe fuera personal, pero hay algo más debajo de eso. ?Por qué sigues aquí, con Igarashi, si te duele tanto? ?Qué te mantiene atado?

  Hiroshi rió, un sonido seco y amargo que resonó en el pasillo como un eco de algo perdido hace mucho tiempo. Se pasó una mano por el cabello grisáceo, despeinándolo aún más, y su mirada se endureció mientras recordaba un pasado que prefería mantener enterrado.

  —Estoy aquí porque una vez creí que podía cambiar algo —dijo, su voz baja y cortante, como si cada palabra le costara arrancarla de su garganta—. Mi hermano menor... lo llamaban Taro. Era un demonio como nosotros, pero más débil, más suave. La CCG lo atrapó hace siete a?os, en una redada en el Distrito 9. Lo llevaron a uno de sus laboratorios, lo cortaron en pedazos para estudiar su kagune como si fuera un maldito experimento. Escuché sus gritos en mi cabeza durante meses después de que se lo llevaron, hasta que el silencio fue peor que el ruido. Juré que no dejaría que eso le pasara a nadie más, que destrozaría a la CCG con mis propias manos si era necesario. —Hizo una pausa, sus pu?os apretándose hasta que los nudillos se volvieron blancos, el sonido de sus articulaciones crujiendo audible en el silencio—. Pero Igarashi... Dokuro... no sé si esto es una lucha o solo una venganza vacía que me está comiendo vivo. —Se giró hacia ella, su expresión suavizándose apenas, un destello de vulnerabilidad cruzando sus ojos—. Tú, Aichuu, eres diferente. Tienes esa... esperanza que yo perdí hace mucho. No dejes que este lugar te la arranque, porque si lo hace, no quedará nada de ti.

  Aichuu lo miró fijamente, sus palabras calando hondo como un eco de su propia lucha interna. La historia de Hiroshi —el dolor de perder a Taro— era un reflejo de las pérdidas que ella misma había sufrido: una madre humana que había muerto protegiéndola, un padre ghoul desaparecido en una redada de la CCG. Pero donde Hiroshi veía solo sangre y venganza, ella aún so?aba con un mundo diferente, un lugar donde su fuerza pudiera construir en lugar de destruir. Sus cuatro kagunes eran un recordatorio de su rareza, pero también de su potencial para ser más que un arma.

  —Quiero que mis acciones signifiquen algo —murmuró, su voz temblando con una determinación frágil pero creciente, sus ojos rojos brillando con una luz que desafiaba la penumbra—. No solo destruir, no solo sobrevivir... sino construir algo. Un lugar donde no tengamos que escondernos o matar para vivir, donde humanos y ghouls puedan mirarse sin odio. Sé que suena imposible, pero... no puedo dejar de creer en eso.

  Hiroshi la observa en silencio por un momento, un destello de respeto cruzando sus ojos oscuros. Luego ascendió, un movimiento leve pero cargado de peso.

  —Entonces conócete a ti misma primero —dijo, su tono firme pero tratamiento de una calidez inesperada—. Porque cuando sepas quién eres, cada golpe que des, cada vida que tomes o ungüentos, tendrá un propósito. Y tal vez... tal vez ese mundo que imagina no sea solo un sue?o de ni?a. Pero tienes que ser fuerte para hacerlo real, Aichuu. Más fuerte que este lugar.

  El sonido de pasos pesados ??resonó desde el fondo del pasillo, un eco que rompió la intimidad del momento. Ambos se tensaron, girándose hacia el sonido. Una figura encapuchada pasó sin detenerse, una centinela de Igarashi que no les prestó atención, pero la interrupción fue un recordatorio brutal de la realidad que los rodeaba: una organización al borde del colapso, una guerra que no ofrecía tregua.

  11:30 - Distrito 15. Tokio, Japón.

  El sol de mediodía brillaba alto sobre el Distrito 15, un área comercial repleta de oficinas de vidrio y tiendas con escaparates llenos de ropa y electrónicos, donde el bullicio de los autos y las voces de los transeúntes llenaban el aire con una energía vibrante y caótica. Hitomi Sasaki y Koji Takamura estaban en una peque?a sala de la base local de la CCG, un espacio claustrofóbico con paredes blancas manchadas de humedad y una mesa de madera gastada cubierta de mapas, informes y tazas de café vacías. La luz entraba por una ventana polvorienta, proyectando rayas doradas sobre el rostro de Hitomi, donde las ojeras marcaban su cansancio tras horas de análisis. El aroma a café quemado flotaba desde una máquina vieja en la esquina, mezclado con el zumbido monótono de un ventilador de techo que giraba perezosamente, incapaz de disipar el calor que se acumulaba en la habitación.

  Hitomi se?aló un patrón en el mapa extendido frente a ella, su dedo trazando una línea de tinta roja entre los puntos de ataque: el Distrito 7, el almacén del Distrito 23, una patrulla interceptada en el Distrito 14. Los informes apilados a su lado detallaban cada incidente con una precisión clínica —agentes muertos, quinques robados, testigos civiles que apenas habían visto sombras—, pero algo en los datos la inquietaba, una coherencia que no encajaba con la imagen desordenada que la CCG tenía de los ghouls.

  —Mira esto, Koji —dijo, su voz firme pero cargada de asombro, resonando en la sala sobre el ruido del ventilador—. No son asaltos aleatorios. Hay una estructura aquí: los objetivos son específicos —almacenes de quinques, rutas de patrulla clave—, y mira cómo evitaron las zonas civiles con demasiada precisión. No es caos; es estrategia. Igarashi está organizado de una manera que no esperábamos, como si alguien los estuviera guiando con un plan más grande.

  Koji estaba de pie junto a la ventana, sus brazos fornidos cruzados sobre el pecho, su abrigo negro absorbiendo la luz del sol como una sombra sólida en la habitación. Miraba el tráfico abajo —un mar de autos y peatones que se movían como hormigas en una rutina ajena a su guerra—, y su mandíbula se tensaba mientras escuchaba a Hitomi. Su hacha quinque colgaba pesada en su cintura, el mango gastado rozando su pierna con cada movimiento, un recordatorio constante de su propósito. Finalmente, resopló, un sonido que cortó el aire como un latigazo, y se giró hacia ella con los ojos grises entrecerrados.

  —Organizados o no, son ghouls —dijo, su tono cortante y lleno de un desprecio que parecía arraigado en sus huesos—. Matan, comen, destruyen. No me importa si tienen un maldito manual o un genio detrás. Los aplastaremos igual, como siempre hemos hecho. —Dio un paso hacia la mesa, apoyando una mano sobre el mapa con tanta fuerza que arrugó el papel—. Pero tú... buscando estás algo más, ?verdad? Desde que ese bastardo del café te habló, no deja de dudar. Mushtaro te metió algo en la cabeza, y ahora ves fantasmas donde solo hay sangre.

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  Hitomi frunció el ce?o, dejando el informe que sostenía sobre la mesa con un golpe seco que hizo temblar las tazas vacías. Se puso de pie, enfrentándolo con una postura que reflejaba tanto desafío como agotamiento, el maletín de Seijaku a su lado como un ancla contra la tormenta que sentía crecer dentro de ella.

  —No es duda, Koji —replicó, su tono endureciéndose mientras lo miraba fijamente—. Es entender. Si Igarashi tiene una estrategia, necesitamos saber por qué. No podemos seguir matando a ciegas y esperar ganar esta guerra. ?No te cansas de eso? ?De la sangre sin respuestas, de los cuerpos apilados sin que nada cambie? —Hizo una pausa, su respiración agitada mientras se?alaba el mapa—. Esto no es solo una banda de salvajes. Hay algo más aquí, algo que la CCG no está viendo, y si no lo descubrimos, nos aplastarán ellos a nosotros.

  Koji dio un paso más cerca, su figura imponente llenando el espacio entre ellos, su mandíbula tensa mientras la miraba con una mezcla de furia y desconfianza.

  —Las respuestas no cambian nada, Sasaki —dijo, su voz baja pero afilada como el filo de su hacha—. Mushtaro te metió ideas raras, y ahora estás buscando razones donde no las hay. Los ghouls no piensan como nosotros; no tienen 'porqués'. Solo hambre y caos. Si no puedes mantener el enfoque, si sigues dejando que ese bastardo te nuble, nos arrastrarás a los dos al infierno. —Hizo una pausa, sus ojos grises perforándola—. No puedo trabajar con alguien que duda en cada esquina.

  Hitomi respiró hondo, sus dedos apretando el borde del maletín hasta que los nudillos se le pusieron blancos. La luz del sol reflejada en la ventana danzaba en sus ojos, revelando una tormenta de emociones que luchaba por contener: frustración, incertidumbre, pero también una determinación que no se doblegaba.

  —No estoy perdiendo el enfoque —dijo finalmente, su mirada encontrando la de él con una intensidad tranquila que contrastaba con su tensión—. Solo quiero saber a qué nos enfrentamos de verdad. Si Igarashi es más que una horda sin sentido, entonces la CCG también tiene que ser más que un matadero sin fin. No te pido que lo entiendas, Koji. Solo que me dejes intentarlo.

  Koji sacudió la cabeza, girándose hacia la ventana de nuevo, sus hombros rígidos bajo el abrigo.

  —Sigue buscando tus verdades —murmuró, su voz apenas audible sobre el zumbido del ventilador y el ruido lejano de la calle—. Pero cuando te caigas, cuando ese ghoul te traicione, no esperes que te saque del fuego. No arriesgaré mi vida por tus ilusiones.

  El silencio que siguió fue pesado, llenándose solo por el traqueteo del ventilador y el eco distante de un claxon en la calle. Hitomi volvió a sentarse, sus manos temblando ligeramente mientras tomaba otro informe, pero sus ojos se perdieron por un momento en las líneas del mapa, preguntándose si las respuestas que buscaba valdrían el costo de la grieta que crecía entre ella y Koji.

  19:15 - Distrito 11. Tokio, Japón.

  La noche había caído sobre el Distrito 11 como un manto negro, las ruinas de edificios derrumbados ba?adas en una penumbra rota por el brillo intermitente de farolas rotas y el resplandor pálido de una luna creciente que apenas atravesaba las nubes. El aire estaba cargado de humedad, el olor a moho y metal oxidado impregnando cada rincón del callejón angosto donde Kiyoshi Udagawa se arrastraba, su cuerpo temblando bajo los harapos sucios que colgaban como piel muerta sobre sus hombros huesudos. El sudor frío goteaba por su rostro pálido, dejando rastros en la suciedad que lo cubría, y sus manos ara?aban el pavimento agrietado como si intentaran aferrarse a algo sólido en medio del caos que lo consumía.

  Las voces en su cabeza eran un torbellino implacable, amplificadas por los eventos del día anterior, cuando había matado a los carro?eros bajo el sol ardiente del Distrito 11. rugían, un coro ensordecedor que lo hacía retorcerse contra una pared derrumbada, los ladrillos rotos cortándole las palmas hasta que la sangre goteó en hilos oscuros. susurraban otras, más débiles pero igual de crueles, desgarrándolo con contradicciones que lo llevaban al borde de la locura. Desde su enfrentamiento con los ghouls, algo había cambiado: la breve claridad que había sentido al aceptarse a sí mismo se desvanecía, reemplazada por una duda corrosiva que lo hacía cuestionar su propia cordura.

  Cerró los ojos, buscando silencio, pero las visiones lo asaltaron como relámpagos crueles. Vio a Hitomi, su abrigo gris te?ido de sangre negra, mirándolo con desprecio desde un charco de sombras que se retorcían como serpientes. Luego, Mushtaro, riendo con una taza de café humeante en la mano, su gabardina ondeando mientras figuras sin rostro lo rodeaban, sus ojos grises brillando con un rojo que lo cegaba. Y finalmente, su propio rostro, distorsionado y roto, con kagunes brotando como monstruos que lo devoraban desde dentro, sus rasgos derritiéndose en una masa informe que gritaba su nombre. aullaron las voces, y Kiyoshi jadeó, su cuerpo convulsionando mientras sus manos ara?aban el suelo con más fuerza, la sangre mezclándose con el polvo en un charco viscoso.

  — ?Qué soy? —susurró, su voz un lamento roto que se perdió en el viento que silbaba entre las ruinas—. ?Real... o solo un eco? ?Estoy aquí... o ya me perdí?

  Un crujido seco lo hizo girar, su cabeza girando tan rápido que el cuello le dolio. Sus kagunes —rinkaku y bikaku— temblaron en su espalda, listos para brotar en un estallido de carne y furia, pero no había nada más que sombras que parecían moverse en la penumbra. Parpadeó, y las sombras tomaron forma: figuras sin rostro con ojos rojos que lo miraban, sus bocas abriéndose en gritos mudos que resonaban solo en su mente. Dio un paso atrás, tropezando con un pedazo de concreto roto, y cayó de rodillas, su respiración agitada llenando el aire con jadeos entrecortados.

  —?Déjenme! —gritó, su voz quebrándose mientras golpeaba el suelo con los pu?os, el impacto enviando una punzada de dolor por sus brazos—. ?No son reales! ?No hijo... reales!

  Pero las visiones no cedían. Una figura se acercó —Hitomi, pero no Hitomi—, su rostro pálido y distorsionado, los ojos vacíos mientras extendía una mano ensangrentada hacia él. rugieron las voces, y Kiyoshi se cubró la cabeza con las manos, un gemido escapando de su garganta mientras las sombras lo rodeaban, un encuentro aterrador con su propia mente fracturada que lo dejaba al borde del abismo. Se derrumbó por completo, su cuerpo temblando en el suelo frío, atrapado entre la realidad y el infierno que lo consumía desde dentro.

  20:00 - Distrito 20. Tokio, Japón.

  El callejón del Distrito 20 estaba envuelto en una oscuridad densa, el aire frío cargado del olor a café rancio que se filtraba desde una cafetería cerrada y el hedor metálico del agua estancada en charcos oscuros. Las farolas parpadeaban con un zumbido eléctrico, proyectando sombras danzantes sobre las paredes agrietadas, y el silencio de la noche era opresivo, roto solo por el eco de botas pesadas contra el pavimento. Kage Shiryo avanzaba con una furia contenida, su figura alta y musculosa envuelta en un abrigo negro de la CCG que ondeaba como alas rotas tras él. Su prótesis koukaku brillaba como un garrote de acero en su mano derecha, el metal reflejando la luz tenue con un fulgor letal, mientras su quinque ukaku —un arma en forma de ballesta que disparaba flechas explosivas— colgaba lista en su mano izquierda.

  Delante de él, las sombras se movieron, y los Donyu emergieron como espectros de la penumbra: Cho, Junko y Nobu, tres ghouls de Igarashi cuya ferocidad los había convertido en una pesadilla recurrente para la CCG. Cho, baja y delgada, dejó salir su bikaku, una cola robusta y espinos que parecía desquebrajar cualquier cosa. Junko, corpulento y cubierto de cicatrices, blandió un rinkaku con púas afiladas que goteaba un líquido viscoso y negro, dejando marcas humeantes en el suelo. Nobu, sus tatuajes notorios y su crudeza le daban esa personalidad frenética, dejó salir su rinkaku, tentáculos dentados que oscilaban como unos látigos listos para desgarrar.

  —?Bastardos! —rugió Kage, su voz resonando en el callejón como un trueno, su rostro enrojeciéndose mientras cargaba hacia ellos con una furia visceral que parecía hermano de cada poro—. ?Voy a destrozarlos y colgar sus cabezas en mi pared!

  Junko extendió primero, una ráfaga de tentáculos viscosos que cortaron el aire como aguijones de serpientes enfurecidas, dejando estelas brillantes en la oscuridad. Kage se lanzó a un lado, rodando sobre el pavimento húmedo mientras desplegaba su quinque ukaku, disparando una salva de flechas explosivas que estallaron contra la pared tras Junko, forzándolo a retroceder con un grito ahogado mientras fragmentos de cemento llovían sobre él. Cho atacó de frente, su bikaku girando en un arco mortal hacia el pecho de Kage, pero el investigador bloqueó con su prótesis koukaku, el metal chocando con un clang ensordecedor que reverberó en el callejón. Con un rugido gutural, Kage giró el garrote y lo hundió en el pecho de Cho, el impacto rompiendo costillas con un crujido húmedo que resonó como un árbol al partirse. La sangre negra salpicó su abrigo, y Cho cayó con un gorgoteo, su bikaku retrayéndose en espasmos.

  Nobu intentó flanquearlo, su rinkaku cortando el aire desde un ángulo ciego, pero Kage giró con una velocidad brutal, su quinque ukaku disparando una flecha que atravesó el abdomen del ghoul en un chorro de sangre que pintó el suelo. Nobu gritó, tambaleándose, y Kage aprovechó el momento, cargando hacia él con la prótesis alzada. El garrote cayó en un arco salvaje, aplastando el cráneo de Nobu contra el pavimento con un estallido nauseabundo que dejó un charco de sangre y materia gris bajo sus botas.

  Junko, el último en pie, retrocedió, sus tentáculos chispeando mientras disparaba otra ráfaga desesperada. Kage rugió, corriendo directo hacia las afiladas extremidades, su prótesis bloqueando los más peligrosos mientras otros rasgaban su abrigo y cortaban su hombro izquierdo, la sangre roja brillando bajo la luz tenue. Cerró la distancia en segundos, su quinque ukaku disparando una flecha final que atravesó el pecho de Junko, explotando en una lluvia de sangre y fragmentos que lo dejaron inmóvil en el suelo, sus ojos rojos apagándose lentamente.

  Kage jadeó, su pecho subiendo y bajando con respiraciones pesadas mientras limpiaba la sangre negra de su prótesis contra su manga, el metal chirriando contra la tela. Sus ojos brillaban con una furia visceral que ocultaba el vacío que lo consumía, un abismo que crecía con cada ghoul que mataba. Miró los cuerpos rotos a su alrededor, el callejón convertido en un matadero, y escupió al suelo, su saliva mezclándose con la sangre.

  —Monstruos —murmuró, su voz ronca mientras giraba y se alejaba, dejando tras de sí un silencio roto solo por el goteo del agua y el zumbido de las farolas.

  


  


  ONO TADA AICHUU

  


  


  Shiryō Kage

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