Los rayos del sol comenzaban a te?ir el cielo de tonos anaranjados cuando el grupo llegó a la imponente puerta de la Ciudad de los Aventureros. La preocupación se reflejaba en sus rostros, pero en especial en el de Charlotte, quien no apartaba la vista de Biel, aún inconsciente sobre la improvisada camilla.
—?Biel...! —susurró, su voz temblando mientras sus dedos rozaban la frente del chico, sintiendo el frío sudor que cubría su piel. —Por favor... despierta...
Easton colocó una mano firme sobre su hombro. —No te preocupes. Biel solo está inconsciente. Gastó toda su energía en esa batalla... Necesita descansar. —Intentó sonar tranquilo, pero su mirada lo delató: la incertidumbre también lo carcomía por dentro.
Charlotte apretó los labios, sus ojos brillando con lágrimas contenidas. —Pero... ?y si no despierta...? ?Ylfur...? él... él lo protegió... ?Recibió tanto da?o!
—No te preocupes por Ylfur —intervino Acalia con voz serena, aunque en sus ojos danzaba una sombra de preocupación. —él es un demonio... Se recuperará con el tiempo.
A su alrededor, el bullicio de la ciudad contrastaba con el pesado silencio del grupo. Al cruzar las puertas, los guardias los detuvieron con semblantes serios.
—?Alto! —exclamó uno de ellos, observando el estado en el que llegaban. —?Qué ha sucedido? Hubo explosiones en las afueras...
Raizel dio un paso al frente, su expresión decidida. —Ustedes lleven a Biel a tratar sus heridas. Yo me quedaré aquí y explicaré todo lo sucedido.
Acalia asintió. —Está bien. No perdamos más tiempo.
Mientras Raizel se quedaba con los guardias, el resto del grupo avanzó por las concurridas calles, atrayendo miradas curiosas y murmullos preocupados. Charlotte se mordió el labio, esforzándose por contener las lágrimas. La voz de Biel, siempre animada y valiente, ahora era solo un eco en su mente.
—?Crees... que él...? —su voz se quebró, apenas capaz de terminar la pregunta.
—No digas eso —la interrumpió Easton, su voz más áspera de lo habitual. —Biel es fuerte... Demasiado terco para dejarnos así.
Charlotte asintió débilmente, aferrándose a esas palabras.
Mientras tanto, Raizel explicaba lo ocurrido a los guardias. Su voz era firme, aunque su mente repasaba cada instante de la batalla. —Los nobles enviados desde Marciler... Pensábamos que querían destruir la Ciudad de los Aventureros, pero en realidad, su objetivo era el ojo mágico de Gaudel.
Los ojos de los guardias se abrieron con sorpresa. —?Qué...? ?La Emperatriz Domia... envió a esos dos...?
Raizel asintió con gravedad. —Todo fue orquestado por ella. Ellos escaparon, pero el peligro sigue presente.
—?Esto debemos informarlo de inmediato al Rey! —exclamó uno de los guardias, sus ojos reflejando una mezcla de miedo y urgencia.
—?De prisa! —ordenó su superior. —Ve e informa al Rey sobre lo sucedido. ?Esto es grave!
Raizel los observó partir, su mirada volviéndose sombría. Emperatriz Domia... ?Qué planeas realmente?
El viento sopló suavemente, moviendo su capa mientras se quedaba en silencio, con la determinación brillando en sus ojos. Sabía que esa batalla era solo el comienzo.
En el Umbral de los Dioses, un lugar donde el tiempo y el espacio carecían de significado, las entidades supremas observaban los eventos del mundo humano. A través de un espejo etéreo que reflejaba la realidad mortal, las imágenes de Biel y sus amigos luchando por sobrevivir tras la batalla se proyectaban con claridad.
—Estos humanos... otra vez envueltos en guerras sin sentido —dijo Solaryon, el Dios de la Luz, con un tono de exasperación. Su figura irradiaba una luz cegadora, y sus ojos dorados observaban con desdén—. La ambición de gobernarlo todo es un fastidio interminable.
Nyxaris, el Dios de las Sombras, rió suavemente desde su trono envuelto en penumbra. —La vida humana es así. Siempre debe haber conflictos. La luz y la oscuridad, la paz y la guerra... es su naturaleza.
—Tal vez, pero lo que más me preocupa es el humano candidato a Rey Demonio... —dijo Chronasis, el Dios del Tiempo, mientras su mirada se enfocaba en Biel, aún inconsciente—. El chico llamado Biel... quedó agotado después de la batalla para no conseguir nada, y ahora está al borde de la muerte. Tiene un gran poder, pero sus batallas pasadas no parecen haberle ense?ado nada.
Thalgron, el Dios de la Guerra, golpeó su lanza contra el suelo, haciendo temblar el Umbral. —?Ese humano no tiene el instinto de un verdadero guerrero! Pelea con el corazón, pero sin la mente. Un líder que no aprende de sus derrotas está destinado a caer.
—Aún es joven —intervino Elaris, la Diosa de la Vida, con voz suave y compasiva—. Está creciendo y buscando su propósito. Además, no pelea solo... Tiene amigos que le dan fuerza.
—?Fuerza? ?Depender de otros es fuerza? —se burló Thalgron, sus ojos ardiendo con desdén—. ?Eso es debilidad!
—No entiendes nada, Thalgron —intervino Nyxaris, su tono burlón—. La verdadera fuerza no está en la soledad, sino en los lazos que creamos. Incluso las sombras necesitan luz para existir.
Veyrith, el Dios del Caos, observó con una sonrisa maliciosa. —Todo esto es fascinante. Ese chico está destinado a alterar el equilibrio... Lo sé... lo siento en mis entra?as. Ya ha comenzado a influenciar a quienes lo rodean. Será interesante ver si sobrevive.
—Este conflicto es solo de humanos —declaró Orivax, el Dios de la Sabiduría, con voz grave—. Nosotros no podemos intervenir. La historia debe seguir su curso natural. Lo que sea que ocurra, está en manos humanas.
—Pero... —Elaris bajó la mirada, sus ojos reflejando preocupación—. Acalia está ahí... y su destino está intrínsecamente ligado al de Biel. Si él cae... ella también lo hará.
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Solaryon suspiró, su luz parpadeando ligeramente. —Solo podemos observar... aunque es frustrante no poder hacer nada.
—Algunos de nosotros ya hemos intervenido antes... —dijo Veyrith, su sonrisa ampliándose—. Y no me refiero solo a mí. ?No es cierto, Nyxaris?
Los ojos de Nyxaris brillaron en la penumbra, pero no dijo nada. Un silencio pesado envolvió el Umbral, mientras las imágenes de Biel y sus amigos continuaban reflejándose en el espejo etéreo. Todos los dioses sabían que el destino de ese chico estaba a punto de cambiar... para bien o para mal.
En la imponente ciudad de Marciler, rodeada de altas murallas y calles pavimentadas con mármol blanco, la Emperatriz Domia disfrutaba de una taza de té en su majestuoso palacio. El salón estaba adornado con cortinas de terciopelo carmesí y candelabros dorados que iluminaban el ambiente con un resplandor suave. Sentada en su trono de marfil, su elegante vestido negro caía en ondas perfectas, acentuando su presencia imperial.
Frente a ella, seis figuras permanecían en silencio, formando un semicírculo con la cabeza ligeramente inclinada en se?al de respeto. Eran "Los Nova", la élite de nobles que servían únicamente a la Emperatriz de Marciler. Cada uno de ellos era un pilar de poder e influencia en el reino.
Cliver Soldemour, de cabello plateado y mirada fría, fue el primero en hablar. —Mis disculpas, Majestad. No logramos obtener el ojo mágico de Gaudel... pero al menos descubrimos algo relevante.
Domia tomó un sorbo de té, su mirada afilada enfocada en Cliver. —Fascinante. Entonces... aquel tipo sigue vivo. Creí que ese tonto Rey Vampiro había acabado con él. —Sus labios se curvaron en una sonrisa gélida—. Ese chico será un problema para mis planes... pero bueno, ya pensaré en algo para acabar con él.
Shalok Vendrax, de ojos penetrantes y una cicatriz en su mejilla derecha, se adelantó. —Mi se?ora, no fue un fracaso total. Pudimos obtener información crucial sobre sus habilidades... aunque no esperábamos que poseyera semejante poder.
Domia asintió lentamente, sus dedos jugando con el asa de la taza. —Bien hecho, Shalok... y Cliver. Aunque no cumplieron con su misión, esta información compensa su fracaso... por ahora.
Zayra Velmont, una mujer de mirada astuta y cabello ondulado como la seda negra, se inclinó ligeramente. —Majestad, si lo desea, puedo encargarme de él personalmente. Nadie escapa de mis sombras.
Domia la observó con una expresión de diversión. —Oh, Zayra... siempre tan ansiosa por mostrar tu lealtad. Pero no te precipites. Ese chico no es un enemigo ordinario. Debemos ser pacientes.
Selene Draeven, de voz suave pero autoritaria, intervino. —Majestad, ahora que el Rey Vampiro ha caído en las Tierras Oscuras, ?no cree que habrá repercusiones? Esos territorios eran su dominio y podrían volverse inestables.
La Emperatriz entrecerró los ojos, su tono adquiriendo un matiz sombrío. —Que se hundan en su propia oscuridad. No es asunto nuestro. Pero si esos problemas alcanzan mis dominios, tomaremos medidas drásticas.
Iridelle Vauclair, cuyos ojos reflejaban una inteligencia calculadora, asintió. —Como siempre, Su Majestad tiene todo bajo control. Pero... ?y si ese chico se alía con nuestros enemigos? Eso podría complicar las cosas.
Darian Vorthos, el más joven de los Nova, sonrió con confianza. —Entonces simplemente los aplastaremos a todos. No hay fuerza en este mundo que pueda resistirse a su poder, Majestad.
Domia dejó escapar una risa suave, una melodía gélida que resonó en el salón. —Oh, Darian... tu lealtad es admirable, aunque tu arrogancia es peligrosa. No subestimen a ese chico. él posee un poder que ni siquiera ustedes pueden imaginar.
El silencio envolvió la sala. La Emperatriz dejó su taza de té en la mesa de cristal y se levantó, su figura alta y majestuosa proyectando una sombra imponente.
—Continúen vigilándolo. Quiero saber cada uno de sus movimientos. Y cuando llegue el momento adecuado... acabaremos con él. —Su voz goteaba determinación y malicia—. Ahora pueden retirarse.
Los Nova hicieron una reverencia sincronizada. —?Como ordene, Su Majestad!
A medida que se retiraban, sus capas ondeaban en el aire, dejando atrás un eco de poder y obediencia. La Emperatriz observó el horizonte desde su balcón, sus ojos centelleando con una mezcla de interés y amenaza. —Biel... Veamos hasta dónde llega tu destino.
En lo más profundo de su mente, Biel flotaba en un vacío oscuro, rodeado por una neblina densa y opresiva. Se sentía atrapado, como si el tiempo y el espacio no existieran en ese lugar. Todo era silencio... hasta que una voz grave rompió la quietud.
—Joven portador... eres muy imprudente. Si sigues así, vas a terminar muriendo. —La voz resonó con una autoridad ancestral, cargada de una mezcla de preocupación y reproche.
Biel abrió los ojos, encontrándose frente a Monsfil, el Rey Demonio de la Destrucción Eterna. La figura imponente de Monsfil brillaba con una luz oscura, sus ojos rojos centelleando en la penumbra.
—Tenía que hacerlo... —murmuró Biel, su voz sonando lejana. —Si no lo hubiera hecho... ?qué habría pasado con nosotros? Mis amigos... Charlotte... todos habrían estado en peligro.
Monsfil cruzó los brazos, su postura rígida reflejando desaprobación. —Quizás los salvaste... pero mira en el estado en que estás ahora. Estás al borde de la muerte. Excediste tus límites sin pensar en las consecuencias.
Biel bajó la mirada, sintiendo el peso de sus palabras. —Eso ya lo sé... Pero... no puedo permitir que nadie más sufra por mi culpa.
—La determinación sin estrategia es solo imprudencia. —La voz de Monsfil se suavizó ligeramente—. Si caes aquí, todo lo que has logrado hasta ahora no significará nada. Debes aprender a luchar con inteligencia, no solo con coraje.
Biel apretó los pu?os, una chispa de determinación encendiéndose en sus ojos. —Lo sé... trataré de hacer mejor las cosas a partir de ahora. No quiero ser una carga para nadie... ni para ti.
Monsfil soltó una risa seca. —Eso espero, joven portador. Eres terco... pero tienes potencial. Solo asegúrate de vivir lo suficiente para aprovecharlo.
Biel asintió lentamente, su mirada recorriendo el vasto vacío que los rodeaba. Fue entonces cuando la vio: una puerta enorme, oscura como la noche, cubierta de cadenas que se entrelazaban en patrones intrincados. Una energía ominosa emanaba de ella, haciendo que el aire vibrara.
—Oye... Monsfil... ?y esa puerta con cadenas? ?Qué es eso? —preguntó Biel, su voz llena de incertidumbre.
Monsfil giró hacia la puerta, sus ojos brillando con cautela. —Esa puerta... ya estaba aquí cuando llegué a tu mente.
—?Cómo...? ?Entonces no es tuya? —preguntó Biel, frunciendo el ce?o.
—No... Esa cosa no me pertenece. La he sentido desde que te convertiste en mi portador... Es antigua... y su poder es... inquietante. —Monsfil entrecerró los ojos, su tono volviéndose sombrío—. Debes tener cuidado con eso. Nada bueno puede salir de una prisión tan siniestra.
Biel se acercó unos pasos, atraído por el aura misteriosa de la puerta. Las cadenas tintinearon suavemente, como si reaccionaran a su presencia. —?Qué crees que hay detrás de ella...?
—No lo sé... y quizá es mejor que nunca lo descubramos. —La voz de Monsfil fue firme, un destello de preocupación cruzando su mirada.
Biel retrocedió, un escalofrío recorriendo su espalda. La puerta parecía pulsar, como si algo detrás de ella intentara liberarse. —?Por qué... está en mi mente...? ?Qué demonios soy...?
Monsfil lo observó en silencio, su expresión más seria que nunca. —Eso es algo que deberás descubrir por ti mismo, joven portador. Pero una cosa es segura... esa puerta es parte de ti, y enfrentarte a ella será inevitable.
Un silencio tenso llenó el vacío. Biel miró la puerta una vez más, pero algo cambió. Las cadenas comenzaron a temblar, un sonido metálico reverberando en el aire. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
—?Qué...? —murmuró Biel, retrocediendo instintivamente.
Las cadenas se agrietaron, emitiendo un resplandor carmesí. Una a una, las cadenas estallaron en fragmentos de luz, desmoronándose al suelo con un eco ensordecedor.
—?Monsfil! ?Qué está pasando? —gritó Biel, su voz cargada de miedo e incertidumbre.
Monsfil observó la escena con expresión sombría. —Imposible... Esa puerta estaba sellada... ?Quién... o qué está detrás de ella...?
La puerta se abrió lentamente, un crujido agónico acompa?ando su movimiento. Una ráfaga de viento oscuro emergió, revolviendo la neblina a su alrededor. Biel se cubrió el rostro con un brazo, luchando contra la fuerza de la energía liberada.
Cuando la ráfaga cesó, una figura emergió de la oscuridad. Era una chica, de cabellos largos y plateados que flotaban como si desafiaran la gravedad. Sus ojos brillaban con un tono violáceo intenso, y su expresión era serena, casi melancólica.