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Capítulo 32: Frente al rio

  Tomando el vaso que había dejado sobre el escritorio, el aspirante lo termina de un solo trago, esperando que el ardor del alcohol bajando por su garganta distraiga a su cerebro lo suficiente como para detener el pánico que lentamente aumentaba a medida que pasan los segundos. Narciso se encontraba en silencio mirando a la distancia de manera pensativa, intentando entender las implicaciones que tendría lo que acababa de ver.

  —Bueno, entonces, ?qué hacemos?, si Blackmount tiene algo que ver con esto, la cosa se puso bastante difícil bastante rápido —dice Abigail, rompiendo el silencio que imperaba en la habitación.

  —Esto es lo que haremos: yo hablaré con mis contactos, ver si algunas de las personas en esta foto todavía andan a las vueltas y sobre este tal Aurelio, mientras tanto, seguiremos viendo qué podemos dilucidar de estos extra?os recuerdos— explica el arcanista y, mirando a John,agrega— Ve a tomar un descanso, hablaré con Sigil para que adelante tu entrenamiento en el uso del Ether púrpura; si nos vamos a enfrentar a los Blackmount, deberíamos estar preparados.

  John se levanta y lo mira con una cara de confusión, si fuera él y se enterara de que un recién llegado está de alguna manera en contra de no solo uno de los más grandes poderes económicos, sino también de poder arcano de la ciudad, se hubiera distanciado de esa persona, o mejor aún, hubiera hecho un trato que beneficie al grupo. Hay algo más, algo que no le están diciendo; el aspirante intenta ignorarlo diciendo que tendrán sus motivos para no decirle las cosas, pero esta vez es diferente, esta vez le molesta bastante, pero no sabiendo si el sentimiento que tiene en estos momentos es propio o solo un residuo de la visión que tuvo hace unos instantes, decide respirar hondo e intenta tranquilizarse. A pesar de su mejor esfuerzo, no logra calmar sus emociones, así que solamente asiente y sale de la habitación a paso apresurado, dejando a Abigail atrás.

  —John, espera— grita la mujer, intentando hacer que su pareja se detuviera, dándole tiempo para alcanzarlo.

  El hombre se frena a mitad del pasillo y espera a que la mujer llegue a su lado. Al hacerlo, ella toma su mano y ambos avanzan hacia el elevador. Una vez adentro, la mujer lo abraza fuertemente y le dice al oído— No te preocupes, sea lo que sea, sea quien sea, estoy de tu lado, siempre.

  —Lo sé —dice John, devolviendo la muestra de afecto.

  Los siguientes días fueron tranquilos, no más recuerdos ajenos ni sue?os desgarradores, solo pasar tiempo con Abigail, visitar a Oliver y sociabilizar con los nuevos amigos que consiguió a lo largo de todos estos meses en Santuario. Si bien ningún evento trajo nuevas preocupaciones, las actuales eran lo suficientemente grandes como para tomar completamente su atención. Es en estos momentos de distracción en donde, mientras estaba ayudando a su suegra a pelar papas, un movimiento descuidado termina siendo pagado con sangre.

  —?Mierda!— exclama el John, sacando rápidamente el filo de su carne, sangre escarlata empezando a supurar del profundo tajo.

  —Oh no, William, te cortaste, ven, tienes que poner presión en la herida— dice acercándose con un repasador una mujer pelirroja, de estatura bajita y figura atlética que vestía un suéter beige debajo de un delantal navide?o. Esta pone el trapo alrededor del dedo, presionando con la intención de parar el sangrado.

  —Gracias, Miriam —agradece el hombre tomando el trapo mientras mantiene la presión.

  —No hay por qué, Abi, trae el botiquín de primeros auxilios; William se cortó —grita la mujer en dirección a la puerta que da al comedor.

  —Voy —la voz de Abigail se hace escuchar luego de unos segundos y, un momento después, su figura apareció por el umbral con una caja roja; mirando en la dirección de ambas personas, se acerca mientras que, con un tono preocupado,dice— Acá está. ?Qué pasó?

  —Estaba pelando papas distraído y tenía las manos mojadas, se resbaló el cuchillo y me corté, no es nada que una curita no pueda arreglar —responde el hombre tratando de calmar a la mujer.

  Al escuchar esto, ella saca rápidamente una de la caja y se la coloca mientras dice —Listo, ahora déjame terminar de pelar las papas y tú ve a sentarte a ver tele con mi papá; está viendo un documental sobre ballenas, puede que te guste— para luego girarse en dirección a su madre y preguntar —Ma, ?Jasón te dijo cuándo iba a llegar o hay que ir a buscarlo?

  —Dijo que llegaba tipo ocho, ocho y media —responde Miriam mirando el reloj que tenía en la mu?eca.

  —Qué raro él, llegando justo a la hora de comer —bromea la mujer esbozando una sonrisa.

  Ambas mujeres ríen y se ponen a hablar entre ellas; John toma esto como una se?al para retirarse y, saliendo por la puerta por la que entró Abigail, se dirige al comedor, en donde una gran mesa se hallaba preparada para la celebración de A?o Nuevo. En la punta, un hombre alto, de pelo marrón que vestía una camisa blanca sobre pantalones negros, se encontraba sentado en frente del televisor, mirando como un gran cetáceo ocupaba la mayor parte de la pantalla.

  —William, ?vienes a hacerme compa?ía? —pregunta Thomas al darse cuenta de la existencia del hombre.

  —Sí, ?qué estás viendo? —responde John, sentándose al lado del hombre.

  —Es un documental sobre los hábitos migratorios de las ballenas jorobadas, súper interesante —explica el se?or mientras le sirve un vaso de cerveza al recién llegado.

  Ambos pasan la siguiente hora mirando el documental y hablando sobre sus experiencias con el mar, John nunca había visto cúmulos de agua tan grandes más allá del ocasional lago o río, siendo el río Misisipi, en donde se asentaba la ciudad de Hope, el más extenso que vio en persona. De repente, el sonido de un timbre corta la conversación.

  —Voy yo —dice Miriam mientras sale de la cocina y se dirige a la puerta delantera.

  Mirando el reloj en su teléfono, el aspirante nota que son las ocho y cuarto. Asumiendo quién es el que toca el timbre por la conversación que tuvieron las mujeres, John se para para conocer al hermano de Abigail.

  A lo lejos se escuchan saludos y risas y, luego de unos segundos, un hombre de mediana edad entra al comedor, de pelo casta?o como su padre y vistiendo un lujoso traje negro sobre una camisa color crema. Al lado de él, una hermosa mujer rubia vestida con un largo vestido rojo lo tomaba del brazo mientras lucía una perlada sonrisa.

  —Jasón, Silvia, cómo me alegro de verlos —exclama Thomas mientras se levanta y le da un abrazo a cada uno.

  —?Y quién es este elegante se?or? —pregunta Jasón, extendiendo una mano en la dirección de John.

  —William Thompson, un gusto en conocerlos; Abi me contó mucho sobre ustedes —responde el hombre aceptando el saludo del recién llegado.

  —?Abigail te contó mucho sobre nosotros? ?De en serio? Por algún motivo no me lo creo —bromea Jasón con una sonrisa mientras camina en dirección a la cocina, solo para detenerse de repente cuando se topa con la figura de su hermana.

  —Obviamente que William solo está tratando de ser educado, después de todo, ?qué puedo contar de una persona tan aburrida? —increpa la mujer apu?alando al hombre con el dedo.

  —Lo que tú llamas aburrido, yo lo llamo estabilidad; podrías intentarlo, quién sabe, tal vez te vendría bien —retruca el hombre, no encogiéndose ante los puntazos, trabando una mirada retadora contra la mujer.

  El momento de tensión dura unos segundos hasta que ambas personas comienzan a reír a carcajadas y, luego de un abrazo, Jasón avanza hacia la cocina junto con su padre mientras Abigail se acerca a Silvia.

  —Hola,Silvi, ?cómo has estado? Tienes que contarme cómo les fue el fin de semana en Aspen, ?Es verdad que George se partió la pierna? —pregunta la mujer luego de abrazar a su cu?ada.

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  —Bien, fue bonito intentar esquiar, aunque algunos tuvieron más éxitos que otros —responde Silvia entre risas y dando una mirada de costado a John,susurra— Tienes que contarme quién es el nuevo chico, parece un tanto particular.

  Abigail se extra?a por lo que la mujer acaba de decir hasta que posa la mirada en su novio y puede notar cómo está mirando a la nada con el ce?o fruncido, expresión clara de que tenía una idea en la cabeza que le molestaba.

  —Sí, te cuento más tarde. ?Por qué no vas a saludar a mi mamá? Estoy segura de que se alegrará de verte —ofrece la mujer, intentando destrabarse de la conversación e ir a hablar con su pareja. Por suerte, Silvia acepta rápidamente la propuesta y se adentra en la cocina en busca de Miriam, dándole tiempo a la mujer de acercarse e intentar dilucidar qué incomodaba al hombre.

  John se encontraba perplejo; el ejemplo de amor fraternal enfrente de él había desencadenado un recuerdo, una visión en donde él y un hombre de piel morena se sentaban a las afueras de un bar mientras tomaban cervezas y miraban el atardecer que se cernía en las aguas del río, los colores naranjas, rojos y púrpuras reflejándose en el agua. A pesar de que hablaban, la escena era como una película muda, así que no podía sacar nada de la conversación, pero apenas posa sus ojos en la persona enfrente de él, recuerda al hombre que encontró en el día que fue a la ciudad para conocer a los miembros del equipo de campo. La persona que vio entre los árboles esa noche estaba sentada teniendo, por lo que podía intuir por el lenguaje corporal del sujeto, una conversación afable con él mientras veían pasar los barcos.

  Tan rápido como la visión llegó, termina, dejándolo asustado al mismo tiempo que esperanzado, puesto que con el recuerdo fresco en su mente, puede intentar buscar algo que lo ayude a develar el misterio que tiene entre manos. Centrándose en los detalles, John se enfoca en intentar encontrar algo que lo lleve a descubrir en dónde se encuentra. Primero, muchos de los barcos tienen contenedores marcados con el símbolo de olas debajo de una W, símbolo que alguna vez representó a la familia Watergrin, que desde hace generaciones controlaba el puerto. Por la cantidad de barcos y contenedores con este emblema, era seguro asumir que el bar en donde estaban se encontraba en el puerto de la ciudad de Hope. John sonríe para sus adentros, pero rápidamente se da cuenta de que, a pesar de que el radio de búsqueda se redujo bastante, el puerto abarca varios kilómetros de largo, haciendo que encontrar un establecimiento en específico tarde mucho más tiempo de lo que a él le gustaría, así que, redoblando sus esfuerzos, intenta encontrar algo más que distinga a este lugar del resto y lo hace en la forma de un cartel colgando del edificio que tenía la imagen de un faro con la leyenda de “La última luz” escrita debajo en letras blancas.

  Mientras trataba de memorizar todo lo que acababa de descubrir, un repentino toque lo saca de su mente, cuando mira en la dirección de donde vino la sensación, pudo ver cómo Abigail estaba parada al lado suyo, tomándole el brazo.

  —John, ?qué pasa? Se te ve distraído —susurra la mujer, asegurándose de que nadie más escuche lo que está diciendo.

  El hombre la toma de la mano y la lleva hacia el pasillo que da a la puerta de entrada para luego explicarle en susurros lo que acaba de pasar.

  —Bien, por lo menos ahora tenemos algo con lo que guiarnos, eso es bueno —afirma la mujer luego de escuchar atentamente el relato del hombre.

  —Sí, creo que con estas pistas Line puede rebuscar algo; ya le mando un mensaje; puede que no termine en nada, pero prefiero intentar seguir lo que tenemos antes que no hacer nada —explica John sacando su teléfono y empezando a escribir un texto.

  —Eso es cierto, apenas Line consiga la información vamos juntos —dice Abigail con convicción.

  El hombre se frena de repente, no sabe a dónde lo llevará esto, pero sabe muy bien que podría ser peligroso y no quiere que Abi salga lastimada, pero antes que pudiera decir algo la mujer, que había captado la repentina pausa, lo toma de la cara con ambas manos, trabando sus ojos con los de él y dice —Ni se te ocurra dejarme afuera de esto.

  —Esto puede ser muy peligroso —trata de explicar su preocupación el hombre.

  —Exacto, es por eso que necesitas tener apoyo, y quién mejor que yo para cuidarte las espaldas —retruca la mujer y, para sellar el trato sin quitarle la vista, agrega— ?O acaso no confías en mí?

  John se queda mirando los ojos verdes de Abigail por unos segundos; la pregunta era válida, ?él confiaba en la mujer? Casi al instante la respuesta aparece: sí, sí lo hacía; si no quería ponerla en peligro, ya era demasiado tarde. ?Además, quién se pensaba que era? Abigail había no solo sobrevivido, sino que prosperado en un ambiente hostil como lo era el mundo arcano; no había nadie mejor que este tan cercano a él como para encarar este reto que ella.

  —Claro que sí, siempre —responde el hombre con seguridad, terminando la discusión con un beso.

  En ese momento, una voz materna que los llama a cenar da por terminado el momento de intimidad y, luego de mandar el mensaje a Line, se sientan en la mesa a compartir un banquete de a?o nuevo.

  La velada transcurrió sin nuevos sobresaltos más allá de las bromas que de vez en cuando lanzaban los hermanos; Jasón parecía interesado en John preguntando sobre su vida y trabajo. Por suerte, ya habían ensayado para Navidad una historia que explica bastante la vida de William Thompson, el veterinario a domicilio, e incluso decidieron entre él y Abigail una explicación de cómo se conocieron, haciendo que el interrogatorio familiar sea fácil de sobrepasar.

  Luego del brindis y del espectáculo de fuegos artificiales, John se despide de los Whitaker y, junto a Abi, se suben al viejo Cadillac. Cruzando las calles de Hope, la mujer habla sobre los eventos que la familia de su cu?ada pasó en Aspen, pero el hombre no la escucha, pensando en cómo cada vez que siente que está a punto de escaparse de la situación en la que se encontraba, lo vuelven a arrastrar hacia adentro. Algunas veces desearía que fuera todo continuo, que no hubiera tiempo entre los sue?os o los recuerdos que lo acechaban, porque que le den la esperanza de que esto es algo del pasado para luego resurgir en el momento más inoportuno es cien veces peor.

  —…Y no me estás escuchando —dice la mujer para luego dar un suspiro de decepción.

  —?Qué? —pregunta el hombre, confirmando las sospechas de Abigail.

  —Sabes,John, a veces piensas demasiado; ya hicimos lo que pudimos, ahora tenemos que esperar y se me ocurre algo que podemos hacer mientras lo hacemos —comenta la mujer mientras toma la mano que John tenía en la palanca de cambios y la posa en su muslo.

  Entendiendo lo que quiere decir el gesto, los problemas que inundan la mente del hombre son reemplazados por otro tipo de pensamientos más placenteros, así que apretando el acelerador, el vehículo se mueve por las calles de Hope a lo máximo permitido por las leyes locales y llegan a Santuario en un tiempo récord.

  La ma?ana siguiente, John es despertado por el sonido de un mensaje llegando a su teléfono. Mirando quién era, resulta que Line encontró rápidamente el lugar de su visión, un peque?o bar de marineros que da directamente al río. A pesar de que no reconoce las fotos adjuntadas, puesto que la fachada ha cambiado con el paso del tiempo, adoptando un porte más moderno, algo dentro de él le dice que es el lugar adecuado. Levantando a Abigail, ambos se preparan para salir, no sin antes mandarle un mensaje a Narciso sobre el plan que tenían. Por suerte, el hombre no trata de detenerlo, sino todo lo contrario, pregunta si necesitan apoyo, pero, sabiendo que los demás miembros del equipo de campo estaban ocupados preparando la siguiente fase de la operación Jordán, rescinde la ayuda diciendo que él y Abi van a tener que ser suficientes.

  Una vez que terminan de prepararse, ponen a Tila en el asiento trasero y se suben al Cadillac en dirección a la ciudad. Debido a que es la ma?ana del primero, había pocos autos dando vuelta, la mayoría de la gente decidiendo dormir hasta tarde, haciendo que el viaje por el parque industrial sea rápido y tranquilo. No queriendo pasar por el basural, barrio caracterizado no solo por su mal olor, sino por lo peligroso que era, deciden tomar la ruta escénica y entrar al barrio imperial.

  —John, estás yendo muy rápido —dice Abigail observando cómo el medidor de velocidad pasaba por varios kilómetros la velocidad máxima.

  Ante la llamada de atención, el hombre mira el tablero y se sorprende al ver que lo que decía la mujer era cierto: inconscientemente estaba pisando el acelerador.

  —Lo siento, no me di cuenta de lo rápido que iba —se disculpa el hombre aflojando la marcha.

  A medida que pasa por entre las mansiones y oficinas, se da cuenta de que la admiración que tenía por el lugar se había desvanecido completamente, siendo reemplazada por una aversión que provenía de lo más profundo de sí, tal vez porque este lugar era un símbolo del derroche y la opresión capitalista o tal vez porque simplemente todo el barrio pertenecía a Blackmount. Esta última idea le sorprende; él estaba enterado de que la familia Blackmount poseía varios negocios en el barrio, pero no entendía cómo alguien podía poseer todo un distrito. Sin embargo, a pesar de que no lo entendía, él sabía que así era; el barrio imperial representaba a Blackmount y es por eso que lo odiaba.

  Luego de unos minutos dejan atrás el barrio imperial y el panorama vuelve a cambiar. Esta vez las mansiones, los negocios y grandes edificios son reemplazados en un principio por hostales y casas particulares para luego transformarse en colosales almacenes en donde los productos transportados por el río iban a descansar antes de ser distribuidos por toda la ciudad.

  A medida que avanzan por las calles húmedas del barrio de los arroyos, pueden notar no solo el olor a pescado en el aire, sino una gran actividad de gente. A pesar de ser el principio del a?o, el puerto nunca se detiene e incluso ahora barcos entran y salen llevando y trayendo gigantes contenedores llenos de productos que son descargados por una gran cantidad de trabajadores.

  Guiándose por el GPS, llegan a una calle encima de una colina que da cara al río; subiendo por esta, estacionan enfrente de un bar de fachada negra. A pesar del moderno aspecto, a un costado todavía colgaba un cartel de madera que mostraba la imagen de un faro y escrito en letras blancas “la última luz”. Bajando del auto, John se queda parado del otro lado de la calle; una ola de nostalgia y culpa le impide dar otro paso. En ese momento, el calor de la mano de Abigail le permite juntar la fuerza de voluntad que le queda y ambos avanzan hacia el bar, esperando encontrar las respuestas que estaban buscando.

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