El camino al volcán fue un trayecto pesado. No por el terreno en sí, sino por la presión de lo que se avecinaba. El aire parecía más espeso con cada paso que dábamos por culpa del clima extra?amente húmedo y también por el cansancio físico. Mirella seguía revoloteando cerca de nosotros, intentando distraernos con sus bromas, pero incluso ella parecía sentir la tensión que Aya y yo llevábamos sobre los hombros.
Observé la pulsera de oro que ahora llevaba en la mu?eca. Su superficie era lisa y perfecta. Luego observé los dos anillos que tenía en el dedo anular de mi mano derecha. No pude evitar pensar en el contraste con las pieles y herramientas primitivas que solemos usar. Aunque bueno, ahora el que destaca en cuerpo completo soy yo. Pronto deberé trabajar para crearles nuevas ropas a los demás.
Aya caminaba a mi lado, sus colas blancas moviéndose con un ritmo hipnótico. De vez en cuando, su mirada se desviaba hacia mí, como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras.
"?Todo bien?" Le pregunté, ahora un poco más tranquilo que cuando comenzamos a caminar.
"Luciano, estoy empezando a sentir algo... Sé que está ahí, esperándonos".
Sus orejas se movían rápidamente de un lado a otro, casi como si aletearan.
"Tranquila", respondí, intentando transmitir seguridad con el tono de mi voz.
"Sé que vamos a ganar".
Ella no contestó. Sin embargo, su movimiento de orejas se calmó un poco.
Llegamos finalmente a la base del volcán. El terreno era oscuro, cubierto de esa tierra negra, y el aire olía con ese olor feo que todavía no sabía de qué era o de dónde salía, y cada respiración parecía ara?ar mis pulmones. Sobre nosotros, el cráter del volcán lanzaba ocasionales columnas de humo que serpenteaban hacia el cielo, como si estuvieran esperando el clímax de un espectáculo. Lo raro es que la otra vez no largaba humo.
En el centro de la base del volcán estaba la cueva, y de ahí apareció el que en este mundo todos llamaban Rey Demonio. Su figura era imponente: una masa de músculos oscuros como la piedra, con una ropa estilo taparrabos que descansaba agarrada de sus caderas, y la mitad de su cuerno izquierdo estaba quebrado, recordatorio de alguna batalla contra alguien que todavía no conocíamos... ?La mujer de fuego?
No le di tiempo para hablar ni para acercarse del todo. Mi mano ya había lanzado la lanza con la punta de oro. Tenía el peso perfecto para que se deslizara a gran velocidad por el aire, pero el minotauro la atrapó con una facilidad insultante entre sus dos manos, como si fuera una simple rama lanzada por un ni?o.
"?En serio? ?Eso es todo?" Dijo desde lo lejos, mirando la lanza.
Su boca se torció en una sonrisa burlona y su cara ahora se veía todavía más fea de lo que era.
"?Al menos me hubieras saludado antes de atacar!"
Antes de que pudiera reaccionar, inclinó un poco su torso hacia atrás y me devolvió la lanza con una velocidad aterradora. Apenas vi el destello de oro acercándose cuando Aya, con un movimiento desesperado, levantó una barrera mágica visible frente a mí. La lanza chocó contra la barrera con un estruendo que resonó por toda la zona, pero no logró atravesarla.
"??Estás loco?!" Gritó Aya mientras quitaba la barrera.
"?No puedes atacar así sin pensarlo! ??En qué estabas pensando?!"
Levanté una mano para calmarla y hablé en voz baja para que el otro no me escuchara.
"Solo fue un ataque sorpresa. Quería distraerlo para que..."
Corté mis palabras cuando un enorme haz de luz cruzó entre medio de nosotros, en dirección a nuestro enemigo.
Entrecerré un poco los ojos y me cubrí con un brazo para no cegarme del todo y al mismo tiempo ver si le había impactado... ?Qué carajos?
El Rey Demonio estaba con las palmas abiertas y juntas delante de él, como si estuviera agarrando una pelota de básquet entre sus manos.
?Qué pasó con la magia? ?Por qué no le hizo da?o?
Miré a Mirella, que estaba volando a gran altura; tenía las cejas muy fruncidas y la boca abierta con los dientes apretados.
"??Qué hiciste!? ??Qué le hiciste a mi magia de luz!?"
"Ay, hadita idiota... ?Realmente pensabas que ahora sí podrías derrotarme? ?Acaso no recuerdas lo fácil que me fue la última vez? Tienes suerte de que este hombrecito te haya salvado de mi maldición".
"??Cállate ya!!"
Una nueva ráfaga de luz volvió a salir de sus manos, solo que esta vez parecía ondular en el aire, dejando un extenso haz detrás de ella.
A pesar del gran ataque, otra vez el minotauro parecía solo agarrarlo entre sus manos y la magia desapareció como si nada. ?él podía anular la magia de los demás? ?Así también funcionaban las maldiciones? Lo único que sabía en este momento era que cada vez que lo atacábamos, al menos una partícula mágica se le desaparecía de su alrededor.
El minotauro, mientras tanto, soltó una carcajada profunda.
"?Qué arrogantes todos ustedes! ?De verdad piensan que iba a caer en algo tan patético? ?Eso es lo que estuvieron preparando todo este tiempo?"
Caminó hacia nosotros con pasos pesados, dejando peque?as grietas en el suelo con cada pisada y me se?aló a mí.
"?Tú, ni?o! ?Te crees muy astuto porque traes ropa nueva y un pelo diferente? ?Qué agrandado! ?Te pusiste todo bonito solo para morir contra mí? ?Qué arrogante eres como para pensar así!"
Mi mandíbula se tensó al escuchar sus palabras, pero no respondí. Sabía que no valía la pena discutir con alguien como él. Sus palabras eran una proyección de su propia arrogancia, de su propio complejo de grandeza. Pero eso no significaba que no lograran irritarme.
"Hablas mucho para alguien que perdió medio cuerno", solté finalmente, con una sonrisa que sabía que lo provocaría.
Su expresión cambió al instante, su sonrisa desapareciendo para dar paso a un bufido bajo y amenazante.
"?Cállate! ?Tú no puedes hablarme así!"
"?Mirella, atacá de nuevo!"
Sabía que teníamos que desgastarlo, jugar con su paciencia. éramos tres contra uno, y eso tenía que contar a nuestro favor, ?no?
La peque?a hada voló un poco más cerca de Aya antes de lanzar otro rayo de luz desde sus manos. Pero él, con la misma arrogancia de siempre, simplemente levantó una mano para absorber el ataque como si fuera un mosquito molestando. Su cara acercándose me puso los pelos de punta.
"?Eso es todo lo que tienes? ?Patético!" Gritó, dando un paso hacia nosotros.
"?Aya, preparate!"
"?Entendido!"
Con un movimiento de manos hacia delante, levantó una barrera horizontal a unos metros frente a él. Pero el minotauro, al ver nuestra táctica, dejó de caminar lentamente. Su sonrisa se ensanchó todavía más, y entonces comenzó a correr.
Era como un maldito tren en marcha. Sus pisadas eran golpes fuertes que sacudían el suelo y hacían crujir la tierra, las piedras o lo de que mierda estuviera hecho este suelo bajo nuestros pies. Aya levantó otra barrera detrás de la anterior. Y otra. Y otra más. Pero él, con una mano al frente, las rompía una tras otra, como si fueran simples láminas de vidrio.
"?Luciano, retrocede ahora mismo!" Gritó Aya mientras seguía conjurando más barreras.
"?Y vos recargá tus partículas!"
No pude ver si Aya me hizo caso, porque el Rey Demonio no se detenía. Su velocidad era impresionante para su tama?o, y el ruido de las barreras rompiéndose se escuchaba como si fueran peque?as explosiones.
"?Mirella, una vez más!" Ordené.
"?Voy, voy!" Respondió desesperada desde mi derecha.
Elevó sus manos y disparó por encima de las barreras un haz de luz más grande que los anteriores, uno que zumbaba al cortar el aire. Pero su disparo falló. El rayo pasó de largo, impactando contra la base del volcán.
"?No puede ser! ?No le pude dar!" Gritó Mirella, llevándose las manos a la cabeza.
"?Ni siquiera pueden apuntar bien! ?Son tres molestias que no sirven para nada!"
Ahora estaba a menos de diez metros, y ningún ataque iba a servir a no ser que se le terminaran las partículas antes de alcanzarme.
Miré a Aya, que había dejado de usar magia, y vi que estaba lidiando con la cantimplora, cayéndosele al abrir la tapa y derramando parte del líquido sobre el suelo.
?Aya, solo tocá la maldita agua y ya!"
Sin pensarlo demasiado, tomé rápidamente la lanza con la punta de oro. Sabía que no podría enfrentarme a él cuerpo a cuerpo; que me ganaría fácilmente. Por eso es que tenía que al menos hacerle creer que iba a intentar defenderme, así que adopté una postura defensiva, sujetando la lanza con ambas manos y apuntándola directamente hacia él. Mi corazón latía como un tambor en mi pecho, y cada fibra de mi cuerpo me gritaba que corriera y que rogara que Aya pusiera más barreras para agotarle sus partículas, pero me obligué a mantenerme firme.
"??De verdad crees que eso funcionará contra mí!?"
Su voz estaba llena de desprecio al romper la única barrera que nos separaba.
A medida que se acercaba, podía ver el brillo de sus ojos llenos de furia y ese maldito orgullo herido que siempre proyectaba en los demás.
"?Vení, entonces! ?Vamos a ver quién es el débil ahora!" Respondí, elevando la voz para que me escuchara incluso sobre el estruendo de sus pasos.
El tiempo pareció ralentizarse cuando mi mente comenzó a desconectarse del miedo inmediato.
No podía perder. No podía morir acá. Si lo hacía, no solo dejaría a Aya y Mirella a su suerte, por más que luego volviera el tiempo atrás, sino que significaría que había fallado en todo. Había jurado a Sariah que haría de este mundo algo mejor. ?Cómo podría mirarla a los ojos si no podía ni siquiera proteger a las personas que me seguían?
?Qué pensará ella en este momento? ?Estaría satisfecha si mato a una de sus creaciones?
Esa diosa que me había traído aquí, confiando en mí, dándome una segunda, tercera y cuarta oportunidad. No podría soportar verla desviar la mirada, decepcionada de mí. ?Qué clase de líder soy si no puedo cumplir con esto? Y encima dejar que un idiota arrogante como este hable así de ella...
El minotauro había dicho cosas horribles. Palabras cargadas de desprecio hacia Sariah, tachándola de egocéntrica, inútil y arrogante.
Si él ganaba, todo lo que representaba Sariah quedaría en entredicho. ?Quién era yo, su elegido, si no podía aplastar a este sujeto y demostrar que ella tenía razón al confiar en mí?
"No voy a fallar", murmuré entre dientes, con una convicción que me sorprendió incluso a mí mismo.
Aya estaba perdida por su falta de eficacia. Mirella lo daba todo, pero su magia no era suficiente. Ellas confiaban en mí, pero yo sabía la verdad: si no hacía algo ahora, todos íbamos a morir. El plan ya no era aguantarlo. El plan era terminarlo. Y solo yo podía hacerlo.
El minotauro hizo un rugido animal mientras su cuerpo musculoso cargaba hacia mí, sus manos enormes listas para atravesarme. Estaba tan cerca que podía oler su aliento y sudor. Me obligué a quedarme quieto. Mis nudillos se pusieron blancos alrededor de la lanza, y mis piernas temblaban casi que por instinto, pero no me moví. Mi mente estaba en un lugar distinto ahora. No había espacio para el miedo.
"Bendita sea nuestra diosa", fueron mis últimas palabras antes de tener su horrible rostro frente a mí.
Incliné sutilmente la lanza hacia la mano que él tenía adelantada y, cuando surgió el contacto, cerré mis ojos de inmediato.
Dentro de mi mente, pude imaginar a la perfección mi recorrido. Comencé a dejar que mi mente se sumergiera por completo en la magia fluyendo a través de los materiales, comenzando a imaginar la lanza, primero pasando por su mango de madera hasta la punta de oro. Luego avancé hacia la mano del minotauro, introduciéndome dentro de su interior. Viajé por sus vasos sanguíneos, imaginando glóbulos rojos pasando a mi lado hasta alcanzar su pecho. Era como nadar en un río turbulento, pero no podía perderme.
No había lugar para dudas. Usé mi magia para rodear su corazón con finísimos hilos de energía mágica, como si estuviera tejiendo una trampa con mi mente. Lo visualicé con detalle: las fibras del músculo, las arterias principales, cada diminuto componente que lo mantenía latiendo. Luego, con un movimiento mental decisivo, lo comprimí, haciéndolo explotar.
Abrí los ojos y vi que su reacción fue instantánea. El minotauro soltó un rugido desgarrador, como si el mismísimo infierno se hubiera desatado en su pecho. Su cuerpo se sacudió violentamente contra mí, y por un momento pensé que iba a aplastarme con su peso al caer.
Utilicé la lanza como apoyo para tirarlo hacia un lado, aunque rozó apenas mi brazo derecho al caer, llevándose las manos al pecho mientras su rostro se contorsionaba de dolor.
"?Qué... qué me pasó?" Logró murmurar, con la voz rota y entrecortada.
Su mirada me atravesaba mientras su vida se desvanecía en segundos.
"Te gané, eso fue lo que pasó".
"No... No... Yo no... perdí".
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El minotauro dejó escapar un último suspiro, y su cuerpo quedó inerte sobre el suelo. Su piel, que antes brillaba con una energía vibrante, ahora era opaca, casi ceniza, y sus pocas partículas desaparecieron en el aire. Me quedé ahí, de pie, mirando cómo ese monstruo que parecía invencible había caído. Lo había derrotado. ?Lo había derrotado! Pero no sentí el alivio que esperaba.
Me puse de rodillas junto a su cuerpo y mis manos agarraron los cuernos de su cabeza sin vida, obligándolo a mirarme incluso en la muerte.
"?Hablá, carajo! ??Escuchaste lo que te dije o no?! ?Te gané! ??Te gané!! ??Lo entendiste?! ???YO TE GANé!!!"
?Por qué no me contestaba? Esa pregunta absurda martillaba mi mente. Le sacudí la cabeza con furia, como si pudiera devolverle la vida solo para que reconociera su derrota.
"?Decime que lo entendiste! ?Decime que me viste vencerte, que lo supiste antes de morir!"
El rostro del minotauro seguía siendo el mismo, con la misma expresión de dolor congelada en el tiempo. Me incliné más cerca, hasta que nuestras caras casi se tocaron, y solté una carcajada amarga que ni siquiera sabía que podía hacer.
"??Quién es el débil ahora!? ?Decímelo! ?Te burlaste de mí, te burlaste de ella y ahora lo pagaste con tu vida! ?Maldito infeliz! ?Infeliz!"
Todo lo que había acumulado dentro de mí, la rabia, el miedo, la impotencia... todo había explotado en ese momento. No quería detenerme, quería seguir gritándole, quería dejarle en claro que esto se lo merecía por faltarle el respeto a Sariah, aunque sabía que no iba a responder.
De repente, sentí unas manos suaves, firmes y cálidas en mis hombros.
"Luciano... basta", dijo Aya con una voz calmada, aunque cargada de tristeza.
Intenté apartarla, no quería que me detuviera. Pero ella no se rindió, y sus brazos rodearon mi torso desde atrás, tirando de mí con suavidad.
"Ya terminó", susurró cerca de mi oído.
Su voz temblaba un poco, pero mantenía la calma.
"Lo lograste. él no puede hacerte da?o nunca más... nunca más".
Su abrazo era como un muro, deteniéndome, sosteniéndome. Por un momento, dejé de resistirme y me quedé allí, dentro de sus brazos, mientras mi cuerpo temblaba sin control. Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no quería llorar. No, no ahora. No frente a ellas.
"Aya... Lo logré... ?No es así? Ahora... ?Ahora...!"
A pesar de que no quería que sucediera, mi voz se quebró al final, y el nudo en mi garganta finalmente explotó en un sollozo desgarrador. Me dejé caer hacia atrás, y Aya me sostuvo, abrazándome más fuerte que antes.
"Shh... tranquilo", susurró, guiándome para que me arrodillara junto a ella en el suelo.
Me sujetó con fuerza, pero con cuidado, como si tuviera miedo de que me rompiera en pedazos. Sus manos acariciaron mi cabeza, y sentí cómo sus dedos se deslizaban por mi cabello, un gesto tan íntimo y reconfortante que me desarmó por completo.
"No estás solo", continuó, dándome un beso en el cabello.
"Estoy aquí, Luciano. Todo está bien ahora. Todo está bien..."
Las lágrimas salieron sin freno mientras apoyaba mi cabeza contra su pecho. Mis manos, antes aferradas con furia a los cuernos del minotauro, ahora se aferraban a las mangas de su blanco yukata. Todo el peso de lo que había pasado me aplastó en ese instante, y finalmente me permití llorar, soltar todo lo que había estado cargando.
Aya no dijo nada más. Solo me sostuvo, dejándome desahogarme. Sus dedos seguían acariciando mi cabeza, un gesto constante que parecía mantenerme conectado a la realidad. A veces, la sentía temblar ligeramente, como si también estuviera conteniendo sus propias emociones. Pero no se apartó, no dudó.
Pude sentir que Mirella se subió a mis piernas y se sumó al abrazo, abarcando todo lo que pudo con sus peque?os brazos.
"Nosotras siempre estaremos aquí para ti, así que puedes llorar todo lo que necesites".
Me quedé ahí, abrazado por mis dos mejores amigas en este mundo, dejando que mi cuerpo y mente se calmaran. Ellas estuvieron ahí conmigo, hasta que mis lágrimas comenzaron a secarse.
"Gracias, chicas... Gracias por estar a mi lado".
"No es nada, Luciano", dijo Mirella.
"No hicimos nada para ayudarte... Yo fui una completa inútil".
Empecé a moverme, poniendo a Mirella en el suelo.
"No digas eso. Nadie de acá sabía que él podía anular sus tipos de magia".
"?Y entonces cómo tú lo venciste? Porque yo no vi que lo atacaras".
Me limpié las lágrimas y mucosidad con la manga de mi remera y miré hacia el cadáver del minotauro, que ahora parecía tan peque?o, tan insignificante comparado con el monstruo que había sido minutos antes. Sus palabras ya no importaban. Su burla, su desafío... todo había terminado.
"Es un secretito", respondí finalmente.
"?Oye!"
"Tranquila, Mirella. Si Luciano cree que no es el momento de contarlo, no hace falta que lo obliguemos. Lo importante es que lo venció y listo, ?no?"
"Bueno, sí..."
Aya se levantó junto a mí y yo me acerqué a uno de los árboles más cercanos mientras ella se dirigía hacia donde había quedado la cantimplora tirada. Lo bueno era que no nos tuvimos que ir hasta cerca del volcán para pelear.
El árbol frente a mí era una palmera bastante alta, con un tronco gordo en la base que se iba haciendo más delgado al llegar a la punta, así que fue fácil derribarla y quitarle las hojas usando magia.
"?Qué estás haciendo?" Preguntó Mirella, sentándose sobre el tronco caído.
"Voy a construir una cosa que nos va a servir para llevarnos el cuerpo del Rey Demonio".
"?Y para qué lo vamos a llevar?"
"Para poder mostrarles a todos que finalmente pudimos hacerlo".
"Ah... ?Y cómo?"
"Con una cosa que se llama carreta".
"Ah..."
Usé mis habilidades mágicas para moldear la palmera caída y convertirla en una estructura resistente. Primero, corté el tronco en varias secciones y las alisé hasta que adquirieron la forma que tenía en mente. Luego, generé dos círculos casi perfectos para formar las ruedas. Sabía que, si no las hacía bien, la carreta no se movería como debía.
Al verme usar la madera, Mirella empezó a volar.
"?Y no podíamos simplemente arrastrarlo?"
"Es muy pesado".
"Claro".
De un momento a otro, ya tenía la base de la carreta junto con sus tres paredes y los dos mangos para arrastrarla. Luego hice dos círculos más peque?os y a cada uno lo uní a su respectivo círculo grande a través de cuatro trozos de madera que servían como uniones.
Fabriqué un rectángulo que pasaba por debajo de la base, le puse un cilindro peque?o en cada extremo, pasé las dos ruedas y les puse una tapa circular en la punta de cada cilindrito.
"Listo", dije, limpiándome las manos y admirando mi trabajo.
"Ah... Qué gran carreta".
"Esperate que venga Aya y les explico mejor", dije, se?alando a la chica zorro que venía a paso de tortuga.
Cuando Aya llegó, todavía a paso lento, le hice un gesto con la mano para que se acercara. Se veía tranquila, pero noté cómo sus orejas se movían levemente, seguramente atenta a cada sonido a nuestro alrededor.
Me parece que se había tomado un tiempo a solas para meditar todo lo que había sucedido recién. No debe ser fácil para ella asimilar que el ser al que tanto le tenía miedo está muerto.
"Ya estoy aquí".
"Bien, ahora les explico qué es esto", empecé diciendo, se?alando la carreta con la palma abierta.
"Esto se llama carreta. Sirve para transportar cosas pesadas sin necesidad de cargarlas en las manos o en una mochila como la que llevo puesta".
Ellas asintieron al mismo tiempo. Por ahora parecían entender el concepto general.
"Gracias a estas cosas redondas que se llaman ruedas", se?alé las dos estructuras a cada lado.
"En lugar de arrastrar todo directamente sobre la arena, las ruedas giran y facilitan el movimiento".
Aya se acercó y tocó levemente uno de los dos mangos.
"Entonces, al empujar, la c-ca... car..."
"La carreta".
"Sí... Entonces, al empujar, ?la carreta se moverá?"
"Sí, se moverá y podremos llevar lo que haya dentro".
"?Y para qué nos sirve? No entiendo qué diferencia hay entre arrastrar o usar esta cosa".
"El esfuerzo que hagamos, esa es la diferencia. Con una carreta, dejamos que las ruedas se lleven la mayoría del esfuerzo... Por así decirlo.
Las ruedas nos facilitan el movimiento también".
"Bueno, supongo que si tú lo dices..."
"Ahora miren".
Tomé los mangos y di unos pasos, sintiendo cómo la estructura avanzaba con facilidad sobre la mezcla de tierra común y negra. Claro, aún pesaba un poco, pero era mucho más eficiente que llevar el cuerpo a rastras.
Mirella aplaudió.
"?Es magia de movimiento!"
"Bueno, no es magia en sí. Es simplemente aprovechar las formas y los movimientos", respondí y paré de moverla.
A todo esto... ?En qué momento Mirella aprendió a aplaudir? También lo noté durante mi discurso. No bien recuerdo si ella o alguien lo había hecho antes.
"Escuché que querían... llevarlo", comentó Aya, se?alando el cuerpo que estaba a unos metros de nosotros.
"Es la muestra de que vencimos".
"?Y te parece bien eso?"
"Realmente no lo sé, pero yo creo que a los demás sí les parecería bien. Además, no podemos dejarlo tirado ahí; hay que enterrarlo o quemarlo... como hacen los demás".
"Supongo que tienes razón; no lo podemos dejar aquí".
Seguí avanzando hasta una palmera cercana y coloqué la carreta contra ella, dejándola inclinada, pero sin que pudiera avanzar sin querer. Mirella, que ya entendía mis intenciones, asintió con los brazos cruzados.
"?Hagámoslo!"
Me acerqué al cuerpo junto a Aya.
"Empezaremos a empujar a la cuenta de tres", dije, midiendo el peso.
Aunque el tipo no era excesivamente grande como para decir que era imposible moverlo, la rigidez del cadáver lo hacía difícil de manipular.
Me quité la mochila, Aya se acomodó en posición y Mirella también parecía querer intentar.
"?Uno, dos... tres!" Grité, empezando a empujar, pero sin lograr nada.
Miré a mis costados y ninguna de las dos estaba empujando. ?Acaso no entendieron?
"Dije a la cuenta de tres".
"?Qué es eso?" Preguntó Mirella.
"Nada, nada... Cuando diga 'ya', comiencen a empujar".
Ellas asintieron.
"?Ya!"
Los tres empujamos con fuerza, llevando a duras penas el cadáver hacia la carreta. Al llegar, hicimos un peque?o parón y luego seguimos. Me aseguré de que entrara de cabeza, mientras Aya, que había hecho casi todo el trabajo, lo acomodaba con un gesto casi reverencial. Se notaba que no le gustaba tratar con cuerpos de esta forma, pero no dijo nada.
Mirella, mientras tanto, miró la escena en silencio.
"Bien, ya está sobre la carreta", suspiré, acomodándome el cabello hacia atrás y tirando al suelo un pelo que se me había enganchado entre los dedos.
"Ahora solo queda llevarlo de vuelta".
Aya se adelantó y tomó los mangos de la carreta con ambas manos.
"Puedo empujarla", exclamó con voz firme.
"?Estás segura?"
Ella asintió.
"Será más rápido".
No me opuse. Con su fuerza y resistencia, Aya podía moverse con más facilidad sobre la arena.
"Entonces voy a empujarlo desde abajo para que no se caiga".
Aya levantó los mangos del suelo con fuerza mientras yo sostenía las piernas del Rey Demonio para que no se cayera, ya que estaba inclinado.
Una vez todo listo, la observé mientras comenzaba a avanzar, los músculos de su cara tensándose levemente con el esfuerzo.
Era curioso el ver que estábamos usando una carreta como si fuera una simple carretilla, ya que la carrocería iba delante nuestro, y no atrás, como la llevaría un caballo, por poner un ejemplo. Yo creo que así es más sencillo, así que, por ahora, veré si le resulta sencillo de la forma que le ense?é a usarla.
Recogí la lanza que había quedado tirada por ahí y también la mochila, poniéndonos en marcha para llegar a casa lo antes posible.
El camino de regreso no era complicado, pero cada paso se sentía más pesado por el significado de lo que llevábamos con nosotros.
Había algo que no terminaba de encajar en mi interior. No era la muerte en sí, ya que, al fin y al cabo, ya había matado antes, aunque no fuera tan así como lo fue ahora. El hombre pájaro que había asesinado en el pasado clavándole una piedra en la cabeza fue mi primera experiencia con la muerte en este mundo, y en ese momento no me detuve a pensarlo demasiado. Era él o nosotros. Pero esta vez...
Miré el cuerpo inmóvil del Rey Demonio, que se balanceaba con el movimiento de la carreta. Su expresión aún mostraba la ferocidad de sus últimos momentos, pero su piel estaba pálida y sin vida. Lo había asesinado. Yo.
Lo peor de todo es que no sentía arrepentimiento. Lo que me inquietaba era otra cosa.
El grito. Ese grito.
Cuando lo vencí, cuando me aseguré de que estaba muerto, le grité muchas cosas sin control. Le grité como un loco, como si al hacerlo pudiera borrar cualquier rastro de su existencia. Como si mis palabras pudieran enaltecer más lo que había hecho.
Fue irracional.
Y sin embargo... se sintió bien.
Había algo profundamente satisfactorio en haber soltado toda esa rabia contenida, todo ese miedo disfrazado de furia. No podía negarlo. Me sentí bien, aunque solo fuera por un momento al verlo ahí, tirado en el suelo, muerto, duro como un quebracho viejo e inservible.
Pero ahora, en este silencio, con el peso del cuerpo muerto sobre la carreta y mis pensamientos enredándose, no podía evitar preguntarme si eso estaba bien.
"Luciano, ?pasa algo?" Preguntó Mirella, notando que estaba más callado de lo normal.
"No, nada... Solo estoy pensando".
"?En qué?"
En qué tan pesado será cargar con este pecado por el resto de mi vida.
Claro, en este mundo la moralidad no es la misma que en la Tierra. Acá matar no conlleva una condena. Pero aun así... ?Cuántas veces más tendré que hacerlo? ?Cuántas veces más tendré que ver una vida apagarse por mis manos?
?Podría acostumbrarme a esto?
Mirella inclinó la cabeza, pero no insistió. Supongo que entendió que no tenía ganas de hablar en ese momento.
***
Al llegar a nuestra zona, logramos ver que todas las sillas estaban vacías y faltaban más o menos la mitad de ellas... ?Alguien se las habrá llevado? No importa, lo importante es que todos los de mi grupo estaban alrededor de una fogata y parecían estar cocinando algunos pescados.
Me adelanté y rodeé las pocas sillas y el escenario, haciendo que ellos voltearan hacia mí al escuchar mis pasos.
Empecé a levantar mi mano libre mientras les gritaba.
"?Oigan! ?Oigan, lo logramos! ?Vencimos y volvimos, como les prometí!"
Lucía fue la primera en levantarse, tirando su comida al suelo y corriendo hasta abrazarme fuertemente.
"?Lucianooooo! ?Estaba tan preocupada por vos!"
La apreté contra mí, pasando una mano por su cabello casta?o, sintiendo su angustia en la forma desesperada en que se aferraba a mí.
"Estoy bien, mami. Volvimos enteros", susurré.
Me separé un poco y miré a los demás. Tarún y Samira se acercaron rápidamente, seguidos por Suminia, que mantuvo una expresión seria, aunque sus ojos me analizaban como si buscaran heridas.
"??Cómo fue?! ??Qué pasó?!" Preguntó Samira, con sus ojos bien abiertos, mientras Tarún y Anya miraban con fascinación la carreta que ya se había estacionado a mi lado.
Antes de responder, me di cuenta de que faltaban dos personas entre los que se acercaron a recibirme. Rin y Rundia estaban ahí sentados, un poco apartados, comiendo y con miradas de evidente molestia.
No tenían que decir nada. Lo entendía. Había desobedecido, me había arriesgado y había puesto en peligro no solo mi vida, sino también el equilibrio que habíamos logrado construir en este lugar. Pero ese no era el momento para discutirlo.
A partir de ahora tendríamos mucho tiempo para hablar tranquilos y a solas.
Inspiré hondo y se?alé la carreta con la barbilla.
"Ahí tienen la prueba de que ganamos. El Rey Demonio está muerto".
Los ojos de todos se agrandaron. Incluso Suminia, que trataba de mantener la compostura, mostró un leve gesto de asombro.
Tarún se acercó más, observando el cadáver con incredulidad.
"Así que este era el Rey Demonio... ?Lo mataste de en serio?"
"Sí".
Se hizo un breve silencio. Parecía que, a pesar de todo, aún no terminaban de procesarlo. Tal vez ni siquiera sabían cómo se veía el Rey Demonio.
Aya, que había mantenido las manos en los mangos de la carreta, soltó la carga de manera brusca.
"Luciano, siento como si la tierra se estuviera moviendo".
"?Moviendo? Deben ser los gnomos excavando otra vez", respondí, mientras Lucía me tomaba la mano con fuerza.
Aya no parecía convencida.
En ese momento, un estruendo sacudió el suelo bajo nuestros pies. No fue un simple temblor. Fue algo más profundo, más violento.
Las hojas del bosque temblaron como si una ráfaga invisible las hubiera azotado.
Y luego, como si el mismo infierno estuviera despertando de su letargo, algo en la distancia se activó con un sonido como si fuera una explosión.
Todos nos giramos al instante, nuestras miradas clavándose en unas salpicaduras naranjas que se veían por encima de toda la vegetación.
El volcán.
En cuestión de segundos, una lluvia de piedras ardientes se disparó hacia el cielo como una maldita explosión de fuegos artificiales, solo que, en vez de ser un espectáculo hermoso, era la sentencia de muerte para cualquiera que estuviera cerca.
"??Qué es eso?!" Gritó Anya, retrocediendo, casi chocando contra mí.
"?Luciano!" Gritó Mirella, volando más cerca de mí, con sus alas batiendo frenéticamente.
"?Creo que nos olvidamos de la mujer de fuego!"
"?No, es el maldito volcán en erupción!"
Las bolas de fuego ascendieron más y, un instante después, noté que empezaban a caer rápidamente dispersadas por la isla.
Tiré la lanza a la mierda y busqué a Aya con la mirada.
"??Aya, poné la barrera más grande que puedas sobre todo el cielo!! ??Desactivá cualquier otra si es necesario, pero hacelo ya!!"
"?Luciano, Lucía, cuidado!"
Fue en ese momento que sentí una fuerza arrolladora empujarme hacia un costado.
No entendí qué pasó, porque mi cuerpo se estrelló contra el suelo, rodando sobre la arena y con Lucía cayendo sobre mí.
Un golpe resonó en donde había estado parado. Algo pesado. Algo letal.
Cuando logré enfocar la vista, mi sangre se heló.
Anya...
…
"???MAMAAAAAAAAAAA!!!"