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Capítulo 54: La llama de la vida se extingue.

  El grito de Tarún al ver a su madre ser aplastada por una roca encendida en llamas fue totalmente desgarrador. Diría que hasta era inhumano.

  Sus piernas flaquearon y cayó de rodillas sobre la arena, gritando y llorando desconsoladamente.

  Logré ver que ella movió levemente una de sus manos, y en ese momento mi cerebro salió de la perturbación que me oprimía e intenté levantarme apresuradamente, usando las manos para apoyarme sobre el suelo, casi como si estuviera gateando por la arena. Sentí como si mis piernas no quisieran reaccionar, pero me apoyé en una de las sillas que estaba tirada en el suelo y tomé impulso para por fin levantarme, pudiendo llegar hasta ella, arrodillándome frente a su cabeza.

  "No. No. No. No... Esto no puede estar pasando... ?Cómo fue que pasó... todo esto? ??Por qué?! ??Por qué por salvarme a mí?!"

  Dios mío... Ni siquiera podía llegar a describir la escena del todo. Intenté verla lo menos posible y centrarme en intentar sacar su cuerpo de ahí. Fue así como la agarré como pude de las axilas y empecé a tironear hacia mí.

  "?Te voy a sacar, Anyaaaa! ?Ahhhhh, maldición!"

  Anya murmuraba cosas inentendibles mientras yo intentaba sacarla de ahí, pero... ?No podía! ?No podía, maldita sea!

  Este cuerpo no era lo suficientemente fuerte como para hacerlo, y mis manos terminaron resbalando sobre su piel, cayendo de espaldas contra el suelo.

  Pude ver que el cielo estaba cubierto por una capa verde traslúcida... Aya había llegado a poner una barrera, pero no a tiempo.

  "??MAMá!! ??MAMá!!" Los gritos de Tarún detrás de mí eran incesantes, y yo ya estaba desesperado intentando buscar con la mirada a alguien que me ayudara.

  Logré ver a Suminia, tirada en el suelo e intentando retroceder con sus pies mientras miraba la escena aterrorizada. No iba a ayudarme.

  De pronto, sentí unas manos detrás de mí, unas fuertes que me ayudaron a levantarme.

  "?Luciano, hagámoslo juntos!" La voz era de Rin, que empezó a tironear el brazo izquierdo de Anya.

  Me sumé a él inmediatamente, tirando del otro brazo. También pude notar que se sumó Rundia, agarrando de donde podía. Hasta Mirella comenzó a tirarme de mis ropas para ayudarme.

  "?Hyyyaaaa!" Un grito ahogado salió de mi garganta, como si realmente pudiera ayudarme a darme más fuerzas.

  El esfuerzo de nuestros cuerpos trabajando juntos comenzó a surtir efecto. La arena se deslizó bajo nuestros pies mientras tirábamos con todas nuestras fuerzas. Un sonido aterrador se escuchó cuando el torso de Anya empezó a separarse de la otra parte de su cuerpo, aún atrapada bajo la roca incandescente.

  Anya ni siquiera hizo una mueca cuando su cuerpo se liberó por completo, haciéndonos caer hacia atrás con ella en brazos, y yo no podía saber si seguía con vida.

  El torso de Anya quedó sobre mis piernas. Mi respiración estaba agitada, y mis manos temblaban cuando las deslicé por su espalda desnuda, sintiendo el calor febril de su piel. Su vientre estaba destrozado; la herida era grotesca, abierta de un lado a otro. No sangraba tanto como debería, lo que me pareció aún más aterrador.

  "?Mierda, mierda, mierda!"

  Mi mente se nubló. Tenía que hacer algo, pero ?qué?

  Sus ojos, entreabiertos, parecían perderse en el vacío. Su piel ahora era pálida y cubierta de ceniza.

  "?Luciano, haz algo! ?Salva a mi mamá, por favor!" Gritó de nuevo Tarún, pero apenas procesé sus palabras.

  Fue entonces cuando sentí las peque?as manos de Mirella tironeando a mi lado. Al verla, noté que estaba intentando quitarme la cantimplora, claramente sin éxito.

  Me di cuenta al instante, y la despegué rápidamente de mi ropa, usando magia de nuevo para abrir la punta y verter un poco sobre sus labios secos, sujetando su cabeza con una mano temblorosa.

  "Vamos, Anya, traga... por favor..."

  Unas gotas rodaron por la comisura de su boca y cayeron sobre su cuello, pero no reaccionaba.

  "No... No te vas a morir. No podés morirte... ?Maldita sea, Anya, vos no!"

  Mis padres estaban frente a mí, tirados en el suelo; Rundia estaba tapándose la cara con las manos mientras lloraba y Rin se sujetaba la cabeza, sin poder creer lo que había pasado en tan solo unos minutos.

  La piel abierta comenzó a burbujear, la carne palpitó y se estremeció en un proceso antinatural de regeneración. Era como si el agua mágica forzara a su cuerpo a cerrarse sobre sí mismo. Pero el da?o había sido demasiado grande.

  Pasaron unos segundos eternos hasta que ella soltó un débil gemido. Su pecho se elevó con un jadeo repentino, sus dedos se crisparon y, finalmente, sus ojos se abrieron por completo mientras yo guardaba la cantimplora en su lugar.

  "Ahh..." Exhaló un susurro entrecortado.

  "?Anya!" Me incliné más sobre ella, mis manos aún sosteniéndola.

  Sus pupilas vagaron por el espacio hasta que finalmente se encontraron con las mías. No entendía lo que pasaba. No todavía.

  "?Qué...?" Su voz salió débil y rasposa, apenas un murmullo.

  Yo quería sonreír, decirle que todo estaba bien, que estaba a salvo... pero no pude. Porque no lo estaba.

  Rundia se recompuso al verla hablar, papá también... Aunque mi mirada se deslizó por su abdomen, por la enorme cicatriz entre roja y negra que ahora cubría lo que antes era una herida fatal.

  "?Mamá!"

  Miré hacia Tarún, que venía casi que arrastrándose hasta tirarse sobre lo que quedaba de su cuerpo, abrazándola y sin decir una palabra más. Parecía que solo eso le bastaba para calmar su desesperación.

  Anya seguía viva, sí... Pero, ?por cuánto tiempo?

  El agua mágica la había salvado. Aun así, ese pensamiento seguía siendo aterrador... ?Cuánto de su cuerpo seguía funcionando realmente? ?Cuántos órganos había perdido o quedado da?ados irreparablemente? ?Se desvanecería poco a poco hasta que un día simplemente ya no pudiera más?

  "Luciano..." La voz de Anya me sacó de mis pensamientos.

  Volví a verla. A pesar del dolor en su rostro, esbozó una sonrisa débil.

  "Gracias..."

  "Anya, ?por qué? ?Por qué arriesgaste tu vida para salvarnos...?"

  "Porque tú eres... nuestro líder".

  Algo en mi interior se estremeció con esas palabras y empecé a negar de manera inconsciente con la cabeza.

  "No... Anya. No debiste..." Fue lo único que pude llegar a murmurar.

  ?Por qué? ?Por qué había llegado tan lejos por mí? ?Por qué arriesgarlo todo en un acto tan desesperado?

  ?Era por alguna obligación? ?Por un sentido de lealtad? ?O simplemente porque... creía en mí?

  Yo desde hace un tiempo que quería ser el líder de todos, pero nunca había querido que alguien sacrificara su vida por mí. Pero ahora, con Anya en este estado, con su cuerpo destrozado y tal vez al borde de la muerte, no podía darme el lujo de seguir cuestionándome.

  Esto es el presente. Esta es la realidad.

  Apreté la mandíbula y respiré hondo antes de alzar la vista. Mis padres seguían ahí, sin realmente saber qué más hacer. Tarún tenía el rostro enterrado en el pecho de su madre, llorando en silencio.

  No podía dejarlos así. Teníamos que movernos.

  "Papá, mamá", empecé diciendo, con un tono más firme de lo que esperaba.

  "Llévense a Anya. Llévenla a la cueva donde estaba el santuario de Aya. Vayan todos ahí y refúgiense bajo tierra".

  Rundia me miró con los ojos empapados, confundida.

  "?La cueva...? ?Por qué ahí?"

  "Porque el volcán entró en erupción y está largando un fuego que se llama lava... En el lugar que les digo está Forn, y él puede ayudarles a refugiarse".

  Ninguno de los dos parecía entender bien qué es lo que estaba diciendo o planeando, y estábamos empezando a perder tiempo.

  "No podemos quedarnos acá. Las... llamas eternas van a seguir bajando y no sobrevivirá ninguno, así que por eso les pido que se oculten bajo tierra con Forn y los gnomos".

  Me levanté, dejando la cabeza de Anya apoyada sobre el suelo.

  "Yo voy a intentar hacer algo para parar el fuego".

  "?Qué...?"

  Rundia parecía atónita.

  "??Qué significa eso?!"

  Antes de que pudiera responder, vi que Anya levantaba una mano hasta ponerla sobre la mejilla de Rundia.

  "Rundia, por favor... Deja que tu hijo lo intente y que haga lo que siente que debe hacer. Debes seguir confiando en él, como siempre me dijiste que lo has hecho".

  La voz de Anya era débil y fuerte a la vez. No solo por el contenido de sus palabras, sino por la forma en que las dijo: con una suavidad que no parecía de ella, con un hilo de voz que se apagaba como una vela al final de su mecha.

  Tenía un presentimiento. Un instinto. Un aviso silencioso dentro de mi cabeza. Todo me decía que esas habían sido sus últimas palabras.

  Su pecho apenas subía y bajaba, con movimientos irregulares, espaciados, débiles.

  "Está bien... Anya. Por favor, resiste, ?sí?" Respondió Rundia, levantándose y ahora mirándome a mí con los ojos empapados en lágrimas.

  "Ve, hijo. Nosotros te esperaremos donde dijiste".

  Asentí.

  Logré ver cómo Rin la tomaba entre sus brazos, con Tarún siguiéndolo de cerca, mientras Rundia intentaba hablar con las gemelas.

  Noté un toque en mi pierna. Era Mirella, y no sé por qué seguía parada en el suelo en vez de volar.

  "?Voy contigo?"

  "Sí, voy a necesitar varias partículas mágicas". contesté y comencé a buscar a Aya.

  "En realidad, necesitaría que vayas ya a sobrevolar la selva y ver qué tanto se está incendiando".

  "?Qué es eso?"

  "Que veas qué tanto se está quemando".

  "Está bien, vuelvo enseguida".

  Mirella desapareció en una fracción de segundo. Al fondo, una enorme nube de humo inundaba el paisaje, y por encima nuestro, la barrera de Aya con algunas rocas sobre ella que se iban deslizando hasta caer al océano, creando olas grandes que llegaban casi hasta nosotros.

  No tardé en encontrar a Aya. Estaba sentada en la arena, con las rodillas recogidas contra su pecho y el rostro oculto entre ellas. Sus orejas blancas estaban caídas, y sus colas, que usualmente se movían con elegancia, ahora parecían apagadas, sin vida.

  Me acerqué y me detuve frente a ella.

  "Aya, nos tenemos que ir".

  No reaccionó.

  Me agaché un poco más y coloqué una mano en su hombro.

  "Aya, ?qué te pasa? ?Nos tenemos que ir...!"

  Finalmente, levantó la cabeza. Sus ojos anaranjados estaban empa?ados.

  "Fue mi culpa..."

  Fruncí el ce?o.

  "?Qué? Por favor, no podemos perder más tiempo. El volcán entró en erupción y la lava ahora va a avanzar hasta nosotros si no hacemos algo".

  "Si... si hubiera puesto la barrera antes... Anya no estaría así..."

  La miré, sorprendido. Nunca había visto a Aya de esta forma, ni siquiera cuando sucedió el secuestro de mi familia.

  "Aya, no es momento de culparse. Es urgente esto".

  "Yo... soy la única que puede hacer barreras grandes para protegerlos. Eso es lo único en lo que soy buena. Pero... no lo hice a tiempo, como tampoco hice nada contra el Rey Demonio".

  Sus manos temblaban. Su voz se quebraba.

  "No pude protegerla..."

  Apreté mis u?as sobre su hombro. No tenía tiempo para esto, pero tampoco podía dejar que Aya se hundiera en la culpa.

  Coloqué ambas manos en sus hombros y la obligué a mirarme.

  "No fue tu culpa, Aya".

  "?Sí lo fue!"

  "?No!" Grité, con más fuerza de la que esperaba, y vi sus ojos abrirse con sorpresa.

  "?Si vas a culparte a vos misma, entonces también tendrías que culparme a mí! Porque yo tampoco hice nada... ?Anya se arriesgó por mí!"

  Ella me miró de manera extra?a y bajó la mirada, mordiendo su labio.

  "No reaccioné a tiempo, no fui lo suficientemente fuerte para sacarla de ahí a la primera, no preví esto... Pero quedarnos llorando no nos va a ayudar en nada si al final vamos a terminar siendo quemados por la lava".

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  Suspiré y suavicé mi tono.

  "Escuchá, Aya. Necesito que vengas conmigo y sigas manteniendo a toda costa la barrera esa que pusiste. Es por esa barrera que todos los demás seguimos vivos".

  Ella parpadeó varias veces seguidas, confusa.

  "?Contigo...?"

  Asentí.

  "Voy a ir a lo más cerca del volcán. No sé qué tanto puedo llegar a salvar de terreno, pero voy a intentar crear una pared para que la lava se desvíe hacia el agua. No podemos dejar que este desastre continúe. Y necesito tu ayuda para que me compartas tu poder y tus partículas mágicas junto a Mirella".

  Se quedó en silencio unos segundos. Luego, sus orejas se alzaron levemente.

  "?Mi ayuda...?"

  "No puedo hacerlo solo", dije con sinceridad.

  "Y sé que vos tampoco querés quedarte acá sin hacer nada".

  Aya respiró hondo. Se limpió los ojos con la manga de su yukata y se puso de pie.

  "Está bien... Tienes razón, debo intentar ser útil al menos ayudándote".

  "No es eso lo que quería decir... No importa, vayamos rápido".

  Aya aún tenía el rostro marcado por las lágrimas, pero al menos ya no estaba con esa mirada perdida y vacía de hace unos momentos. Su determinación parecía volver poco a poco.

  Sin perder más tiempo, pasamos por al lado del cuerpo del Rey Demonio y echamos a correr por la playa.

  Al rato, y a lo lejos, la silueta de Mirella apareció en el aire y voló hacia nosotros a toda velocidad.

  "?Luciano!" Gritó, con el rostro serio, algo que rara vez mostraba.

  "Los árboles ya se están quemando en varios lados. No es un simple fuego, sino que la lava ya entró entre los árboles y sigue avanzando hacia nosotros".

  Maldita sea.

  "Gracias por avisarnos, Mirella.

  Denme un momento para ver qué hacer".

  A pesar de que era una cosa obvia, ya era un problema que el fuego se propagara y que la lava estuviera avanzando por la selva. Esto significaba que la situación podía volverse completamente incontrolable en poco tiempo.

  Me detuve a pensar mejor, con la vista clavada en el camino que ya había recorrido varias veces y que llevaba al volcán. Al fondo, la negrura del humo cubría demasiado el cielo, mezclándose con el rojo intenso del fuego que devoraba la vegetación. De un lado de la selva, el humo ennegrecía el aire, y del otro, en la orilla del mar, una enorme nube de vapor se elevaba en el horizonte junto con un movimiento brusco del agua, empujando algunas olas grandes hacia la costa, donde estábamos nosotros.

  Si la lava llegaba a extenderse demasiado, la isla se volvería inhabitable, y por más que nos ocultáramos bajo tierra, no íbamos a poder sobrevivir por mucho tiempo.

  Una de las posibilidades, y la más rápida, era hacer un muro completamente recto para contener la lava, pero sería una trampa mortal. La acumulación haría que, tarde o temprano, la lava sobrepasara la barrera y se desbordara por otro lado. No solo eso, sino que podría terminar derritiéndola si estaba mucho tiempo en contacto.

  Lo mejor era hacer una estructura en forma de "V" invertida. Si lograba canalizar la lava hacia el mar, podía minimizar los da?os.

  El segundo problema que estaba viendo era el movimiento del agua. Realmente no sé si puede suceder, pero estoy viendo que en cualquier momento puede llegar a formarse un tsunami o algo así... Sería lo último que nos faltaría para complementarse con esta pesadilla que estábamos viviendo.

  "Vamos a hacer una pared para desviar la lava al agua", dije finalmente, sin entrar en muchos detalles.

  Mirella se posó sobre el hombro de Aya.

  "?Entonces hagámoslo ya...! ?Cómo lo hacemos?"

  "Con mi magia", respondí, moldeando un poco de la madera de un árbol cercano y creando un balde no muy grande y con un asa firme, sin movimiento.

  Luego, tiré toda el agua mágica de mi cantimplora al balde.

  "Mirella, vos te vas a meter acá dentro, absorbiendo las partículas mágicas para traspasárselas a Aya".

  Sin dudarlo, saltó desde el hombro de Aya al balde; el agua le llegaba hasta los tobillos y su cabeza sobresalía por el costado del asa.

  "?Listo!"

  "Perfecto", contesté, caminando ahora hacia Aya.

  "Dame la mano".

  Ella tampoco dudó ni un segundo, obedeciendo mis palabras.

  Entonces, le tomé de la mu?eca y transformé sus mangas largas del yukata en mangas cortas.

  "?Y eso?" Preguntó de inmediato.

  "Necesitamos que Mirella toque tu piel para transferirte las partículas mágicas".

  Me incliné un poco, agarrando el balde y atravesando el espacio entre el asa y el balde por su brazo.

  "Que no se te caiga..."

  Aya asintió y dobló el codo en cuanto yo la solté, para ahora agarrarle la otra mano.

  Vi hacia atrás nuestro: apenas habíamos pasado la casa de Tariq, lo que indicaba que no habíamos avanzado ni un kilómetro desde nuestra casa.

  "?Vamos a salvar lo que queda de isla!" Grité y comencé a arrastrar la mano por la arena, creando el principio de la muralla que podía llegar a definir el destino de todos nosotros.

  La muralla comenzó a extenderse a tan solo unos centímetros de mis dedos, agarrando cualquier material que se me cruzara por en medio. Arena, tierra, piedra, más adelante hierba, madera, hojas. Todo servía para unirlo en un solo objetivo: hacer una pared que intentara frenar el paso de la lava.

  Cada metro que avanzaba, mi mano se resentía más. Al principio, solo eran ligeros raspones cuando mi piel rozaba las piedras o las raíces que sobresalían de la tierra, pero con cada segundo que pasaba, la fricción constante contra el suelo iba dejando su marca. La piel se me sentía en carne viva, y un ardor intenso subía por mi antebrazo.

  Aun así, no podía detenerme.

  La muralla se iba formando a mi paso, absorbiendo todo lo que encontraba, compactándose en una barrera de apenas unos treinta centímetros de espesor y alrededor de cuatro metros de altura.

  Aya mantenía el ritmo, sin soltar el balde, y a su lado, Mirella se aferraba a su brazo, asegurándose de que la transferencia de partículas mágicas no se detuviera.

  "?Ah, carajo!" Solté entre dientes cuando un filo de piedra se me clavó en la palma, pero logré moldearlo para sumarlo a la construcción.

  La sentí abrirse en un corte... No tenía tiempo de revisarlo. Me limité a cerrar el pu?o un instante y seguir adelante.

  "?Ay, esto me está mojando mucho!" Gritó Mirella, seguramente porque el agua del balde saltaba para todos lados.

  "?No es mi culpa!" Se defendió Aya, con un tono agitado.

  "?Es porque tenemos que correr!"

  La selva estaba cada vez más cerca. Lo que significaba que lo peor estaba por venir. Hasta vi pasar un oso corriendo por enfrente de nosotros.

  No solo era un oso, sino que todos los animales corrían al lado opuesto que nosotros. Tenía que tener cuidado con las serpientes.

  Cuando alcancé los primeros árboles altos, la muralla comenzó a absorber más raíces, ramas secas y piedras que antes por culpa del aumento de la cantidad de árboles. De inmediato me di cuenta del problema de este lugar: por más que la lava no pudiera traspasar la barrera, el fuego sí.

  El fuego subiría por los troncos, las hojas empezarían a arder y las llamas se extenderían por las copas de los árboles, arrasando con todo desde arriba hacia el otro lado de la pared.

  "?Maldición…!" Murmuré, frenando la velocidad con la que iba.

  "??Todo esto es una mierda!!"

  No había otra opción. Tenía que aumentar la altura de la muralla... El problema era que mi magia no llegaba a abarcar los diez metros o más que medían los árboles de la selva. A lo sumo yo llegaba a siete metros, o siete y medio.

  ?Debía seguir?

  Apreté los dientes, sintiendo un nuevo ardor en la palma cuando volví a arrastrar la mano por el suelo. El muro seguía alzándose a mi paso, pero una parte de mí sabía que estaba haciendo un trabajo a medias.

  "?Mierda, mierda, mierda!"

  "Luciano, ?hay algún problema?" Preguntó Aya.

  "?No puedo hacer una pared tan alta!"

  El sudor me corría por la frente, mezclándose con la tierra y la sangre en mis manos. Mis músculos ardían. No podía frenar, no podía darme ese lujo, pero la frustración se acumulaba en mi pecho con cada paso.

  ?Por qué justo ahora?

  La pregunta surgió de repente en mi mente, distrayéndome y haciendo que mi mano se estampara contra el tronco de un árbol.

  "?Maldito seas, infeliz!" Grité, cayendo al suelo y soltando la mano de Aya.

  "?Ni siquiera muerto me dejás en paz, hijo de puta!"

  La erupción del volcán no podía ser una coincidencia. No podía ser que apenas unas horas después de matar al Rey Demonio, el volcán de la isla estallara como si hubiera estado esperando el momento exacto para hacerlo.

  Aya me extendió la mano y yo no tuve otra opción que agarrarla.

  "Luciano..."

  Mi respiración era agitada, la magia seguía fluyendo de mí, pero mi cabeza no paraba de girar en torno a la misma idea. ?Fue una maldición póstuma? ?Un último regalo del Rey Demonio antes de irse al infierno? ?O acaso su existencia mantenía estable el volcán, y al morir, todo se fue a la mierda?

  No tenía respuestas, solo teorías que no me servían de nada en este instante.

  "No puedo, Aya. No puedo asegurar que todos sobrevivamos", dije, absorbiendo la sangre que brotaba de mis manos.

  Al menos, no parecía haberme quebrado ningún hueso como para tener que tomar de la poca agua mágica que teníamos.

  "Solo sigue intentándolo. No importa si no lo logras, al menos de algo servirá".

  Miré los árboles altos, las hojas gruesas que serían el combustible perfecto. Aunque lograra detener la lava, el incendio pasaría por encima de mi barrera y reduciría la selva a cenizas.

  Ni siquiera Aya podría reforzar lo que me faltaba de altura, porque las hojas estorbaban el paso y las barreras de Aya solo se ponían sobre lugares que estuvieran libres.

  "?Luciano, hay que seguir!" Gritó Mirella.

  No había tiempo para más dudas.

  Hundí la mano en la tierra con más fuerza, sintiendo cómo mi piel se desgarraba en algunos puntos. La barrera comenzó a crecer con más velocidad, engullendo más piedra, más raíces, más madera, más tierra.

  Si no podía evitar el incendio, al menos frenaría la lava.

  Seguí adelante, forzando mi cuerpo al límite. La barrera crecía a mi paso, compacta, gruesa, una mezcla caótica de materiales que solo tenía una función: detener la maldita lava.

  El calor empezaba a ser más evidente. No solo el del esfuerzo, sino un calor real, amenazante, que se filtraba entre los árboles. No podía verla todavía, pero sabía que la lava venía.

  Entonces, la vi en la distancia. Bueno, en realidad yo no la vi; fue Aya la que gritó y me hizo voltear la vista hacia mi izquierda.

  Un brillo anaranjado, rojo y fulminante se filtraba entre los troncos y raíces de la selva. No era una simple amenaza lejana, era la confirmación de que la destrucción avanzaba con paso firme, sin piedad.

  Frené de inmediato y cambié de dirección. Ni siquiera tenía idea de en qué parte de la isla estaba, pero rogaba que, al menos, todo el arroyo de agua mágica se salvara junto con la mayor parte de las cuevas.

  Aya no dijo nada, simplemente giró conmigo, manteniendo el ritmo. Mirella, que seguía aferrada a su brazo, se tambaleó un poco por el cambio de dirección.

  Mis dedos de la mano izquierda seguían arrastrándose por el suelo; ya no tenía mucha sensibilidad en ellos. No sabía si era por la cantidad de cortes, por el dolor o porque mi mente estaba demasiado ocupada con la construcción como para procesarlo.

  Imagina la muralla, imagina la muralla… Ese era el único pensamiento que tenía que mantener. Si me distraía, aunque fuera un segundo, la estructura perdería estabilidad y no podía darme ese lujo.

  De la nada vi a Mirella volar a mi lado, prácticamente delante de mi cabeza.

  "?Luciano, se acabaron las partículas del agua!" Gritó, aunque su cuerpo todavía llevaba algunas.

  El grito de Mirella apenas llegó a mí. No porque no la escuchara, sino porque mi cabeza ya estaba en otra cosa. Mi visión se nublaba por momentos, como si el mundo entero se sacudiera dentro de un líquido espeso. El dolor no había empezado de golpe, sino como una presión en el fondo de mi cráneo, justo en la nuca, que fue creciendo hasta apretar con fuerza mis sienes y mi frente.

  La barrera seguía alzándose a mi costado, y a pesar de que no veía la lava directamente, la sentía. Era como si la tierra estuviera sudando, como si el aire mismo se volviera espeso.

  Mi respiración estaba descontrolada. Sabía que debía responder a Mirella, pero… no podía. Las palabras no salían. Ni siquiera podía girar la cabeza para mirarla.

  "?Luciano, las partículas!"

  Cada paso era un desafío. Mis piernas temblaban por el cansancio y por la postura inclinada de mi cuerpo para llegar a tocar el suelo, pero yo no me detenía. Mi brazo izquierdo, ese que seguía arrastrando por la tierra para solidificar la barrera, estaba completamente insensible. Y, aun así, lo forzaba a moverse, a seguir extendiendo la pared de piedra, barro, raíces y todo lo que pudiera juntar con la magia.

  Los bordes de mi visión se oscurecieron. Algo parecía casi que explotar dentro de mi cabeza, como si un martillo me golpeara desde dentro del cráneo. Todo era culpa de llevar mi mente al límite por demasiado tiempo.

  No… no puedo… No puedo parar ahora.

  Seguí. Por pura inercia. Por puro instinto. Por la absurda testarudez de no querer caer antes de cumplir el objetivo.

  De un momento a otro, el otro extremo de la isla apareció ante mí. El último árbol, el último gramo de arena, el último tramo de barrera que tenía que cerrar…

  Lo hice. Y entonces, el dolor de cabeza me atravesó más fuerte que nunca, junto con mis piernas cediendo de golpe, y caí con la cabeza contra la arena húmeda, sintiendo cómo mi cabeza latía, cómo todo el mundo se volvía un torbellino.

  "??Ahhhh!! ??Aghhhh!! ??Mi cabeza!! ?Me duele! ?Me duele!"

  Me llevé ambas manos a la cabeza, apretándome el cuero cabelludo, como si ese simple gesto pudiera aliviar el desastre que llevaba dentro.

  Creo que Aya se había puesto a mi lado.

  "?Mirella, ve a buscar agua mágica! ?Rápido!"

  "?Está bien!"

  "??Ahhhh!! ??Que alguien pare con este dolor!!"

  Seguí gritando, apretando los dientes con tanta fuerza que sentí que podrían romperse. Era un dolor insoportable, como si mi cabeza estuviera a punto de estallar. No veía nada más que un remolino de colores borrosos y oscuros; apenas podía oír los gritos de Mirella alejándose y el jadeo de Aya a mi lado.

  El mundo entero se sentía pesado. Mi cuerpo… mi propio cuerpo era una carga insoportable.

  El tiempo se arrastró como un maldito peso muerto sobre mi consciencia, pero, de pronto, sentí un cambio. Unas manos firmes me agarraron la cabeza de golpe.

  "?Gh! ?Qué…?"

  Intenté moverme, pero mi cuello no respondió.

  "Tranquilo, Luciano", la voz de Aya era suave, pero no tenía espacio para la duda.

  "Abre la boca".

  "?Qué? ?Aya, ?qué estás...?!"

  No me dejó terminar. Con una fuerza sorprendente, me mantuvo la cabeza quieta y presionó con sus pulgares mi mandíbula, obligándome a abrir la boca.

  "?Mirella, ahora!"

  "?Sí!"

  No tuve tiempo ni de procesar lo que pasaba cuando un chorro de agua fría cayó directo en mi garganta, haciendo que me ahogue al intentar tragar.

  La sensación fue inmediata. Mis músculos dejaron de arder. El peso sobre mis hombros desapareció. Mi mente, nublada y al borde del colapso, recuperó claridad en un solo instante.

  "Hah… Hah…"

  Respiré con fuerza, parpadeando varias veces. La visión borrosa se disipó, y lo primero que vi fue el rostro serio de Aya, aún sosteniéndome.

  "?Mejor?" Preguntó, sin soltarme aún.

  "Sí… sí…" Respondí, con mi propia voz sonando extra?a en mis oídos.

  ?Cómo el agua mágica había podido cesar mi intenso dolor de cabeza?

  Ella asintió, satisfecha, y me soltó con suavidad, cesando la transferencia de partículas que se había formado al Mirella traer el agua.

  Mirella flotaba cerca, con las manos todavía húmedas de la poca agua mágica que quedaba.

  "?Luciano!"

  Voló directo a mi cara, casi aplastándome la nariz con su entusiasmo.

  "?Estabas a punto de morirte! ?Me asustaste, tonto!"

  Esbocé una sonrisa cansada, llevando una mano a su cabeza y despeinándola un poco.

  "No estaba por morirme..."

  "Está bien..."

  "Gracias, Mirella. Y vos también, Aya".

  "No me agradezcas".

  Aya suspiró.

  "Descansa un poco antes de volver a hacer locuras".

  Me forcé a empezar a levantarme, todavía sintiendo mi cuerpo pesado, pero mucho mejor que antes. Lo único molesto era que el volcán seguía haciendo ruidos, como si siguiera expulsando lava.

  "?Qué? No tenemos tiempo para descansar, ahora tenemos que ir rápido a la huerta, recolectar la comida que se pueda, y después..."

  Ni bien logré apoyar una rodilla en la arena y darme la vuelta para ver la muralla terminada, algo me hizo detener mis palabras.

  No había horizonte; había casi desaparecido. En su reemplazo, había una gran ola que avanzaba a gran velocidad hacia...

  "?Un tsunami!" Grité e inmediatamente miré hacia el cielo, buscando algún rastro de la barrera aérea que Aya había puesto.

  Al verla, pude notar que ya no quedaba ninguna roca de las que había expulsado el volcán sobre ella. Tal vez todas habían rodado hasta el agua.

  "??Aya, poné ya una barrera alta que cubra toda la costa!!"

  "?Qué…?"

  Aya también miró, y su cara se volvió un poco atemorizada.

  "??Qué es eso?!"

  "?Sacá la otra barrera y usá toda tu magia para poner una sobre la arena! ??Hacelo ya o nos morimos!!"

  Aya parpadeó, procesando mis palabras, y luego extendió las manos delante de ella, poniendo una barrera que comenzaba desde el borde de la muralla que acababa de construir hasta unos pocos metros por la costa.

  La maldita ola venía desde la dirección del volcán, y el impacto iba a ser en menos de un minuto.

  "?Ayyyy!" Gritó Mirella, aferrándose a mi cuerpo.

  "?Mirella, necesito que vayas urgente a comenzar a recolectar lo que puedas de comida de la huerta o de donde sea!"

  "??Justo ahora?!"

  "?Sí, y llevate el balde y dejalo cargado! Apenas termines, andá urgente con los demás".

  "?Está bien…!"

  Ni siquiera vi hacia dónde iba Mirella; me dirigí rápidamente hacia Aya.

  El tsunami avanzaba como una bestia descontrolada, alzándose con una furia que jamás había visto en mi vida. No era solo agua, era una maldita pared de la muerte que se abalanzaba sobre nosotros.

  "?Luciano!" Gritó Aya con desesperación.

  "?No sé si la barrera resistirá un golpe de tanta fuerza! ?Nunca antes detuve algo así!"

  Las palabras de Aya me cayeron como un baldazo de agua fría, dándome cuenta de la realidad en la que estábamos...

  Habíamos perdido la batalla contra la naturaleza.

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