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Capítulo 52: Ahora vamos por todo.

  Era la ma?ana siguiente al cambio de look repentino. Algunos, como Mirella, casi que ni me reconocieron, pero les expliqué que me sentía mejor así, y que pronto les haría unas ropas similares. Si alcanzaban los recursos.

  Por cierto, Aya no se molestó para nada con respecto a que usara el pelo sobrante de sus colas para hacer la tela.

  Me desperté antes que todos, incluso antes de que el sol se asomara por completo. Algo en mi interior me pedía que me levantara, como si la incertidumbre de lo que iba a suceder hoy no me dejara descansar. Me desperecé lentamente, intentando no despertar a Mirella, que dormía a mi lado, y salí de la casa mientras el aire fresco de la ma?ana me daba la bienvenida. Hoy parecía ser un poquito más fresco de lo normal.

  A pesar de apenas comenzar a amanecer, el cielo estaba nublado, con tonalidades grises que parecían aplastar el paisaje. No había ni un rayo de sol para calmar mi mente. No pude evitar pensar que este clima no era una buena se?al. Era como si la naturaleza misma estuviera anticipando todo lo que hoy iba a suceder.

  Di la vuelta a la entrada y vi la playa, que parecía ya estar lista para el evento. Las sillas, hechas de madera, estaban alineadas una al lado de la otra sobre la arena, esperando a los invitados.

  El improvisado escenario de madera se veía modesto, pero su posición estratégica daba la impresión de que lo que se dijera desde ahí tendría un peso especial.

  Mis pasos sobre la arena eran lentos, pero no porque tuviera sue?o, sino porque estaba atrapado en mis pensamientos. Miré las filas de sillas vacías y por un instante me sentí peque?o. ?Era yo realmente la persona adecuada para liderarlos en algo tan monumental? Seguramente sí, pero debía plasmarlo con hechos.

  Intenté sacudir esos pensamientos de más de mi cabeza mientras me acercaba al escenario, que apenas sobresalía unos diez centímetros de la arena y tenía una baranda de solo un trozo de madera que cruzaba en horizontal. Me detuve en uno de los extremos y apoyé la mano en una de las tablas, notando lo áspero de la madera bajo mis dedos. Por alguna razón, ese detalle me ancló. Este no era un escenario majestuoso en un castillo ni un trono de oro. Era un símbolo de nuestra lucha, de lo que realmente somos: un grupo de personas que se ha mantenido unida para intentar vivir mejor.

  Respiré profundo, dejando que ese aroma tan lindo de la playa llenara mis pulmones, brindándome algo de calma.

  Una parte de mí quería quedarse ahí, mirando el horizonte infinito, pero sabía que pronto llegarían los demás. Aunque intenté pasar desapercibido cuando salí, Mirella probablemente ya había notado mi ausencia. Y si no ella, Aya seguramente lo haría. Su instinto siempre era infalible, y hoy no sería la excepción.

  Me senté en una de las sillas cercanas al escenario. Cerré los ojos un momento, dejando que el murmullo de las olas llenara el silencio. Pensé en cómo todo esto había empezado, en lo lejos que habíamos llegado desde ese primer día en el que desperté en este mundo sin saber qué hacer ni a dónde ir. Recordé a cada persona que había conocido, a los que seguían conmigo y a los que habíamos perdido en el camino.

  "Hoy vamos por todo", murmuré, abriendo los ojos y recordando que debía cambiarme rápido.

  Me dirigí hacia el otro lado de la casa, donde teníamos un tendedero largo hecho con dos palos de madera anclados contra la arena y una enredadera que funcionaba como soga entre los dos palos.

  Saqué mis dos nuevas prendas, que ya estaban secas y sin olor, y me cambié ahí nomás, sin que nadie me pudiera ver.

  Al devolverme hacia la entrada de la casa, pude ver venir por la playa a Tariq, Yume y Kiran.

  Por ahora no quería verlos. En realidad, no quería ver a nadie, así que me metí rápido en casa y encaré hacia mi pieza.

  Una parte de mí necesitaba ese último momento de soledad antes de enfrentar el día. Además, quería aparecer de sorpresa para directamente transmitirles el mensaje a todos juntos.

  Al cruzar la puerta que daba al pasillo, me encontré con Samira y Suminia saliendo de su habitación. Ambas parecían haberse levantado hace poco. Samira, como siempre, me saludó con una sonrisa tímida, mientras que Suminia apenas me lanzó un rápido "hola".

  "Buen día, chicas", saludé al verlas pasar a mi lado y seguí mi rumbo.

  Abrí la puerta más bruscamente de lo que quería y la cerré con la misma velocidad al escuchar la de la pieza de al lado abrirse.

  Dentro, encontré exactamente lo que esperaba: Mirella estaba sentada sobre la mesita de luz, mirando por la ventana, y Aya estaba sentada en su cama poniéndose su cadena de oro, la cual ya tenía la crucecita de madera, como dije. Le quedaba muy bien.

  Las dos me miraron en cuanto entré. Mirella dejó de mirar por la ventana y voló de inmediato hacia mí, ladeando la cabeza con una expresión divertida.

  "?Escapando de algo?"

  Aya, en cambio, no dijo nada, pero sus orejas blancas se movieron ligeramente hacia adelante, como si estuviera esperando mi respuesta.

  "Sí, algo así..." Respondí, mientras me apoyaba en la puerta para asegurarme de que nadie más entrara.

  Inspiré hondo y solté un suspiro que intenté que no sonara demasiado resignado.

  "Escuchen, necesito que hagan algo por mí".

  "?Qué cosa?"

  "Por favor, salgan y reciban a los que vayan llegando. Siéntense con ellos en las sillas, hablen un poco si quieren, pero asegúrense de que todos se sientan cómodos hasta que estén todos reunidos".

  "?Y tú? ?Te vas a esconder aquí todo el día?"

  "No me voy a esconder... Bueno, solo por un rato", respondí, intentando sonar seguro.

  "Necesito pensar un poco antes de salir ahí, y no tengo ganas de hablar con ellos, porque seguro van a preguntarme para qué los hice venir".

  Mirella abrió la boca para decir algo, pero Aya se levantó, alisándose el yukata con movimientos tranquilos. Se acercó a la puerta, donde yo estaba, y me puso una mano en el hombro.

  "Está bien", dijo simplemente, mirándome a los ojos con esa calma que siempre parecía envolverla como un escudo.

  "Si así lo quieres, nosotras nos encargaremos".

  Mirella rodó los ojos de manera exagerada, pero terminó haciendo una gran sonrisa.

  "?No hay nadie mejor que una linda hadita para hablar! ?Esto será fácil!"

  "Gracias, chicas", respondí, refregando un poco la espalda de Aya con mi mano.

  Cuando cerré la puerta detrás de ellas, me dejé caer sobre mi cama con un nuevo suspiro. La habitación ahora estaba en silencio.

  Pensé en Rundia y Rin. Ellos siempre habían estado ahí para mí, incluso en este mundo tan difícil. Era complicado imaginarlos aceptando que su hijo decidiera enfrentarse a algo tan peligroso. Mi mamá... Rundia... ?Cómo se lo iba a tomar? ?Y Rin? él estaba mucho más comprensivo conmigo desde hace un tiempo, pero si lo llevaba al límite, podría llegar a enojarse demasiado y terminar pegándome o algo así.

  Un nudo se formó en mi estómago. Si ellos me decían que no fuera, ?qué iba a hacer? ?Cómo podía mirarlos a los ojos y decirles que no pensaba escucharlos y que iba a terminar haciéndolo de todas formas?

  Me levanté y caminé de un lado a otro en la habitación, intentando encontrar las palabras adecuadas, pero todo lo que me venía a la mente en ese momento sonaba débil o egoísta.

  "Voy a hacerlo por todos".

  "Es mi deber".

  "Si no lo hago yo, ?quién lo hará?"

  Frases vacías, sin demasiado peso. Ellos no las aceptarían. Rundia era fuerte, sí, pero también era mi madre, y no había duda de que iba a intentar detenerme a pesar de que siempre suele confiar en mí. Y Rin... su mirada sería más dura. él no se pondría a llorar ni intentaría convencerme con súplicas. Sería directo, práctico.

  Me llevé una mano al rostro, presionando mis ojos con fuerza. En ese momento, alguien tocó la puerta.

  "Hijo, ?estás ahí?" La voz era de Rundia.

  "Quería saber si vas a comer algo".

  Me acerqué lentamente a la puerta, como si tuviera que medir cada paso. No quería que mi tono reflejara toda la tormenta interna que llevaba. Abrí la puerta apenas lo suficiente para que ella me viera.

  "No, mamá. Coman ustedes con los demás. Los alcanzo afuera en un rato".

  Hubo un breve silencio al otro lado de la puerta, y por un segundo pensé que insistiría, pero luego escuché su respuesta.

  "Está bien, pero no tardes mucho. No es bueno rechazar la comida, sabes que a Adán no le gusta eso".

  "Sí, sí, no te preocupes, mamá. Después voy a comer".

  "Está bien".

  Sus pasos se alejaron lentamente, y volví a quedarme solo en la habitación, aprovechando el momento para peinarme un poco hacia atrás el pelo.

  Pasaron varios minutos hasta que Mirella se coló volando por la ventana.

  "?Luciano!"

  "?Sí? ?Qué pasó?" Contesté, levantándome de la cama rápidamente.

  "Es que ya vinieron todos... Bueno, vinieron todos los que conocemos menos los gnomos de sombreros rojos y el padre de Tariq".

  "Es mejor de lo que pensé...

  Vos esperame allá, ya voy".

  "No vayas a demorarte más, ?eh!"

  "No, no. Ya salgo", respondí, agitando las manos de izquierda a derecha.

  "Confío en ti... Solo quería recordártelo para que no lo olvides".

  Mirella me lanzó una sonrisa aliviadora y se fue por donde vino antes de que yo pudiera decir algo.

  "Gracias, Mirella..."

  No solo debo recordar que Mirella siempre estará de mi lado, sino que también tengo a una diosa de mi lado. Y es por ella que estoy acá, luchando por nuestra supervivencia.

  Finalmente, salí de la casa y me dirigí hacia el espacio abierto en la playa donde todos se habían reunido. Mirella me había dicho que estaban prácticamente todos, y parecía estar en lo correcto. En primera fila estaban los de mi grupo. Luego atrás comenzaban a aparecer mis abuelos, Forn, toda la familia de Tariq, la de Yume y hasta estaba Fufi con varios de los de su especie recostados en la arena.

  Había murmullos, risas apagadas, susurros de preocupación. Todo eso se acabó en el momento en el que me vieron subir al improvisado escenario de madera. Un silencio absoluto cayó sobre el lugar. Sentí las decenas de miradas sobre mí, y también vi cómo los gnomos de sombrero rojo aparecían caminando en fila desde el bosque hacia las sillas restantes.

  "Amigos, aliados, familia... Buen día para todos. Les agradezco por haber aceptado mi invitación de venir hasta acá para escucharme".

  No pasé ni de la tercera frase cuando se empezaron a escuchar murmullos de la gente.

  "?Es Luciano? Parece... diferente".

  "?Qué le pasó en el pelo? ?Por qué lo tiene tan corto?"

  "Esas ropas... Nunca vi algo así, de ese color".

  Los comentarios, aunque breves, me dieron un inesperado golpe de confianza al ver que había causado un peque?o efecto en ellos con mi nueva apariencia. Respiré hondo y alcé un poco más la voz.

  "Hoy no estoy acá como el Luciano que conocen. No estoy hablándoles como el hijo de Rundia y Rin, ni como el hermano mayor de Lucía o el chico que les estuvo ense?ando en estos tiempos de cambio. Estoy acá como alguien que ha tomado una decisión. Una decisión que cambiará nuestras vidas para siempre. Y es por eso que quiero convertirme en quien lidere este nuevo cambio".

  Hubo miradas intercambiadas, gestos nerviosos. Mi madre, Rundia, me miraba con los ojos muy abiertos. Rin cruzó los brazos; su rostro estaba serio como una roca.

  "Por mucho tiempo dudé y se lo oculté a los demás. Vacilé entre hacer lo que creo correcto y lo que considero seguro para todos. Pero hace poco me di cuenta de algo: ya no puedo seguir retrasando lo inevitable".

  Di una pausa, se?alando hacia el bosque.

  "Supongo que casi todos deben saberlo, pero quiero confirmarles que el Rey Demonio, como le llaman ustedes, existe y vive en una cueva en el volcán. Y mientras él intente hacer el mal desde las sombras, ninguno de nosotros será libre, especialmente los seres mágicos, que han sufrido más que todos nosotros. No importa cuán lejos corramos o qué tan fuertes nos volvamos; estamos atrapados en un lugar sin salida, porque estamos viviendo en una isla".

  The author's tale has been misappropriated; report any instances of this story on Amazon.

  De pronto, alguien se levantó de su silla bruscamente. Ni siquiera me hizo falta enfocar la vista en él; su pelo y barba larga de color negro lo delataban: era Harlan, mi abuelo en este mundo.

  "??Qué carajos estás diciendo!? ??Por qué estaríamos atrapados!? ?No te entiendo nada!"

  Puse mis palmas abiertas en se?al de calma.

  "Tranquilos, tranquilos..." Dije y reposé mis manos sobre la única baranda que cruzaba delante de mí.

  Usé magia para crear un peque?o cilindro de madera para mantener ocupadas mis manos y estar calmado durante este discurso.

  "Necesito que escuchen lo que tengo que decir hasta el final y después me pregunten si tienen dudas de algo".

  Le vi sentarse y mover la boca, pero realmente no sé qué dijo. De todos modos, no debía darle mucha importancia a eso en este momento.

  "Escuchen bien. Esta tierra en la que vivimos se llama isla. ?Por qué? Bueno, tal vez alguno ya lo haya descubierto antes o alguien se lo haya contado. Vivir en una isla significa que todo el lugar está rodeado de una inmensa cantidad de agua que nos hace no poder avanzar más allá. Aunque claro, yo estoy trabajando en eso para buscar una solución, así que más adelante hablaremos de eso en detalle.

  Ahora voy de nuevo a lo importante, y para lo que los he reunido en este lugar..."

  Mis ojos recorrieron el rostro de cada uno de los presentes. Todos esperaban algo, algo grande. Tenía que ser claro, contundente, dejarles saber que no había marcha atrás.

  "He tomado una decisión por todos nosotros", declaré con firmeza.

  "Vamos a eliminar al Rey Demonio de este mundo. No porque sea algo fácil o porque crea que puedo hacerlo solo, sino porque es lo correcto. Porque si nadie lo hace, estaremos condenados a vivir con alguien que nos quiere ver mal. Y yo... no puedo aceptar eso. No puedo quedarme de brazos cruzados mientras las vidas de ustedes, mi familia, mis amigos, son amenazadas".

  Se?alé rápidamente a Fausto, que estaba sentado entre Dana y Vicenta.

  "Decime, Fausto, ?acaso no tenés un familiar que es hombre y tiene un hijo peque?o?"

  "Sí, tengo un hermano", respondió, no muy fuerte.

  "Hace tiempo que no nos visita y nunca nos quiso decir dónde vive... ?Por qué?"

  "?Qué me dirías si te digo que tu hermano está del lado del Rey Demonio?"

  "Imposible. Nadie aquí está de su lado".

  "?Estás seguro? Porque yo lo conocí en persona, sé dónde vive y discutí con él, porque cayó en su trampa y ahora está del lado del mal".

  Dirigí ahora mi mirada hacia todos.

  "Esta bestia tiene un poder mágico, el de maldecir a los demás. Una maldición es introducirle algo malo en otra persona para hacerle da?o, aunque el otro tal vez no lo note de inmediato.

  Eso es lo que le pasó al hermano de Fausto junto a su hijo; fueron maldecidos por el Rey Demonio y ahora, por culpa de esa maldición, deben pasar su vida sin tener la necesidad de comer... ?Les parece normal eso?"

  "?Es cierto eso...? ??Mi hermano... está del lado del mal!?"

  "Claro que es cierto, Fausto. De hecho, perdió una mano por seguir intentando ir por el lado del mal".

  Fausto no supo qué responder, y muchos estaban mirándolo, así que decidí continuar para no perder el hilo.

  "Miren, yo no les estoy pidiendo que luchen y arriesguen sus vidas por mí. Solo les pido que confíen. Que me den su confianza, no porque yo lo diga, sino porque juntos hemos demostrado que podemos cambiar las cosas. Yo les ense?é a construir, a protegerse, a so?ar con algo más que solo sobrevivir. Pero ahora es el momento de dar un paso más allá, y yo quiero saber si cuento con su apoyo en lo que necesite".

  Abrí los brazos, como si quisiera abarcar a todos ellos. Sentí una energía recorriendo mi cuerpo, casi como si algo más grande que yo me envolviera. Tal vez era Sariah observándome desde su morada, o tal vez era simplemente la fuerza de mi propia convicción.

  "Necesito que crean en Aya, en Mirella y en mí, que somos los que iremos. También quiero que piensen en lo que seremos capaces de lograr juntos luego de esto. Yo ya he tomado mi decisión. Seguiré este camino, sin importar los riesgos, porque sé que es el único camino hacia la libertad. Pero no puedo hacerlo solo. Necesito que me respalden, que confíen en mí como lo han hecho hasta ahora".

  El silencio que siguió fue absoluto. Podía escuchar el leve crujir de la madera bajo mis pies, el viento agitando las hojas de los árboles a la derecha de la gente, incluso el latido de mi propio corazón. Luego, alguien empezó a aplaudir. Fue Mirella, sus peque?as manos golpeando con fuerza, una sonrisa amplia y lágrimas cayendo por sus mejillas. Luego se levantó y agarró la mano de Aya, incitándola a subir a mi lado.

  No pude evitar que se me formara una sonrisa en el rostro al ver que ahora tenía a mis dos mejores amigas a mi lado apoyándome en este momento tan complicado.

  Mirella se secó las lágrimas y se paró sobre la baranda de madera, con el pu?o izquierdo sobre su cadera y la otra mano apuntando a los demás.

  "?Oigan todos! ?Yo soy Mirella, y soy la mejor amiga de Luciano!" Comenzó gritando, ahora apuntándose a sí misma.

  "?No crean que Luciano estará solo en esta pelea, porque Aya y yo lo acompa?aremos!"

  Las palabras de Mirella fueron opacadas por la aparición de mis padres, que se levantaron de sus asientos. Sus expresiones eran serias y yo ya sabía lo que se venía.

  "Luciano, sabemos que has estado haciendo las cosas bien y hemos confiado en ti", empezó Rin, clavando su mirada en mí.

  "Como dijiste, nos ense?aste cosas que jamás habríamos imaginado, nos diste una nueva forma de vida, más cómoda. Pero esto... esto es distinto. No puedo quedarme sentado y ver cómo te arriesgas de esta manera. ?Matar al Rey Demonio? No te voy a dejar que hagas algo tan peligroso".

  Rundia asintió; su rostro reflejaba más angustia que enfado.

  "Tu padre tiene razón. hijo. Te queremos, y es por eso que no podemos permitir que pongas tu vida en peligro así. Esto no es algo que puedas manejar solo, y ni siquiera con Mirella y Aya. Por favor, reconsidéralo y sigamos viviendo tranquilamente como lo estábamos haciendo".

  Antes de que pudiera responder, Mirella dio un salto desde la baranda, aterrizando frente a ellos con sus peque?os pu?os en las caderas, como si estuviera lista para pelear.

  "?Ustedes no entienden nada! Luciano no está haciendo esto porque quiere, lo hace porque está obligado a hacerlo. ?Creen que él no sabe lo peligroso que es? ?Claro que lo sabe! Pero alguien tiene que enfrentarlo, y Luciano y nosotras somos los únicos que podemos. él es especial, ?no lo ven?"

  Especial...

  "?Eso no significa que tenga que arriesgarse así!" Respondió Rundia, levantando la voz, casi quebrada.

  "?No lo vamos a permitir!"

  "?No es su decisión! ?él lo hace por todos nosotros, y ustedes deberían apoyarlo en lugar de intentar detenerlo!"

  Sentí la tensión creciendo en el aire. Los murmullos de los demás comenzaron a hacerse más fuertes, como si el conflicto estuviera dividiendo al grupo. Miré a Aya, que permanecía a mi lado; se la veía serena a simple vista, aunque con las orejas tiradas hacia atrás.

  "?Derrotar Rey Demonio! ?Derrotar Rey Demonio!" Se escuchaba de los gnomos desde lejos.

  Respiré hondo. Tenía que intervenir antes de que esto se descontrolara.

  "?Basta, todos!" Grité, agarrando a Mirella y poniéndola de nuevo sobre la baranda, ahora sentada.

  "Discúlpenme, pero no se trata de si puedo, de si me dan permiso, de si es peligroso. Nada de eso es discutible en esta situación.

  Entiendo lo que sienten. Papá, mamá, sé que lo hacen porque se preocupan por mí, y eso significa más de lo que puedo expresar con palabras. Sin embargo, esta vez, no puedo hacerles caso, y les pido perdón por eso".

  Vi cómo sus expresiones cambiaban, el desconcierto mezclándose con la incomodidad de escuchar esas palabras. Decidí continuar.

  "Esto no es solo una decisión personal. Esto no es algo que pueda ignorar o dejar pasar... Tengo que contarles la historia completa; todo esto empezó porque el Rey Demonio me encontró. Me amenazó, no solo a mí, sino indirectamente a todos ustedes. Me dijo que si yo no hacía nada, si intentaba huir o esconderme, él tomaría represalias. Usaría su poder para lastimar a inocentes, a gente que ni siquiera tiene idea de lo que está pasando. ?Cómo puedo ignorar algo así? ?Cómo puedo quedarme de brazos cruzados sabiendo que cada día que pase sin actuar, él estará más cerca de cumplir sus amenazas?"

  Algunos desviaron la mirada, otros bajaron la cabeza, mientras que mis dos padres miraban con la boca un poco abierta y parpadeando más de lo normal. Rundia parecía que en cualquier momento iba a llorar.

  Mirella cruzó los brazos, mirando a Rin y Rundia con un aire de triunfo, pero yo no quería que esto fuera una victoria sobre ellos. Quería que entendieran.

  "No lo hago porque quiera ser un héroe o porque me crea invencible", continué, mi voz bajando un poco, volviéndose más íntima.

  "Lo hago porque no puedo huir, ?entienden? Porque este es mi deber.

  Ustedes me han acompa?ado en esta vida. Me han dado una relación por lo que vale la pena luchar, y ahora me toca proteger eso. No puedo hacerlo sin su apoyo, pero incluso si no lo tuviera... aún lo haría. Porque sé que es lo correcto".

  Los ojos de mi madre brillaban con lágrimas contenidas, mientras mi padre apretaba los labios como si quisiera decir algo, pero no encontraba las palabras. Sentí un nudo en la garganta al verlos así, pero ya no había vuelta atrás.

  Aya caminó hasta ponerse a mi lado, rompiendo el incómodo silencio que había seguido a mis palabras.

  "Luciano no está solo. Yo estoy con él, no porque me lo haya pedido, sino porque lo creo correcto. Porque lo que él hace es algo que no es solo personal. Es por eso que confío en él, incluso si hay peligro. Su determinación para cambiar las cosas me inspira".

  Miré a Aya, y por un momento, nuestras miradas se cruzaron. Había algo en sus ojos, algo más allá de la simple convicción. Algo que no pude identificar del todo, pero que me dio más fuerzas para continuar.

  "Luciano..." Rundia finalmente dejó escapar un sollozo, y sus rodillas cedieron mientras se llevaba las manos a la cara.

  Las lágrimas cayeron como un torrente y su llanto desconsolado estaba lleno de dolor y miedo. Rin se arrodilló a su lado casi de inmediato, sosteniéndola con fuerza mientras le susurraba palabras de consuelo que apenas se entendían.

  Giré la cabeza de inmediato; sabía que, si la seguía mirando, yo también iba a terminar lagrimeando.

  "No quiero perderte... Por favor", siguió murmurando Rundia entre lágrimas.

  Mientras intentaba procesar todo, un movimiento en mi periferia captó mi atención. Era Harlan, que caminaba en silencio. Lo seguí con la mirada mientras desaparecía entre los árboles. Ayla lo siguió de cerca a los segundos. ?Qué estarán pensando en este momento? ?Les habrá llegado mi mensaje?

  Las gemelas y Lucía también se levantaron de sus asientos, acercándose para intentar consolar a Rundia. Anya les siguió a ella y poco a poco había menos gente.

  ?Es esto lo que me espera en el futuro? ?Más lágrimas? ?Más despedidas? ?Voy a empezar a ser también el motivo de su dolor?

  El peso de mis elecciones, de mi misión, parecía más opresivo que nunca. ?Qué tan lejos estaba dispuesto a llegar? ?Cuántas veces tendría que ver a mi familia, a mis amigos, a las personas que amo, sufrir por las decisiones que tomo?

  Por un momento, me imaginé un futuro donde todos a mi alrededor habían desaparecido. Un futuro donde, en mi afán por cumplir mi deber, había perdido todo lo que daba sentido a esa lucha. La idea me llenó de un miedo que no había sentido antes, un miedo que no provenía de los peligros externos, sino de lo que yo mismo podría causar.

  Mi mirada se centró en Forn, que seguía sentado pacíficamente mientras todo se desarrollaba. Ese gnomo había dicho que me tenía miedo porque yo cargaba con un poder demasiado fuerte que podría llegar a estallar en algún momento...

  Es mejor centrarse en el presente, porque no hay ma?ana sin un hoy que lo construya. Hoy es lo único que puedo controlar, es lo único que realmente tengo en mis manos ahora mismo. Sé que tengo la capacidad de cambiar el futuro si estoy presente, si lucho por lo que quiero proteger.

  Me moví hacia el borde del improvisado escenario, alzando la cabeza para mirar a cada uno de los que quedaban. Cerré los pu?os con fuerza y levanté la mano derecha en el aire, como si con ese gesto pudiera demostrar la fuerza misma que nos mantenía unidos.

  "Venceré", dije con firmeza, para luego voltear la mirada hacia donde estaba Rundia, que me miró con los ojos llorosos.

  "Y volveré".

  Bajé del improvisado escenario con pasos lentos, como si cada movimiento estuviera cargado con el peso de todas las palabras fuertes que dije ahí arriba. No miré a nadie directamente; sabía que si lo hacía, vacilaría. No podía darme el lujo de dudar. Cada mirada, cada lágrima de ellos era como un cuchillo que atravesaba mi cuerpo.

  Mientras me alejaba, escuché murmullos a mis espaldas. Pasos, susurros. Y luego, una voz familiar, rota, desgarradora.

  "?Luciano!"

  Rin me llamó, su voz cargada de desesperación.

  "?Vuelve aquí! ?No puedes irte así!"

  No giré la cabeza. Si lo hacía, si volvía a verlo... sabía que podría ceder. Podría derrumbarme. Y no podía permitírmelo.

  "??Te dije que vuelvas!!" Gritó de nuevo.

  Había rabia ahí, pero también algo más profundo. Era el grito de un padre que temía perder a su hijo.

  Sentía que cada paso que daba era una traición hacia ellos, hacia todo lo que habíamos construido juntos. ?Pero qué otra opción tenía?

  "Luciano", susurró Aya detrás de mí.

  Sus pasos eran rápidos para alcanzarme. Aun así, no dijo más, simplemente caminó a mi lado, en silencio, como si entendiera que no estaba listo para hablar.

  Pude ver a Mirella, que estaba sentada sobre el hombro de Aya, como si estuviera reservando energías para lo que se viene.

  "?Y ahora qué, eh?" Dijo.

  No respondí, solo le hice una sonrisa falsa y volví a centrar mi mirada en el camino de arena.

  Al toparme con la casa de Tariq, cambié la ruta y me adentré al bosque.

  "Voy a buscar unas cosas que dejé escondidas en la cueva donde vivía Anya".

  "Está bien", respondió Aya, aunque realmente no sé si sabía dónde era.

  Al llegar, Mirella puso una bola de luz para que yo pudiera ver mejor; en el suelo había una lanza de mango de madera y punta de oro. Al lado estaba la mochila saco, que dentro tenía dos manzanas, la pulsera encantada contra maldiciones y una nueva cantimplora hecha de piel de serpiente. Lo bueno de esta cantimplora era que minuciosamente le había construido la rosca y la tapa, las dos de madera. En comparación, la que yo tenía colgando a un costado de mi nueva ropa se destapaba con magia para no perder tiempo.

  Se la entregué a Aya.

  "Tomá, esto es de lo que te hablé ayer".

  Aya tomó la cantimplora con una expresión neutra, pero noté cómo sus orejas puntiagudas se inclinaban levemente hacia adelante, se?al de su curiosidad. La sujetó entre ambas manos, inspeccionándola con cuidado.

  "Esto es importante, Aya", dije con seriedad, deteniéndome para asegurarme de que entendiera y luego no hubiera algún fallo.

  "Vas a tener que usar las manos con cuidado. Mirá, esto es una tapa y tiene un sistema para abrir y cerrar. Si girás en esta dirección..."

  Tomé la cantimplora de sus manos y mostré el movimiento, desenroscando la tapa lentamente.

  "Se abre. Y si girás al revés..."

  Volví a colocar la tapa y la enrosqué con firmeza.

  "Se cierra bien, ?ves? Nada de magia para esto".

  Aya asintió lentamente, repitiendo los movimientos mientras sus ojos anaranjados seguían cada detalle.

  "Entendido... Aunque parece más delicado de lo que pensé", murmuró, como si estuviera evaluando cuánto podría confiar en ese mecanismo.

  "Adentro hay agua mágica, así que solo usala si realmente lo necesitás, ?me escuchás? Si estás herida o necesitás recuperar partículas mágicas. No lo desperdicies. Esto no es algo que no vas a poder reponer en combate... Y dale también a Mirella si te la pide".

  "Está bien, entiendo", respondió.

  "Obviamente no voy a necesitar agua mágica", a?adió Mirella, todavía desde su hombro.

  No perdí más tiempo y me devolví hacia la mochila, poniéndomela en la espalda y recogiendo la lanza con una mano.

  Durante el camino, le pedí a Aya que fuera delante de mí, ya que ella tenía unos sentidos muy agudos y podía llegar a detectar cualquier cosa que pudiera acercarse.

  De paso, aproveché para ir comiendo una de las dos manzanas mientras pensaba quién iba a usar la pulsera.

  Por tama?o, sería para Aya o para mí. Mirella se quedaba fuera de discusión, porque no quiero modificarle el tama?o o podría da?ar algo del encantamiento.

  Bah, mejor me la pongo yo. Total, Aya va a defendernos desde lejos.

  Mientras me ponía esa pulsera de oro, Aya disminuyó la velocidad de sus pasos hasta caminar a mi lado.

  "?Pasa algo?" Pregunté.

  "Bueno... No", contestó, mirando a Mirella de reojo.

  "?Ay, Aya! ?Ya díselo!"

  "Bueno, bueno... Lo que pasa es que te notamos un poco apagado en comparación con cómo estabas antes, cuando le hablaste a todos".

  "Uhm... Es cierto, dicen que a veces el camino es más divertido que el destino".

  "?Qué significa eso?"

  "Nada, nada... Solo estoy un poco molesto por lo que pasó antes".

  Mirella dio un salto desde el hombro de Aya y se puso a volar de espaldas, mirándome.

  "?No te preocupes! Cuando volvamos y les contemos que ya lo matamos, ellos se pondrán contentos. ?Te lo aseguro!"

  "Sí, Luciano. Solo terminemos con esto y listo. Somos tres, no creo que tengamos tanto problema".

  "Es cierto... Solo lo matamos y ya, ?no?"

  "?Claro! Tú lo dijiste, ?verdad? Que venceremos y volveremos".

  "Va a ser así".

  Veremos qué tan en lo cierto estamos... Por lo pronto, nos queda alrededor de una hora de viaje.

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