Mierda. Mierda. Mierda. Mierda...
Por un instante, mi mente se quedó en blanco. Mi respiración se aceleró. Todo mi esfuerzo, todo mi desgaste físico y mental... ?Para qué? ?Para que el tsunami lo destruyera todo en cuestión de segundos?
El muro que había construido para desviar la lava… no iba a soportar esto. Tal vez la barrera de Aya podría hacer ralentizar parte del agua, pero la fuerza del impacto sería tan brutal que la presión haría que mi muralla se derrumbara al instante, sin poder oponer resistencia.
No había forma de salvarlo todo. No había forma de detener un desastre de esta magnitud. Y si por un milagro podíamos detener el agua, seguramente del otro lado de la isla estaría pasando lo mismo, porque esto se generó por tener un maldito volcán en la punta de una isla.
"?Aya, poné todas las barreras que puedas!" Grité con toda la fuerza de mis pulmones.
"?Poné varias en línea, unas detrás de otras! ?Vamos a perder la muralla sí o sí, así que solo necesitamos retrasar lo más posible la ola!"
Me acerqué y le agarré el brazo, comenzando la transferencia de partículas. Aya entendió, y comenzó a poner las barreras mágicas tal como le indiqué, quedando los dos con tan solo una partícula cada uno.
"??Nos vamos con Forn!!"
No esperé a que respondiera. Me di la vuelta y empecé a correr como si la muerte me persiguiera. Porque, en realidad, lo estaba haciendo.
"?Luciano!"
Aya apenas pudo reaccionar, pero noté que empezó a seguirme.
"?Vamos, carajo!" Murmuré entre dientes, sintiendo el ardor en mis piernas mientras avanzaba por la arena húmeda hasta entrar al bosque.
Detrás de mí, la ola se acercaba, la espuma comenzaba a brillar con reflejos de fuego bajo el cielo oscuro cubierto de cenizas.
No bastaba con solo correr; tenía que hacer algo más. Necesitaba moldear más tierra... Necesitaba más magia.
"Aya, ?vamos bien por acá?"
"?Doblemos un poco!"
No sé cómo hizo, pero pasó de correr detrás de mí a agarrarme la mano y comenzar a liderar el camino con la otra mano levantando su yukata.
De pronto, le vi mover las orejas violentamente de un lado a otro.
"?Están empezando a romperse!"
"?No te asustés, Aya! ?Sobreviviremos, te lo prometo!"
"?Luciano!" Su voz se quebró, algo que no debería pasar en este momento.
"?Se están rompiendo! ?Todas al mismo tiempo!"
No tuve que preguntar a qué se refería. Lo supe en cuanto sentí un estremecimiento en el aire. Sus barreras deberían estar cayendo una tras otra junto con mi muralla.
"?Aya, no mirés atrás!" Grité, viendo hacia atrás para ver si se veía algo, pero todavía el agua no nos alcanzaba.
"?Corremos hasta la cueva o nos morimos!"
"?No puedo...! ?No puedo detenerlo! ?El agua es demasiado fuerte!"
Aya me apretó tan fuerte la mano que parecía que iba a terminar quebrando mis huesos.
"?Vamos a sobrevivir! ?Te lo juro por mi vida, Aya! ?Vamos a llegar a la cueva, y vamos a salir de esta!"
No hubo respuesta de su parte.
A pesar de que los dos teníamos miedo, seguimos corriendo como locos entre los árboles, esquivando ramas, saltando sobre arbustos, impulsándonos hacia adelante para que el fin del mundo no nos devorara.
Pero entonces, la salvación apareció ante nosotros: el arroyo mágico.
El agua cristalina fluía con calma, como si la naturaleza en esa parte no estuviera consciente de que todo estaba colapsando a nuestro alrededor. Crucé junto a Aya sin pensar, sintiendo la energía recorrer mi cuerpo al instante.
Las partículas mágicas volvieron a fluir a nuestro lado. No lo suficiente como para hacer algo grande, pero sí lo justo para darme una última oportunidad.
"Aya, seguí corriendo. No pares".
"??Qué vas a hacer?!"
"?Voy a darnos una oportunidad más!"
Solté su mano, bajé el brazo y arrastré la mano detrás de mí.
En respuesta, todos los materiales del lugar se comenzaron a levantar, formando una pared de tonalidad gris y marrón con una curva pronunciada hacia adentro, como si quisiera absorber la fuerza del agua en lugar de solo resistirla.
Esa era la clave. Si lograba que la pared no fuera un obstáculo directo, sino una trampa que redirigiera el agua hacia los lados, tal vez podríamos minimizar los da?os.
Ni siquiera pude ver nada de lo que pasaba del otro lado, ya que el muro gigantesco delante de mí tapaba absolutamente todo, así que me dispuse a seguir corriendo junto a Aya por el costado del arroyo, aprovechando para meter de vez en cuando el pie dentro y reponer mis partículas al máximo.
Cada paso era una batalla contra el cansancio, contra el miedo, contra la desesperación.
?Y qué será de los demás?
Mi mente divagó por un segundo, el suficiente como para que un latigazo de angustia recorriera mi espalda. ?Habrían llegado a tiempo? ?Rin y Rundia lograron llevarse a Anya? ?Tarún pudo mantener la compostura para no quedarse atrás? ?Verán algo ahí dentro? ?Qué será de Tariq...?
Mierda. No sé nada.
Eso sí, lo que sí sabía, gracias al semejante ruido de detrás nuestro, era que el agua se acababa de llevar puesto el muro que hice hace un momento. No quería mirar hacia atrás...
"?Luciano, la entrada de la cueva está cerca!" Gritó Aya desde delante, su voz cargada de agotamiento.
Vi la abertura oscura en la distancia, como si fuera la luz al final del túnel. Pero entonces, algo hizo que mi corazón se detuviera por un instante.
Más agua.
Por el lado izquierdo, entre los árboles, el agua avanzaba en masa como un depredador hambriento. No era la ola principal que nos perseguía, sino el tsunami que temía que se formara del otro lado, que había logrado colarse entre la vegetación y ahora se nos venía encima arrasando los árboles. Si nos alcanzaba, nos arrastraría y sería nuestro fin.
"??Mi puta madre!! ??Tenemos que llegar rápido!!"
Fue entonces cuando vi una peque?a figura brillante flotando en la entrada de la cueva.
"??Luciano!!" La voz era de Mirella.
La peque?a hada estaba suspendida en el aire con su vestido celeste y su cabello pegado a la cara por el agua. A su lado, flotaba una esfera de luz.
Pero su rostro no era el de alguien satisfecho por habernos visto a salvo. Su expresión era de puro terror.
"??Apúrense!! ??Rápido!! ??Corran!!" Gritó, sacudiendo sus manitas en el aire.
Aya y yo aceleramos lo que nos quedaba de energía, pero la corriente del lado izquierdo era más rápida de lo que pensé. Claro, a esta ola no la había detenido ninguna barrera mágica.
No íbamos a llegar. No si no lo seguíamos intentando.
De un momento a otro, vi que el pánico se apoderó de Aya, porque se detuvo y, con una mirada aterrorizada, se desplomó en el suelo, echándose hacia atrás y cubriéndose el rostro y el torso con sus brazos y con sus colas que se enroscaban instintivamente alrededor de ella.
"?Aya, levántate!" Grité desesperado, sintiendo cómo mi corazón se aceleraba al ver su vulnerabilidad.
No podía permitir que el terror la paralizara. Menos cuando yo le dije que íbamos a sobrevivir.
Al llegar hasta ella, me arrodillé a su lado y eché una última mirada hacia el agua; estaba a tan solo unos diez metros de nosotros.
"?Te dije que vamos a sobrevivir!"
En un impulso de lucidez, invoqué de nuevo mi magia, poniendo las dos manos sobre el suelo. Con un esfuerzo casi sobrehumano, concentré mi mente en un único propósito: crear una rampa que cruzara, aunque fuera por encima de nosotros, el tramo final hasta la entrada de la cueva. Visualicé cada detalle: la pendiente perfecta, la estructura fina, pero compacta.
"?Aya, levantate ya!"
Devolví las mangas largas de su yukata y tironeé de ella, mientras algo parecía iluminar el lugar que se había vuelto oscuro. Mirella había venido a nuestro lado.
"?Vamos, Aya, tienes que moverte!"
Aya pareció entrar en razón cuando cruzó una mirada conmigo, aliviando el agarre a su cuerpo.
"?Qué... qué pasó? ?Y el agua?"
Le tomé de la mano.
"?Solo corramos!"
La interminable escena se volvió a repetir, solo que esta vez con Mirella a nuestro lado. Sentimos cómo el agua comenzaba a avanzar por encima de la estructura encima nuestro, saliendo por el otro lado.
Finalmente lo logramos, llegamos a la maldita cueva sanos y salvos. Mientras cerraba la entrada, escuchamos que la rampa finalmente cedía ante los árboles y demás que traía el agua. Al menos nos había servido para llegar a destino.
No sé ni cuántos metros cerré de la cueva, pero creo que era lo suficiente para que nada ni nadie la atravesara.
Logré esbozar una sonrisa, una sonrisa sincera y de alivio. Por primera vez en lo que parecía una eternidad, sentí que había hecho algo funcional, que había logrado resistir, aunque fuera brevemente, a las embestidas del desastre.
Mirella se apoyó en mi hombro mientras flotaba a mi lado, soltando un suspiro largo.
"?No puedo creer todo lo que está pasando!"
"Yo tampoco, Mirella", respondí, tomando un poco de aire, apoyando las manos sobre mis rodillas.
"De todos modos, esto no termina acá. Tengo que ir abajo y cerrar todos los pasadizos subterráneos o todo esto será en vano si la lava entra a este lugar".
"Sí... Puede ser, aunque yo fui y todavía no había nada".
"?Y pudiste traer la comida?"
"?Sí! Me costó mucho, pero sí la traje hasta abajo".
"Gracias... Vamos abajo".
"Espera", dijo de repente, poniendo las manos delante de ella.
"Toma esto".
Mirella puso una nueva bola de luz en el aire, ahora flotando sobre mí.
"Ah, gracias".
"?Voy a avisarle rápido a tus padres que ya volviste!"
"?Y cómo está Anya?"
"Solo... está", respondió y desapareció en lo profundo de la enorme cueva.
"Vamos, Aya".
Cuando empecé a correr, Aya me sostuvo, agarrándome de la mochila.
"?Eh? ?Qué estás haciendo? Necesito ir rápido abajo".
Cuando me di la vuelta, vi que algo no estaba bien con su rostro.
"Luciano, yo..."
"?Aya, en serio, tengo que irme!"
Intenté liberarme, pero ella me sostuvo fuertemente.
Aya no me soltó. Su agarre, aunque no era solo fuerte físicamente, tenía algo distinto… algo que no me dejaba simplemente apartarla y seguir adelante.
“Aya, en serio, no me frenes ahora. ?Necesito ir a cerrar los pasadizos, no tenemos tiempo para nada más!”
Pero ella no respondió de inmediato. Bajó la mirada, y su flequillo blanco cubrió parte de sus ojos. Su expresión era difícil de leer, pero había algo en su postura, en su respiración contenida, que me hizo dar un poco de miedo.
“Luciano… yo… vengo de ahí”, murmuró, se?alando donde ahora estaba cerrada la cueva.
Fruncí el ce?o.
“?De dónde...? Sé que acabamos de venir de ahí, pero... ?Por qué lo decís así?”
Ella apretó un poco más los dedos en la piel de serpiente.
“Vengo del agua”.
Parpadeé un par de veces, intentando procesar lo que acababa de decir.
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“?Qué?”
Aya levantó la vista; sus ojos anaranjados reflejaban la luz de la esfera flotante.
“Del otro lado del agua”, repitió, con una certeza escalofriante en la voz.
“Ahora lo recuerdo muy bien”.
Solté un suspiro frustrado. No podía estar diciendo estas tonterías justo ahora.
“Aya, no es momento de esto”, respondí, intentando soltar su mano de mi mochila.
“No me distraigas con cosas sin sentido. Todos se van a morir y va a ser tu culpa”.
Pero ella no me dejó ir. Sus manos me aferraban con más fuerza.
“No es sin sentido, Luciano”, insistió.
Respiré hondo, tratando de no perder la paciencia.
“Aya, vos siempre viviste en el santuario dentro de la cueva, ?sí? Tal vez te cuestiones tu pasado, quiénes son tus padres y todo eso. Podemos charlarlo más luego si me es posible. Ahora tengo que irme, lo siento”.
Solté la mochila de mi espalda.
“No…”
Su interrupción fue apenas un murmullo.
“No, Luciano… No es eso".
Mi cuerpo se tensó. Algo en su tono me hizo quedarme quieto a pesar de que ya podía irme corriendo, como si una parte de mí supiera que lo que iba a decir a continuación no me iba a gustar.
Aya respiró hondo, como si estuviera reuniendo todo su coraje para hablar.
“Yo… Llegué a este lugar desde el otro lado del agua”.
Me quedé mirándola, tratando de entender qué carajo quería decir. ?El otro lado del agua? ?Acaso… el océano?
“Aya, ?qué estás diciendo?”
Intenté mantener la calma, pero no tenía paciencia para esto.
Ella tembló levemente y bajó aún más la cabeza, como si quisiera ocultarse de la realidad que acababa de soltar en voz alta.
“Tengo miedo, Luciano…”
Sus dedos se apretaron ahora en la tela de mi ropa.
“No quiero que el agua me alcance. No quiero volver a sentirme… perdida”.
Algo en su voz, en la manera en la que sus orejas estaban gachas y sus colas se movían con inquietud, me revolvió el estómago. Era un miedo genuino. Pero, ?cómo mierda iba a ser posible algo así?
No tenía sentido. No podía tenerlo. No había barcos, no había puentes, no había rastro de civilización avanzada; Sariah me lo había dicho. Todo este mundo era primitivo, y Aya había estado en el santuario desde que la conocí. ?Cómo podría haber llegado desde el otro lado del agua?
Tal vez se confundió, tal vez era un recuerdo falso, tal vez simplemente estaba en shock por todo lo que había pasado con el tsunami.
Sí. Eso tenía que ser.
Suspiré y, en vez de apartarla de un tirón como al principio, puse mis manos en sus hombros y la obligué a mirarme.
“Aya… Escuchame. Ahora no podemos pensar en eso. No importa de dónde viniste ni qué pasó antes de conocernos. Lo que importa es que estás acá, conmigo, con todos. Y te prometo que el agua no te va a hacer da?o, porque yo te voy a proteger, como lo hice hace un momento”.
Ella levantó la mirada; sus ojos estaban un poco empapados de lágrimas.
“No voy a dejar que te pase nada”, agregué, con toda la convicción que me quedaba.
Vi cómo sus pupilas temblaban, cómo su respiración temblorosa se iba calmando. Tal vez no le había dado todas las respuestas que necesitaba, pero al menos… había logrado que dejara de bloquearse.
Sin esperar más, la solté y giré sobre mis talones.
“Voy a cerrar los pasadizos. ?Será mejor que me sigas!”
"S-Sí..."
Y entonces, me puse a correr, intentando sacar las extra?as palabras de Aya de mi mente.
Cuando todo esto pase, voy a volver a tocar el tema.
Llegué al final y cerré el suelo, por donde se escurría el agua mágica, y puse una peque?a pared para que el agua se contuviera allí y pudiéramos usarla más tarde.
Al entrar a la sala que funcionaba como el centro de los pasadizos subterráneos, o sea, el anterior santuario de Aya, pude observar que había mucha gente en el lugar. No solo estaban todos los de mi grupo, sino que también estaban todos aquellos que asistieron al discurso que hice esta ma?ana, agregando al padre de Tariq.
Eso sí, los gnomos no parecían estar acá... ?Se habrán ido al otro lado?
Al parecer, el lugar había estado siendo iluminado por una bola de luz estática que flotaba en el medio del lugar.
"?Escúchenme todos!" Grité, levantando las manos en el aire.
"Me alegro de que todos se encuentren en este lugar que hemos tomado como refugio ante las fatalidades que ocurrieron en nuestra isla.
Ahora voy a cerrar todos los pasadizos que nos conectan con el exterior. Solo así podremos estar a salvo".
Sin mediar más, me dirigí hacia el primer pasadizo, viéndolo de izquierda a derecha, el que llevaba a la cueva de los padres de Tariq.
Hubo demasiado murmullo mientras yo avanzaba... Demasiado. Sabía que si me encontraba con este panorama iba a haber muchos nervios, pero esto era abrumador. Debían estar pensando muchas cosas, y seguro que más de uno pensaba que todo esto era mi culpa.
Pasando por al lado de los hermanos de Tariq, apoyé mis manos en los bordes de la grieta, cerrando el pasadizo alrededor de siete metros más allá de mi posición.
Pasé al siguiente: la cueva de mis abuelos, ese lugar que no me traía ningún buen recuerdo.
Repetí el proceso. Toqué la roca, manipulé su forma y sellé la entrada con la misma precisión que el anterior. Otro camino bloqueado por el que no debería entrar la lava.
El murmullo en la multitud seguía, pero ahora había un peso diferente en el ambiente. Un miedo latente, una ansiedad compartida. No me atrevía a mirar a nadie, porque temía encontrar reproche en sus rostros.
Caminé hacia el tercer pasadizo, el último que debía cerrar obligadamente en este lugar. El que llevaba a la que era la cueva de la familia de Yume. Pero cuando llegué frente a él, algo me detuvo. En realidad, no fue algo, sino alguien.
"?Tú no deberías estar aquí, maldito! ?Vete fuera, ya que tanto te gusta hacer estupideces!"
El que gritaba era Harlan, el cual estaba todo sucio con tierra y sudoroso.
"Harlan, por favor... Primero déjenme ponerlos a todos a salvo y luego hablamos", respondí, rodeándolo.
él me dejó pasar, pero me seguía apuntando con el dedo. Gritándome al oído mientras yo cerraba el pasadizo.
"??Crees que te dejaremos pasar esto?! ??Crees que puedes causar un desastre y luego venir como si nada?!"
Lo miré con la mayor cara de desprecio que pude, mordiéndome la lengua para no responderle. Si perdía los estribos ahora, el desenlace podría ser fatal.
"?Maldito hijo de Rundia!"
Me dirigí hacia el pasadizo que daba a la copia de este lugar. Allí a un costado estaban sentados mis padres, las gemelas y Tarún rodeando el cuerpo de Anya, que estaba tirada en el suelo. Mirella parecía haberse ido y Aya acababa de entrar al lugar.
"Ahí vengo", dije al aire, pasando por al lado de ellos.
Una luz y unos gritos me detuvieron apenas crucé el umbral de la entrada al pasadizo.
"?Viene el agua!" Gritó Mirella, sobrevolando a los amontonados gnomos que estaban siendo liderados por Forn.
Al fondo, se veían dos personas más corriendo... Espera, ?ese era el tipo que estaba del lado del Rey Demonio?
"??Corran más rápido, carajo!!" Grité, agitando una mano para apurarlos.
Forn cruzó primero con su gente, jadeando, su sombrero verde cubierto de lodo y su rostro más pálido de lo normal. Los gnomos pasaron de largo sin detenerse, refugiándose en los rincones de la cueva como ratas buscando un escondite seguro. Mirella también avanzó, posándose sobre el suelo a mi lado.
Por un instante, pensé en dejar a ese tipo afuera. él estaba con el Rey Demonio. Era un enemigo, alguien que pudo haberme matado a mí o a mi gente si hubiera tenido la oportunidad. Pero luego vi su estado… No tenía armas, no parecía tener intención de pelear. Solo era un hombre derrotado, un pobre diablo que había apostado por el bando equivocado, arrastrando a su hijo consigo.
Y entonces, me metí dentro. El sonido del agua arrastrándose por el pasadizo hacía un sonido como un eco distante, pero algo en su ritmo me resultó extra?o. No se movía con la misma fuerza que tenía la de arriba. Supongo que su fuerza habrá aflojado al recorrer tantos metros.
Levanté las manos hacia mis costados y cerré el pasadizo en un solo movimiento. El último acceso al exterior estaba bloqueado. Ahora estábamos completamente encerrados.
Respiré hondo, dejando caer mis brazos con pesadez. Al menos estábamos vivos.
Me giré hacia mi familia, intentando hacer como si todos los demás que nos rodeaban no existieran en este momento. Había cansancio en sus rostros, angustia en sus ojos. Tarún aún estaba arrodillado al lado de Anya, sosteniendo su mano, mientras Rundia se aferraba al brazo de Rin y Lucía apoyaba la cabeza contra su espalda.
Las gemelas ahora estaban paradas, apoyadas contra la pared y tomadas de la mano.
Anya todavía resistía.
"?Cómo está?" Pregunté, arrodillándome junto a Tarún.
Rin fue el que respondió primero, con su rostro endurecido por la preocupación.
"Sigue hablando… pero dice que no se siente bien".
Ella estaba pálida, con la respiración entrecortada y su piel cubierta de sudor. Le pasé una mano por la frente, quitándole algunos mechones de cabello pegados por la humedad. Su piel estaba caliente.
"Anya..." Murmuré.
Sus labios se separaron levemente, y sus ojos se entreabrieron con dificultad. Me miró con una expresión que me dejó un nudo en la garganta. No parecía tener miedo, no parecía tener dolor… solo parecía tener resignación.
"Luciano…" Su voz era apenas un susurro, quebrada y débil.
Me incliné más cerca.
"Estoy acá, Anya".
Ella tragó saliva con esfuerzo.
"?Todos… están a salvo? ?Tú estás bien?"
Mis labios se apretaron. Ella no preguntó por sí misma. No le importaba su estado. Lo único que le importaba era si los demás lo habían logrado.
No quería que Anya me mirara de esa forma, como si estuviera despidiéndose, como si ya supiera que no había vuelta atrás.
Le pasé una mano por la cabeza con suavidad, apartando su cabello sudado y enredado de su frente a pesar de que a ella siempre le gustaba usar flequillo.
"Sí, Anya… Todos están a salvo", respondí.
"Yo… hice lo que pude", continué, obligándome a sonreír.
"Levanté paredes, desvié la lava, intenté que nada llegara hasta acá… y funcionó. Estamos a salvo porque no nos rendimos... Lo hicimos por vos".
Anya suspiró, una exhalación larga y temblorosa. Cerró los ojos por un momento, como si estuviera procesando mis palabras, como si estuviera asegurándose de que no le mentía.
Luego, sus labios se curvaron en una peque?a sonrisa.
"Siempre fuiste fuerte, Luciano… Siempre".
Fuerte...
"Gracias… por protegernos", susurró Anya.
Mi garganta se cerró de golpe. No quería oírla hablar así. No quería que me agradeciera como si fuera su última conversación conmigo.
"No, Anya. No me digas esas cosas..."
Mis ojos se desviaron un instante y entonces los vi: Tariq estaba sentado al costado de todos nosotros, apoyado contra la pared, con el rostro oculto entre sus manos. A su lado, Yume y Kiran lo abrazaban con fuerza, como si intentaran sostenerlo, pero él no reaccionaba.
No podía evitar notar que el ambiente estaba cargado de emociones, y yo estaba metido en medio de todos ellos. Sentía el peso del cansancio en mis huesos, la presión de todo lo que había hecho y de todo lo que aún tenía que hacer. Pero, sobre todo, sentía la impotencia de ver a Anya en ese estado. Su sonrisa era un hilo frágil que intentaba sostener lo inevitable.
Cuando me levanté y quise intentar acercarme a Tariq, fui interrumpido por un sonido fuerte de pasos descalzos apresurados y furiosos.
"?Tú!"
Me giré justo a tiempo para ver a un hombre mayor avanzar a toda velocidad hacia mí. Era el padre de Tariq. Su rostro estaba rojo de ira, su respiración agitada, y sus ojos negros, inyectados en sangre, me miraban con un odio puro.
"?Todo esto es tu culpa, maldito!" Gritó, se?alándome con un dedo acusador al igual que Harlan, que ahora miraba desde el lado opuesto a nosotros.
No tuve tiempo de responder antes de que me empujara levemente. El golpe no me tiró, pero me hizo tambalear, y antes de que pudiera reaccionar, ya estaba en mi cara de nuevo.
"?A ti se te ocurrió matar al Rey Demonio! ?A ti se te ocurrió desafiarlo sin pensar en lo que pasaría después! ??Y ahora qué?! ??Qué vamos a hacer?! ?Nuestro lugar está destruido, nuestras cuevas ya no son nuestro hogar y mi hijo…!"
Su voz se quebró al decirlo.
Tariq ni siquiera reaccionó. Seguía ahí, con la cara enterrada en sus manos, ignorando todo el caos que nos rodeaba.
"Yo no causé esto. Que les quede claro a todos".
"?No mientas! ?Tú causaste todo esto, ni?o!"
Ahora me golpeaba en el pecho con ambas manos, empujándome con rabia.
Apreté los dientes, intentando controlar mi propio temperamento. Yo sabía que estaba enojado, que necesitaba descargar su frustración en alguien. Pero yo también estaba al borde del colapso, y sus golpes estaban encendiendo una chispa en mi interior que no quería soltar todavía.
"?Si no hubieras hecho nada, seguiríamos tranquilos! ?Si hubieras dejado las cosas como estaban, nada de esto habría pasado!"
Finalmente, me empujó con tanta fuerza que casi caigo al suelo, pero justo Mirella llegó a sostenerme un poco de la espalda y pude estabilizarme.
En ese momento fue cuando Rin se interpuso, devolviéndole sus empujones.
"?No le gritarás así a mi hijo!"
El padre de Tariq lo miró como si quisiera matarlo.
"??Acaso quieres pelear?!"
Antes de que Rin pudiera contestarle, Fausto se acercó rápidamente, sujetando el cuerpo del hombre mayor.
"?Rómulo, no digas esas cosas! ??No ves cómo está Anya?!"
Por suerte, también Ayla pudo llegar a separar y Aya se acercó a ver qué pasaba.
"Todos están muy nerviosos", susurró Mirella.
"Sí..."
Por un momento, mi mirada se desvió hacia el tipo que había perdido la mano izquierda. él estaba junto a su hijo, parados al lado de Dana y sus dos ni?os. Se notaba claramente que no lo miraban con buena cara.
Después preguntaré por sus nombres e intentaré cruzar alguna palabra con ellos. Me gustaría saber si sus maldiciones se fueron junto con el Rey Demonio.
Me acerqué a Rin, que estaba hablando algo con Aya.
"Gracias, papá. Voy a intentar no causarles más problemas de los que ya tenemos".
"Está bien, Luciano… Dejémoslo así".
Era lo más cercano a una buena respuesta que iba a recibir en este momento, así que simplemente asentí.
Pero entonces, Mirella tironeó de mi pelo con insistencia.
"Ups... Te arranqué uno sin querer".
En su mano extendida sostenía mi pelo casta?o, como si quisiera devolvérmelo.
"No pasa nada. Decime qué querías".
Ella lo tiró al suelo.
"Estaba por preguntarte qué vamos a hacer con eso", respondió, se?alando hacia un costado.
Giré la cabeza hacia donde se?alaba y sentí que era algo demasiado importante como para no haberlo visto antes. En el centro de la sala, justo en medio de toda la tensión, estaba el balde que Mirella había llenado con la comida que yo le mandé a rescatar.
Y, por supuesto, no íbamos a tenerlo fácilmente, ya que estaba siendo custodiado por Harlan.
Me llevé una mano a la cara y apreté los dientes.
"Mierda…"
Ese viejo decrépito siempre me odió, y me sigue odiando. Ahora encima parecía querer tener el control sobre algo tan vital como la comida. Esto no iba a ser fácil.
A todo esto, los gnomos se estaban reuniendo junto a Forn en lo que era la única salida del lugar, por la que nosotros entramos. Ya se habrá enterado de que vencimos al minotauro, ?no?
Mirella ladeó la cabeza.
"?Vas a hablar con él o nos llevamos el balde y salimos corriendo?"
Solté un suspiro pesado.
"?Y hacia dónde saldríamos corriendo?"
"No lo sé".
"Si pudiéramos simplemente sacárselo sin problemas, lo haría. Pero si no intento tener un buen trato ahora, va a ser peor después.
Ya viste cómo se puso antes".
Harlan estaba sentado sobre el suelo, con una pierna cruzada sobre la otra, las manos sobre las rodillas y la mirada afilada como un halcón. Al parecer, ya se había dado cuenta de que lo estábamos mirando, porque levantó la barbilla con arrogancia.
"?Qué pasa ahora?" Preguntó.
"?Te interesa lo que hay en esta cosa?"
Sentí cómo Mirella se tensaba a mi lado.
"Esa cosa se llama balde, y yo lo hice".
"?Y qué piensas hacer?"
"?En serio vas a intentar negociar por algo que no es tuyo?"
Empecé a acercarme a él.
"Tu hada no especificó para quién era la comida cuando la trajo aquí. Simplemente la dejó y se fue a buscarte. Así que ahora estamos hablando de comida compartida. Y con el estado en el que estamos todos… creo que puedo decidir cómo repartirla".
Era increíble lo mucho que quería romperle los dientes a ese viejo.
Mirella bufó.
"?Harlan tonto y... y...! ?Luciano, dile algo!"
Respiré hondo, buscando paciencia. Pero antes de que pudiera hablar, Mirella volvió a se?alar el balde.
"Por cierto, Harlan y Ayla también trajeron algunos conejos y una iguana muerta desde su cueva. Así que al menos hay más comida que antes".
"Está bien. Gracias por avisar".
Al acercarme, miré dentro del balde. Efectivamente, además de la comida que Mirella podría haber cargado con su limitada fuerza, había algunas piezas de carne fresca.
Bien. Al menos teníamos con qué negociar.
"Está bien, hablemos. La comida se repartirá en partes iguales para todos. Además de eso, quiero que sepas que los seres mágicos no necesitan comer", dije en voz alta, para que los demás también escucharan.
"?Entonces tú no comes?"
"Yo sí, pero Mirella, Aya, Forn y... Bueno, los otros gnomos no sé si comen".
"Sí comen... Comen hojas", respondió Forn de la nada.
?Herbívoros? Esto iba a ser un dolor de cabeza.
"Bueno, ya intentaremos ver cómo solucionar eso. Lo primero que debemos hacer es repartir la comida. Yo no pretendo quedármela, ni nada de eso".
"Ya veo..." Murmuró Harlan, poniéndose de pie.
"Yo quiero la carne".
"Primero veamos qué tenemos", dije y tiré todo el contenido del balde al suelo.
Como dijo Mirella, había tres conejos y una iguana como carnes rojas. Luego teníamos un pescado...
No sé por qué, pero en ese momento recordé a Fufi... No está acá, pero espero que haya logrado refugiarse en algún lado.
Había cuatro tomates, dos papayas, una pi?a y tres na?as.
"Esas na?as las recogí luego de venir aquí", acotó Mirella.
"?Na?as?" Se preguntó Harlan.
"Sí, estas frutas verdes", respondí, recogiendo una.
"Nunca había visto una..."
"Ah..."
Si no hubiera sido por Mirella, creo que nadie las hubiese encontrado.
Si a todo esto le sumamos la manzana que quedó en mi mochila, creo que apenas tenemos para sobrevivir este día, agradeciendo que ya son alrededor de las seis de la tarde, y con una comida bastaría antes de irnos a dormir.
Aunque claro, si descontamos a Anya, a los gnomos y los dos que estaban malditos, nos encontramos con que hay que alimentar veintiún bocas...
Espera... ?Por qué estaba pensando en no darle de comer a Anya?
Era absurdo. Era cruel. Y, sin embargo, la idea había surgido, retorciéndose en mi cabeza como una serpiente venenosa.