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CAPITULO 4

  16 de Julio de 1819

  Aquel día, la isla se vio agitada por la trágica noticia del fallecimiento de Thomasina Clarke, otro miembro de la familia Chase. Se anunció que su cuerpo sería sepultado al día siguiente en la temida Cripta Chase. Fue en ese momento cuando una idea descabellada se formó en mi mente, pero para llevarla a cabo, necesitaba establecer contacto con las personas indicadas. Mi primera parada fue hablar con lord Combermere, aunque su respuesta inicial fue negativa. Sin embargo, finalmente accedió bajo la condición de presenciar lo que ocurriría cuando abrieran la cripta al día siguiente para colocar los restos de Thomasina Clarke. Su decisión definitiva dependería de lo que presenciara, así como de la aprobación del reverendo Thomas Orderson y, sobre todo, de la familia Chase.

  Después de mi conversación con lord Combermere, él se dirigió al reverendo y juntos se reunieron con los miembros de la familia Chase. Presentaron la siguiente propuesta: en el momento en que se llevara a cabo la inhumación de los restos de Thomasina, si se volvía a presenciar la misma anomalía con los ataúdes, se me otorgaría el permiso para ingresar en secreto a la cripta y pasar una semana en su interior. Era una idea que nadie se atrevería a llevar a cabo, excepto un loco como yo, que no había medido las consecuencias de mi audacia.

  El 17 de julio, en medio de una lluvia torrencial, todo el pueblo se congregó cerca del cementerio para presenciar la reacción de aquellos que ingresaran a la cripta. Entre los "afortunados" que asistieron a dicho evento me encontraba yo, acompa?ado del gobernador y el reverendo. éramos tres, junto con el grupo de familiares encargados de trasladar el féretro, los que ingresamos a la bóveda.

  Fue en ese momento cuando me di cuenta de la incoherencia de mi idea y la falta de valentía para llevarla a cabo. Los ataúdes estaban esparcidos por el recinto en diferentes posiciones. La mayoría de ellos yacía boca abajo, otro estaba apoyado contra la pared, de pie. Sin embargo, lo que más nos aterrorizó fue ver el ataúd de Thomas Chase abierto y su figura momificada en su interior.

  El reverendo se santiguaba repetidamente y más de uno de nosotros sintió el impulso de huir del lugar. Fue necesario llamar a los trabajadores del cementerio para colocar nuevamente los pesados ataúdes en sus lugares designados., mientras que el gobernador me tomaba del brazo, y, entre horrorizado y furioso me dio el visto bueno para ejecutar el plan.

  Aquella noche, cuando las calles estaban desiertas y el silencio lo envolvía todo, Carter Jr., el gobernador Lord Combermere, el reverendo Thomas Orderson, el cuidador del cementerio y yo, nos reunimos frente a la cripta que se encontraba cerrada. Estaba preparado con todos los elementos que podría necesitar: comida, agua, mantas, una lámpara y un arma.

  Lord Combermere expresó su preocupación:

  —?Está seguro de que quiere hacer esto?

  Miré a Carter, quien con la cabeza me indicaba que no lo hiciera. Respiré profundamente y respondí:

  —Sí. Vamos a hacerlo.

  A pesar de las dudas y advertencias, estaba decidido a llevar a cabo mi plan, sin medir por completo las consecuencias de mis acciones. La incertidumbre y el miedo se entrelazaban en mi mente, pero algo me impulsaba a seguir adelante. Nos adentramos en lo desconocido, listos para enfrentar el enigma que acechaba en las profundidades de la cripta Chase.

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