Días después, bajo un cielo plomizo que parecía retener la respiración, una fila de vehículos blindados de la Inquisición avanzaba como un vendaval contenido hacia la granja, escondida entre las verdes sombras de un terreno hostil, asfixiada entre las monta?as a altas horas de la madrugada.
Los árboles alzaban sus figuras retorcidas como centinelas macabros, observando con indiferencia la llegada de los invasores. El viento, seco y cortante, se arrastraba entre las ramas, portando murmullos de descomposición y abandono a las puertas de la oculta granja.
El alba blanca de una lampara alertó a las tropas de a pie, ocultos en las sombras y maleza. Lance al ser el experto en sigilo se?aló que se ocuparía, por lo que se adelantó ocultándose entre la vegetación a paso silencioso; ascendió agazapado encima de un montículo de rocas al extremo de la cerca.
Una torre de vigilancia con un faro de luz que giraba en trecientos sesenta grados por los alrededores. La entrada de escaleras era custodiada por dos centinelas Tecno-Bárbaros armados con rifles de asalto; la mitad de superior de sus rostros fueron mutiladas, al instalar cuatro implantes ópticos rojos con una amplificación a las habilidades visuales.
Ambos portaban una máscara que cubría la parte inferior de sus rostros, una forma sauria de dientes filosos cuya parte trasera sobresalían cuernos planos que apuntaban hacia atrás.
Para Lance asemejaban a las tradicionales mascaras demoniacas de su natal Nyashta. Pero su forma, era algo completamente ajeno a esas criaturas.
?Mascaras del Dragón Negro, deben ser una célula de esos terroristas del Fuego Oscuro. Ni con más de cien a?os muertos esa lagartija megalómana sigue impulsando a los ocultistas?, pensó Lance al desplazarse pecho tierra, hasta que alcanzó a topar con un pilar rocoso. Se reincorporó, pegando la espalda detrás de la estructura.
—Aquí el Juez James Dorkemar al Umbra ?Qué ven tus ojos rasgados? Cambio. —Resonó la voz del oficial al mando desde el comunicador de la máscara de Lance
—Un par de centinelas. Nada difícil de manejar —contestó despreocupado—, atentos que cuando de la se?al, sus Cruzados podrán masacrar a todos los ocultistas que quieran de la forma más violenta que se les ocurra, por qué eso hacen los héroes.
—Los francotiradores se mantendrán al margen, entonces —contestó sin tomar importancia a la broma y soltó con brusquedad—. Muéstranos que tu precio en coronas doradas equivale a tus habilidades para matar a esos sucios herejes.
—Enterado. Corto y fuera. —Cerró el canal de comunicación y soltar para sí mismo—: vaya tipo ?No quieres verme la verga también?
Aventó una piedra y el sonido provocado por el golpe llamó la atención de uno de los guardias. Alcanzó a escuchar como el más joven levantó precipitadamente el rifle, casi cayéndose de las manos; una clara de inexperiencia y miedo.
Lance se arrastró hasta un pilar rocoso y se cubrió tras él. Sospechaba que los centinelas tenían visión nocturna constante.
Lanzó una piedra. El sonido alertó a un guardia inexperto que casi dejó caer su rifle.
—Calmado… —su compa?ero bajó el arma—. Iré a revisar.
Esa fue la oportunidad. Lance avanzó en silencio, atrapó al centinela por la boca y la frente, y con un giro seco le rompió el cuello. Arrastró el cuerpo a los arbustos, fuera del alcance de la luz.
El otro guardia, extra?ado, lo buscó. Solo el viento le respondió. Un kunai le perforó la garganta. Intentó gritar, pero solo brotó un borbotón de sangre. Con manos temblorosas, sacó el cuchillo, liberando una cascada carmesí.
Cayó de bruces, gorgoteando, mientras el asesino de bufanda ondeante lo observaba desde las sombras. Intentó arrastrarse hasta su rifle, pero la muerte lo alcanzó antes.
—Despejado. —Comunicó por el dispositivo implantado en el casco.
Lance se movía en un sigilo calculado, rastreando cada rincón de la estructura corroída, fuera del rango de las luces y evitaba enfrentar a los guardias. Colocaba cargas explosivas en distintos puntos estratégicos de la granja. La cámara adherida a la máscara capturaba imágenes enviadas a las computadoras en los vehículos de los cruzados.
El Guardián trapazó una cerca de alambres de púas, internándose en un huerto de árboles de las que colgaban frutas purpuras de una contextura espinosa. Lo reconoció como la Bestalla.
—Con esta mierda estos cabrones se vuelven locos berserkers. Más cargos en su contra. —Lance aseguró que la cámara registrada todo.
—?Ninguna se?al de campesinos trabajando? —comunicó Alice.
—Nada, es de madrugada. —Siguió Lance—, no vendrán a trabajar hasta casi amaneciendo, por lo que no hay riesgo de bajas civiles
Mientras avanzaba, la atención de Lance fue capturada por otro cultivo en la distancia: un campo amplio de plantas altas, de hojas alargadas, dentadas y de un verde profundo, creciendo en filas simétricas bajo la luz de las lámparas artificiales.
Las plantas desprendían un olor penetrante y terroso que se mezclaba con el aire. Sus tallos eran delgados pero resistentes, y algunas de las hojas se curvaban como en un movimiento natural hacia el suelo, dándole al campo una apariencia densa y casi selvática.
Lance esquivó la luz de la torre de vigilancia, se metió al otro cultivo y arrancó una de sus hojas para olerla, confirmándose sus sospechas al sacudirse sus sentidos.
—Por las pelotas del Pontífice y el Primario —dijo Lance estupefacto en un hilo de voz. Cambió la frecuencia de su casco, conectando con la radio de Drake y Alice, fuera del rango de los Cruzados; diría que hubo una corta interferencias en las cámaras como el comunicador—. Chicos no me lo van a creer. Tienen Hoja Diabólica, del tipo Beso Macabro. Estas pegan un viaje que te ponen loco.
—?Qué mierda? No es momento para andar de drogo —cuestionó Drake.
—?Bueno, cabrón! Tú no te dejas corromper —agregó Lance—. ?Alice puedes guardar un cargamento en tu dimensión de bolsillo? Si cargas con una motocicleta, puedes con esto.
—No lo sé, lo único vivo que puede entrar ahí soy yo, y solo por un instante; quien sabe en qué categoría caería una planta. Pero tengo que reclamarlo como mío, para que funcione por mis Geas —dijo Alice—, y si fuese posible, no puedo guardar tanta cosa.
—Y todo en un parpadeo para un cuarto cuadrado de veinticinco metros —dijo Lance—, que envidia, ustedes dos son un par de arsenales andantes.
—Será botín de guerra, pero déjalo para después.
—??Quién anda ahí?! —Un Tecno-Bárbaro vio la silueta de Lance, y con sus compa?eros se acercaron.
Lance se echó a correr en el interior del planteo, escuchando como los guardias gritaban, y escuchaba los insultos de sus compa?eros en la radio. Salió del planteo, encontrándose frente a un corral techado. Lo escaló con la cámara encendida, y al llegar a una ventana descubrió un espectáculo depravado.
Divisó la escena que se desarrollaba entre las sombras: hombres y mujeres, completamente desnudos, se balanceaban a cuatro patas sobre cuerpos inertes tanto humanos como animales, con una furia primitiva, sus rostros mutados con rasgos de lobos y grandes felinos, convertidos en bestias grotescas que devoraban a sus presas con ansia.
La carne desgarrada se mezclaba con la sangre, y un río carmesí se deslizaba sobre la tierra sucia mientras los caníbales hundían los dientes en sus víctimas secuestradas de los caminos, arrancando trozos de carne con un placer feroz, goteando el fluido vital por sus cuerpos deformes.
Pero el hambre insaciable no se limitaba a la carne: los cuerpos, maltrechos por los experimentos, se mezclaban en un frenesí salvaje. Despojados de la razón, entregados a una lujuria febril y retorcida, un trance animal en el que los gru?idos sustituían las palabras; tenían relaciones sexuales sobre el fango, sin importar quienes lo vieran o con quien lo hicieran, entregados al trance.
Los rituales sangrientos parecían no tener fin, entregados a un éxtasis impío, hasta que, en un paroxismo de locura, los caníbales se lanzaban entre sí, desgarrando y mordiendo a sus propios compa?eros, hasta que el gas sedante caía sobre ellos como un manto opresivo que sofocaba la barbarie.
En las torres improvisadas que rodeaban el área, los armados Tecno-Bárbaros con máscaras de gas con la temática del Dragón Negro, vigilaban el perímetro, sus rostros ocultos tras visores tintados, escrutando el paisaje con ojos entrenados pero ciegos al peligro inminente.
—Vaya manera de arruinar la fiesta. Slaydes o Fairon… Me juego el cuello a que uno de esos hijos de perra está detrás de esto. —murmuró Lance, aunque esta vez su tono no era burlón, sino grave, cargado de un veneno difícil de tragar. Su agarre en la empu?adura de sus espadas se endureció.
Podía soportar la violencia. El caos. La guerra. Pero esto, esto era otra cosa. Una burla repugnante a la vida misma. Hombres y mujeres, convertidos en bestias descerebradas, devoraban y se revolcaban sobre los cadáveres con una furia febril. Ya no eran humanos, ni siquiera monstruos; eran desperdicios de carne y locura, marionetas sin alma que se creían depredadores.
El juez irrumpió por la radio, su voz te?ida de asco:
—Los Biomantes volvieron a seducir a algunos nativos y mestizos que no nacieron con el Don de cambiar de piel. Venta de armas biológicas.
Los pasos apresurados de los vigilantes resonaban cada vez más cerca, junto al inconfundible sonido de la alarma. Vio sus siluetas entre la hierba alta, alumbrada por los faros de aquellas altas torres, de enormes sombras como testigos impávidos de la próxima masacre.
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Lance tomó una profunda bocanada de aire, al desenvainar con la diestra la espada negra grabada por una ecuación, te?idas de líneas sangrantes de magma Mientras que con la izquierda cargaba el dispositivo detonador y lo accionó sin titubeos.
Una explosión brutal sacudió los cimientos de la torre de vigilancia, que colapsó de inmediato entre un estruendo metálico y nubes de polvo. Otros estallidos retumbaron a lo largo de la granja, desatando una llamarada que se elevó al cielo y alumbró el gran velo nocturno.
Aquella se?al fue divisada desde la colina donde resguardaba el batallón de la Inquisición, conformado por soldados en armaduras plateadas marcadas con la Espada Sagrada en rojo, fuertemente armados y aguardaban con impaciencia.
El juez marchaba al frente de sus tropas, un titán de acero y convicción. Su yelmo con máscara de oxígeno ocultaba toda emoción, salvo la frialdad de su mirada tras los visores tintados. Con un solo gesto de su mano enguantada, el silencio cayó sobre sus hombres. Su gabardina negra ondeaba con cada paso, rozando la coraza ligera que lo protegía.
Alzó la bayoneta, su voz resonó como el trueno de un profeta de guerra:
—?Levántense, cruzados! ?Hoy arderán herejes y abominaciones!
Los primeros en moverse de las fuerzas de la inquisición fueron los droides fusileros. Entes flotantes cuyas miradas carmesíes cortaron la oscuridad mientras avanzaban en formación precisa, alineados como sombras mecanizadas. El silencio se quebró cuando sus armas escupieron fuego sobre las torres de vigilancia que aún estaban en pie.
Los Tecno-Bárbaros apenas tuvieron tiempo de reaccionar antes de que sus cuerpos cayeran uno tras otro, sus visores llenándose de grietas mientras las balas perforaban sus protecciones.
Pronto los Cruzados entraron a la finca cernida en el caos, y a la cabeza los lideraban los Guardianes.
Drake, portador de un escudo pesado, avanzó directamente contra los Tecno-Bárbaros restantes, desviando los disparos como si fueran briznas de viento, para luego aplastarles los cráneos en una brutal danza de fuerza y destreza. Mientras tanto, Alice observaba todo con una mirada fría, coordinada entre las tropas con precisión calculadora al disparar oculta en la vegetación.
Pronto se unió Lance, quien desaparecía y reaparecía en las sombras de la granja, atacando con rapidez letal. Cada tajo de su espada era un susurro afilado en la garganta del enemigo.
—?Muerte a los herejes y blasfemos! ?Que la luz del Viajero ilumine nuestro camino! —clamaban los soldados. Sus rifles escupían fuego y plomo sobre la multitud de rebeldes.
Presos en su frenesí, los caníbales apenas lograron advertir el peligro antes de que los disparos les llovieran en una masacre repentina. Los Cruzados irrumpieron en los establos y arrasaron a tiros a un cuarto de las bestias prematuras; pero entonces los mutantes avanzados, contraatacaron con una ferocidad espantosa, destrozando droides y cruzados por igual.
Sin embargo, el ímpetu caníbal fue brevemente eclipsado por la llegada de los Guardianes, que restablecieron el equilibrio bajo el fuego de cobertura de los Cruzados. La contienda alcanzó su clímax en un violento vaivén de vidas, acero y sangre.
Los rifles de asalto apenas dejaban leves moretones en las gruesas carnes de los Cambia Pieles, que pronto sanaban entre vapores densos y oscuros.
Uno tras otro, los caníbales caían hasta que el último corral se transformó en un campo de vapores oscuros que impregnaban el aire con un hedor nauseabundo.
Con el perímetro exterior asegurado, los Guardianes y Cruzados marcharon hacia el interior de la granja, sus pisadas resonando en el suelo cubierto de hojas y restos de descomposición. Pero ni la más leve sombra de temor podía empa?ar su resolución.
Al tiempo que los oficiales revisaban los cuerpos esparcidos, Alice recibió la orden de inspeccionar el interior de un desvencijado granero, cuyas puertas crujían como dientes enloquecidos al viento.
La estructura, apenas sostenida por sus cimientos en ruinas, se alzaba sobre ellos como una fortaleza maldita. Adentrándose con cautela, la oscuridad del granero parecía palpar cada rincón, un eco de las abominaciones que ocultaba en su interior.
La alarma de automóviles moviéndose por el lado opuesto de la granja alertó a los Guardianes, cegados en su intención de iniciar la persecución, por el mensaje del Juez que indicaba que se concentraran en asegurar el edificio.
La puerta del establo cedió fácilmente bajo el empuje de Drake. El hedor a muerte y sangre invadió el aire, obligando a algunos a taparse la boca para no vomitar. Avanzaron con cautela, atravesando pasillos oscuros y angostos hasta llegar a una escotilla oculta bajo una alfombra de polvo y escombros.
—Lo abandonaron con prisa. De todos modos, mantenganse en alerta —murmuró Alice, y con una se?al, sus hombres abrieron la escotilla, revelando un túnel subterráneo.
Los tres descendieron, capaces de ver en la oscuridad debido a sus mejoras genéticas. Las paredes estaban cubiertas de moho, y el suelo crujía bajo sus botas. El pasaje los condujo a una mazmorra vasta, donde varias camas de cirugía estaban dispuestas en filas.
Los cuerpos deformados y sedados, criaturas prematuras que alguna vez fueron humanos, yacían sobre las camas, sus torsos abiertos y cubiertos de instrumentos quirúrgicos además de mangueras como cables, yacían abandonados; entre un laberinto de estantes repletos de documentos y químicos mutagenos.
—No se despertaron a tiempo para la fiesta. —susurró Lance.
—Los due?os escaparon con el rabo entre las patas al inicio del ataque —Alice sostenía firmemente su arma recién cargada, apuntando a cada esquina que giraban.
Drake descubrió un conjunto de documentos escondidos en una mesa destartalada, algunos garabateados con sellos y firmas de oscuros se?ores de la guerra de distintos rincones del continente. Las anotaciones eran aterradoramente claras: armas biológicas, cada una dise?ada para satisfacer las demandas de estos clientes.
Entre los pasajes descubrió un grimorio llamado “Biblia de la Sangre” repleto de runas, en un idioma que Drake reconocía como el Bramurosi, la lengua de las tribus Caminantes, el cual apenas tenía una noción del mismo, gracia a sus estudios con Rhaizak.
Se veía el rustico dibujo de un gigantesco dragón de cuatro alas angelicales y una corona, recibiendo un bebé por ocultistas de las tribus, una fila de muchos; bajo la luz de la luna llena.
La runa de un anillo cortante destacaba, entre los escritos que se leía el nombre de Fairon el se?or de la sangre y el destructor, describiéndolo como la bestia guardiana de las puertas a la Ciudad de los Dioses.
Se veían escritos borrosos de un hombre volviéndose un hombre lobo, con varias paginas faltantes. Entre los capítulos descubrió un bestiario de criaturas menores, relacionados a esta entidad, algunas que Drake no había visto jamás, tenían una apariencia alienigena.
Encontró escritos subrayados de una que destacaba sobre las otras, con el nombre de Lupus ígneo. En las ilustraciones parecía una bestia canina de múltiples ojos, rodeado por notas de los investigadores.
"El Lupus ígneo, bajo los experimentos adecuados y un pacto de familiar, podría desarrollar un Factor Alfa debido a su conexión con los Cuatro Grandes Dioses Antiguos, al ser un engendro de Fairon. Esta habilidad le permitiría ejercer control psíquico sobre criaturas menores. ?Puede ser útil para manipular en su totalidad a un ejército de Cambia Pieles artificiales?”
Siguiendo el rastro de indicios, los Guardianes llegaron a una vasta cámara circular rodeada por escaleras de piedra, con paredes pintadas por una runa de Fairon.
En el centro, una piscina de líquido carmesí brillaba bajo una pálida luz, pulsando como si tuviera vida propia; rodeada por vasijas llenas con fragmentos de cristales entremezclados con carnes crudas y computadoras de gruesos cables con lectores atentos a aquel pozo palpitante.
Encima de la piscina, colgando de cadenas oxidadas que se extendían hasta el techo, pendían cuatro monstruosidades humanoides: criaturas de pesadilla e infernales rostros desfigurados, marcados a cuchillo por la runa de Fairon.
Sus cuerpos, una mezcla de escamas y carne putrefacta, estaban conectados a una intrincada red de tubos que les drenaban fluidos, como si su misma esencia fuera extraída para alimentar aquel abismo sanguinolento.
El líquido rojizo, denso y viscoso, fluía de los tubos como venas abiertas, cada gota cayendo con un sonido hueco y siniestro al pozo que, en su profundidad insondable, parecía latir; una representación de la destrucción y la sangre frente a un grotesco altar al otro lado del cuarto.
Un trono formado por huesos en el que residía un tótem de tres cabezas de caninos y grandes felinos disecados, hecho de pieles de bestias y humanos pegados entre si, con las garras levantadas para recibir los sacrificios.
Un extra?o poder envolvía la sala, una vibración que erizaba la piel de Drake y hacía titilar las luces, sugiriendo que aquel lugar no era un simple laboratorio. Algo en ese tótem le parecía familiar, una visión de su pasado que lo hacía sentir el impulso de destruirlo.
—Los rumores eran ciertos. Este puto Biomante y su tropa son unos adoradores de Fairon, al menos la rama prohibida. —Lance apuntó con su espada a las runas en las paredes, el símbolo de aquel dios.
—No entiendo por qué alguien haría un pacto con una deidad apodada el Destructor —cuestionó Drake, frunciendo el ce?o—, y el menos popular de de los cuatro grandes dioses antiguos.
—No siempre fue así. Fairon perdió seguidores cuando los santos del Viajero tomaron sus títulos. —Lance, sacó cuatro pergaminos enrollados y sellados. Los colocó alrededor del pozo—. Los héroes se alinearon con nuestro patrón, Munraimund Trisary, Arnold a la destrucción y la fuerza. La conquista se la llevó Arthur Rhodantis, el papito de azúcar de los Cruzados. La guerra ya le pertenece a tu profesor, Drake, y ni siquiera es venerado como una deidad o un santo todavia.
—Los alucinógenos, los mutantes, el pozo.... Estos tipos buscaban conectarse al plano astral y adquirir conocimientos para sus experimentos —explicó Alice, arrodillándose al borde del pozo—. Y traer cosas... que no pertenecen aquí.
—No me acercaría tanto eso si fuera tú, debe estar activo el portal. —Advirtió Lance.
—Tranquilo, solo voy a recolectar algunos datos —Alice se sentía confiada al iniciar a través de sus implantes ópticos el análisis del pozo, buscando se?ales de vida al conectarlo al dispositivo en su espina.
—En los rituales del Viajero para invocar familiares de las Islas de las Sombras, se usan solo la runa y unas cuantas entra?as de criminales para una piscina de sangre. Vi uno en el contrato de la quimera —dijo Drake.
—Eso es lo básico, pero parece que quisieron ir más lejos con cuerpos de demonios —continuó Lance.
—A esta deidad... la relacionan mucho con Arnold ?no?
—Tengo entendido que nuestro fundador traidor le gustaba coquetear con el culto a esta entidad... y lo relacionaban como el más cercano a Chroneidos el primero de los caídos. Se han atrevido a decir que era el lider de los cuatro grandes.
Pronto, una avalancha de se?ales de error y peligro invadió la mente de Alice, saturándola al punto de que un dolor punzante le recorrió el cráneo; las lecturas no terminaban de comprender lo que yacía al otro lado del pozo sangriento, era incomprensible para su propia mente, era como estar en las profundidades de un océano tormentoso y algo la había detectado, acercandose a toda velocidad a la superficie.
Los sistemas de seguridad cortaron el vínculo se desconectó de golpe, y un ardor abrasador le consumió la cabeza, arrancándole un grito que resonó en la habitación mientras caía de espaldas, desplomándose sobre el suelo semiconsciente; con el rostro de terror petrificado en ojos abiertos al máximo, con sus oídos perforados por ruido blanco.
—??Alice!! —Escuchó a Drake y Lance en medio del zumbido, como se acercaban a ella, y el suelo comenzó a temblar.
De repente, un estruendo resonó desde una de las paredes. Antes de que pudieran reaccionar, una enorme bestia emergió violentamente del pozo sangriento, y descender a cuatro patas frente a los Guardianes. Su apariencia era una mezcla de rasgos caninos y felinos, difícil de clasificar, con un cuerpo robusto y alienígena.
Su aspecto era una mezcla entre canino y felino, con un cuerpo robusto y alienígena. Un collar de ojos adornaba su cuello, y su pelaje gris, semejante a roca volcánica, se encendía al rojo vivo en sus seis extremidades de garras afiladas.
Su cabeza, con colmillos oscuros, tenía ojos blancos como nieve y pupilas de magma. Al liberar su poder, su pelaje pasó del gris a franjas incandescentes de rojo y naranja, hasta brillar como llamas. Se movía con agilidad arácnida con su alargada cola meneante, acechando a sus presas.
El pozo vibró violentamente, expulsando marejadas de sangre que salpicaban las paredes y empapaban el suelo, transformando la habitación en un santuario de terror. La atmósfera se tornó densa y opresiva, como si el aire mismo temiera la llegada de lo desconocido.
El Lupus ígneo, en su forma grotesca, exhalaba humo y emitía gru?idos profundos, resonando como un volcán a punto de estallar, cada sonido un eco del horror inminente. Con un rugido ensordecedor, cargó hacia adelante, lanzando zarpadas que rompieron la formación de los dos Guardianes.